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El privilegio de los tuertos

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Supongamos que existe un país. Y en este país nace, digamos, un Juan. Juan “nace” ciego, y lo que entiende Juan y lo que le han dicho es que es eso lo normal, todos son ciegos a su alrededor. Entonces Juan dice:

-Ah pues, bacán, a vivir en la oscuridad, si al final todos somos iguales y la humanidad ha sobrevivido, por qué yo no…

Un día, a Juan, su mamá y su papá le dan la noticia que con mucho esfuerzo y años de trabajo han logrado comprarle un ojo, un ojo con córnea y con todos los cables correspondientes, es decir, le regalarán la visión de un ojo. Juan, sorprendido y un poco asustado, porque para empezar no tenía idea de que existiera esta posibilidad, acepta feliz su regalo. Y qué sorpresa la de Juan al descubrir ahora que es tuerto, que hay muchos tuertos como él, que incluso ya hay personas que nacen tuertas, o visto de otra forma: ahora que Juan empieza a familiarizarse con el verbo ver, entiende que hay personas que no nacen siendo ciegas. Pero qué decir, las diferencias existen de forma natural, qué puede hacer Juan, nada. Juan está empoderado ahora que es tuerto, y siente que podrá comerse al mundo.

Llega un punto en la vida de Juan en el que ya está completamente establecido, en ese mundo que conoce de ciegos y en el que, no, por suerte no, con mucho esfuerzo y trabajo, él es tuerto. Una tarde llega a su trabajo cansado y por equivocación baja en el último piso del edificio, y por primera vez ve personalmente a su jefe, quien amablemente le invita a un café porque entiende lo que es desvelarse por trabajo. Juan regresa a su oficina, contento y hasta orgulloso de trabajar para una persona tan amable y considerada. De pronto Juan entiende que ha pasado por alto un detalle: su jefe no es ciego, ni tuerto, su jefe tiene dos ojos y goza de una excelente visión en ambos.

Otro día Juan, saliendo del mercado, se topa con una protesta de ciegos y tuertos, una igual que las cientos que ha visto con su ojito nervioso. “Ciegos y tuertos inconformes”, se dice Juan. Esta vez un cartel llama su atención: “Respeten nuestros derechos, devuélvannos los dos ojos”. Juan ríe casi molesto, y dice para sí:

 -¡Qué tontería, ni que eso existiera!

Pero Juan, a continuación, no puede sacarse esa frase de la cabeza y ya no puede parar de hacerse preguntas.

Y bueno, Juan descubre que efectivamente todxs nacen con ojos, dos, y con una visión casi siempre perfecta. Pero Juan descubre más: al parecer hay un país vecino en el que las personas “nacen” sin brazos, algunos son mancos y muy pocos gozan de sus dos extremidades. Y así, otro país en el que “nacen” sin piernas, algunos son cojos y muy pocos son los que pueden caminar con sus dos piernas. ¿Pero y por qué pasa esto? Pues porque así son las cosas, pues Juan también ha comprendido que el hecho de que él sea tuerto y no ciego es gracias a que en algún momento existió un tuerto que “perdió” el ojo que le quedaba. Nada, boberías, a seguir viviendo.

Una mañana Juan, viendo la tele, coincide con un canal extraño donde se presenta una persona con dos ojos, dos brazos, dos piernas, que anuncia que ese día es el día de los derechos, y lee una lista de dichos derechos. Esta persona que lo tiene todo, al menos en apariencia, dice que todxs tienen derechos a tener: dos ojos, dos piernas, dos brazos, un corazón, dos pulmones (la lista de derechos era sorprendentemente larga). Porque todxs sin excepción nacen con estos derechos y que cuando no sucede así es porque alguien en nombre de algo ha violado y/o amputado estos derechos. Y Juan, con su desayuno triste, que pensaba que si se esforzaba mucho llegaría algún día a tener dos ojos, ahora, mientras come su pan seco, traga y se da cuenta de que hubiese preferido quedarse ciego para no tener la necesidad de comprar un televisor y ver ese día ese canal con esa persona que lo tiene todo viniendo ahora a formar caos diciendo que existen derechos, y que no solo él, que todxs tienen derechos a no ser tuertos, a no ser ciegos.

Juan, como que ya no se siente tan cómodo, y decide hacer el intento, por qué no, de reclamar sus derechos, y se pone todo elegante para ir a la Oficina de los Derechos. Por supuesto en esta oficina todxs son muy conscientes y atentos, pues todoxs tienen todos sus ojos, y sus extremidades, y todas sus partes y derechos. “Vaya, que están completos”, diría Juan. Se le acerca una persona con todos sus dientes y muelas y le habla muy cariñosa:

-¿Vienes a reclamar tus derechos? Ay, Juan, haz la cola, mijo, y toma asiento.

Ya en la cola, Juan, conversando, se entera de que hay personas que «nacen» sin ojos, ni piernas, ni brazos, ni, ni, ni… Cansado de esperar y ya con hambre, decide regresar a su casa, feliz y agradecido de ser tuerto.

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Tengo que decir que, si firmo públicamente propuestas y reclamos realmente importantes, por una Cuba nueva, una Cuba viva y despierta en todos los sentidos, entonces también tengo que decir esto.

Yo lo siento, hay algo que no pasa por mi garganta. Hay algo con respecto a los Derechos Humanos que me pica y me pica, y no encuentro el bicho que provoca el escozor y justamente eso es lo que me preocupa.

Que exista una lista de derechos humanos y universales, me resulta casi bochornoso, entiendo que quizá el objetivo sea visibilizarlo y quizá se trate solo de eso. Visibilizar todas las maneras en que se violan a diario en toda la extensión del planeta tierra estos derechos.

¿Pero quién o quiénes deciden visibilizarlos y en qué momento? ¿Qué tiene que pasar para entrar a dicha lista? ¿Qué existe primero, el derecho o la violación del derecho? ¿Y qué pasa una vez visibilizada la violación y por consecuencia el derecho?

Yo: Bueno pues, se crea, justamente, el derecho.

Yo: ¿Cómo que se crea, no se nace con él?

Yo: Sí, bueno, se visibiliza.

Yo: Ah, ya, ¿y entonces? ¿Qué se hace?

Yo: Se crean procedimientos, leyes, para protegerlos…

Yo: Bien, de acuerdo… Y bueno, ¿cuál es el cuño que falta para que se empiecen a cumplir estos acuerdos y leyes? ¿Y qué pasa cuando los que hacen o aprueban estas leyes para protegernos, violan los mismos derechos que supuestamente protegen? ¿De qué me sirve ahora la lista, si los miembros que la aprueban y protegen mis derechos son los principales violadores de los mismos? ¿Qué pasa cuando entre los miembros que aprueban esta lista, aparece un lugar llamado Cuba, que de manera legal hace lo que hace con sus ciudadanos? ¿Qué pasa cuando entre los miembros que aprueban esta lista hay un Estados Unidos que de manera legal hace lo que hace en cualquier parte del mundo? ¿Qué tipo de broma o paradoja perversa es esta?

¿Por qué tendría entonces que permitir que tú, tú organización, o lo que seas, decida si es conveniente que se cumplan o no mis derechos, y cuáles son más o menos urgentes o importantes o visibles? Si es que son míos, si es que ya está todo el mundo convencido de que es algo inherente a mí. No logro entender. ¿No será que me estoy confundiendo, y en realidad siempre has velado porque se cumplan tus derechos? Tú, hombre, blanco, heterosexual, colonialista, europeo, tú y tu pensamiento tu sistema hetero-patriarcal, eurocentrista, normativo, binario. Y que todo al final se reduzca a de qué lado del derecho te encuentras, del lado del privilegiado o del lado del violado. Y nos has hecho creer que no hay alternativa posible, que los derechos de unos están construidos por el secuestro de los derechos de los otros. A ese otro, invisible no, invisibilizado. Porque es que siempre hay un otro que estás pisando, por donde quiera que te voltees. ¿Por qué eres tú, o quienes te representan, quienes deciden qué es un derecho humano?

Los animales, las mujeres, lxs inmigrantes, las comunidades indígenas, lxs pobres, la mujer pobre e inmigrante, lxs que no tienen el mismo color de piel que tienes tú, lxs que no piensan como tú piensas, lxs que no quieren expresarse como tú te expresas, lxs que no quieren desear como tú deseas, lxs que no creen en quien tú crees… los bosques, los ríos, los mares y nuestra tierra.

Me vas a decir que, a pesar de todo, hemos avanzado como sociedad, que ya no es como antes, que por ejemplo las mujeres ahora pueden votar, y que la ciencia, claro, la ciencia, gracias a ella, hemos descubierto tanto de lo desconocido… que si Júpiter tiene no sé cuántas lunas, que si hay agua en Marte. Y te diré que tienes razón, siempre se puede encontrar ese ángulo desde donde tú miras, pero no por eso voy a dejar de decirte que: Las mujeres votan, sí, por un gobierno que necesita una ley, la cual tampoco aprueba para que ella pueda decidir sobre su propio cuerpo. La mujer vota para que un gobierno no la deje parir como ella quiera y cuando ella quiera. La mujer vota para que un gobierno la esterilice sin su consentimiento. La mujer vota para que un gobierno deje morir a una niña embaraza de su violador. La mujer vota por un sistema que defiende la vida con la muerte. Y sí, hoy en día sabemos de Marte, y hasta de Júpiter, pero todavía dejamos morir y matamos a esos otros que solo defienden sus derechos de ser humanos.

Yo: Pero el día de los derechos humanos fue hace meses.

Yo: Ah, sí. ¿Y?

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‘El hombre con la sombra de humo’, ¿una parábola?

El jurado del Premio Narrativa Editorial Hypermedia 2020 acordó que la obra merecedora de tal distinción fuera El hombre con la sombra de humo, de José Hugo Fernández (JHF en lo sucesivo). En el editorial de Hypermedia Magazine del 26 de junio de ese año, lo argumentan de este modo:

José Hugo Fernández (…) Por el camino de la imaginación con tintes fantasmagóricos, de las citas literarias entrecruzadas, del misterio y el fetiche cultural, (…) impone su autoridad desde las primeras páginas. La escritura, de un ritmo y un tono sumamente eficaces, sigue un rastro de sangre y deja al final un saldo curioso de preguntas. ¿Vampiros en La Habana? ¿En Miami? ¿Agentes de la CIA? ¿Espectros? ¿Una secta secreta? ¿Locos y carceleros? ¿La verdad tiene la estructura de la fantasía? ¿Quiénes son los “enemigos del pueblo”?

Lo que está bien. Con eso puede que sea suficiente para entender el “acuerdo” y quizá, sí, para sentirme motivado a leer la nouvelle (cít). Pero una vez leída la obra —una vez disfrutada casi de un tirón— se comprende que lo citado, quizá por los apremios del espacio, resulta una simplificación extrema.

Sin duda El hombre con… , como sugiere lo apuntado por Hypermedia Magazine, es una historia apasionante. Contiene esos ingredientes que tanto atraen a los lectores del género “negro”: el cadáver o toda una sucesión de ellos, las pesquisas policíacas, el “ritmo”, el “tono” y el  suspense. Y, al final, en efecto, quedan flotando esos interrogantes. Pero —es lo que resalto—,  no es todo. Como ocurre con todos los buenos libros, éste irradia o sugiere significados que traspasan con mucho la literalidad del texto.

Antes de continuar, releo la nota editorial y creo importante subrayar además esta frase: “ las citas literarias entrecruzadas”. Evidentemente JHF bromea con ello. Bromea de un modo serio. Casi que abruma al lector con las citas,  pero como el buen maestro que es, no lo hace de modo gratuito. JHF simplemente nos está presentando a su personaje. Es éste quien recuerda sus lecturas y las aplica a lo que vive. Y lo hace con una precisión asombrosa. Simplemente “deja caer” la cita en el sitio inevitable y, de ese modo, nos dice (JHF, ahora sí): así es el personaje: alguien que lee; alguien que tiene una memoria “fotográfica”; alguien que quiere saber. Alguien, en fin, que encaja en el perfil del “investigador” outsider, una condición que comparte con su “amigo de la calle Flager”. Ambos diferentes por completo del investigador “oficial” (Rubio) de la segunda parte.

También antes de continuar, y por último, importa mencionar cómo, con qué maestría, el autor “impone su autoridad desde las primeras páginas”. Lo hace como suelen hacerlo todos los grandes escritores: primero que todo, trata el idioma con respeto y conocimiento (lo que en cierto modo es lo mismo). Y no me refiero únicamente al asunto gramatical o al cómo, sino además a la cuestión del argumento o al qué. Y en éste, aparte de la absorbente historia que bastaría por sí sola para lograr ese magnetismo, nos encontramos con reflexiones cuyos destellos  nos sobrecogen por su carga  poética y filosófica. Entresaco al azar tres ejemplos que, sobra decir, no tienen por qué ser los más significativos:

  • Añorar el pasado es correr contra el viento, dije yo, tal como advertían los viejos allá en mi tierra. No es correr, es mear contra el viento, se apuró a rectificar mi amigo.    
  • La forma aconsejable para funcionar en el mundo es no asomarse mucho a los abismos que abren en nosotros las experiencias extremas.
  • Por el ojo de Dios, como un buzo muerto, entra en el sueño la poesía.

Reléase cada uno y piénsese. Hay para rato.

Y ahora, sí, continuemos. JHF compone, pues, una novela que cumple con esos mínimos del género y añade otros no menos importantes. Intentaré resumirlos con estas palabras: Tras el argumento policíaco como tal desarrolla un argumento que calificaré, en el sentido más amplio, de  “intelectual”. Y esto ya es algo propio de las mejores novelas, sean éstas del género que sean y en el supuesto —siempre en el supuesto— de que dejemos “encasillada” esta rica obra en alguno.

En pocas palabras —y disculpen el casi oxímoron que se ha deslizado sin querer entre “desarrollar” algo y, en su lugar,  hacerlo en o con “pocas palabras”—, JHF utiliza lo detectivesco y lo fantástico para algo más que distraernos y,  para utilizar un término más a propósito, alienarnos. Lo emplea también y, quizá sobre todo, para explorar nuestra condición y, si se quiere, nuestro modo de estar-o-de-ser-en-el-mundo;  más exactamente,  ese gran interrogante que es el Yo / Nosotros. Y, en un plano más cerrado, el insondable asunto de la identidad; eso que los griegos antiguos resumieron en piedra con el famoso y caro “Conócete a ti  mismo”,  convertido ya entonces en una obsesión que sigue palpitando hasta hoy en el corazón de la gran literatura, se ocupe o no explícitamente de ello.

¿Cómo JHF lo logra? Veámoslo a través de una simple comparativa. Quiso la casualidad que El hombre con… me llegase a las manos al mismo tiempo que “El libro negro” de Orhan Pamuk. Esa oportuna coincidencia me llevó, sin proponérmelo, a reconsiderar dicha idea. En esa novela Orhan Pamuk hace que los personajes busquen  su identidad o, por así decirlo, la “trabajen”; JHF en la suya, en cambio, “condena” el hecho de semejante conflicto. O sea, “persigue” a quien,  habiendo cambiado o escamoteado la suya, asesina a aquéllos que han usurpado las de otros y que, en el caso, son identidades de fallecidos. Si bien todos terminan atrapados en el mismo conflicto. En la misma —y retomo el término porque me parece el más a propósito— alienación. Son, creo, dos actitudes frente al asunto completamente distintas pero correlacionables. Difieren en el tratamiento, mas coinciden en el objeto. Y, como suele ocurrir casi siempre en estos casos,  se complementan.

La segunda parte de El hombre con… supone un cambio notable (y muy significativo) de registro y de escenario, siempre dentro de ese significante axial que, según lo veo, conduce al significado que he dicho. De EEUU la acción se desplaza a Cuba; y del punto de vista del primer narrador al Informe de Rubio, un auténtico investigador. El ambiente onírico a veces, surrealista otras, grotesco muchas,  nos resulta curiosamente familiar. Con ese “nos” me refiero a quienes conocemos la Cuba profunda desde los dos lados de la barrera: el de los que aceptan y el de los que no. Matices aparte.

En síntesis, su desarrollo y su desenlace son sorprendentes, como corresponde al género en cuestión,  aunque no al modo de (por citar) Agatha Christie o Conan Doyle, sino, en última instancia, al modo del James Ellroy de La dalia negra. Con el añadido en este caso de que el “saldo curioso de preguntas” que apunta el citado editorial de Hypermedia Magazine es absolutamente preciso. Sin embargo, insisto en situarme más allá de eso y volver,  para concluir, a la cuestión que digo.

Porque quiero ver en esta absorbente novela, al margen de la extensión, una especie de parábola que nos “enseña” algo sobre, entre otras cosas, la identidad. Y quiero pensar que, tal vez por eso, el autor decide trasladar la acción a la isla y darle una solución que allí, en ese contexto, tiene un insólito realismo. Porque, en fin, Cuba es ese extraño lugar en el que el rigor totalitario lleva seis largas décadas forzándola y deformándola, con consecuencias psicológica y sociológicamente catastróficas.

Pero, como sucede con todas las parábolas, la interpretación dependerá de cada lector. Y espero que sean muchos. Muchas. Ya les digo que vale la pena.


Lian Marrero: arte, fe y censura

Decenas de músicos, pintores, actores, fotógrafos y comunicadores en Cuba no tienen acceso a los medios de comunicación simplemente por profesar y manifestar su fe en el arte que hacen, por ser «religiosos».

Lian Marrero, quien es intérprete de música urbana y creador del radioshow independiente La Descarga, sabe bien de esta situación. Ese programa juvenil, principalmente, promueve la música hecha por cristianos y a sus exponentes. Para Lian, La Descarga fue un sueño durante muchos años, hasta que junto a tres amigos (un productor musical, un fotógrafo y un realizador audiovisual) emprendió el camino para dar voz al talento de su comunidad.

¿Crees que la iglesia cubana es censurada por los medios oficiales?

Yo sí creo que hay censura en nuestro país. Los pocos representantes que el gobierno usa para mostrar su lado “amigable” con la Iglesia, son una representación que no habla de la Palabra de Dios. Lo que hemos visto no representa los principios del Reino de Dios, generalmente salen hablando a favor del socialismo. Se trata de intereses, para dar legitimidad al gobierno.

Las veces que la Iglesia evangélica ha tenido participación, digamos en Semana Santa y Navidad, no se ha mostrado la cantidad de denominaciones que hay. Siempre visibilizan a los mismos, me refiero a ese sector que orbita entorno al Consejo de Iglesias de Cuba, que son sirvientes del Estado. Creo que sí, la mayoría de la Iglesia evangélica es censurada desde el momento que no puede contar con acceso a la prensa ni a la televisión.

¿A quién favorece esta situación?

La censura de la Iglesia favorece al gobierno, porque el cristianismo defiende la verdad, el respeto de las opiniones y los derechos de todos, habla de un amor transparente y denuncia el pecado que promueve la agenda de izquierda.

El cristianismo no incita al odio, no incita a que trabajes en contra de tu prójimo, al contrario, te invita a amarlo. Están privando a la sociedad cubana de ese mensaje de paz, generosidad y amor.

¿Puedes mencionar algún ejemplo de censura?

Cuento con testimonios de artistas que llegan a ser entrevistados en espacios oficiales y les niegan hablar de Dios. (De ese tema hemos conversado en La Descarga). Para mí eso es una manera de censurar, porque si tu arte está íntimamente ligada a tu fe no hay razón para omitir palabras.

¿Crees que la Iglesia en Cuba está capacitada profesionalmente para acceder a los medios?

No puedo generalizar, no conozco todas las iglesias del país, así que voy a hablar desde mi experiencia. No contamos con estudios de televisión, pero contamos con profesionales a lo largo del país. Es un reto que la iglesia debe tomar.

Ya algunos lo hemos estado haciendo con sacrificio, como en el caso de La Descarga. Y el feedback ha sido muy positivo.


Crean mascarilla resistente al nasobuco

Modelo de alta «costura», para llamarlo de alguna manera. Reusable. Reajustable. Plástico y transparente. Moderno. Urbano. Fotogénico.

Según la casa publicitaria, esta mascarilla (en la foto que acompaña esta nota) está fabricada a prueba de niebla y es resistente al agua: mejorada con un revestimiento antivaho impermeable, brinda una vista perfectamente cristalina en todo momento… ¡y bajo cualquier clima!

Vista hace fe.

Es además reutilizable: Fabricada en policarbonato transparente de alta calidad, usted solo tiene que lavarla bien con agua y jabón y secarla luego con una toallita. Un modelo creado con materiales de PC de grado alimenticio sin BPA, ¡perfectamente seguro e higiénico para reutilizar y reciclar!

Nada menos parecido a un «nasobuco», esa extraordinariamente fea palabra, aunque sumamente pegajosa —palabra-chicle, palabra amuleto cromañón—, con que en la Cuba castrista llaman al barbijo o mascarilla.

“Logramos derrotar al nasobuco, o nasotruco, con esta nueva innovación digna de figurar en los anales de la Real Academia de la Lengua Española”, refirió a Arroz con Mango uno de los participantes en su puesta a punto, cubanito de Hialeah. “Ya nunca más nadie se acordará de él”.

El capitalismo lo corrige todo en Estado de Derecho, que lo mejora todo.

Todos contra el Covid-19. Todos contra la destrucción del idioma.


¿Sangra nuestro Martí? Carta en franco alegato de nuestra culpa (I)

Carta anónima de un escritor residente en el oriente de Cuba, quien ha preferido ocultar su firma por razones de seguridad.


El Granma correspondiente al pasado jueves 28 de enero da a conocer al fin, bajo el titular Condenados quienes ultrajaron los bustos de José Martí y con la firma de su departamento de redacción, la suerte que correrán los ciudadanos Panter Rodríguez Baró, Yoel Prieto Tamayo y Jorge Ernesto Pérez García.

  Las sentencias fueron informadas por el Tribunal Provincial Popular, según la nota, y el juicio oral y público fue celebrado el 21 de diciembre del pasado año (Causa 61 de 2020) por el Tribunal Municipal Popular Plaza de la Revolución. Los delitos imputados fueron los de difamación de las instituciones y organizaciones y de los héroes y mártires de carácter continuado; y de daños a bienes del patrimonio cultural. 

  Granma asegura que el Tribunal dio por probado que los acusados se asociaron de común acuerdo el 1ro. de enero de 2020 para desacreditar la imagen de José Martí, derramando sangre (de cerdo) sobre varios bustos y pancartas de nuestro Héroe Nacional y otros próceres de la revolución (no especificados en la nota). Hace resaltar en ella el accionar sobre el busto de Martí situado frente a la sede de la revista Bohemia (declarado patrimonio cultural). 

  El resultado final más notorio fue: quince años de privación de libertad para Panter Rodríguez, nueve años para Yoel Prieto, y un año para Jorge Ernesto…

  Por mi parte, llevo un largo año haciéndome preguntas sobre lo acontecido. Preguntas que hasta ahora no quise expresar públicamente. Llegué a pensar que la creación de una polémica podría agudizar el problema para estos cubanos, en la posible animosidad que pudiesen sentir algunos militantes de la política actual de la isla de ganar la discusión a toda costa, o en la necesidad de acentuar un oportuno acto ejemplarizante; pero, en vista a que la suerte está echada, me animo a compartir públicamente mis razonamientos. Y me atrevo a solicitar que sean examinados con independencia de lo que cada cual opine sobre el hecho o sus resultados.  

  Comenzaré con un argumento de simpleza extraordinariamente martiana: ¡Tomar quince y nueve años de la vida de estos hombres no hará más digno a ninguno de nuestros héroes, ni les sacará a ellos de la falta de decoro por la que han sido juzgados! 

  No hablo de estar de acuerdo, o no, con el acto en sí; de que nos guste, o no, el modo en que lo hayan realizado. Solo persigo una respuesta desnuda: la profanación juzgada, a pesar de haber sido hecha sobre monumentos de nuestros héroes, ¿tiene carácter físico o moral? ¿corpóreo o de principios patrios? 

  Si el descrédito a la figura de Martí no fue exactamente la naturaleza conceptual de la acción, por muy enojados que estemos con el resultado final nos encontraríamos cometiendo un acto más vergonzoso del que se ha juzgado en nuestros tribunales. Sobre todo, cuando no solo nos preciamos de ser una nación que se conmueve frente a la inocencia de nueve estudiantes de medicina juzgados injustamente, sino también de indignarnos ante la idea de que el supuesto sacrilegio a la tumba de aquel oficial español fuera una razón de magnitud suficiente como para privar de la vida a seres humanos. Esa vida que no solo puede perderse al morir, sino que se pierde igualmente cuando se le niega el tiempo y la libertad para ser aprovechada, o la posibilidad de ser rehabilitada. Sin importar lo invisibles e irrelevantes que hayan sido estos ciudadanos hasta el momento de los hechos.

  Comencemos por el rojo oscuro que matiza el caso. El Granma asegura que el Tribunal indicó que: aprovechándose de la oscuridad de la noche y de la escasez de personas en las calles a esas horas, en la madrugada del 1ro. de enero de 2020, comenzaron a derramar sangre de cerdo sobre cuantos bustos y pancartas de nuestro Héroe Nacional… Pienso que estas palabras sintetizan fríamente los emocionales discursos y comunicados que amplificaron los medios de comunicación, permitiendo una vez más que la procedencia de la sangre contribuya a inclinar la balanza de la justicia. Yo hubiera preferido: derramaron sangre (de cerdo) sobre…; como hice en el tercer párrafo de este artículo. Y creo que existen muchísimas razones para brindar importancia a tan simple detalle en la defensa.

  ¿Tenían Panter, Yoel y Jorge otra sangre para hacer uso de ella en ejercicio del delito por el que fueron sancionados? ¿Sangre humana? Matar o robar para adquirirla hubiese indicado una perversión mayor, un irrespeto, éticamente hablando, a la vida humana. También, en caso de ser sangre destinada a transfusiones, cabría la posibilidad de que afectase la salud de algún paciente necesitado de ella; o constituiría una violación de otra índole al tener que ser hurtada de una institución estatal. ¿Sangre de ganado vacuno? ¡Tendrían que ser suicidas! Si eran sorprendidos con ella, de seguro se le añadirían más años por la vaca que por el Apóstol, pues todos conocen que en Cuba le echan más años a quien mate una vaca que a un ser humano. Y también estaría claro que, aunque no fueran ellos los responsables del sacrificio, tanto paga el que mata la vaca como el que le amarra la pata. Eso sin contar las dificultades para conseguir sangre de vaca en plena Ciudad de La Habana. ¿De pollo? ¿Cuántos pollos tendrían que conseguir? Y tendrían que ser pollos vivitos y coleando. Los que se venden congelados no cuentan, porque también vienen desangrados. Así podríamos analizar hasta el infinito, pero me parece innecesario continuar, pues creo que la lógica establecida puede aplicarse a cualquier otra variante. 

   El cerdo, nos guste o no, era el animal adecuado para su empresa. Nada tiene que ver la irreverencia del nombre (cerdo, puerco, verraco) con que es conocido el mamífero de donde procedió el plasma. Por lo que, por favor, no continuemos haciendo que parezca vil su utilización. Concentrémonos en que vertieron sangre sobre los bustos erigidos en conmemoración a los próceres de la patria y alejemos una deshonesta conveniencia que le añade saña al suceso.

  No sólo el detalle de la naturaleza de la sangre debe ser analizado con mesura. También el hecho de lo que no hicieron es tan revelador en este caso como lo que hicieron; mucho más si ambos análisis resultan congruentes. Comencemos por notar que Panter y sus asociados no arrojaron ácido, que hubiera denotado explícitamente la intensión de causar daños; ni agredieron los monumentos con mandarrias, cinceles o algún otro instrumento para mutilarlos. 

  También me parece significativo que cubrieran con sangre los monumentos y no con pintura roja, por solo citar una posibilidad. La pintura hubiera sido más fácil de conseguir sin hacerse notar en la ulterior investigación. Se hubiese podido obtener en vericueto más intrincado de cualquier barrio (recordemos que aún los puntos de venta de los cuentrapropistas no estaban cerrados ni diezmados por la pandemia cuando sucedieron los hechos). La pintura roja hubiera arrojado un resultado más perdurable y difícil de eliminar, y con ello, habrían asegurado mayor cantidad de espectadores a lo largo del tiempo. Imaginemos por un momento estatuas y bustos manchados de pintura roja. El carmín hubiera agredido la blanca pureza de los ideales martianos, constituyéndose una elocuente crítica ideológica en relación al comunismo y su único partido. Con seguridad, de solo pensarlo, algunos militantes se sienten aliviados de que fuera sólo sangre el material usado.

  Bajemos entonces los ánimos, sino de la justicia, al menos en nombre del raciocinio. Si a nuestro Martí (o más bien la imagen que se erigió en su memoria) le hubieran cubierto de excrementos o hubiese sido miccionada (como aquel histórico y deshonroso hecho cometido por marines yanquis, borrachos y soberbios, que aún perdura en la memoria de los cubanos dignos), significaría desprecio de parte de los atacantes; sería una burla humillante a su memoria. Si le hubieran lanzado tripas o vísceras, indicaría algún desafecto profundo a causa de una amargura personal. Si hubieran sido cubiertos de pintura (en dependencia de las diferentes connotaciones simbólicas del color), esto hablaría de un desacuerdo. Y, si de palabras y símbolos le hubieran garrapateado, hubiese otros elementos más claros para interpretar… pero, ¿sangre? 

  ¡Sangre, cubanos! La sangre es la esencia. La representación de la vida. Un atributo de la existencia misma. Una expresión y el asiento y la demostración del ser. La sangre es savia, existencia, fundamento, espíritu, substancia. La sangre es estirpe, vínculo, memoria, tradición. Es energía, fuerza, vigor, aliento, valor. Es pasión, acción, brío, impetuosidad, entusiasmo; y también sensibilidad, nobleza, dignidad. ¡El simbolismo es evidente! 

  Concentrémonos entonces en que vertieron sangre sobre los monumentos, y tal vez podamos leer con mayor facilidad el contenido que expone la acción. Para mí, cabrían sólo tres grandes posibilidades: (1) Panter y peligroso escuadrón quieren muerto a Martí y cualquier otro prócer; lo cual debe ser descartado casi de inmediato, porque fallecidos están, mucho antes de que ellos nacieran. En este caso una metáfora sobre que deberían ser muertos dos veces quedaría encerrada en la segunda posibilidad que expongo. (2) Consideran a cada héroe como desalmados que hicieron correr demasiada sangre inocente; o sea, viles asesinos bajo el disfraz de patriotas; argumento que resulta harto improbable, sobre todo en referencia a Martí. Histórica y psicológicamente era más lógico elegir a otro. Se bastan ejemplos notables que fueron responsables de un sinnúmero de muertes. (3) Nos acusan a nosotros de hacerles sangrar después de muertos. De matarles nuevamente, de traicionar sus principios, de no honrar su reposo eterno con nuestra conducta. Este último me parece el único coherente, además de expresado con una claridad meridiana. En tal caso, habiendo ejecutado únicamente una profanación corpórea, nos dota primeramente de una responsabilidad en su condena, pues sólo deberían de pagar por el daño causado al patrimonio material. Eso tiene completo sentido y nos coloca a nosotros, sin excusas, en el banquillo de los acusados, al menos en el de nuestra conciencia. 

  Somos nosotros quienes deberíamos estar avergonzados ante la metáfora. Abochornados por haber desangrado a nuestro Martí, palabra tras palabra, verso a verso, omitiendo o permitiendo omitir de su letra la esencia de su virtud, el espíritu de su pensamiento en la construcción de la Patria de todos y para el bien de todos. Hemos sido culpables desde las tribunas y en las plazas repletas, en las pizarras y sobre los pupitres, en las reuniones oficiales y en las esquinas de los barrios, en las oficinas y junto a los surcos. Sencillamente pecamos, y Panter, Yoel y Jorge nos lo trajeron a la memoria. ¿Debían ser ellos el motivo de nuestra ira o la razón de nuestra constricción? 


La verdad puede más que la difamación… y es más rápida

A pocos días de los sucesos represivos ocurridos en las afueras del Ministerio de Cultura, las campañas difamatorias del sistema, mediante los medios oficiales, han intentado dar una visión torcida a la población. Según el pseudoabogado Humberto López, el ministro intentaba darme la mano en el momento en que yo prácticamente amenazaba su vida con un teléfono.

El sistema alega que los periodistas presentes no somos profesionales de academia. A veces me pregunto cuáles serán los estándares por los que se rigen los comunicadores oficiales. ¿Acaso no saben que Alpidio Alonso es una figura pública y, por tanto, de interés para los medios periodísticos, que puede ser interpelado, filmado en la vía pública? ¿Saben que cualquier persona —no solo un periodista— puede pedirle declaraciones y este, en ejercicio de su cargo, debe tener la decencia de responder, aun cuando solo sea para decir que no está en condiciones de prestar declaración?

La televisión cubana intenta blanquear la figura de Alpidio mostrando videos editados que filmamos los periodistas presentes. Es patética esa estrategia, dado que una gran parte del país posee internet y comparar ambas versiones ya no es tan complejo como en años atrás. No obstante, cuando dialogan con alguien que conoce los hechos, quienes no poseen internet, mayormente personas mayores que no pueden pagar los altos precios de ETECSA, si no se convencen del engaño a través de López por lo menos ponen en duda la versión que conocen del suceso.

En la tarde del sábado 30 de enero, mientras me dirigía a casa de una amiga con quien había quedado para cenar, el ómnibus en el que me dirigía casi tiene un accidente. Al bajarme, un señor se puso a hablar conmigo de lo ocurrido y a bromear sobre la forma de conducir del chofer del carro. Me contó sobre el reciente accidente que tuvo un ómnibus de pasajeros en Mayabeque.

Ya que estábamos tocando noticias nacionales, le pregunté si conocía del suceso ocurrido en el Mincult. Lo conocía pero no estaba familiarizado con lo que había pasado. No era una persona que apoyara a los manifestantes, pues obviamente no conocía a ninguno de nosotros, y solo sabía lo que mostraba el noticiero. Nunca le dije que yo era el periodista al que el ministro había atacado. Me bastó con afirmar que en los videos de internet se veía al titular de Cultura actuando con clara violencia hacia un periodista que simplemente lo estaba presentando.

Eso fue suficiente para que el señor se sumiera en la duda y comenzáramos a hablar de la pobre situación del país y lo necesitados que estamos de un cambio, algo que anhelan la mayoría de los cubanos de a pie que, como yo, toman el transporte público.

Por una parte, las imágenes reales del suceso generan indignación; por otra, las mentiras de Humberto por el NTV solo causan gracia. En menos de 24 horas por redes sociales, y en estados de WhatsApp, circularon memes y stickers sobre la reacción del ministro.

Ya la faceta de karateca del viceministro Rojas era conocida y objeto de burla, pero este último manotazo, bastante rápido e inesperado para mí, ha hecho pensar a alguno que el Ministerio de Cultura es un dojo donde sus funcionarios reciben entrenamiento en artes marciales.

En redes sociales llueven los comentarios favorables que apoyan a los miembros del 27N. Los internautas son residentes tanto en Cuba como en el exterior. Cubanos de todo el mundo, cansados de las arbitrariedades de un sistema incapaz de entenderse con los artistas, intelectuales y jóvenes que proponemos discursos que atienden a nuestras necesidades como generación. Ni los troles de Facebook, ni los posts de algunos entes oportunistas, han logrado parar la oleada de apoyo y buenas energías que han desatado quienes aman y sienten por Cuba.

A medida que pasa el tiempo son más las personas que van despertando y alzando su voz ante el cinismo con que el régimen cubano oprime a su sociedad civil. El 27 de noviembre marcó una pauta en la historia de la cultura cubana; artistas e intelectuales de diferentes generaciones, e incluso de diferentes posicionamientos políticos, lo cual incluía a personas asociadas a la institucionalidad, reclamaron el derecho al diálogo y la necesidad de escuchar a las voces más jóvenes. Voces que con virtudes y defectos serán las encargadas de asumir las responsabilidades de guiar al país, dado que la jerarquía imperante en estos momentos, por edad y ley de vida, está destinada a perecer.

Este 27 de enero se logró desenmascarar el rostro institucional, desprovisto de herramientas para entablar un diálogo y rectificar los errores que se llevan cometiendo durante los 62 años de una revolución que involuciona a la velocidad de la luz. Se evidenció el machismo oficialista, puesto que la represión contra las mujeres fue mayor y más violenta que la ejercida contra los hombres. En fin, como dice el dicho popular, salió el ratón de la ratonera.      


Un enero terrible para la libertad de prensa en Cuba

«Con 38 hechos violatorios a la libertad de prensa cierra el primer mes del año, de los cuales el 55% correspondieron a detenciones arbitrarias sin orden judicial para continuar siendo el método más utilizado por el régimen cubano para reprimir la libertad de prensa en la isla», informó este martes el Instituto Cubano por la Libertad de Expresión y Prensa (ICLEP).

«Citaciones a una unidad policial, desalojo de las viviendas donde residen los comunicadores, difamación sin derecho a réplica, restricciones del espacio digital, censura, detenciones arbitrarias y agresiones físicas fueron algunas de las violaciones que sufrieron los periodistas independientes», detalló el Instituto.

«El comunicador más reprimido durante el mes fue el colaborador del ICLEP Héctor Luis Valdés Cocho, quien el 27 y el 28 de enero fue agredido físicamente, estuvo bajo detención domiciliaria cuatro días consecutivos y en dos ocasiones fue desalojado de la vivienda que rentaba por el simple hecho de ejercer el periodismo de forma independiente», añadió.

Para conocer la lista de los comunicadores más reprimidos, clic aquí.


Fuera de juego: ¿Cómo y por qué exigir la dimisión de Alpidio Alonso?

La lucha por lograr la dimisión o sustitución del ministro de Cultura cubano Alpidio Alonso, instigador y ejecutor de acciones de terrorismo de Estado contra los creadores independientes en Cuba -quien arrebató como un vulgar delincuente el teléfono del periodista Mauricio Mendoza y encabezó la turba paramilitar que agredió a los jóvenes presentes, entre ellos varias mujeres, el pasado 27 de enero en las afueras del Mincult-, no parece del todo desenfocada, o ilusa, como han sugerido algunos en las redes sociales.

Alonso es un símbolo del trepador al uso que a través de la literatura o el arte medra con el sudor y la indefensión de buena parte del pueblo cubano. Aun cuando el régimen castrista lo defenderá a capa y espada, siendo como es Alpidio un apéndice más de su mecánica represiva, todo el ruido mediático y las gestiones que puedan hacerse en pro de su dimisión resultan inteligentes, porque contribuyen a desenmascarar y poner en la diana de los organismos internacionales y la opinión pública a uno de los instrumentos de manipulación más sofisticados, y tortuosamente eficaces, con que cuenta la dictadura para camuflar el terrorismo de Estado: la cultura y los intelectuales serviles.

Nada revela mejor la naturaleza criminal del castrismo que su ministro de Cultura repartiendo golpes. ¡La cultura esclavista, totalitaria, es siempre represiva, terrorista! En la acción de Alpidio se resumen las mazmorras de la Seguridad del Estado, los cubanos asesinados por tierra, mar y aire, las torturas y los interrogatorios, los linchamientos y mítines de repudio y tantos otros abusos y violaciones de los derechos ciudadanos característicos del régimen en el poder en Cuba desde hace 62 años:

“Dada la gravedad de los hechos ocurridos el pasado 27 de enero a las puertas del Ministerio de Cultura, artistas, escritores, periodistas y miembros de la sociedad civil integrantes del 27N, exigimos la renuncia inmediata del Ministro de Cultura, Alpidio Alonso Grau. Como ciudadanos de la República de Cuba creemos en la reivindicación pacífica de nuestros derechos y condenamos enfáticamente toda manifestación de violencia, en particular, cualquier manifestación de violencia gubernamental impulsada desde las instituciones y ejercida por funcionarios públicos”. Para firmar esta petición clic aquí.

“Yo no vivo en Cuba, pero he firmado esta petición porque ese ministro de Cultura, que da manotazos a colegas periodistas para que no transmitan la realidad, y permite la violencia contra jóvenes creadores frente al Ministerio de Cultura, no merece permanecer al frente de la cultura de un país que a pesar de ser una dictadura tiene mucho arte”. Lien Carrazana

“Lo único inadmisible de los sucesos del ministerio el 27 de enero no es el manotazo del ministro Alpidio Alonso. Eso solo ya bastaría para su dimisión y su vergüenza porque significa, además de su vulgar comportamiento, un desconocimiento y desprecio por lo que significa ser un servidor público. Pero lo que ocurrió inmediatamente después es todavía más grave: él y los otros funcionarios se quedaron mirando y hasta ayudaron en la golpiza que militares de civil le propinaban a esos jóvenes. Golpiza, literalmente, con un saldo que incluye personas con moretones, arañazos, hasta un yeso para Alfredo Martínez, que le fracturaron el dedo. Esas no son especulaciones, son hechos. Y los recalco para que sepan todos lo que están justificando y apoyando: ¡están justificando y apoyando una golpiza a ciudadanos cubanos!”. Anamelys Ramos

“A los dinosaurios solo les queda renunciar. La única manera que tienen de sostener su régimen es la violencia, el calabozo, el mitin de repudio y la mentira. Eso quiere decir que ya perdieron”. Luis Dener

Perdieron y ahora le caen a patadas a la mesa. Son ellos los que están fuera de juego.


La afónica Libertad y los 20 provocadores

Libertad es el nombre de la mujer a la que mejor le salen las croquetas en Cuba, y apostaría mis uñas que también en el mundo.

Libertad es una mujer dulce como ese saborcito tierno que tienen las buenas croquetas, ya sean de pescado o de pollo. Pero Libertad puede quemarte la lengua, el cielo de la boca y el esófago, si la muerdes en el momento inadecuado. Como ese día en que la cola de la carnicería había sobrepasado los límites de la ternura humana y en el que decenas de personas, aun siendo de noche, continuaban acumulándose esperando por que el carnicero terminara de hacer su inventario y se dispusiera finalmente a vendernos esos espinazos de jurel con ojos. Yo detestaba el pescado, pero amaba las croquetas de mi mamá.

No sé bien qué fue lo que provocó el estallido, pudo haber sido una mosca, pudo haber sido una mirada, pudo haber sido el calor. Lo que sé es que yo llegué a llevarle café a mi mamá, que se aferraba a una de las rejas de la carnicería, y de pronto, se armó. El carnicero, atrincherado detrás del mostrador todavía enrejado, gritó amenazante:

-¡Voy a vender! Se me organizan… si no, no hay na´ pa´nadie hasta mañana…

Una señora algo murmuró con ojos saltones. Silencio. Un perro ladró por allá lejos. La señora insistió con el murmullo, esta vez señalando a la mujer más tranquila y dócil de la cola, señalando con sus ojos de jurel sin oxígeno a mi mamá, y Libertad simplemente estalló. El cardumen humano comenzó a agitarse sin piedad ni sentido aplastando contra las rejas, aun cerradas de la carnicería, a los que estaban próximos a esta, también a mi mamá y a mí. Mi mamá gritaba y gritaba, ya no tanto porque se respetara la cola, sino porque la dejaran sacarme a mí de ese vórtice de brazos y piernas sin cabezas. Escuchar a mi mamá en ese estado es un punzón frío en el estómago, como eso que no se debe presenciar jamás. Y es que Libertad, cuando se incendia, pierde la voz. Su voz es grave como un trueno bien sonado pero de tan abajo que se va, de tan profundo sale que se va perdiendo entre los intestinos y llega sin fuerza a su garganta, y comienza a salirle un humo seco y disonante por la boca, hasta quedarse afónica. Mi mamá perdió por minutos la voz y su turno en la cola ese día.

Mi mamá es una mujer tranquila que te acurruca con su mirada. Pero mi mamá lleva por dentro, guardada entre costilla y costilla, la infancia feroz que se tiene cuando eres la penúltima de nueve hermanxs amontonados en un cuartico de un solar en los Pocitos, Marianao. Sí, nueve hijxs crió la abuela sola. El abuelo aparecía para poner el nombre y dejar la próxima semillita, largarse y volver para poner el nombre… y así. Por lo que la disciplina autoritaria dictatorial impuesta por mi abuela, para criar a nueve bocas en la miseria, era tan humana como necesaria. A mi mamá le pusieron Libertad porque el abuelo era un pobre más entusiasmado con la Revolución. Y mi mamá, Libertad, salió rebelde y mansa a la vez; ella le tiraba un reloj despertador a la abuela, la abuela a ella un jarro. Cosas de madre e hija, nada del otro mundo.

Habría pasado quizá un año o dos del suceso de la carnicería. Yo había entrado en L y 19 (la escuela de ballet), mi mamá y yo nos despertábamos a las 5 am porque debíamos estar en la parada a las 6 am a más tardar, si no, no habría forma ni espiritual ni física de que pudiéramos llegar de la Habana Vieja al Vedado para entrar a clases a las 8 am. A pesar de las medidas tomadas, casi siempre llegábamos ras con ras, con el corazón en la garganta oliendo a petróleo. Mi mamá, que bien sabía que todo en mi corta vida me avergonzaba, para tranquilizarme siempre me decía:

-No te preocupes, una vez montadas en la guagua el viaje no dura más de 10 minutos. Vas a llegar a tiempo.

Y sí, la distancia era bochornosa, en un pestañear se llegaba, tres paradas, no más. Pero, aun así, era ley: a las 6 am había que estar en la parada y esperar, y esperar, y a veces no bastaban las horas de pie. Esos, en secreto, eran mis días preferidos, esos en que, por más que la multitud toda, concentrada, mirara fijamente al mismo punto que nunca se convertía en guagua, la guagua, vulgarmente, no pasaba. 

“No se va entonces a la escuela -decía Libertad, molesta con la ruta 222-. Es mejor no llegar, que llegar tarde”. No sé qué filósofx habrá dicho esta frase, quizá fue mi mamá, pero yo concordaba completamente con ella. Escuchar esta sentencia y sonreír, eran momentos de verdadera felicidad para mí; regresar a mi casita, a esa hora de calma en que todos los otros pobres niñxs ya estaban metidos en sus jaulas, perdón, en sus aulas.

Pero desgraciadamente no podía ser esta una constante, y Libertad decidió entonces mudar de estrategia y pasar de la guagua al camello. A un costado de las ruinas del teatro Martí, estaba la parada del M-1, el camello rosado que venía de Alamar sabroso, desbordante, con racimos de personas colgando de sus tres puertas. Yo, con mis 10 años, me preguntaba por qué había tanta gente desesperada por ir a su trabajo; yo iba a la escuela porque era obligatorio, no entendía por qué los adultos se mataban por llegar a su trabajo si eran adultos y nadie los mandaba. Pero, en fin, quién entiende a los adultos.

En uno de esos días salvajes, en que nos tocó viajar en la puerta, Libertad volvió a quedarse sin voz al discutir con la cobradora del preservativo en el dedo. Otra vez no sé cómo empezó, supongo que eran tiempos en que los motivos sobraban. Entre la puerta uno y las dos, entre veintitantas personas de por medio, mi mamá y la conductora se fajaron a gritos mudos de Libertad, y de parte de la conductora nos llegó un reglazo que le arañó la frente a mi mamá.

El año pasado, Marieta y yo nos adentramos en las aventuras habaneras del transporte público. Ya no eran camellos rosados, ahora eran gacelas amarillas. Pasó algo más que un mes, así como quien se castiga por alguna culpa oculta, y estuvimos haciendo colas para llegar a un círculo infantil. Marieta tenía un año y medio y yo sólo 49 kilos de huesos. Un día, después de esperar, después de quedarnos para la próxima, después de forcejear con mi hija cargada, y de gritar un Pinga que todos escucharan, decidí, como diría el apóstol, arrancar mi derecho de pasar primera en la cola. Pregunto en la caseta de inspectores y me dicen que por supuesto, pero que pida permiso en la cola.

-Yo, yo soy la primera -me respondió una muchacha-. Por mí, bueno, no sé, si tú quieres montarte primero… por mí… si la gente de la cola no tiene ningún problema, por mí normal.

La muchacha de los mil “por mí”, la primera, la de chicle en boca y sombra rosada en los párpados, asumió que yo le estaba pidiendo permiso para colarme con mi hija en brazos. Al intentar sin éxito explicarle que sólo por cuestión cívica le estaba avisando de lo que pasaría cuando llegara la ruta 10, su expresión fue aún más anodina, por lo que la tercera de la cola entendió que era su momento de hacer tribuna.

-Yo nunca hice eso. Con ninguno de mis dos hijos, nunca pedí un favor para que me pasaran delante, y nunca jamás me colé en una cola. Desde chiquiticos conmigo para todas partes, y nunca pedí nada de eso.

Este monólogo lo decía la tercera de la cola, mientras la cola de hombres viejos y viejas, mujeres y adolescentes, empezaba a acompañarla con frases sueltas, pero de apoyo a la muchacha, la tercera, de rayitos rubios y debajo de un pegoste de pestañas rizadas su mirada de repudio, sintiéndose más mujer que yo, mejor madre que yo, más sacrificada que yo, más fuerte que yo, mejor persona que yo.

Yo, que no me llamo Libertad, pero me incendio de la misma manera, escogí bien las pocas palabras que podría decir antes de quedarme sin voz, como mi madre, porque ya siento que viene ese vendaval que comienza en el cuello del útero y no he aprendido a domesticar. Bien podía quedarme callada e ignorar los comentarios de asco por estar “colándome” con Marieta cargada, esperar como piedra delante de todos, pero en vez se me ocurrió algo peor, siempre se me ocurre algo peor.

-No estoy pidiendo un favor. Estoy reclamando un derecho -dije.

Es en este momento en que siento se hace otra vez ese silencio en que se escucha un perro a lo lejos como el día de la carnicería, y en las películas del oeste corre una brisa que arrastra una pelusa gigante del desierto… y se puede escuchar el silbido de Morricone en el legendario Parque de las Piedras, que antes de las gacelas nadie sabía que se llamaba así.

Se escucharon suspiros, freidores de huevos, murmullos helados, cuchicheos con risitas picantes, y a la muchacha tercera de la cola: sus pestañas se entorpecían, las de abajo con las de arriba, el ojo izquierdo le picaba desde la córnea, los cachetes le temblaban y el labio superior intentaba disimular con una sonrisa de animalito hambriento.

Esa palabra. Derechos. Ella no quería escuchar esa palabra insulto, ella quería una ofensa personal, un grito en una mala palabra común, y muy probablemente ella, en el fondo, como yo, lo que quería era sangre. Y ella no sabía los deseos genuinos que habitaban en mí, de descargar todos mis fracasos con el puño bien cerrado en el centro de su tabique y desviárselo, y hacerle sangrar su labio nervioso, a ella y a todos y todas lxs zombies que me vieron por un mes hacer cola y quedarme fuera cuando se les antojaba marcar a sus amigxs y tenía que esperar otra media hora con mi hija en brazos bajo un agosto terminal. Ella, la de las pestañas rizadas y yo, queríamos redundar en la violencia familiar y cochambrosa que compartíamos.

Me acordé de Libertad afónica y aquella señora jurel, y pensé entonces en el carnicero diabólico que juega con el hambre y la paciencia de unas madres.

Me acordé de mi abuela tirándole el jarro a mi mamá por sentarse en el quicio, y pensé entonces en mi abuelo que hizo nueve hijxs y no les dio más cariño que un nombre y un apellido.

Me acordé de mi mamá afónica otra vez y la cobradora del camello, y pensé entonces en el chofer que decidía parar una cuadra antes o una cuadra después de la parada, jugando con el tiempo y la cordura de trabajadores y estudiantes.

Estas pequeñas y tranquilas acciones que conducen a la precariedad de las bestias en lycra que somos. Pienso en estos gestos diminutos que se terminan con la uña o con la punta de la lengua, estas decisiones previas a la histeria y el caos, e imagino un alquimista recopilando estas dosis moleculares de violencia y creando un extracto poderoso e inoloro, y vendiéndolos en frascos con goteros. Una gotita de extracto de violencia vertida en una cola, del pescado o del camello, sería suficiente para movilizar los odios personales, los egos maltratados, los estómagos vacíos, los alientos estragados, las úlceras de trámites inconclusos.

Y vuelvo a mí, que no voy a mentir diciendo que decidí, centrada y consciente, dialogar; debo decir que simplemente no pude cumplir mi sueño de fajarme en una cola, que me dio por hablar y convencer a la cola de mis derechos y obtuve un silencio burlón, quizá más opresor y violento que un buen piñazo.

Y entonces llego a este suceso del 27 de enero. Y no, no sucedió en una carnicería del barrio Jesús María en la Habana Vieja, ni en una cuartería pobre en los Pocitos, tampoco en la cola del camello, de la parada al costado de las ruinas del teatro Martí, tampoco en la cola para la gacela ruta 10, en el parque de las piedras que está en diagonal con el finalmente restaurado teatro Martí. No, es la víspera del natalicio de Martí, en el Vedado, y unxs muchachxs, necixs ellxs, tienen al ministro con dolor de pecho, porque se les ha metido en la cabeza que quieren dialogar. Mira tú, qué cosa se les ocurre a estxs muchachxs artistas, además. Dialogar, dialogar: palabras con palabras, con el ministro poeta de cultura. Qué provocación. Inaudito.

Lxs muchachxs no encuentran mejor manera de pasar la espera en lo que el ministro se decide, o en lo que el ministro espera que llegue la guagua que lxs va a recoger a todxs minutos después: lxs provocadores, que eran 20, optan por leer, poesía de Martí, frente al ministerio de cultura, homenajeando la espera del poeta ministro y el natalicio de El poeta.

Bien, ¿qué es lo que sucede cuando una persona toma este camino, mal conocido como el camino más sabio? ¿Cuántas frases hechas vomitivas existen al respecto sobre lo valioso de dialogar, de la fuerza y lo victorioso que es ganar la batalla con las palabras? Nadie te dice qué es lo que sucede después, cuando por ejemplo te vas por el camino del diálogo y te encuentras con un muro, impávido, blanco, adoctrinado y canoso, heterosexual, falogocéntrico y panzón. Y ese muro con el que se intenta dialogar, es poeta y es ministro y de cultura. Imagínate tú. ¿Y qué pasa cuando a este muro poeta, cervecero y ministro, le da por salir de su mansión, de abandonar su buró, y con ganas de participar, sale a dar su rostro de poeta y ministro, y cuando alguno espera que ya que es poeta y ministro pueda finalmente comenzar el diálogo, pues el funcionario de cultura opta por este gesto pobre, insulso, cargado de esa ira ya podrida, el popular Manotazo? Este manotazo, que funcionó como detonador para la represión que sucedió segundos después. Seguramente venía con una dosis alta de ese extracto de violencia que también se desprendía de los poros del carnicero de la calle Apodaca, y del chofer del camello y del abuelo progenitor. Todxs son portadores de estas gotitas, pero por ser el ministro no poeta, pero sí funcionario de alma corrupta, la violencia articulada se ejerce de manera jerárquica, como la de un rey que manda a la guillotina a sus pobladores por osar permanecer unas horas en el frontis de su palacio. Un rey que tiene el poder de hacer morir y dejar vivir.

Pienso otra vez en esas pocas veces que me enfrenté a la ignorancia de una cola y no pude ser tan violenta como hubiera querido. Pienso otra vez en el ministro tan pesado, tan cargado de funciones con ese lenguaje corporal tan machiciento, enfrentándose a unxs nuevxs muchachxs, estxs muchachxs que defienden básicamente el derecho de ser que les ha quitado, porque el humano es lenguaje, es palabra primero, si no, no fuera, no pudiera ser nombrado como tal, y aun menor sería la posibilidad de su existencia, la posibilidad de ser humano.

Y vuelvo al ministro, en ese momento en que se muestra, la carga colérica que desparrama en los hombres nuevos. No los hombres nuevos que pretendió la revolución y de la que salieron el chofer, el carnicero, mi abuelo y hasta el propio ministro, no, estos “hombres nuevos” que pueden ser mujeres, que pueden ser cuerpos libres y disidentes de varios sistemas, que pueden ser ellos, como pueden ser ellas como pueden ser elles, ellxs en los que vive la poesía de Martí, y que vencen en su fragilidad. Tengo en mi cabeza una imagen producto del sobreconsumo cursi kitsch tecnológico, un algo audiovisual, del recorrido en cámara lenta de una bala que al final se convierte en flor (no estoy segura, quizá me la inventé y son mis intestinos los que producen esta miseria visual), en fin, tengo esta imagen, pero al revés en mi cabeza. Estos hombres flores, frágiles y frescos como mariposas amanecidas, que al toparse con el muro ministerioso y poeta trapero, se convierten en balas y lo despingan. Sí, lo despingan, literalmente, vulgarmente, hermosamente. Atraviesan su cerebro falocentrista y lo deshacen en esferitas de confetis polvorientas pero alegres.

Y es que ya el ministro perdió no solo su cabeza con papada, perdió el control sobre las ideas, quizá ya entendió lo imposible de su hazaña y por eso le fue imposible evitar el dichoso manotazo. Una vez que una idea surge y contagia, puedes golpear al cuerpo, puedes humillar la honra, puedes difamar, mentir, abusar de la cámara lenta en las noticias, lo que desees, ministro, pero la idea persistirá. No puedes, querido ministro Alpidio Alonso, no puedes extraer las ideas una vez plantadas, ya están ahí germinando, creciendo revoltosas en el pecho de las personas, no las puedes arrancar, no de raíz, y por más que mandes a chapear van a volver a crecer, porque el suelo está fértil, porque ya la tierra prendió.

Y quizá, quién sabe, y hasta también las hierbas silvestres, como mi mamá y yo, comenzamos a crecer donde menos se lo esperan. Y dejamos de ser cuerpos sumidos en la violencia que nos inoculan. La que nos ponen como vacuna al nacer, dosis de placebo como mecanismo de defensa para protegernos de la misma violencia que ellos propician.

Y en ese momento en que la rabia te muerde el hígado en una cola, seamos capaces de guardar la voz y cerrar los ojos, cambiar el ángulo, abrirlos y buscar dónde está, ¿al frente, al costado? ¿Dónde está ese que observa calmado, cómplice como un carnicero, o un abuelo revolucionario, o un ministro Alpidio o un chofer de camello, o un viceministro Rojas? ¿Dónde está y quién lo puso ahí? A esta figurita despreciable que presencia regodeándose en la violencia que ellos han consentido, normalizado, naturalizado, en una cola para el pescado o la guagua, en una familia, en una institución.


Colombia en la mirilla de ‘los cubanos’

Apareció en Semana. Publicaron un dossier secreto, escrito por los cuerpos de inteligencia, y destinado al presidente Iván Duque. Esto sucedió tras la entrada en la publicación del “Grupo Gilinski”. El sensacional contenido revela la manipulación e injerencia cubanas en los asuntos políticos internos. Semana es una muy importante revista colombiana dirigida por la periodista Vicky Dávila.  

Colombia está en la mirilla de “los cubanos”. Naturalmente, Miguel Díaz-Canel, el propio presidente de Cuba, lo ha negado, pero la huella está clarísima. ¿Por qué La Habana se ha dedicado a conquistar Colombia? Por, al menos, tres razones. Porque ya dominan Venezuela y el país ha sido minuciosamente saqueado y destruido. Cuba necesita un reemplazo en las fuentes de suministro de petróleo y de fondos económicos. La Isla tiene un sistema absolutamente parasitario e improductivo al servicio de los militares y no quiere cambiarlo. 

En segundo lugar, porque cuenta con viejos apparátchiks como Gustavo Petro e Iván Cepeda. Ya no hace falta derribar a cañonazos las viejas estructuras de la República. Basta con participar en los comicios y ganarlos. Los Quisling están dentro del país, como sucedió con Chávez y Maduro. Y tercero, porque Cuba lo ha hecho siempre y lo ha hecho “bien”. Los toros de lidia embisten porque embisten. No hay que buscar culpables ni jugar al psicoanálisis. Está en su naturaleza.

Iván Duque deberá decidir lo que hace con el régimen de La Habana. Ya sabe que José Luis Ponce Caraballo, el embajador cubano, es un risueño y hábil oficial de inteligencia adiestrado para penetrar y ganar amigos, como me dijo el ex oficial de inteligencia cubano Enrique García, exiliado en Miami. Y sabe, además, que Colombia es un objetivo apetecido por la producción de petróleo (aunque haya mermado mucho), y la capacidad de producir alimentos para el hambreado pueblo cubano. 

Si rompe relaciones, afirman “los cubanos” sotto voce, le sueltan la jauría interna, incluso el ELN, creado por ellos hace medio siglo. Pero si no rompe, los operadores políticos cubanos hallarán la manera de que Petro gane las elecciones. “Chávez tenía menos del 5% cuando comenzamos a funcionar en 1998. Al final derrotamos a Henrique Salas Römer por un amplio margen”, dicen ufanos.

Si la conquista de Venezuela le llegó a Cuba cuando Fidel estaba vivo y existían algunas esperanzas de que mejorara la calidad de vida del pueblo cubano, hoy no hay casi nadie dentro de la Isla que piense lo mismo con relación a Colombia. Todos han visto con pavor la destrucción paulatina del país. La caída en picado de la producción petrolera. La incapacidad de Caracas para producir alimentos o para cumplir sus compromisos financieros. Los apagones de electricidad. El exilio súbito de casi seis millones de venezolanos. En fin: han visto en Venezuela lo que sucede cuando se copia el modelo cubano de convivencia. 

¿Para qué someter al pueblo de Colombia al horror venezolano o al cubano? ¿Por qué recorrer el mismo camino si los cubanos están ensayando o estudiando cómo liquidan el modelo soviético calcado de la URSS en los años sesenta, cuando existía la URSS, y cuando Fidel, Raúl, el Che y otra docena de “revolucionarios” se creían el cuento del marxismo e impusieron una dictadura implacable. ¿Qué harán después de destruir Colombia? ¿Lo intentarán con Brasil?

Estas preguntas deben hacérselas los propios responsables de América Latina en la administración de Joe Biden. A lo largo de muchos años, desde los gobiernos de Clinton y su sucesor George W. Bush, han invertido miles de millones de dólares en fortalecer a Colombia, un aliado eficaz y sincero en la lucha contra el narcotráfico y por la preservación de la democracia. ¿Permitirán que todo ese esfuerzo se desvanezca? ¿Permitirán que los sacrificios y los muertos carezcan de propósitos? 

Uno de los síntomas del tercermundismo es hacer tabla rasa de los actos de gobierno del antecesor. No todo lo que hizo Trump fue incorrecto. Uno de sus últimos decretos fue incluir otra vez a Cuba entre las naciones que auspician el terrorismo. Lo hizo por otras razones, mas Biden puede no morder el anzuelo y utilizar esa designación como un elemento de negociación. Seguramente el presidente Obama se precipitó en eliminar la descripción de “terrorista” del estado cubano, pensando que bastaban las buenas intenciones de uno de los dos contendientes para que el otro cambiara su comportamiento. Pero Cuba continuó devorando los despojos de Venezuela. No se había percatado de que los toros de lidia están programados para embestir. Es su naturaleza. 


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