Ensayo de interpretación sobre ‘Diario de un gato en Facebook’ (V y final)

En Diario de un gato en Facebook el humor se despierta mediante el desenfado, desde una manera de decir natural en que los acontecimientos parecen resbalar como ideas sobre una superficie encebada. Este mundo está lleno de cebo y toda acción, toda palabra, toda idea resbalan, se deslizan y pasan. Solo que hay que estar consciente de ello para no ser aplastado por la “seriedad” del ego.

     El humor aquí podría parecer naíf pero en realidad es largamente profundo; una ironía muy inteligente que en ocasiones resulta suavemente metafórica; una ironía que nos saca una sonrisa y nos sugiere un deseo de agradecimiento.

De la inteligencia y la arrogancia

La arrogancia (vanidad o superioridad) es uno de los mayores resultados (al extremo de convertirse en representante) del ego irracional. Pero he de decir que la inteligencia no está reñida con la arrogancia. Se puede ser inteligente y arrogante, vanidoso, y se puede ser inteligente y humilde. La inteligencia es —más que una habilidad— un discurrir racional, analítico, un sistema de respuestas que entraña lo lógico y el resorte de lo intuitivo (ese salto espontáneo hacia adelante). Pero la inteligencia no está solamente comprometida con la arrogancia ni tampoco con la modestia; constituye un recurso cualitativo, muy activo, que funciona en apoyo tanto del ego racional como del irracional.

     Lo que podría suceder es que la inteligencia de los vanidosos viene a ser una inteligencia light, no sustancial. También podríamos decir que resulta temporal; está limitada no solo por el tiempo sino además por la estridencia o intensidad de la arrogancia, mientras que la inteligencia humilde es natural, fluye con la espontaneidad de aquel que no presume de estar por encima de los demás y, por ende, resulta de larga data, tanto como la vida. Se trata de una inteligencia conductiva y se expresa de una manera racional y, en ocasiones, intuitiva.

     Nunca el arrogante será el sabio. El arte de la arrogancia es el sofismo extrovertido de lo cantinflesco. El arte del sabio es la interpolación que va del silencio (observador) a la palabra (hacedor).

El pensamiento colectivo

Interesante. Aquí, realmente, el pensamiento colectivo es una autotextualidad psicológica, una manera de autoengañarnos, debido a que nos han impuesto un guion mental a seguir que, al mismo tiempo, nos hace creer que somos nosotros quienes creamos las ideas del guion.

     Esto es un encarcelamiento en la Matrix que nos hace creer que el mundo es ansí, como pensaba Pío Baroja. Para salirnos entonces de la Matrix es necesario aplicarnos a nosotros mismos un enorme (titánico, diría) nivel de abstracción que nos permitiera cambiar la vida que llevamos. Tendríamos que desmentir toda nuestra Historia y reescribirla de nuevo. Pero principalmente, tendríamos que luchar contra nuestra propia voz interior que viene machacándonos desde nuestros ancestros.

El gato que nos observa

El gato es un animal especial por simbólico. A mi juicio representa la serenidad de la reflexión y proyecta en su rostro una sabiduría mágica, la quietud paradójica del movimiento oculto. Además, el gato tiene otra característica muy importante, su esfinge de observador. Aquí Añel descubre la mayor cualidad del gato, ese poder de darle forma y contenido a las cosas. En este sentido, el gato es uno de los grandes creadores de la imaginación. Nos hace ver su transformación en jaguar, su cruzamiento de un espejo a otro, su relación estrecha con el búho y con la serpiente. Por su quietud, por su atención al mundo. El búho y la serpiente hacen del gato un sutil símbolo de secretos conocimientos de la vida. Es, por otra parte, como si el gato se burlara del afán humano, o también de las ansiosas e intranquilas equivocaciones del ego irracional.

     El gato es tan elástico como la serpiente, tan sigiloso como ese reptil tan ligado al origen del hombre. Asimismo, el gato ha sido adorado por civilizaciones antiguas. Para los egipcios, por ejemplo, ha constituido un símbolo de magia y de misterio. También se adoraba a los gatos en la Roma clásica, la Inglaterra victoriana y la América de entreguerras.

     Entre tantas cosas, el gato es el observador predilecto no solo para los electrones —cuánticamente hablando— sino además para la vida a su alrededor. Desde su quietud contribuye al movimiento, contribuye al experimento y la investigación —recordemos el gato de Schcrödinger—. Y con este último experimento contribuye al juego de la ambigüedad, de lo impredecible, y define a la física cuántica como el insólito juego de la incertidumbre.

     El gato, para el autor, resuelve su propia identificación; su deseo irreverente de ser el observador, testigo y burlador de la Matrix. Este felino aquí constituye el deseado estado de lo aparente-inmutable. El bello demiurgo que observa, imperturbable e impertérrito, su creación.

De la ética, la ideología y la diferencia del mundo

El gato de Armando Añel apuesta por la ética, por esa tensión inquebrantable que existe entre el uno y lo universal, por el surgimiento dialéctico de la irreverencia, mientras condena lo políticamente correcto de las ideologías. Lucha contra el temor a rebasar el miedo. Y toda ideología es miedo a un reglamento, terror y hasta pánico subconsciente a un sistema de ideas impuesto por el ego irracional. Respeta el orden de un caos necesario, pero se rebela contra las falsificaciones, los “rituales, recetas, símbolos, métricas, efemérides, conmemoraciones, supersticiones, lugares comunes”.

     Y todo porque en la diferencia está la belleza, ese hecho de saber que la imagen nos cubre a cada uno de una manera distinta pero al mismo tiempo, por dentro, nos sentimos unidos. Que un país sea así: diverso y bello por la aspiración a la felicidad. Y ello hay que decirlo con humor, con desenfado, con el juego y la gracia de una supuesta ingenuidad que no es tal, sino humanidad.

La paz y la violencia

Ellos son —Obama y Trump, respectivamente— las proyecciones de sus propias irracionalidades en sus políticas de gobierno. Llega un momento en que sus egocentrismos se convierten en dos sistemas de políticas —aun cuando aparentan ser contrapuestos— que confluyen y convergen. Pero lo peor es que llegan a funcionar como ideologías; se hacen muy fuertes en sus emociones y la imaginación se divorcia de la racionalidad. Entonces empieza a prevalecer una paz sin justificación (Obama) y después un lenguaje amenazante; se anuncia un conjunto de propósitos de campaña con una agresividad desmesurada (Trump) que, por su forma y su manera de proyectarse, aparenta hacerse injustificable. Todo esto solo puede conducir a muchos ladridos y ninguna mordida.

Del reguetón político a la grandiosa humildad

En realidad, ya no se trata de bullies ni de guapos del barrio, sino de líderes para mal o para bien; de personas que, por alguna causa (que no tendría que ser política), y por algún misterio, surgen de pronto con el cambio de la situación en sus manos. Esto ha sucedido en toda transformación histórica, para mal o para bien, como ya dije. Uno de los casos, para mal, fue el de Fidel Castro en Cuba (1959, llevó la bajeza y la guapería a la diplomacia) y el otro, ahora para bien, es el de Juan Guaidó en Venezuela (2019, su valor y valentía radica en la humildad y la firmeza).

     Este es el preámbulo del cierre del libro, en el que Añel se constituye él mismo en una metáfora del poder; es decir, su convencimiento de que el poder hay que renovarlo, más bien encausarlo en una nueva dirección, crearlo con una nueva capacidad de mando de manera que pueda surgir una dialéctica desde la misma Constitución de los padres de la patria. En otras palabras: sin cambiar la Carta Magna lograr una fusión de novedosas interpretaciones apegadas al verdadero sentido de la realidad actual. Momento en que se proyecte el país, con sus rasgos propios, pero que, al mismo tiempo, alcance su lugar de una manera sólida y eficiente en la globalidad de este mundo.

     De aquí la broma de su candidatura presidencial a través de un candidato nativo, alguien que pueda llegar a postularse en la armónica y positiva complicidad de tenerlo a él en algún ministerio (departamento en EE.UU), desde el cual Añel pueda juzgar, jugar y cumplir con toda seriedad con una serie de leyes y accione, que permitan hacer de Estados Unidos no el país menos malo posible, sino uno de los mejores posibles. Un país donde realmente siempre se busque, y se consiga, gobernar de una manera centrista, para exhibir así un verdadero equilibrio de posiciones partidistas redundando en una gran democracia.

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Lo filosófico, lo político, lo social fluyen en este libro como mismo se desliza la silenciosa (y deliciosa) imagen de un gato.  Este felino es mucho más transparente que hermético. Es un decodificador de su propio símbolo; un gato sagaz en la red social de Facebook y responde a una buena cantidad de fragmentos escritos por Añel en esa mencionada plataforma. Una nueva manera de relacionarse con amigos y usuarios desde una perspectiva válidamente cultural.

     Por otra parte, Añel, con sus irreverentes ideas, abre el camino de la comprensión a nuevos conceptos de “patria” y de “nación”. Nos hace pensar y repensar estas ideas cuando nos deja ver que ladrones y cuatreros degradaron la “patria” en la medida en que humillaron y deshonraron a José Martí con la tergiversación de las frases del Maestro y el uso manipulado de los principios martianos. Después desarticularon la nación cuando eliminaron las instituciones para luego crear otras totalmente cómplices del poder; cuando corrompieron la justicia y conculcaron los derechos a todo tipo de libertad. Estas son las cosas que nos enseña Armando Añel en su libro cuando sustituye los viejos conceptos de “patria” y “nación” por los hechos de expresar que la patria es uno mismo, los seres queridos, los lugares queridos (estén donde estén): que la patria es el lugar donde tus valores son respetados y valorados; y tu nación, al igual que la patria, es sinónimo de todo aquello que te rodea como bien cívico.

     Estas son las cosas de la literatura, la filosofía y la ética que nos alientan para, al menos, hacernos la idea de que podemos mejorar el mundo: la posibilidad de socializar pensando, creando. Es cuando la tecnología, y los genuinos recursos que de ella se crean, nos convencen de que, si queremos, podremos obtener un futuro inteligente; un futuro en el que la nueva cultura no se extinguiría sino que daría paso a una mayor dimensión popular donde los valores ideoestéticos se asentarían y contribuirían a una más amplia conciencia de las relaciones humanas.

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