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Novelas que son cuentos

Carlos Alberto Casanova

En estos días, cuando las fronteras entre los géneros literarios son elásticas y resbaladizas como guantes de silicona, el poeta y narrador villaclareño Carlos Alberto Casanova entona su do de pecho con un libro cuyas piezas parecen novelas concentradas en extensiones de cuentos.

Salvo una de las seis narraciones que lo conforman, el libro en cuestión, Barranco de nostalgias, descarrila los tópicos que han regido durante demasiado tiempo las diferencias entre el cuento y la novela corta o noveleta o nouvelle. Sin que el número de páginas constituya un elemento definitorio, sin que sea posible marcar los géneros mediante distinciones entre la peripecia y el proceso, o entre la síntesis y el análisis, como recomiendan los doctos críticos, el autor junta relatos de extensiones diversas (entre 15 y 71 cuartillas…), en los que, no obstante, se aprecian por igual tramas y perfiles psicológicos desarrollados al detalle, así como escenarios y atmósferas o estructuras narrativas meticulosamente elaboradas. ¿Cuentos que son novelas por su configuración? ¿Novelas que son cuentos por su tamaño?

Después que fue dicho (en broma para que lo creamos en serio) que las más de ochocientas páginas del Ulises, de Joyce, integran no una novela sino un cuento de monstruosas proporciones, no debiera ruborizarnos la eventualidad de que algunos de estos relatos de Casanova, como Conversación con Malvina -21 páginas- o Soliloquio de Rita escudriñando el tiempo -24 páginas-, sean considerados novelas con minúsculas proporciones. Menos aún en días en que celebridades como el argentino César Aira han roto ya el molde -con el parabién de los cánones-, publicando novelas al estilo de la magistral Cecil Taylor, de 19 páginas.

Siempre se supo, aunque no se dijera, que en esta materia, como en tantas otras, el volumen no es lo que determina. Y por más que demoren en regularizarlo, excepto en casos de famosos para los que todo es permisible, lo cierto que las evidencias acaban por imponerse. Hoy, como ayer, la destreza en los procedimientos creativos, la concreción de sólidas estructuras que aseguren el avance de la acción, el eje temporal y la articulación de ideas, cualesquiera que éstas sean, continúan encuadrando el género, pero, a diferencia de ayer, se resisten a hacerlo siguiendo un orden mecanicista que no parece haber sido más que invento de los sesudos de cátedra.

Y es ahí donde entra el caso de Barranco de nostalgias, cuyas piezas podrán ser ubicadas genéricamente a partir de criterios contrapuestos. Lo que a nadie en su sano juicio se le ocurriría es evaluarlas como cuentos estirados o novelas estreñidas. Son narraciones hechas a mano, con los recursos de la auténtica literatura. ¿Cuentos que son novelas o novelas que son cuentos? Da igual. Lo que importa (al menos para mí) es que se trata de artefactos narrativos de un contumaz fabulador que desde la soledad y la nostalgia propias del emigrante recrea para su disfrute andanzas por la tierra perdida. Y lo hace con pericia. Lo demás es lo de menos.


 

‘En olor de lluvia’, de Albertini

J. A. Albertini visto por Wenceslao Cruz

José Antonio Albertini (Santa Clara, 1944), novelista y exprisionero político cubano, quien reside en Miami desde hace más de 40 años, ha publicado recientemente En olor de lluvia, novela que precisamente tiene a Santa Clara como escenario principal, y en la cual esta ciudad representa de algún modo a toda la isla de Cuba.

Allí, en Santa Clara-Cuba, se desarrolla una historia que se vincula directamente con lo ocurrido en la Isla en 1959, cuando triunfara la revolución que más tarde sería proclamada comunista.

Uno de los principales planos argumentales de la novela, toma vuelo con el bofetón que el cura Palomino Palomo le propinara a Candelario Candela, quien a partir de entonces iría acumulando rencor suficiente como para regresar, muchos años después —con la graduación de Guía en Jefe—, al lugar de los hechos con el propósito de vengarse de Palomino Palomo y de paso, con el respaldo de su ejército de “ajenos”, subordinar a sus caprichos a toda una comunidad.

En esta historia las almas más nobles están procurando regresar al pasado o al menos obviar un futuro que avisa de la utopía que ya conocemos los cubanos —“Futuro de odio ideológico-epidémico”—; es decir, huir del futuro; evadir esa tristeza del “olor a tiempo ido”.

El aviso de la debacle por venir ocurre cuando, a las tres de la madrugada, el pescador de truchas Antonio Antón, en el río Bélico, descubre que no es precisamente agua lo que trae la corriente.

Entonces comienza esa guerra “en pro del pasado” —y aun el empeño por resucitar a los muertos si fuese menester—, cuando ya resulta inexorable que Candelario Candela y su tropa tomarán Santa Clara-Cuba para establecer, entre otras “consecuciones”, el ateísmo unido a un sistema “de bienestar social” que tendrá la igualdad como principal atributo.

La religión, las religiones, las creencias, las bondades en general están representadas en una emblemática iglesia santaclareña: la Divina Pastora. Contra ella lanzará sus huestes el Guía en Jefe y él mismo profanará el templo para perseguir a beatos y beatas y sobre todo al padre Casto Castor, quien, sin embargo, cuenta con una vía de escape que nadie sospechaba.

El otro plano narrativo fundamental que recorre la novela de principio a fin, resulta ese amor más allá de la vida, de la muerte, del tiempo entre Florencio Flores y Rosalía Rosado; ambos, desde adolescentes, se dedican una pasión que, valga la paradoja, tiene su surtidor fundamental en la ternura, y que, por momentos, nos remite a esa condición de “amor maldito” expuesta en cierta novelística. La descripción de las añoranzas de Florencio por Rosalía, valdrían una reseña aparte.

Uno de los fuertes de José Antonio Albertini es sin duda la creación de personajes. Esto queda demostrado, además de con los ya citados, con el tendero Romerico Romero, cuyos diálogos con Florencio Flores, justamente en la tienda y acompañados de tragos de ron, nos van dando no pocos “antes” y “después” de las acciones que conforman la novela. En estos encuentros, asimismo, casi siempre aparece otro personaje principal de la obra: la lluvia. “¡No para de llover!”, se queja en algún momento Romerico Romero.

El lenguaje, fluido, sencillo, muestra una metafórica acertada, la cual se luce, fundamentalmente, mediante uno de los recursos más notables de Albertini: la descripción. Sirvan de ejemplo: “La noche de mayo era fresca y el aire amontonaba la humedad de la tarde”, “las tardes palidecían en sepia”. Y sentencias como: “Hasta en el pasado, para bien o para mal, anida lo desconocido”.

Uno de los momentos más altos de En olor de lluvia, resulta el desenlace del cura Palomino Palomo, observado por mera casualidad —y solo por él— por el borracho habitual y pescador nocturno de ranas toro, residente en el barrio El Condado, René Reynoso.

Nostalgia mediante, el autor nos remite a lugares y personajes típicos de Santa Clara. Por ejemplo, el callejón de Lorda, las calles Unión, Santa Rosa, Buen Viaje, Paseo de la Paz; los parques Vidal, De la Audiencia; las lomas Cerro Calvo, La Melchora, Capiro, Pelo Malo o Belén; el río Bélico; el teatro La Caridad; los barrios El Condado, Santa Catalina; el Puente Americano, el Puente de los Buenos; la Virgen de la Charca; el burro Perico; los totíes del Parque Vidal; la matrona más sonada de toda la historia santaclareña: Yoya —“regente del prostíbulo más conocido del pueblo”— y una de sus muchachas más despampanantes, Cassandra la “Matasiete”.

Como en toda historia de revoluciones, en esta no podían faltar los oportunistas. A saber: Herminio Hermida, Zacarías Zaca, Alma Almaguer o Celedonio Celedón.

Un buen ejemplo de personaje catalizador resulta Ovidio Oviedo.

Escribir una novela como esta sin desembocar en el costumbrismo, es tarea ardua, de inteligencia.

Las 145 páginas de En olor de lluvia, no obstante su condición de parodia, pueden ser comprendidas perfectamente por alguien ajeno a los hechos y el tiempo que narran.

Ayuda el diseño y presentación de Editorial el Ateje.

Creo que una buena definición de esta novela es la que expresara el también escritor cubano José Abreu Felippe: “Podría calificarse como realismo onírico”.


 

Putin se equivoca en Ucrania

El sábado 8 de octubre, como se sabe, fueron destruidos dos tramos del flamante puente de Kerch que une Rusia a la península de Crimea, recientemente incorporada manu militari por el señor Vladimir Putin. (Aunque -todo hay que decirlo- encontró cierto eco entre los rusos étnicos que abundan en esa torturada región del planeta).

Lo que no se sabe es cómo hicieron saltar por los aires los dos tramos del puente simultáneamente. ¿Fue un submarino ucraniano? ¿Fue una operación de sabotaje ejecutada por un camión que transportaba material inflamable? Hay ocho detenidos, presumiblemente sometidos a sesiones de torturas, lo que acabará generando cualquier tipo de respuestas inducidas por el carnicero que ejerce como interrogador. ¿O fueron dos misiles Neptuno, de fabricación ucraniana, como los empleados en hundir en el Mar Negro el buque insignia ruso Moskva (Moscú) el 14 de abril, a las pocas semanas de haberse iniciado la invasión rusa contra Ucrania?

Si tuviera que apostar lo haría por la opción de los misiles Neptuno de la fábrica ucraniana Luch. No es una cuestión de nacionalismo, sino de que los gringos cuidan celosamente que las armas que les entregan a los ucranianos no sean utilizadas ofensivamente contra Rusia. Son para defenderse. Como parece que los cohetes Neptuno les funcionaron espléndidamente en el Mar Negro contra el buque insignia Moskva, tendrán la tendencia a repetir la hazaña. Lo que parece inverosímil, es que hayan utilizado un camión-bomba. (Hasta ahora, los únicos suicidas en esta época maravillosamente escéptica, en la que no se cree en la otra vida, son los islamistas, que sostienen otras creencias).

En cualquier caso, Putin reaccionó como un miura al ataque contra “su puente”. Él lo fabricó en un tiempo récord. Era su proyecto. Había una cuestión personal en el asunto. No la hubo en el hundimiento del Moskva. Fue una nave de 186 metros de eslora (largo) por 26 metros de manga (ancho), fabricada a principios de los ochenta para una tripulación de 510 marinos y oficialidad. Se trataba de un crucero lanza misiles. Para evitar incursiones de inmersión, los invasores han declarado, ridículamente, que se trata de un “parque subacuático sagrado”. El Moskva había servido para sembrar el terror en la Siria de Bashar al Asad, un títere de los rusos.

Por eso Putin desató un ataque con misiles contra la capital -Kiev- y numerosas ciudades importantes. Era víctima de un acceso incontenible de rabia, pese a su proverbial respiración branquial. Los misiles han hecho blanco en universidades, escuelas, hospitales y en viviendas de obreros. Al extremo que se llegó a temer que utilizara el curso adverso de la guerra para emplear energía nuclear contra Ucrania.

Afortunadamente no lo hizo. Pensó que Estados Unidos hubiera tomado represalias, también nucleares, contra Moscú, como veremos más adelante. A la postre, Estados Unidos tiene una enorme responsabilidad en este conflicto, que Washington ha reconocido plenamente. A principios de 1994, Bill Clinton, entonces presidente de USA, Boris Yeltsin de Rusia y Leonid Kravchuk de Ucrania, formaban parte de una “Asociación por la Paz” formada por la OTAN.

Posteriormente, Rusia se comprometió a recoger los casi tres mil misiles atómicos desplegados en el territorio ucraniano, bajo la atenta mirada de USA e Inglaterra, garantes del pacto entre Moscú y Kiev, luego destrozado por Vladimir Putin y su invasión a Ucrania.

Queda por descartar la amenaza nuclear de Putin. ¿Es seria? No lo creo.  Y no lo creo por la misma razón que tuvo Kruschev en octubre de 1962: porque la perdería rotundamente. Si Moscú ha perdido la guerra convencional con Ucrania, ¿qué le sucedería en un combate nuclear librado por USA? Cada centro ferroviario desaparecería, como cada concentración de tropas, como las bases militares. Llevan observando por medio de satélites desde hace tiempo. Satélites que son capaces de distinguir las facciones de los oficiales destacados, lo que les permite asignarles la importancia que realmente tienen.

Naturalmente, Francia e Inglaterra destruirían las ciudades con más de 20,000 y menos de 50,000 habitantes, y entonces se percibiría lo sabio que ha sido crear la OTAN, y lo idiota que ha sido Vladimir Putin por entregarse a una guerra que, sencillamente, no puede ganar, contraviniendo uno de los más sabios consejos de Sun Tzu en El arte de la guerra (“evita las batallas en las que es imposible que triunfes”), como se está viendo con total claridad. Simultáneamente, Israel aprovecharía para suprimir la amenaza nuclear iraní y retardar otros 20 años el surgimiento de ese peligro.

¿Hay alguien a la derecha de Putin? Por supuesto. Siempre existe alguien que está dispuesto a atacar a los líderes por no ser suficientemente extremistas. Igor Girkin, una especie de “Pimpinela escarlata”, pero al revés de la ficción, denuncia, cada vez que puede, a Vladimir Putin y lo acusa de traicionar a la Madre Rusia. Girkin se hace llamar “Stalkov” -pistolero acechante-, y ha sido declarado en múltiples ocasiones “héroe de la patria rusa”, de manera que es imposible descartar las denuncias de una persona comprometida con el destino semindependiente de “Donetsk”, como es el caso de Girkin. A veces parece que Putin actúa para complacer o parecerse a Girkin.


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¿El marxismo es ciencia?

La ciencia es, en su más pura esencia, diversa y cuestionadora de las verdades establecidas. En ciencia, lo que encontró Newton es criticado y a la vez empleado por Einstein. Einstein supera a Newton, pero queda válido algo del previo nivel de conocimiento de este último. Actualmente, la física cuántica supera a Einstein, pero permanece vigente algo de su nivel de conocimiento previo. Mendeléiev y su Tabla Periódica de elementos químicos ha sido rectificada y ampliada. Edward O. Wilson puede discrepar de algún aspecto de Darwin, pero no lo ningunea o dice que fue un incompetente o prepara una campaña de desprestigio.

Estos métodos tan ineficientes y primitivos, evitados por la ciencia, son los que aún hoy se emplean para solventar los problemas sociales. Seres humanos salen a protestar de manera pacífica y otros seres humanos los reprimen e incluso los asesinan, tal como se ha hecho desde que tenemos uso de conciencia como especie.

La ciencia no. Tiene métodos para exponer y cribar la verdad. Es un edificio modular, o sea, se le van adjuntando partes o módulos y va creciendo. Las fórmulas superiores incluyen las previas, las readaptan a contextos y condiciones nuevas. No es el caso de las “ciencias sociales”.

Las sociedades humanas son cada día más complejas e inimaginables desde los zapatos de Marx. Es una vergüenza que “académicos” y “filósofos” intenten ocultar tantos errores conceptuales y las terribles consecuencias sociales que han tenido las elucubraciones de este individuo. En el caso de los marxistas, intentan imponer los planteamientos de Marx, considerados inamovibles por más de dos siglos. Enaltecen a un arrogante con cara de Moisés que pretendía que sus juegos de palabras (indemostrables) eran fórmulas científicas.

La filosofía y la escritura de ficción son muy etéreas, gaseosas. Algunos pueden debatir y citar a Lao Tse y a Confucio, otros a Homero o Cicerón, Platón o Aristóteles, a Hegel o a Kant. De manera absurda, hoy debaten con similares pobres métodos lo que discutieron en su momento Homero, Confucio o Lenin.

En humanidades, en arte, en filosofía, la propuesta no es rediseñada y reformulada. Se intenta adorar a un becerro de oro y luego se le destrona y adora a otro. Cuando al final resulta evidente que ninguno era oro, sino madera carcomida y superficial pintura dorada, se insiste en buscar otro tótem. Y a bailar alrededor de la nueva deidad.

Hay, sin embargo, esa extraña excepción. El becerro Marx se mantiene en el altar por casi 200 años. Se pretende que sus series de asertos, indemostrables, permanecen incólumes en el tiempo. ¿De qué se trata, de un genuino becerro de oro, de un genio insuperable o de una figura creada desde algún interés oscuro?

Lo que pasa es que Marx, y El Capital, pretendiendo que apelan al raciocinio lo hacen a dos de los peores pecados capitales: la envidia (y el resentimiento) y la vanidad. La envidia del mediocre individuo al que le dicen que su mediocridad es culpa de los otros, y su persona siempre una víctima. Y la envidia de personas hábiles en comunicación, generalmente formadas en “humanidades”, pero que temen a las fórmulas y los números como si fueran brujería. Con una muy débil comprensión del planeta y del mundo, pretenden poder dar solución verborreica desde cátedras lunáticas. Y se roban estrados, micrófonos y cámaras para decir sus incoherencias y nimiedades. Es el caso de la mayoría de los políticos modernos, de largos discursos pero cojos recursos.

Volvamos al origen. Cuando está ocurriendo toda una metamorfosis (la industrialización, el desarrollo de capitalismo), un individuo cree descubrir ciertas leyes “científicas” de la evolución cultural. Pero solo asistió a un proceso de ruptura y complejización de la sociedad. Entonces, el pretendido estudioso de lo social “descubre” las claves de las sociedades. Y crea unas formulitas. Para tamaña labor emplea dos herramientas muy simples: su cerebro (para soñar) y su barba (para figurar como un Moisés fundador). Oye a un tal Darwin hablando de lucha por la vida y lo extrapola a la sociedad. En el mismo momento que están desmontándose las clases, pretende que en la sociedad hay una intensa “lucha de clases”. Crea otros conceptos que solo existen en sus abstracciones: plusvalía, proletariado, capitalismo. Y se aboca en toda una farragosa explicación (El Capital), solucionando los problemas del mundo y las sociedades con un llamado a la masa a eliminar a los excepcionales. Ya hemos visto lo que ha resultado.

No señores de la academia, no. Si hace falta una referencia, no es este santón. Sus ideas son rechazadas por los hechos. Salgan de los volúmenes y las citas interminables, lean el libro del mundo. ¡El marxismo no funciona en este planeta!


 

Un nuevo libro de Alcides Herrera en La Otra Esquina de las Palabras

Alcides Herrera en el Festival Vista de Miami

Tras la muerte del músico y poeta cubano Alcides Herrera, aparece un nuevo libro suyo: La vuelta del mercado (Exodus, 2022), al cuidado del escritor Manuel Sosa, quien también presentará el poemario este viernes en la tertulia La Otra Esquina de las Palabras, que coordina el poeta Joaquín Gálvez.

Día: Viernes 14 de octubre
Hora: 7:30 p.m.
Dirección: Museo Americano de la Diáspora Cubana
(1200 Coral Way, Miami, FL 33145)
Teléfono: (305) 529-5400

Alcides Herrera, fundador del proyecto musical Los Bloomers y con presencia frecuente en la televisión y los escenarios de Miami, nació en Sancti Spiritus (centro de Cuba) en 1974 y murió en Miami en febrero de este año. A pesar de no haber publicado libros mientras vivía, desarrolló una intensa actividad como humorista, dibujante y poeta en las redes, en portales como Neo Club Press, Nagari y Diario de Cuba, entre otros, y como músico y panelista en el Festival Vista de Miami. Este verano también apareció su libro Canciones iguales (Bokeh).


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Carlos Victoria, hoy 12 de octubre a 15 años de su partida

Carlos Victoria en una imagen de archivo

“Nos vemos, Trilce”. Estas fueron las últimas palabras que le escuché, en persona, al escritor cubano Carlos Victoria. Iban dirigidas a mi hija, el 1 de enero de 2007, en el estacionamiento del condominio Horizons de la avenida 107, en Kendall, Miami.

Pero no nos vimos más.

Durante el 2007 continuamos hablando por teléfono y comunicándonos mediante el correo electrónico —yo entonces vivía en México—. Quizás por marzo demoraba su respuesta a mi último mail. Mi preocupación cesó cuando me llamó por teléfono, un domingo, a la redacción de Newsweek en Español, que se editaba en el país azteca y donde yo trabajaba. Se trataba de que “uno va dejando las respuestas para luego y eso es lo que me ha pasado, así que mejor hablamos…”, me dijo entonces.

Posteriormente hubo otro silencio de su parte, este sí largo. Insistí mediante el correo electrónico. No hubo respuesta. Llamé por teléfono y dejé un mensaje de voz en el cual le hacía llegar mi preocupación.

Luego, mediante la prensa, llegaría la mala noticia.

Su bondad, su estoicismo ante la adversidad impuesta no por el azar, sino por los caníbales del pensamiento, los “ideologistas”, los progresistas convertidos en retrógrados, permanecerá patentizada por quienes lo conocieron y, mucho mejor, por quienes han leído y habrán de leer su obra.

Si bien su novela La travesía secreta con razón está considerada uno de los más altos exponentes del género en la literatura cubana, siempre me pareció, me parece, que él era superior en el cuento.

A raíz de la publicación, en 2003, de El salón del ciego, un volumen con tres cuentos y tres novelas cortas, publiqué una nota en la revista española Ariadna, donde consta: “Con encomiable coraje y tesón —que no son sinónimos, valga aclarar, y sí condiciones indispensables del escritor de garra—, Victoria se lanza, en un solo volumen, a tocar asuntos, temas al parecer disímiles, encontrados, rozadores de las antípodas, pero que el autor, sorprendentemente, logra armar en un cosmos bien definido. O sea, para decirlo más claro: este volumen posee tres piezas de un género, tres de otro, pero es un solo libro. Un excelente libro.

En el texto ´Un llamado a Manila´ se nos presenta un drama desgarrador, una especie de triángulo amoroso, sólo que únicamente una esquina del mismo está ocupada por una mujer. Este es un relato que ´eriza´ de principio a fin. Aquí Carlos Victoria aplica, quizás con más acierto que en los demás textos, esa habilidad que ya hemos referido: los planos temporales; así, suavecito, como el que no quiere la cosa, va cruzando y entrecruzando hasta alcanzar una filigrana que nos asombra por la pericia con que está armada”.

En mi primer viaje a Miami, en 2003, para asistir a la Feria Internacional del Libro, Carlos fue mi guía y mi consejero para una situación tensa que podría presentarse, y que así resultó.

Sería 2005 cuando él visitó su Camagüey natal y querida y allí fue objeto de la malignidad que suelen guardar los déspotas para quienes no inclinan la frente ante ellos.

A raíz de su muerte, el 12 de octubre de 2007, publiqué en el diario digital La Nueva Cuba, el día 13:

«Ahora podría cerrar diciendo ´En paz descanses´, o ´En paz Descanse´. Pero eso es una tontería: en ese otro lado nadie descansa. Es la nada física. La no existencia física. ¿Cómo podría alguien descansar cuando, ´materialmente´, no es nada?  Desde ayer, en el territorio de lo tangible, eres sólo cenizas, ´polvo enamorado´. Mejor atenernos a que tú, tus libros, siguen en la pelea. Mejor confortarnos con que El salón del ciego –por sus altísimos recursos técnicos, por su tremenda carga humana, tu mejor libro en mi opinión, como dije, como escribí en su momento–, junto a los demás, seguirán sin descanso por mucho tiempo, guerreando por mucho tiempo.

«Nos vemos».


Artículo relacionado:

https://www.cubaencuentro.com/txt/cultura/articulos/carlos-victoria-las-cosas-en-su-sitio-76507

 

Breve historia del sapingo cubano

En 2021 en Hialeah, a un costado de Miami, el candidato a la alcaldía Esteban Bovo puso en el mapa político el término «sapingo», vistiéndolo de largo en la jerga cubanoamericana.

Según la Real Academia de la Lengua Española, sapingo «es voz recogida en varios diccionarios de cubanismos, donde se indica que se trata de un adjetivo despectivo con los sentidos de ‘estúpido’ e ‘inútil’, ‘que no vale para nada'».

DiccET, proyecto «que busca complementar a otros diccionarios y obras lingüísticas», define ‘sapingo’ como «insulto usado contra una persona a la que se considera inoportuna, molesta, vaga, tonta o despreciable. ‘Es un sapingo abusador lamebotas’. Es propio del español de Cuba».

Se cree que el término surgió más o menos oficialmente en la mayor de las Antillas en la pasada década, en la ciudad de Santa Clara, popularizándose luego en las redes sociales. En principio aludiría, tal vez peyorativamente, a ciertos grupos de jóvenes aficionados al arte y la literatura, la nueva trova y la farándula cultural.

Como ejemplos actuales de sapingos puede mencionarse a los gobernantes Miguel Díaz Canel, Manuel López Obrador, Viktor Orbán o Vladimir Putin, entre muchos otros. El mundo está lleno de ellos y el pueblo puede elegirlos o no… pero siempre los padece.


Dos filmes de Ricardo Vega en la Maison de l’Amérique latine de París

Este lunes 10 de octubre, a las 9 de la noche, se presentan en la Maison de l’Amérique latine de París (217 Bd Saint-Germain, 75007) dos películas del realizador cubano Ricardo Vega, Te quiero y te llevo al cine y Opus Habana.

La presentación estará a cargo de Vega y del escritor y académico Armando Valdés Zamora, y será acompañada de un debate.

A propósito de la exhibición, y la historia y significación de estas obras, hablan Armando Valdés, Ricardo Vega y el músico y pintor Adrián Morales Rodríguez en este video:


 

Lula o Bolsonaro

Brasil es muy importante en América Latina, pese a que las dos entidades vivan de espaldas separadas por el idioma y la idiosincrasia.

Queda por dilucidar quién ganará el 30 de octubre: Lula o Bolsonaro. ¿La izquierda o la derecha? Ya se ha insistido en la disparidad de las encuestas. No ocurrió lo que Lula pensaba que iba a ser un paseo en la primera vuelta. Algunos pensaban que el exsindicalista iba a ganar por 15 puntos. Lula ganó por cuatro y fracción: 48.4 a 44.2, Bolsonaro ganó en casi todas las ciudades de algún tamaño y Lula en la periferia.

El boliviano Carlos Sánchez Berzaín, persona clave del Instituto Interamericano por la Democracia, piensa que el vencedor será Jair Bolsonaro. ¿Por qué? Apunta tres razones:

La primera: porque Bolsonaro viene subiendo y Lula se ha estancado o baja en la intención de votos. Cuando eso ocurre en una “segunda vuelta electoral”, afirma CSB, hay una cierta garantía de que el voto se inclinará por quien está ascendiendo en la votación.

La segunda: porque Bolsonaro es el underdog, pese a ostentar la presidencia de Brasil. Los electores así lo perciben encuesta tras encuesta.

La tercera: porque Lula es un anciano que ha estado varios años en la cárcel acusado de corrupción. Es verdad que la Justicia lo indultó, pero no porque lo encontraran inocente, sino porque no había culpabilidad manifiesta. Eso no es suficiente para convencer a una sociedad descreída y escéptica.

De las tres razones que esgrime CSB, la primera parece razonable y tiene una cierta contundencia. Existe una tradición que indica que quien va a llegar al primer lugar mejor, que esté segundo. Esto se vio muy claro en 1990, entre Fujimori y Vargas Llosa. Las otras dos razones que esgrime Sánchez Berzaín carecen de relieve.

En todo caso, el que gane será por 51% a 49 o 52% a 48. Es decir, el país está totalmente polarizado entre izquierdas progresistas -aunque se acojan a modelos de los que menos progresan en el planeta- y derechas, aunque realmente, se enfrentan el populismo de izquierda frente al populismo de derecha. Lula es la encarnación del populismo de izquierda. Bolsonaro lo es del populismo de derecha en un país que tiene el precedente de Getulio Vargas.

La influencia de Donald Trump en Bolsonaro

Jair Bolsonaro ha sido llamado “el Trump del trópico”. Tienen similitudes (y por supuesto, diferencias). Pero vale la pena acercarse a las similitudes.

Una de las más graves es la que refleja la actitud con relación a la Ciencia expresada en el delicado asunto de las vacunas contra el Covid 19. Bolsonaro no cree en ellas, a lo cual tiene todo su derecho, pero no a mentir ni asustar. Ha expresado, oralmente, por medio de FaceBook, luego reproducido por CNN en español, que la vacuna aumenta el riesgo de contraer SIDA, lo que le valió una denuncia de los tribunales.

Las vacunas, especialmente las de Pfizer y Moderna, tienen una eficacia de más del 90%. Eso no es especulación: es ciencia. De la misma manera que cuando ambos laboratorios afirman que han desarrollado vacunas para niños de entre 5 y 13 años, no hay que tenerles miedo. Las vacunas son infinitamente seguras. Ponerlas en los brazos de los niños es la mejor manera, y la más económica, de cuidar que lleguen a desarrollarse como adultos.

En cualquier caso, la más grave y perniciosa influencia de Trump no es en el terreno de la ciencia, sino en el de lo que en Estados Unidos llaman “la gran mentira”, the big lie, relacionada con que Joe Biden no es un presidente legítimo porque fue impuesto por un fraude monumental cometido en los Estados “bisagras”. Algo que Trump dice sin aportar prueba alguna.

En efecto, Bolsonaro ha hecho suya esa big lie, y no sabemos hasta qué punto sus partidarios estarán dispuestos a sostener ese embuste. Sabemos que en USA hay hasta un 30 por ciento de los republicanos dispuestos a creer a Trump, pese a que 62 tribunales han rechazado sus demandas, pero ignoramos lo que sucederá en Brasil. 

¿Puede Jair Bolsonaro desatar en Brasil una guerra civil?

La respuesta corta es que no puede. La larga, es que tal vez no quiera. Sería tan tremendo que acaso no consiga involucrar a las Fuerzas Armadas decisivamente.  Las Fuerzas Armadas aún no se han repuesto del golpe que dieron en 1964 contra Joāo Goulart, acusándolo de estar bajo la influencia cubana. Duró hasta 1985. Es cierto que fueron “apenas” 21 años, y que se trata de una nueva generación de oficiales, pero no fue del todo claro lo que “sacó” Brasil de aquella aventura nacionalista, salvo un enorme desprestigio.

Desde entonces los Estados adquirieron una gran autonomía. Bolsonaro ha ganado en 12 estados, incluyendo el Distrito Federal, donde está Brasilia, la capital de la nación, una ciudad concebida y diseñada por Lucio Costa y Oscar Niemeyer, dos de los mejores arquitectos de Brasil. Bolsonaro, además, ha ganado en Sao Paulo y en Río de Janeiro. Realmente, Jair Bolsonaro ha triunfado en donde había grupos sociales medios capaces de sostener su candidatura. Lula da Silva, en todos los demás. Veremos el domingo 30 de octubre quiénes son más en el enorme país.


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Corrupción, alcoholismo e imperialismo: El caso ruso

Un soldado ruso bebe alcohol envenenado por civiles ucranianos

Según el filósofo ruso Iván Ilín, Rusia ha estado en guerra durante dos tercios de su existencia, entre los siglos XIV y XX.

El general Alexéi Kuropatkin escribió al zar Nicolás II en 1900: “En los últimos 200 años, Rusia ha estado en guerra durante 128 años y ha tenido 72 años de paz».

En ese tiempo, solo cinco de las guerras libradas por Rusia fueron de carácter defensivo, mientras 123 resultaron invasivas o imperiales.

También puede decirse que el militarismo ruso responde a una cultura de la derrota. Sus pérdidas frente a otras potencias superan con mucho a sus triunfos.

Al menos dos factores parecen explicar el elevado porciento de fracasos a lo largo de la historia militar rusa: la corrupción administrativa, un cáncer para sus ejércitos, y el alcoholismo generalizado tanto en la oficialidad como en la tropa.

Según el Institute for the Study of War, el alcohol no deja de correr entre las tropas desplazadas en Ucrania este año, «que se desesperan ante la falta de medios y la contundencia de las defensas enemigas. A menudo, desobedecen órdenes e incluso disparan a sus propios vehículos para no tener que participar en la batalla» (Guillermo Ortiz).

La Dirección de Inteligencia del Ministerio de Defensa de Ucrania ha informado que los militares rusos roban repuestos de sus propios vehículos blindados para luego cambiarlos por alcohol.

En cualquier caso, la serie de derrotas sufridas por Putin en Ucrania, durante este 2022, no debiera sorprender a nadie. En términos históricos, se trata de más de lo mismo.


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