La noticia de que Santiago de Cuba regresa a la leña para producir pan de boniato y casabe abriendo “11 polígonos de producción de alimentos”, no debería desviarnos de la pregunta del millón, ineludible, certerísima, íntimamente relacionada también con el transporte de tanta jama: ¿Qué se hizo del piñón de leche?
Se trata de otro de los grandes misterios que la robolución cubana, al menos en los últimos 10 años, ha puesto en la pista para deleite de investigadores y coleccionistas: El misterio de la desaparición del piñón de leche. Es decir, el misterio de la desaparición del “combustible” piñón de leche como solución energética para la producción alimentaria en Cuba.
¿Moringa? ¿Morera? ¿Marabú? ¿Cuy? ¿Claria? ¿Aveztruz? Nada de eso: Allá por el año 2012 lo último en Cuba era el Piñón de Leche. Un arbusto oleaginoso no comestible (oficialmente llamado “Jatropha Curcas”) que iba a resolver el arduo problema de la falta de combustible. Según la gloriosa prensa oficialista, la primera planta de biodiesel construida en la Isla ya producía en Guantánamo en ese año con la milagrosa matica como materia prima.
Si la moringa era fuente inagotable de “carne, huevos y leche”, y con el cuy el castrismo pretendía sustituir la carne de puerco y el pollo –obsérvese que en ningún momento el coma-andante hubo de asumir en sus reflexiones que la moringa también fuera una fuente inagotable de pollo, pero cualquiera sabe–, con el piñón iba a quedar resuelto el problema de cómo transportar tanto alimento hasta las mesas de los cubanos. Y es que en 2012, según Radio Habana Cuba, la mencionada fábrica de Guantánamo podía “producir cada año más de 100 toneladas de ese biocombustible líquido (en sustitución del gasoil o diesel), el cual internacionalmente se obtiene a partir de aceites vegetales y grasa animal”.
Y hablaban de la de Guantánamo nada más. No quiero ni pensar qué hubiera sucedido con varias fábricas de piñón de leche, o con piñón de leche, en varias provincias cubanas. Hubiesen sido “la leche”. Si es que llovía café.