‘Un ciervo herido’, testimonio sobre las UMAP de todos y para el mal de todos

Félix Luis Viera (Facebook)

Mi verso es de un verde claro

y de un carmín encendido.

Mi verso es un ciervo herido

que busca en el monte amparo.

José Martí


En 1965, cuando yo tenía 10 años, comenzó la pesadilla de las UMAP, esas eufemísticamente llamadas “Unidades Militares de Ayuda a la Producción” que en realidad fueron campos de concentración y de trabajos forzados para los “diferentes”, echando por tierra –literal y en sentido figurado– el anhelo martiano de una república “con todos y para el bien de todos”, que se trastocaría en una pesadilla de todos y para el mal de todos. Hasta los niños a partir de los doce años tuvieron que ir a trabajar obligados a la agricultura, dentro del nefasto plan “La Escuela al Campo” y luego del fatídico plan “La Escuela en el Campo”, por lo que a partir de los doce años, y hasta los diecinueve, yo también tuve mi pedacito de UMAP, 45 o 60 días cada año; período que odiaba como pocas veces he detestado algo en mi vida.

Félix Luis Viera ha escogido precisamente un verso del apóstol de nuestras libertades para titular su novela sobre la que quizás ha sido la más antimartiana de las maquiavélicas acciones del secuestrador en jefe de las mismas: la creación de la UMAP –que es como se ha despluralizado dicho engendro en el imaginario colectivo cubano y en su memoria histórica–, cuya lectura me ha corroborado lo que en mi inocencia infantil ya había intuido y rechazado: el trabajo forzado, y en condiciones deplorables, que el régimen castrista nos impuso a niños, adolescentes, jóvenes, trabajadores, militares, y a las personas que no simpatizaban con la Revolución o se apartaban del modelo totalitario impuesto por Fidel –como los Testigos de Jehová y los homosexuales, entre otros– para formar al llamado “hombre nuevo” por encima de la voluntad de la familia y de los propios neoesclavos.

Félix Luis describe fielmente en su libro las circunstancias y el ambiente de la Cuba castrista en los tiempos de la tenebrosa UMAP, donde Stalin Gómez y Brisa Jiménez, e incluso la propia Monga Alicia Castro, son arquetipos fácilmente reconocibles para cualquiera de los que fuimos cederistas –los más, de seguro, de los que hemos leído el libro–; y su alter ego Armandito Valdivieso nos conquista desde el inicio con la que presumo es también la propia honestidad del autor, donde ni la “bugarronería ocasional” del personaje es ocultada sino expuesta con una descripción de la “atmósfera circunstancial” en que se va “desatando” dicha bugarronería, digna de un tratado de sicología que pudiera resumirse con una frase de la sabiduría popular: “En la guerra, cualquier hueco acaba siendo trinchera”.

Admirable es también el original contrapunteo epistolar entre madre e hijo, donde cada quien se desnuda ante el otro como si no fueran tales sino dos cómplices, dos víctimas, dos partes “copadecientes” de lo mismo, según el muy ajustado gentilicio que emplea Armandito/ Félix Luis para referirse a sus compañeros de infortunio.

Ejemplar es también la construcción in crescendo de los escenarios para la “justificación” de los dos episodios más violentos e impactantes de la trama: la locura “lanza-fuego” del negro fabricante de las chancletas de palo para toda la compañía –que parecerá surrealista para cualquier extranjero pero no para los sufrientes habitantes de la isla “ex-más hermosa”–, y el momento cumbre, cuando Guillermo la Rumba degüella al sargento que más lo había humillado y rebajado, y es fusilado por ello.

Regresando al preámbulo en que el CDR se reúne para enviar a Armandito a la UMAP, me encantó la cambiante adjetivización del culo inmenso, avasallante, descomunal, abismal, estepario, de la compañera que redactó el informe preliminar sobre Armandito, rejuego que me evocó de cierta manera al autor de Tres tristes tigres.

Finaliza el libro con una entrevista al teniente que encontró a Armandito clavando al Chino en la letrina, con la que el autor vuelve a ratificar su extraordinaria cualidad de cronista honesto, que habiendo sido juez y parte –algo sumamente difícil en la vida real– le da al lector los elementos para que sea éste, y nunca el escritor, quien lo juzgue, recurso que ya había utilizado cuando pone en boca de Andrea Ginarte, “La Guerrera”, sus opiniones sobre Stalin Gómez, “un comunista de verdad” (escasos pero que parece que sí existen, o  existieron).

Es muy valioso e importante que libros como este sean escritos y leídos para que las nuevas generaciones tengan elementos suficientes para poder “evaluar” afirmaciones como las que recientemente hiciera en México Mariela Castro, sobrina e hija respectivamente de los dos grandes culpables del horror de la UMAP:

“No es tal cual como se ha contado. No todas las UMAP tuvieron los mismos comportamientos. No en todas había directores homofóbicos.

“Una nación viviendo una epopeya tan compleja, que llevaba cambios inimaginables. Era realmente difícil tener la capacidad para ser justos en todos los temas, además, en una sociedad machista.

“Ni siquiera en el ámbito científico internacional había conciencia entonces de que la homofobia era una forma de discriminación.

“De las UMAP hay relatos y trabajos de ficción, con algunas verdades, muchas mentiras y realidades sobredimensionadas”.

Le responderé a la delfina del castrismo con el libro de Félix Luis en mano –que no tiene nada de ficción, supongo–, y la invito a que se detenga en la descripción de las barbaridades que tuvieron que sufrir los Testigos de Jehová en las UMAP –los verdaderos héroes de esta triste historia, porque nada de eso pudo doblegar su fe–, ya que no todos en la UMAP eran homosexuales, como ahora trata de esgrimir el régimen para achacar esos “excesos” a “la homofobia que había en esa época en Cuba y en todo el mundo”.

En el colmo del sin sentido, la sexóloga anunció que “el Cenesex investigará el tema, partiendo de los testimonios que tiene y de otros que ya le anuncian personas interesadas en narrar sus vivencias”, ya que si la investigación es para buscar y juzgar a los culpables, tendrá que sentar a su tío y a su padre en el banquillo de los acusados.

Gracias, Félix Luis Viera, por este libro necesario y justo, y por tus seis contundentes respuestas a Mariela en Cubaencuentro. Eso sí, ojalá que el ejemplo de los Testigos de Jehová nos anime a todos en nuestro devenir, para que seamos más coherentes entre el pensar y el decir, entre el decir y el hacer, como lo fueron ellos en tan deplorables circunstancias.