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La memoria como gran fiadora

Pablo Socorro, editor y compilador, junto al prologuista del libro, José Hugo Fernández

 

Conocí de cerca la historia de un oficial de la Marina de Guerra del régimen de Fidel Castro, a quien le complacía sobremanera hundir las embarcaciones y balsas repletas de gente desesperada que intentaba huir de Cuba. Su modus operandi (por el que ganó triste renombre, durante los años setenta, en todo el litoral oeste de La Habana) consistía en ordenar el lanzamiento de sacos llenos de arena sobre aquellos maltrechos vehículos portadores de niños, mujeres y hombres inocentes, para hacerlos desaparecer en el fondo del mar o en la barriga de los tiburones. Si alguien cree que fantaseo o que exagero o que pretendo estandarizar la crueldad de un caso aislado para presentarlo como típico del fenómeno, debe ser porque no conoce ni de lejos los pormenores de la debacle migratoria que ha debido sufrir la población cubana a lo largo de las últimas seis décadas.

Ya sabemos que la emigración se ha convertido en uno de los grandes problemas del mundo moderno. De un lado, países subdesarrollados, súper poblados y con malos gobiernos que no dejan a los ciudadanos otra elección que no sea la desbandada. Del otro lado, países desarrollados en los que la fuerza de trabajo del inmigrante pierde su histórica incidencia en tanto beneficio de orden económico, a la vez que aumenta desproporcionadamente la cifra de inmigrados que son carga social e incluso retranca para la prosperidad. Se trata de una tragedia que ahora mismo parece irremediable, no tanto porque lo sea verdaderamente como por la falta de previsión y de buena voluntad por parte de los poderes dominantes, y por la absoluta falta de perspectivas de los afectados.  

Ocurre, sin embargo, que aun en medio de esa catástrofe con dimensiones planetarias, la historia de los emigrantes y exiliados cubanos en los últimos sesenta años exhibe características sui géneris, lo que es decir particularmente dramáticas en más de un sentido.

En ningún otro país pobre y generador de emigrantes en masa, el simple imperativo de abandonar la tierra, el hogar, la familia, para ir en busca de otros horizontes, ha sido perseguido, reprimido y tan implacablemente castigado como en Cuba, bajo el estigma de delito político. Posiblemente no existan estadísticas oficiales (y si existen, no las conoceremos nunca) sobre las cuantiosas cifras de personas que fueron juzgadas y enviadas a cumplir largos años de cárcel por intentar sin éxito huir de la Isla. Menos aún consta la infinidad de casos en los que fueron asesinadas en alta mar por las fuerzas represivas del régimen. Por no hablar de los cientos de miles de cubanos que desaparecieron para siempre en la travesía, sin que sus nombres hayan podido engrosar siquiera las listas de inmolados. Jamás llegaremos a conocer el escandaloso número de vidas que se ha llevado por delante el fidelismo movido por la soberbia de no tolerar no ya el desacuerdo ideológico, ni aun el deseo de alejarse silenciosamente de su fatum tiránico.

Tampoco cuentan, porque no son cuantificables, los disímiles sufrimientos, las frustraciones, el luto, la rabia, el miedo, la desesperanza…que ha venido acumulando la población durante más de medio siglo de éxodo indetenible y siempre satanizado oficialmente. Por decenios, las familias cubanas que decidían explorar nuevas opciones de vida en el exterior eran despojadas por ley de sus propiedades, incluidas sus propias casas con todo lo que tuviesen dentro. Todo profesional que manifestaba interés por abandonar legalmente la Isla, era sometido a régimen de trabajos forzosos, en condiciones de internamiento y cumpliendo tareas rústicas en la agricultura o en otras áreas ajenas a su especialidad. Los profesionales y técnicos de la salud eran expulsados de sus puestos y obligados a permanecer desempleados entre cinco y diez años antes de obtener permiso para viajar al exterior. El término militar “desertor” es esgrimido todavía hoy para calificar a cualquier persona (pero en especial a profesionales, deportistas, artistas…) que halle propicio quedarse a vivir en un país extranjero donde le ofrezcan mejoras laborales y de desarrollo. Y ser considerado desertor por la dictadura implica la prohibición de regresar a su país (a veces nunca más, otras veces después de un extenso destierro), ni aun para darle el último adiós a una madre moribunda. Todavía más cruel es el tratamiento que se impone a los exiliados. El simple hecho de mantener correspondencia o algún tipo de comunicación con ellos, implicó para su familia en Cuba, durante una larga etapa, la limitación de acceso a empleos y a estudios universitarios, así como el san Benito de vivir bajo perenne sospecha como “traidor a la patria”.

Sería difícil encontrar un solo hogar cubano en el que la emigración y el exilio no hayan dejado dolorosas marcas. El éxodo de nuestro pueblo bajo el dominio del fidelismo encierra una de las mayores desgracias históricas que ha padecido Cuba desde la época colonial. Todavía no ha sido desglosada en términos cuantitativos. Quizás nunca sea posible hacerlo con exactitud. No obstante, no es en este orden, sino en el cualitativo, donde registra sus más graves perjuicios. Pongamos sólo la total desvertebración de la familia cubana, o la pérdida de lo más valioso de su patrimonio intelectual y de su gente joven.  

Así, pues, mejor que consultar las estadísticas –ya que ninguna puede ser confiable–, y mucho más revelador que el recuento del cúmulo de acciones resueltamente fascistas con que el fidelismo se aseguró con este asunto un lugar de privilegio en el estercolero de la historia, resultará siempre consultar la memoria viva de sus protagonistas. Por eso me parece tan importante que existan libros como El último que apague el Morro, compilado y editado por Pablo Socorro para la Colección Testimonio de su flamante Editorial Lunetra. Los números fríos se tornan ininteligibles con el tiempo. El dato histórico es recompuesto según el interés de quienes lo refrendan. Entonces nada como el testimonio directo de las víctimas para impedir que estos hechos se olviden o adulteren.

Por El último que apague el Morro discurren las rememoraciones de diez emigrantes que proceden de distintas zonas de Cuba y que afortunadamente consiguieron reconstruir sus vidas y las de sus familias huyendo hacia el exterior. Tanto sus ocupaciones como sus edades o el recuento de las circunstancias que rodearon su fuga de la Isla resultan ejemplares para ilustrar un vívido acercamiento al tema. Las anécdotas, narradas con la mayor naturalidad, sin actitudes lastimeras y sin poses falsamente heroicas, exponen al detalle muchos de los aspectos que configuran el drama general.  

Un técnico de equipos de oficina, un profesor de derecho de la Universidad de La Habana, un dentista, dos pintores, un biólogo devenido enfermero, un actor, una oficinista, un estudiante frustrado, un periodista independiente, un informático, narran sus experiencias personales en un libro en el que resalta la amenidad de las anécdotas, lo sustancial del contenido y la transparencia de los testimoniantes. Algo que ha llamado muy puntualmente mi atención es el modo en que casi todos enaltecen la ayuda que les brindaron familiares, amigos o meros paisanos. Es este un rasgo del fenómeno que en ocasiones se pasa por alto. Incluso algunos consideran que muestra síntomas de estar cambiando para mal, sobre todo últimamente. Sería lamentable. Pues si las ignominias padecidas por nuestros emigrantes y exiliados conforman sin duda uno de los más tenebrosos capítulos de la historia del totalitarismo castrista en Cuba, la solidaridad entre sus víctimas (que es el conjunto de la población cubana) bien merece ser realzada como una especie de lirio blanco en el pantano, cuyas raíces se nutrieron con la inmundicia.

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Cuba, la censura según Vicente Echerri

Escritor, editor, traductor, Vicente Echerri (Trinidad, 1948) profundiza en este video en los orígenes y las características de la censura en la Cuba totalitaria conformada a partir de 1959. Su último libro publicado es la novela El caballo de ébano (Espuela de Plata, 2019).

De la serie ‘La voz tras la mordaza’. Una investigación en torno a la censura y la represión cultural en Cuba en los últimos 61 años:

https://www.youtube.com/watch?v=13Hrr5j2HJw&t=6s

Carta abierta a los artistas cubanos

Luis Manuel Otero Alcántara, artista y activista independiente

por Coco Fusco

La fecha del juicio del artista Luis Manuel Otero Alcántara se acerca. La fiscalía ya ha recibido su caso y tiene hasta el 1 de marzo para responder.

Como ya saben, Luis Manuel ha sido detenido arbitrariamente más de 20 veces en dos años, y esas desapariciones forzadas han durado hasta cuatro días. Las acusaciones de desacato y ultraje a los símbolos patrios relacionadas a los performances que él ha desarrollado en las calles de la Habana y las redes, son diseñadas no solamente para aplastar su carrera artística sino también para infundir miedo en la comunidad artística. Es una estrategia para domar a los creadores que ha funcionado muy bien en Cuba a lo largo de sesenta años.

No es la primera vez que el Estado cubano maltrata y difama a un artista. Los cubanos conocen bien esta historia, aunque de las víctimas se hable poco dentro de la isla. La lista de carreras artísticas que han sido destruidas por los censores es larga. Pero también están los casos infames de artistas que no solo fueron censurados sino también atacados por la Seguridad del Estado, golpeados por la policía, interrogados durante horas, despojados de su membresía en la UNEAC y en la Asociación Hermanos Saíz, de sus licencias para vender su obra, y de sus propios hogares. Entre ellos algunos han sido sometidos a juicios en los que no pueden defenderse de acusaciones falsas. Entre los plásticos está el caso de JuanSí González, que fue hostigado en los años 80 por sus performances callejeros y su actitud contestataria y que en su última visita a Cuba fue amenazado por la Seguridad del Estado de nuevo. Está también el caso de Angel Delgado, que pasó seis meses en la cárcel en 1990 por haber hecho un performance escatológico sin autorización. Danilo “El Sexto” Maldonado estuvo en la cárcel por diez meses y sufrió amenazas de muerte que precipitaron su partida definitiva porque hacía grafiti político en el espacio público. Tania Bruguera aguantó varios meses de lo que equivalió a arresto domiciliario en 2015 por un performance que ni siquiera realizó y sigue siendo hostigada continuamente por los agentes del Estado. Me limito aquí a algunos casos dentro del campo de la plástica, pero sabemos que hay mucho más casos que provienen de la música, la literatura, el cine, el teatro y el periodismo independiente.

Esas prácticas policíacas seguirán si los cubanos no hablan de ellas. El Decreto 349 refuerza el poder del Estado para realizar impunemente estas acciones, pero el silencio general facilita la práctica porque hace que siga ocultada a simple vista. La única diferencia entre el pasado y el presente es que en los últimos dieciocho meses la comunidad artística en Cuba ha empezado a levantar su voz en contra de estas políticas represoras. Ha decidido hacer público su desacuerdo con el Estado cubano. Ha mostrado que considera que la libertad de expresión y la definición de quién es un artista no deben ser manejadas y manipuladas por un gobierno.

Esa manifestación de valores éticos y democráticos da esperanza por el futuro de la vida cultural en Cuba. Demuestra valentía y dignidad frente a una situación terrible.

No obstante, el miedo que hace que la mayoría de los artistas cubanos guarden silencio, no ha desaparecido. Todos conocen bien las actitudes que justifiquen ese silencio. Todos saben que hay muchos artistas e intelectuales que no quieren perjudicarse defendiendo a los que son blanco de las campañas de difamación de la oficialidad cubana. A pesar de haber estudiado y trabajado juntos, se distancian de los colegas condenados como si no los conocieran. Están los que tienen miedo de perder lo poquito que han conseguido, los que temen no poder viajar o regresar a Cuba si hablan. Están los que piensan que solo las figuras más cercanas al poder pueden salvar a los condenados, como fue el caso de Alicia Alonso cuando logró sacar a algunos de sus bailarines de los campos de la UMAP. Y están los que insisten en que no les gusta la política y que su arte no tiene que ver con las cuestiones cívicas y éticas. El entrenamiento que los intelectuales cubanos reciben es muy fuerte. El adoctrinamiento y el miedo hace que muchos se nieguen a apoyar a los artistas “infames” diciendo que sus obras no son buenas o que los que hacen obra que aborda temas políticos son oportunistas que solo buscan la fama – como si no fuera el caso que todos los artistas cubanos desean ser reconocidos por su obra. Jamás he conocido a un artista de la isla que no quisiera ser famoso, exhibir y vender su obra. Todos estos argumentos que pretenden separar al artista de la política terminan siendo estrategias que sirven a los intereses políticos del Estado cubano.

Sabemos también que hay miembros de la comunidad artística que han denunciado a otros de su medio para ganar el favor de la oficialidad. Hay algunos que han firmado cartas escritas por miembros de la Seguridad del Estado declarando que tal o tal persona no es un verdadero artista. Entre ellos hay algunos que después optan por el exilio y nunca hablan de ese pasado comprometedor. Aquel acto de violencia simbólica legitima las medidas de la policía, pero corresponde a una lógica errónea. El derecho de expresarse no tiene que ver con la calidad artística de una obra –es una cuestión ética y un elemento clave de los derechos civiles al nivel global. El artista pertenece a una profesión que celebra y demuestra que la creatividad no tiene límites. A pesar de la buena educación que muchos artistas reciben en Cuba, ningún cubano tiene la capacidad y la autoridad de determinar de manera absoluta el valor de una obra de arte. Hay artistas que no son reconocidos hasta mucho tiempo después de su muerte y otros que son elogiados por periodos muy cortos antes de desaparecer del campo cultural.

Los profesionales de arte pueden enmascarar su miedo con disparates formalistas, pero no pueden negar que la represión de un artista crea las condiciones para la represión de todos los artistas. El Estado que promueve a algunos es el mismo que suprime a todos.

Por eso les invito a reflexionar en este momento y decidir si les conviene a los artistas cubanos que encarcelen a uno de ustedes. Y si les parece que no les conviene entonces tal vez podrán levantar la voz y denunciar el maltrato de Luis Manuel Otero Alcántara. Llegó la hora definitiva para hacerlo y, si no lo hacen, por lo menos reconozcan las implicaciones y las repercusiones de su silencio.

https://www.cocofusco.com/

Bebo Valdés, la música interminable

 

De Bebo Valdés, uno de los pianistas más importantes que ha dado Cuba, uno de sus grandes músicos de todos los tiempos, apenas si se habla en las calles y medios de difusión masiva en la Isla. Una leyenda viva de la música insular prácticamente desconocida para la inmensa mayoría de la población cubana.

Mucho se ha hablado de Bebo fuera de Cuba, al punto que uno se pregunta: ¿Y por qué no dejar que Bebo hable de sí mismo? Así fue como se me ocurrió ensamblar esta especie de collage de fragmentos de entrevistas concedidas por el pianista y compositor a varios medios y periodistas de distintos países. Pero antes recomiendo leer esta breve síntesis de su biografía:

Bebo Valdés nació el 9 de octubre de 1918 en Quivicán, unos pocos kilómetros al sur de La Habana, y falleció en Estocolmo (Suecia) el 22 de marzo de 2013. Comienza su carrera profesional como pianista de la orquesta de Julio Cueva, y poco después colabora con la orquesta de Armando Romeu en el cabaret Tropicana. Deja Cuba en 1960 y, tras una gira europea con los Havana Cuban Boys, decide exiliarse en Estocolmo, Suecia, en 1963. Luego de casi treinta años alejado de los focos, tocando el piano en hoteles y teatros suecos, el 25 de noviembre de 1994 Bebo recibe una llamada de Paquito D’Rivera, quien le invita a grabar un nuevo disco en Alemania; reinicia entonces su carrera internacional con la grabación de “Bebo Rides Again”. Sus dos primeros premios Grammy fueron obtenidos por ‘El arte del sabor’, junto a Cachao, Patato y Paquito d’Rivera, y ‘Lágrimas negras’ –que firmó junto al cantaor flamenco Diego El Cigala—, elegido por Ben Ratliff, crítico de The New York Times, como mejor disco del 2003. En total, Bebo mereció siete Grammys.

Hecho el preámbulo, las palabras del artista:

“Estuve un tiempo en Miami antes de venir a Europa. Lo que pasa es que en México trabajaba para Hispavox, donde le hacía los arreglos a [los cantantes chilenos] Monna Bell y Lucho Gatica; y de ahí me mandaron a trabajar a un festival en Madrid. Yo quería conocer Europa, porque tenía más de cuarenta años y nunca había estado allí. Luego llegué a Helsinki y conocí a la que es mi esposa, en el año 62. Cuando vino la crisis de los misiles, mis amigos cubanos me dijeron: “Olvídate de Cuba, ya no hay esperanza de volver; mejor cásate y quédate por aquí, que éste es un buen país”. Eso hice, y me salió muy bien, porque llevamos 42 años casados, y acá tengo hijos y nietos, así como mi casa y mi pensión. Si sigo trabajando es porque me gusta hacerlo, no por necesidad” (entrevistado por Sergio Burstein).

“En Cuba pasaron cosas en lo que tiene que ver con la música. Una de las que más me sorprendió fue el comienzo de los Irakere de mi hijo, en el año 73. Y las estrellas como Paquito y Sandoval y el pianista este… cómo se llama… uno que es mulatico, muy bueno, que era competidor de Chucho, más o menos de mi color… Gonzalo Rubalcaba. Emiliano Salvador también fue muy bueno, pero prácticamente no salió de Cuba” (entrevistado por Pablo Larraguibel).

“A mí el dinero no me importa ni cojones. Nunca me ha importado. Yo quiero hacer mi trabajo, que me dé para comer y para ir aquí al lado, y ponerme un traje cuando yo quiera. Y aquí una casita o lo que sea. Pero ser esclavo, no. Yo tuve dos tíos, Rufino y Agustín, que fueron a la guerra con Maceo y cuando volvieron en 1898 nunca se habían puesto un par de zapatos ni se habían acostado en una cama. Dormían en el suelo. Eran esclavos y se fueron como cimarrones con un machete porque les echaban a los perros. Cuando vi que tumbaban caña todo el día, que no sabían ni leer ni escribir, y que los explotaban en la hacienda, yo le pedí a Dios una cosa: Dame para dar y no me dejes pedir nunca jamás. Y todos los años mando dinero a Cuba. Lo he hecho toda mi vida. Yo no puedo dejar de ayudar a mi gente” (entrevistado por Carlos Galilea).

“En ese tiempo (los años sesenta en Cuba) se empezaron a dar las cosas así. Si tú tenías una orquesta, te imponían a alguien dentro. “Pero si tú no eres músico, ¿cómo tú me vas a enseñar a tocar piano?”, preguntaba.  Y te podían decir: “Óigame, hágame un arreglo para esta tarde que va a cantar fulano”, y no te quedaba más que decir: “¿qué es eso?, ¿qué tú estás diciendo?”. Esas cosas no son comprensibles. Así yo no podía seguir. Yo entiendo las cosas como son. Cada cual tiene sus razones. Pero para mí es inexplicable. Yo soy un hombre democrático totalmente. Mientras tú no infrinjas la ley, haz lo que te dé la gana y lo que tú quieras. Ahora, no me obligues a mí a hacer lo que tú haces. Eso es todo” (entrevistado por Pablo Larraguibel).

“Donde quiera que esté un hijo mío, seguirá siendo mi hijo; ahí no vale la política. Dejé de ver a Chucho durante dieciocho años, porque él no iba a los lugares a los que yo iba. Después del año 78, empezó a ir a Estados Unidos todos los años. Tanto él como yo hicimos al lado de esa nieta un concierto a tres pianos en Tenerife. Y hace sólo unos días, para celebrar que yo cumplía 87 años y él 64, Chucho y yo dimos juntos un concierto de dos horas y media en España. Cuando yo me fui de Cuba, Chucho era mayor de edad; a los 16 años ya era un señor pianista, y tocaba en mi orquesta Sabor de Cuba. El empezó con el piano a los cuatro años, y durante diez tuvo como maestro a un profesional extraordinario que le dio toda la educación que yo no pude tener” (entrevistado por Sergio Burstein).

“Yo podría ir a Cuba mañana si quisiera. Lo que no quiero es ir al “régimen” de Cuba. Yo soy un hombre libre y debo hacer lo que quiero y cuando quiero. No obedezco a nadie porque soy mayor de edad ya. Para mí, según mi manera de ser y de pensar, un pueblo debe tener su Constitución. Yo tengo la mía, hay dos incluso, las de 1940 y 1902, pero en Cuba es como si no existiesen. Si eso no existe en Cuba, yo no puedo ir a un país donde no tenga ninguna seguridad. No soy político, ni de izquierdas ni de derechas, no te hablo de política. Es por eso que no voy a Cuba, no por otra cosa. No voy por el régimen” (entrevistado por Diego Salazar).

“Yo quiero tocar hasta que me muera. ¿Qué voy a hacer metido en mi casa? Me meto en casa por mi mujer; si no, me voy para la calle a caminar, a hacer lo que me dé la gana, pero la quiero cuidar porque no se siente bien. En los tiempos malos se portó muy bien. A veces yo estaba un día o dos sin comer. Le daba lo poquito que entraba y le decía que ya había comido con fulano. Ella estaba esperando un niño y yo no quería… ¿Quieres que te diga algo? A mí ella todavía me gusta” (entrevistado por Carlos Galilea).

Un poemario muy especial de Rafael Almanza

Ediciones Homagno planea para este 2020 la publicación, en tirada única de 100 ejemplares a color, del poemario HymNos ii, del escritor cubano Rafael Almanza, Premio Nacional de Literatura Independiente ‘Gastón Baquero’.

El poemario –continuación de HymNos (536 páginas), publicado por la misma editorial– consta de 584 páginas, en formato de 6 por 9 pulgadas, y con color interno.

«Este himnario a la Gloria del Ser, de 1.120 páginas hasta ahora, está compuesto por 17 poemas extensos, varios de ellos visuales», ha explicado el propio autor. «HymNos ii consta de solo tres himnos, pero dos de ellos son visuales y requieren el uso del color, especialmente para los poemas-objetos que aparecen fotografiados, la heráldica y el poema arquitectónico Parque AlmAnsia».

El alto coste de producción de esta segunda parte del proyecto ha llevado a los editores a solicitar apoyo económico en forma de crowdfunding (colecta). Apoyo que Puente a la Vista recomienda vivamente dada la importancia de este libro singular:

Clic aquí para apoyar la publicación del libro

Lilliam Moro, homenaje en Viernes de Tertulia

Viernes de Tertulia, el evento artístico y literario que coordina en Miami el escritor Luis de la Paz, anuncia su jornada del mes de febrero de 2020 con un homenaje a la escritora Lilliam Moro.

Durante la celebración, autores invitados, familiares y amigos leerán poemas de la reconocida escritora cubana, en una gran fiesta de poesía para resaltar la obra y trayectoria de Moro, quien también leerá algunos de sus textos.

Fecha: viernes 21 de febrero de 2020
Hora: 8:30 de la noche
Dirección: 111 SW 5ta. Avenida
Más información en el (305) 747-1877.

El programa Viernes de Tertulia es una producción del Creation Art Center, organización fundada por Pedro Pablo Peña (†) y dirigida por Eriberto Jiménez.

Ana Rosa Díaz, rara avis en la literatura cubana

 

Ana Rosa Díaz, cubana nacionalizada española, estudió pintura y ha ilustrado cubiertas de libros. Es una prestigiosa actriz en su tierra natal, donde se desempeña como titiritera, y a veces dirige a actores y actrices en alguna obra de teatro.

Nacida en Las Tunas en 1973, egresada del Centro de Formación Literaria Onelio Jorge Cardoso en La Habana, bajo la dirección de Eduardo Heras León, Ana también ha hecho cine, radio y televisión. Pero son la poesía y la narrativa quienes la han dado a conocer en el ámbito cultural.

Las deudas literarias de la autora con escritores universales y nacionales son muchas, pero su novela El hueco (Iliada Ediciones), la primera que publica, lleva una marca personal. Aquí narra la historia de Gustavo, un adolescente perdido en un pueblo de provincia; de los abusos de un tío alcohólico y morboso; de su abuela; de la pérdida de la madre, a quien tratará de encontrar; del amor de Luisa, que llegará al pueblo para salvarlo de las miserias materiales, espirituales y de la peor de todas, la humana.

Discípula de Guillermo Vidal y Alberto Garrido, Ana forma parte de las generaciones de María Liliana Celorrio, Lucy Araujo, Carlos Esquivel, Nuvia Estévez, Frank Castell y José Alberto Velázquez, escritores que se entrelazan para alimentarse entre sí.

Este libro nos hunde en un mundillo del campo cubano donde todas las desgracias y la marginalidad pueden ser posibles, y acontecen. Novela del siglo veintiuno donde la Virgen de la Caridad y el Internet también son personajes que asoman en el culo del mundo donde vive Gustavo y hacen un guiño de fe y modernidad para iluminarlos.

El hueco comienza a ser reconocida y elogiada por los lectores en el mundo hispano, y un poco más allá.  Novela narrada con feroz maestría. La autora se asoma por vez primera al gran mercado que resulta publicar fuera de su país, pues en este los libros se diluyen entre amigos, vecinos y familiares.

El hueco, obra que rompe con los cánones planteados por escritores anteriores que tocaron la problemática y la realidad del campo en la isla, para dibujar la precariedad que transcurrido el tiempo ha ido creciendo y agrietando toda posibilidad de sueño y esperanza. Novela que va siendo imprescindible dentro del coro narrativo de la nación. Ana Rosa nos permite asomarnos con ojo crítico a una realidad soslayada y olvidada por la novelística cubana en lo que va de este siglo.

Tomo prestadas las palabras de contracubierta: «Novela dura, hermosa, cruda sobre la soledad, el abandono, las miserias humanas y la lucha del ser humano por conseguir sus más íntimos sueños”.

 

Una novela donde el lector tendrá que sortear todos los horrores para salir a salvo. En ella no hay personajes ingenuos o inocentes. Es una historia que hace sangrar, porque la gama de personajes no deja de hacerlo a lo largo de la trama propuesta por la escritora. De ella ha dicho el reconocido crítico y novelista Amir Valle: “Con El hueco la cubana Ana Rosa Díaz Naranjo demuestra que es una de las voces a tener en cuenta en la actual narrativa cubana escrita en la Isla”, a lo que yo agrego: y fuera de ella.

Ha debutado en las ligas mayores con una gran novela, una Ópera Prima que dará de qué hablar, ya lo está haciendo. Un torbellino capaz de arrastrar al más perezoso de los lectores. En Amazon:

Amazon cierra contrato con Raúl Castro para viviendas en Cuba

Caricatura de Omar Santana

La multinacional Amazon, cuyas sucursales se extienden a lo largo y ancho del planeta, cerró contrato este fin de semana para inflar viviendas en Cuba, eternizando así el mayúsculo problema habitacional que arrastra el régimen cubano desde los tempranos años sesenta del siglo pasado.

Tras el éxito de sus yates de goma, Amazon creyó prudente explorar la posibilidad de inflar casas de goma en Cuba, un país donde la excesiva promiscuidad hace prácticamente imposible el despegue socioeconómico, pero luego de estar a punto de sellar contrato con el mismísimo Raúl Castro –en el poder tras bambalinas— tuvo que cerrarlo.  

“Raúl Castro nos bloqueó y tuvimos que cerrarlo”, explicó a la redacción de nuestro semanario humorístico Arroz con Mango uno de los ejecutivos de la empresa que prefirió permanecer en el anonimato (el ejecutivo).

Amazon comenzó a vender en 2019 el popularmente bautizado ‘yate para pobres’ (su nombre real es ‘Inflatable Bay Breeze Boat Party Island’), un barco hinchable convertido en la alternativa perfecta para que disfruten en alta mar “aquellos que no tienen dinero para costearse un barco real”.

El yate de goma tiene espacio para hasta seis personas “y se divide en dos áreas de asientos en la parte delantera y trasera. También tiene ocho posavasos y un enfriador de bebidas incorporado. El hinchable no tiene motor y, por lo tanto, no se puede utilizar para navegar”.

Ya en el otoño del año pasado, no obstante, la posibilidad de una avalancha náutica hacia Cuba en estos botes de goma, tras la previa incorporación de motores a su vez plásticos, había rondado las mentes de los ejecutivos de la empresa:

 

El Poeta

 

Tal vez no exageraba Coetzee cuando afirmó que mediante la música de origen africano los occidentales empezaron a vivir de una nueva manera dentro de sus cuerpos. Sobre la gente de Cuba podríamos decir aún más. Nuestros cuerpos fueron procreados con esa música adentro. Es marca de fábrica. Así que no resulta concebible que se nos identifique no digamos ya ajenos, ni siquiera apartados de ese don cultural devenido inherencia sanguínea. El legado musical de África es para el ente cubano lo que la décima espinela procedente de España ha sido para nuestra historia literaria: savia fundacional.

No por casualidad ambas influencias se entroncaron desde tiempos remotos en el punto guajiro o punto cubano, fruto alquímico que, pese a la marginación y al ninguneo elitista de tantísimos años, ha constituido –constituye- milagro irrepetible de nuestra cultura.

Me apena calcular la cifra de coterráneos (cientos de miles, o millones quizá) que nunca han presenciado una canturría, o que no sintieron por lo menos curiosidad frente a una controversia entre dos decimistas del patio, artífices del repentismo. Es el sortilegio de la poesía sintetizado en un espectáculo que a fuerza de ser auténtico, parece acto de magia.

Estoy lejos de ser chovinista. Ni siquiera me considero un buen patriota. Tampoco pienso, con Cicerón, que mi patria está en cualquier sitio donde me sienta bien. Más allá del pintoresco reduccionismo mental que impone este concepto, la patria, para mí, no sobrepasa los límites de un minúsculo grupo de seres entrañables, o de algunos sitios de La Habana y algún que otro recuerdo o rastrojo de olvido, sumas mermadas por infinitas restas, como diría Pitol. Sin embargo, entre esos escasos atributos a través de los que todavía me sorprendo a veces sintiéndome orgulloso de ser cubano, se halla el punto guajiro y la décima en tanto expresión poética, sea improvisada o escrita, cantada o impresa.

Y doy fe de que ese arraigo se lo debo particularmente a un hombre: Francisco Riverón Hernández. Un inmenso poeta. Por más que nunca utilicé el determinante indefinido “un” para referirme a él. Para mí siempre ha sido El Poeta. Aunque no sea el único gran poeta cubano que admiro. Pero fue el primero que me abrió los ojos, me afinó los oídos y me expandió el espíritu al revelarme la maravilla de sus versos y del arte poético en suma.

Ahora también me sería difícil -y descorazonador- calcular la cifra de coterráneos para los que el nombre de Riverón puede sonar irrelevante, o hasta desconocido. Ojalá no sean tantos como sospecho. Ello, desde luego, no disminuye en modo alguno la trascendencia de su obra. En todo caso es otra prueba del sesgo de provincianismo y desmembración cultural que marcó desde siempre nuestra historia, y más en las últimas décadas.

Porque a pesar de que el punto guajiro está reconocido por la UNESCO como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad, y no obstante el relieve concedido a la décima por algunas pocas aunque eminentes figuras de nuestra cultura, como Lezama Lima, quien la cultivó sin sonrojos y además la situó en perspectiva dentro de su Antología de la poesía cubana, lo cierto es que los críticos y en general la mayoría de nuestros escritores y otras personas presumiblemente cultas, no han dejado de mirarla por encima del hombro. Tal vez porque la asumen como un género menor, o como una rústica antigualla, o como expresión folklórica distante y ligeramente emparentada con la poesía.

Yo tuve suerte. Disfruté la ventaja de acercarme a la poesía mucho antes de asistir a las aulas universitarias, y sobre todo antes de que me embutieran de tanta estrofa ramplona y tediosa en aquellos talleres literarios. Ocurrió en mi adolescencia. Vivía entonces en el barrio de Cocosolo, en Marianao, donde un vecino (bastante mayor que yo aunque aún joven) poeta vallejiano, decimista e incondicional entusiasta de Francisco Riverón, empezó por recitarme de memoria los versos de El Poeta, y luego tuvo a bien prestarme algunos libros suyos. No recuerdo haber recibido, antes ni después, otra experiencia tan reveladora. Al punto que decidió mi futuro como impenitente lector y emborronador de cuartillas.

Es que la poesía de Riverón resulta inspiradora. En su obra reconozco muchas de las mejores décimas que se han escrito en Cuba. No fue el único género en que expresó su singular talento, pero personalmente no le encuentro paralelos en el vasto catálogo de decimistas de primera fila que han prestigiado nuestro panorama literario en todos los tiempos.

Con más razón que un santo, el poeta cubano Luis Mario nos advirtió que la sencilla mención del nombre de Riverón conduce a evocar todo el encanto que pueda caber en una décima.

Ni más ni menos. Nadie como él supo mantener el equilibrio entre el imperativo de renovar el género, sobreponiéndolo al estatus de sus inicios como simple versificación anecdótica, pero sin recargarlo con el excesivo rebuscamiento de metáforas que padecería después. Nadie como él, que yo sepa, fue capaz de revalidar la décima (tanto improvisada como escrita) colocándola entre el clasicismo y la modernidad, o sea en la balanza de lo genuinamente culto. No en balde también apuntó Luis Mario que supo vestir de largo a la décima guajira para presentarla en los salones de La Habana ilustrada.

Por si fuera poco, nadie que no fuese Riverón habría dotado con igual fineza a un adolescente huraño como yo para amar y hacerse amar por las mujeres. Y eso sí que ya es mucho decir. 

Instituto Patmos, segundo libro de su colección #BerlinWall30

Nancy Alfaya, Mario Félix Lleonart y Juan Carlos Recio en el Festival Vista de Miami

 

Es este un libro que desde el punto de vista laico, y más desde el no religioso, cabe llamar como de combate. Un breviario con el cual un pastor Bautista, que lleva constantemente prendida a su pecho una medallita con la imagen de un Mártir de la fe católica, pretende armar a la ecúmene cristiana cubana de armas para reclamar su derecho a vivir según los principios de Cristo. En medio, por cierto, de un Estado totalitario que siempre ha pretendido imponerles la subordinación de esos principios a lo que ellos no pueden interpretar más que como intereses temporales, del momento. En definitiva en contraste con un Estado que dice querer construir sobre la Tierra el mismo Paraíso que esperan los cristianos, pero según las ideas de una vanguardia política que no admite otros principios, y sobre todo otra dirección, que la suya.

En La medalla en mi solapa, Mario Félix Lleonart Barroso, su autor, comienza por narrarnos cómo fue a dar a Polonia en 2013, y luego en 2014, invitado como parte del Programa Latinoamericano, del Instituto Lech Walesa. Mas aclaro que no es este un libro de viajes, ni mucho menos, porque esa narración solo sirve como excusa para introducirnos paso a paso, por medio de episodios personales de un protestante, en el papel fundamental de la Iglesia Católica en el proceso de transición polaco, a su vez clave para el derrumbe de todo el llamado Socialismo Real.

Acompañaremos así al Cardenal Wyszynski en su posición vertical ante el comunismo, su martirio, las primeras victorias de 1956, hasta verlo recibir en 1979 al Papa polaco, o hasta su muerte en 1981, en la calma de los justos. Escucharemos desde la nave su iglesia la palabra de Libertad de Jerzy Popieluszco, asistiremos indignados a su asesinato por agentes de la Seguridad del Estado polaca. Retumbara en nuestros oídos aquella cita con que Juan Pablo II removió los cimientos del régimen comunista polaco, no bien besar la tierra de su amada patria, aquel día 2 de junio de 1979 en que Andropov, la cabeza pensante del KGB, decidiera que a ese Papa había que hacerlo callar, a como diera lugar. Caminaremos en medio de una manifestación, rodeados de obreros, en su mayoría católicos, que siguen a su líder Lech Walesa, un hombre a quien a su vez guían los principios de la prédica y la acción de Cristo.

A seguido Mario explora en nuestro pasado, desde que un cristiano nos pensara por primera vez como nación independiente, Félix Varela, en una institución religiosa, el Seminario San Carlos y San Ambrosio. Y luego de esta breve exploración que llega a nuestro presente parece decirnos: miren, cristianos todos, nosotros también somos de esa madera que en Polonia ha dado a héroes y mártires como Jerzy Popieluszco, o Lech Walesa. Sólo vivamos los principios de nuestra fe común en aquel que murió en la cruz por la salvación de cada uno de nosotros.

El libro a su vez se completa con una serie de documentos imprescindibles para el cristiano que lucha hoy en Cuba por la Libertad. Se incluyen así una lista actualizada de los ciudadanos cubanos a los que el régimen cubano nos impide salir del país, y el texto completo del informe sobre la situación de las libertades religiosas, durante el pasado 2019. Por último se incluye la valiosísima Declaración de Barmen, mediante la cual en tan temprana fecha como 1934 un grupo de Iglesias evangélicas alemanas se declararon en oposición abierta al régimen nazi. Es este último un documento de imprescindible lectura para cualquier mujer u hombre de bien, no importa si creyente o no, porque es el manifiesto de un grupo de personas que no se han dejado arrastrar por la opinión mayoritaria, y en medio de tal panorama se han mantenido firmes en sus principios.

La medalla en mi solapa es el segundo libro de la colección #BerlinWall30, de Patmos Ediciones, editorial del Instituto Patmos. Con él, como con todos los demás libros publicados en esta colección, se persigue acelerar la llegada de una democracia que a los cubanos se nos mostrara elusiva en el memorable otoño de 1989.

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