Armando de Armas

Armando de Armas

 

El escritor Armando de Armas, autor de Los naipes en el espejo (Neo Club Ediciones), responde las cuatro preguntas esenciales de nuestra página, una manera práctica de profundizar, con el creador, en su obra y sus experiencias:

Puente a la Vista (PV): Cuéntenos sobre sus inicios en la literatura. ¿Qué le impulsó a escribir y cuáles fueron sus primeros textos?

Armando de Armas (AA): Mi primer texto fue un infame libro de relatos que terminé quemando precisamente por infame; destruir el cuerpo para salvar el alma como estimaban los sabios del Santo Oficio. Luego vino La tabla, novela que finalicé en Cuba en 1990 pero que vine a publicar 18 años después en España, en 2008. He padecido la censura pura y dura en la isla y la impura y dulce en el exterior. Ya he contado en otro sitio que me crié cerca de Santa Clara; un sitio, por así decirlo, fuera del tiempo, de la historia. En el que los muertos y los vivos, la realidad y los sueños, se interrelacionaban en un maridaje sin rupturas; crecí oyendo historias de aparecidos y tesoros escondidos, de bandoleros y piratas, historias a las que se daba tanta credibilidad como a las historias de una realidad escabrosa, marcada por peleas de gallos, incestos, raptos de mujeres y duelos a machete, además del trabajo cotidiano y embrutecedor.

La historia irrumpió una noche, mi madre embarazada de mí, en que asaltaron la casa los terroristas del 26 de julio, y le pusieron una pistola en la sien a mi padre para quitarle una escopeta 16 de dos cañones; mi madre por poco aborta…

Mi abuelo paterno con ocho años fue mensajero de las tropas de Máximo Gómez durante la invasión al occidente de la isla, durante la Guerra de Independencia. Me contaba muchas historias sobre la guerra, sobre el horror de la guerra. Un hombre temible mi abuelo José de Armas, pero me regaló mi primera bicicleta, de la marca Niágara americana. Conocí otro veterano de la independencia, hizo la invasión a las órdenes de Gómez con el grado de sargento. Había matado varios hombres, en la guerra y después durante la República. Él me curó el asma, un infierno el asma, la medicina no pudo y aquel hombre, blanco y de ojos azules, que se había iniciado en la regla de Palo Monte con los congos insurrectos, me curó. En mi casa no había libros, es más, leer era una actividad sospechosa. Aunque agradezco a mi madre que me regalara Simbad el marino, relato legendario conocido debido a Las mil y una noches, obra a la que no pertenecía en origen pero a la que se incorporó entre los siglos XVII y XVIII. También un primo presidiario me regaló un libro de poemas, Duro oficio el exilio, del poeta y dramaturgo truco Nazım Hikmet Ran. Fueron mis primeros libros, además de la Biblia.

Mi abuela materna había sobrevivido la reconcentración del general español Weyler en la mencionada guerra e integrado después las células de acción del ABC contra el general Machado. Mandaba a sus hijos a poner bombas, a volar puentes. Me contaba esas cosas. María Quintana era una mujer recia, pero dulce. Recuerdo un caballo de madera, mi Clavileño, que ella misma confeccionó y talló para regalármelo. Ningún caballo súper tecnológico de Disney World   le supera en encanto. De ella escuché las historias de Genoveva de Brabante, Tirante el Blanco, Amadís de Gaula y el Cid Campeador, historias que para ella eran todas verídicas. Es curioso, ya hombre, vi a dos presidiarios que, retándose a muerte, escupían parrafadas enteras de La Iliada de Homero, uno en el papel de Aquiles y el otro en el de Agamenón, ambos analfabetos totales.

Armando de Armas

Es como si yo, en plena mitad del XX, tuviera el privilegio de experimentar lo que sería el origen mismo de la literatura, su oralidad; ver que la vida no sólo influía en la literatura, sino que la literatura de insospechadas maneras influía también en la vida, y más extraño aún, el privilegio de ver cómo determinaba en las vidas de los seres más alejados del intelecto (mucho más que en las vidas de la gente que se tiene por culta), puesto que para ellos la literatura era realidad histórica, no ficción.

Toda esta vitalidad anómala, más el aprehender la novelística de la caballería y la picaresca, la simbiosis del pícaro y el caballero en el Siglo de Oro Español, es lo que vengo a reconocer como el fundamento de mi formación de escritor. Pero empecé a escribir tarde, como a los 28, pues paradójicamente para poder escribir hay que haber vivido mucho y a la vez dejar de vivir, nadie escribe mientras folla, o se fuga, o pelea o se adentra en las nieblas del alcohol, y hay que parar eso, ese accionar, aunque sea momentáneamente, para acometer el acto de la escritura, y yo no quería parar lo primero para entrar en lo segundo, dejar de vivir para narrar lo vivido, que eso, para mí, es esencialmente la escritura: vivencia recreada. Bueno, hasta que me obligaron. Una noche recibí en una reyerta un tajo de 22 puntos en mi hombro derecho que me mandó directo al hospital y allí, sin otra opción, empecé a escribir, garrapatear, relatos con la mano izquierda. Aunque también, he de confesar, ni allí dejé de vivir lo que pude, pues con la misma izquierda tocaba las lindas nalgas a la enfermera que diligente me atendía. La muchacha se enamoró de mí y después, apenas recuperado, me regalaba pomos de alcohol de 90 grados para que siguiera viviendo, tomando, y después contarlo. A pesar del toqueteo de nalgas y de los pomos de alcohol fue un amor platónico, creo que la enfermera temía al escritor o a lo que vivía el escritor para después contarlo; a lo que venía convoyado con el escritor. Temía a la vida del escritor, que era una vida cercana a la muerte; quizá la única vida posible. Siempre me surge la pregunta, la duda: ¿he vivido lo que he vivido porque lo he buscado para escribirlo, o lo vivido viene a mí para ser escrito?

 

PV: Defina o mencione brevemente, por favor, aquello que los lectores descubrirán, o conocerán, a través de sus libros.

AA: En la ensayística encontrarán el desmontaje despiadado de los mitos disfuncionales de la modernidad al uso. En la narrativa, la recreación de los mitos fundacionales y cosmogónicos reflejados dentro de la existencia individual. En la ensayística desmitifico la realidad mientras en la narrativa mitifico la realidad.  En ambas cuento, canto, la experiencia de vida en dos niveles diferentes.

PV: Mencione tres autores o libros que considere fundamentales o que lo hayan inspirado o influido durante su trayectoria creativa.

AA: La Biblia (sobre todo el Antiguo Testamento con sus batallas y su erotismo), la Ilíada de Homero y las novelitas de pistoleros de la conquista del oeste americano, que vine a leer inmediatamente después de la Biblia, Simbad el marino y Duro oficio el exilio.

PV: ¿A partir de las nuevas teorías cuánticas según las cuales la esencia del universo no es la materia ni la energía, sino la información, estamos a punto de descubrir que la vida es literatura?

AA: Estamos a punto de redescubrir lo que ya sabían las grandes religiones de la más remota antigüedad, que la vida es Espíritu manifestado, que la vida y la literatura son una expresión del Espíritu.

Armando de Armas (Santa Clara, 1958). Escritor y periodista. Ha publicado, entre otros libros, las colecciones de relatos “Mala jugada” (Miami, 1996) y “Carga de la caballería” (Miami, 2006), la novela “La Tabla” y el libro de ensayos “Mitos del antiexilio”, traducido al italiano por el sello Spirali. Su penúltimo título publicado, “Caballeros en el tiempo”, fue editado por Atmósfera Literaria en  Madrid. Reside en Miami.

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