¿Escaparemos los cubanos de la epidemia populista?

Hay quienes consideran que el tiempo del populismo ya pasó para Cuba. Tal vez lo piensan por aquello de que muerto el perro se acabó la rabia. En cualquier caso alegan, con razón, que los cubanos está hartos de demagogia patriotera y manipulación visionaria, y que muy en especial los jóvenes parecen nacer incapacitados para la utopía. Tal realidad suele ser apreciada como el lado más débil del castrismo y, a la vez, como un déficit del movimiento opositor.

Obviamente el régimen no dispone hoy siquiera de un prospecto de líder con auténtica capacidad movilizadora. Es una especie de zombi que se mantiene artificialmente vivo a través del organismo de un muerto. Tampoco es extraño que esto ocurra, puesto que así lo concibió e impuso a sangre y fuego Fidel Castro. “Después de mí, el diluvio”, propuso el rey Luis XV y Fidel lo cumplió. Y es probable que esta causa por la que no existen líderes populistas dentro del aparato del régimen sea exactamente la misma por la que no existen en la oposición.

Quedaría por ver hasta qué punto el hecho es perjudicial o beneficioso, o al menos deseable o no, según se trate de los intereses del régimen o de los opositores.

Personalmente, no creo que un líder populista constituya opción para el castrismo en este momento. No sólo por los motivos antes expuestos sino porque dentro de las férreas estructuras y dogmas que se empeña en conservar, no habría espacio para las fabulaciones del populista, una de cuyas tácticas más efectivas radica en la promesa de barrer con lo establecido por el orden imperante y con la corrupción que éste genera. No es que la dictadura castrista no esté a tiempo de formar un líder carismático. Lo que no podría es proveerlo de argumentos coherentes. Una cosa es que el pueblo acate y se resigne a sufrir sentado en el banco de la paciencia, y otra bien distinta es que se deje ilusionar a estas alturas con discursos de cuando el Morro era de madera.

En cuanto al movimiento opositor, no hay por qué dudar que en circunstancias apuradas –como las actuales– podría beneficiarle la irrupción de un líder carismático. Sobre lo que sí cabrían muchas dudas es si a la larga, y dada la falta de preparación de los cubanos para ejercitar la democracia, el líder conseguiría esquivar la tentación de convertirse en caudillo y, consecuentemente, en un nuevo tirano.

No sería la primera vez que un líder carismático se transfigura en populista. De hecho, el segundo suele derivarse casi siempre del primero. Y puesto que el populismo, más que una ideología política encarna ya un estilo para gobernar, tampoco sería sorpresa que el caudillo populista degenere en un nuevo dictador.

La historia está repleta de ejemplos. Incluso también lo está el panorama internacional de la política actualmente. Si algunos de los líderes populistas de la actualidad no terminan convertidos en ramplones tiranos, no es porque no lo deseen ellos, ni aun porque no se lo admitan sus seguidores, sino porque los preceptos y las estructuras del mundo democrático fueron creados justo para evitarlo.

No sería el caso de Cuba cuando recién acabe de librarse de la dictadura castrista.

Tampoco es que el pueblo cubano sea más proclive que cualquier otro a dejarse vajear por la serpiente del populismo. De lo que se trata, insisto, es del contexto estructural. También se ha visto, tanto en la historia como en el panorama de estos tiempos, que ni el alto nivel de instrucción o el desarrollo socioeconómico y aun cultural de una nación resultan suficientes para evitar que sus pobladores leviten hipnotizados por la falaz verborrea de los populistas.

En lo que a Cuba se refiere, igual hay quienes comparan nuestro caso con el de Rusia, alegando que es preferible un Putin a un Brézhnev. Para gustos, colores. Pero yo preferiría un sistema que se acerque en todo lo más que pueda a lo establecido por la verdadera democracia para un país en desarrollo. Soy realista, así que me gusta soñar con lo imposible, o con lo dudoso por lo menos.


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El escritor habanero José Hugo Fernández ha publicado una treintena de libros, entre ellos, las novelas “Los jinetes fantasmas”, “Parábola de Belén con los Pastores”, “Mujer con rosa en el pubis”, “Florángel”, “El sapo que se tragó la luna”, “La tarántula roja”, “Cacería”, “Agnes La Giganta” o “El hombre con la sombra de humo”; los libros de relatos “La isla de los mirlos negros”, “Yo que fui tranvía del deseo”, “Hombre recostado a una victrola”, “Muerto vivo en Silkeborg” o “La novia del monstruo”. Los libros de ensayos y de crónicas “Las formas del olvido”, “El huevo de Hitchcock”, “Siluetas contra el muro”, “Los timbales de Dios”, “La explosión del cometa”, “Habana Cool”, “Rizos de miedo en La Habana”, “Una brizna de polen sobre el abismo”, “La que destapa los truenos”, o “Entre Cantinflas y Buster Keaton”. Trabajó como periodista independiente en La Habana durante más de 20 años. Reside actualmente en Miami.