Los totalitarismos y populismos del último siglo han cimentado su dominio de las grandes masas sobre dos bases fundamentales: la estructuración de instituciones y cuerpos represivos que cumplen minuciosamente su papel y el control sobre la información, cuya primera finalidad es moldear el pensamiento automático y aguijonear el referente nacionalista del animal ideológico, gregario, que potencialmente somos.
Cuando el Estado cede en su control sobre el ámbito informativo –véase si no el proceso impulsado por Mijail Gorbachov en la antigua Unión Soviética, más conocido por Perestroika, o las manifestaciones de julio pasado en Cuba (11J), que la población pudo coordinar gracias a Internet– la sociedad comienza a salir de su modorra. Cuando el Gran Hermano se abstiene total o parcialmente de reprimir –recuérdese también la revolución de terciopelo en algunos países centroeuropeos–, el ciudadano adquiere protagonismo. De ahí la doble estrategia castrocanelista del palo y la desinformación. La nomenklatura bajo ningún concepto puede darse el lujo de tolerar la libre información ni las protestas pacíficas. Es cuestión de vida o muerte para el totalitarismo nacionalsocialista de los cuatreros de Birán.
¿Dónde está la famosa soberanía cubana, por ejemplo, si ni un solo cubano en Cuba puede reclamar públicamente independencia del Partido Comunista en el poder? ¿Por qué reprimir a miles de manifestantes el 11J cuando la mala imagen resultante daña significativamente el referente que mencionaba arriba?
Porque los totalitarismos y populismos del último siglo, a pesar de su manifiesta incapacidad en materia económica, han preservado el poder enarbolando ideologías que no admiten fisuras. A la imagen del sujeto libre, independiente, han contrapuesto la Matrix del atrincheramiento –condimentada, ya se sabe, con la envidiosa pimienta del nacionalismo «antiimperialista» o «antiglobalista»–, en la que el hombre, para no ser esclavo de sí mismo, debe ser esclavo del Estado provinciano. Y para que lo sea efectivamente debe tener mucho miedo y mantenerse informativamente incapaz.
No obstante, ni siquiera así, en este siglo de globalización informática y explosivas crisis en cadena, es posible aplazar indefinidamente el cambio. Ni siquiera contando con la clamorosa desidia de un sector de la población amaestrado. Ahí está, entre otros muchos ejemplos, la Libia del Gadafi atroz para corroborarlo. Ahí está el 11J, cuya continuidad ya anuncia el próximo 15 de noviembre. Antes o después, pero más temprano que tarde, sobrevendrá la gran liberación cubana. Es solo cuestión de tiempo.