¿Sangra nuestro Martí? Carta en franco alegato de nuestra culpa (I)

Carta anónima de un escritor residente en el oriente de Cuba, quien ha preferido ocultar su firma por razones de seguridad.


El Granma correspondiente al pasado jueves 28 de enero da a conocer al fin, bajo el titular Condenados quienes ultrajaron los bustos de José Martí y con la firma de su departamento de redacción, la suerte que correrán los ciudadanos Panter Rodríguez Baró, Yoel Prieto Tamayo y Jorge Ernesto Pérez García.

  Las sentencias fueron informadas por el Tribunal Provincial Popular, según la nota, y el juicio oral y público fue celebrado el 21 de diciembre del pasado año (Causa 61 de 2020) por el Tribunal Municipal Popular Plaza de la Revolución. Los delitos imputados fueron los de difamación de las instituciones y organizaciones y de los héroes y mártires de carácter continuado; y de daños a bienes del patrimonio cultural. 

  Granma asegura que el Tribunal dio por probado que los acusados se asociaron de común acuerdo el 1ro. de enero de 2020 para desacreditar la imagen de José Martí, derramando sangre (de cerdo) sobre varios bustos y pancartas de nuestro Héroe Nacional y otros próceres de la revolución (no especificados en la nota). Hace resaltar en ella el accionar sobre el busto de Martí situado frente a la sede de la revista Bohemia (declarado patrimonio cultural). 

  El resultado final más notorio fue: quince años de privación de libertad para Panter Rodríguez, nueve años para Yoel Prieto, y un año para Jorge Ernesto…

  Por mi parte, llevo un largo año haciéndome preguntas sobre lo acontecido. Preguntas que hasta ahora no quise expresar públicamente. Llegué a pensar que la creación de una polémica podría agudizar el problema para estos cubanos, en la posible animosidad que pudiesen sentir algunos militantes de la política actual de la isla de ganar la discusión a toda costa, o en la necesidad de acentuar un oportuno acto ejemplarizante; pero, en vista a que la suerte está echada, me animo a compartir públicamente mis razonamientos. Y me atrevo a solicitar que sean examinados con independencia de lo que cada cual opine sobre el hecho o sus resultados.  

  Comenzaré con un argumento de simpleza extraordinariamente martiana: ¡Tomar quince y nueve años de la vida de estos hombres no hará más digno a ninguno de nuestros héroes, ni les sacará a ellos de la falta de decoro por la que han sido juzgados! 

  No hablo de estar de acuerdo, o no, con el acto en sí; de que nos guste, o no, el modo en que lo hayan realizado. Solo persigo una respuesta desnuda: la profanación juzgada, a pesar de haber sido hecha sobre monumentos de nuestros héroes, ¿tiene carácter físico o moral? ¿corpóreo o de principios patrios? 

  Si el descrédito a la figura de Martí no fue exactamente la naturaleza conceptual de la acción, por muy enojados que estemos con el resultado final nos encontraríamos cometiendo un acto más vergonzoso del que se ha juzgado en nuestros tribunales. Sobre todo, cuando no solo nos preciamos de ser una nación que se conmueve frente a la inocencia de nueve estudiantes de medicina juzgados injustamente, sino también de indignarnos ante la idea de que el supuesto sacrilegio a la tumba de aquel oficial español fuera una razón de magnitud suficiente como para privar de la vida a seres humanos. Esa vida que no solo puede perderse al morir, sino que se pierde igualmente cuando se le niega el tiempo y la libertad para ser aprovechada, o la posibilidad de ser rehabilitada. Sin importar lo invisibles e irrelevantes que hayan sido estos ciudadanos hasta el momento de los hechos.

  Comencemos por el rojo oscuro que matiza el caso. El Granma asegura que el Tribunal indicó que: aprovechándose de la oscuridad de la noche y de la escasez de personas en las calles a esas horas, en la madrugada del 1ro. de enero de 2020, comenzaron a derramar sangre de cerdo sobre cuantos bustos y pancartas de nuestro Héroe Nacional… Pienso que estas palabras sintetizan fríamente los emocionales discursos y comunicados que amplificaron los medios de comunicación, permitiendo una vez más que la procedencia de la sangre contribuya a inclinar la balanza de la justicia. Yo hubiera preferido: derramaron sangre (de cerdo) sobre…; como hice en el tercer párrafo de este artículo. Y creo que existen muchísimas razones para brindar importancia a tan simple detalle en la defensa.

  ¿Tenían Panter, Yoel y Jorge otra sangre para hacer uso de ella en ejercicio del delito por el que fueron sancionados? ¿Sangre humana? Matar o robar para adquirirla hubiese indicado una perversión mayor, un irrespeto, éticamente hablando, a la vida humana. También, en caso de ser sangre destinada a transfusiones, cabría la posibilidad de que afectase la salud de algún paciente necesitado de ella; o constituiría una violación de otra índole al tener que ser hurtada de una institución estatal. ¿Sangre de ganado vacuno? ¡Tendrían que ser suicidas! Si eran sorprendidos con ella, de seguro se le añadirían más años por la vaca que por el Apóstol, pues todos conocen que en Cuba le echan más años a quien mate una vaca que a un ser humano. Y también estaría claro que, aunque no fueran ellos los responsables del sacrificio, tanto paga el que mata la vaca como el que le amarra la pata. Eso sin contar las dificultades para conseguir sangre de vaca en plena Ciudad de La Habana. ¿De pollo? ¿Cuántos pollos tendrían que conseguir? Y tendrían que ser pollos vivitos y coleando. Los que se venden congelados no cuentan, porque también vienen desangrados. Así podríamos analizar hasta el infinito, pero me parece innecesario continuar, pues creo que la lógica establecida puede aplicarse a cualquier otra variante. 

   El cerdo, nos guste o no, era el animal adecuado para su empresa. Nada tiene que ver la irreverencia del nombre (cerdo, puerco, verraco) con que es conocido el mamífero de donde procedió el plasma. Por lo que, por favor, no continuemos haciendo que parezca vil su utilización. Concentrémonos en que vertieron sangre sobre los bustos erigidos en conmemoración a los próceres de la patria y alejemos una deshonesta conveniencia que le añade saña al suceso.

  No sólo el detalle de la naturaleza de la sangre debe ser analizado con mesura. También el hecho de lo que no hicieron es tan revelador en este caso como lo que hicieron; mucho más si ambos análisis resultan congruentes. Comencemos por notar que Panter y sus asociados no arrojaron ácido, que hubiera denotado explícitamente la intensión de causar daños; ni agredieron los monumentos con mandarrias, cinceles o algún otro instrumento para mutilarlos. 

  También me parece significativo que cubrieran con sangre los monumentos y no con pintura roja, por solo citar una posibilidad. La pintura hubiera sido más fácil de conseguir sin hacerse notar en la ulterior investigación. Se hubiese podido obtener en vericueto más intrincado de cualquier barrio (recordemos que aún los puntos de venta de los cuentrapropistas no estaban cerrados ni diezmados por la pandemia cuando sucedieron los hechos). La pintura roja hubiera arrojado un resultado más perdurable y difícil de eliminar, y con ello, habrían asegurado mayor cantidad de espectadores a lo largo del tiempo. Imaginemos por un momento estatuas y bustos manchados de pintura roja. El carmín hubiera agredido la blanca pureza de los ideales martianos, constituyéndose una elocuente crítica ideológica en relación al comunismo y su único partido. Con seguridad, de solo pensarlo, algunos militantes se sienten aliviados de que fuera sólo sangre el material usado.

  Bajemos entonces los ánimos, sino de la justicia, al menos en nombre del raciocinio. Si a nuestro Martí (o más bien la imagen que se erigió en su memoria) le hubieran cubierto de excrementos o hubiese sido miccionada (como aquel histórico y deshonroso hecho cometido por marines yanquis, borrachos y soberbios, que aún perdura en la memoria de los cubanos dignos), significaría desprecio de parte de los atacantes; sería una burla humillante a su memoria. Si le hubieran lanzado tripas o vísceras, indicaría algún desafecto profundo a causa de una amargura personal. Si hubieran sido cubiertos de pintura (en dependencia de las diferentes connotaciones simbólicas del color), esto hablaría de un desacuerdo. Y, si de palabras y símbolos le hubieran garrapateado, hubiese otros elementos más claros para interpretar… pero, ¿sangre? 

  ¡Sangre, cubanos! La sangre es la esencia. La representación de la vida. Un atributo de la existencia misma. Una expresión y el asiento y la demostración del ser. La sangre es savia, existencia, fundamento, espíritu, substancia. La sangre es estirpe, vínculo, memoria, tradición. Es energía, fuerza, vigor, aliento, valor. Es pasión, acción, brío, impetuosidad, entusiasmo; y también sensibilidad, nobleza, dignidad. ¡El simbolismo es evidente! 

  Concentrémonos entonces en que vertieron sangre sobre los monumentos, y tal vez podamos leer con mayor facilidad el contenido que expone la acción. Para mí, cabrían sólo tres grandes posibilidades: (1) Panter y peligroso escuadrón quieren muerto a Martí y cualquier otro prócer; lo cual debe ser descartado casi de inmediato, porque fallecidos están, mucho antes de que ellos nacieran. En este caso una metáfora sobre que deberían ser muertos dos veces quedaría encerrada en la segunda posibilidad que expongo. (2) Consideran a cada héroe como desalmados que hicieron correr demasiada sangre inocente; o sea, viles asesinos bajo el disfraz de patriotas; argumento que resulta harto improbable, sobre todo en referencia a Martí. Histórica y psicológicamente era más lógico elegir a otro. Se bastan ejemplos notables que fueron responsables de un sinnúmero de muertes. (3) Nos acusan a nosotros de hacerles sangrar después de muertos. De matarles nuevamente, de traicionar sus principios, de no honrar su reposo eterno con nuestra conducta. Este último me parece el único coherente, además de expresado con una claridad meridiana. En tal caso, habiendo ejecutado únicamente una profanación corpórea, nos dota primeramente de una responsabilidad en su condena, pues sólo deberían de pagar por el daño causado al patrimonio material. Eso tiene completo sentido y nos coloca a nosotros, sin excusas, en el banquillo de los acusados, al menos en el de nuestra conciencia. 

  Somos nosotros quienes deberíamos estar avergonzados ante la metáfora. Abochornados por haber desangrado a nuestro Martí, palabra tras palabra, verso a verso, omitiendo o permitiendo omitir de su letra la esencia de su virtud, el espíritu de su pensamiento en la construcción de la Patria de todos y para el bien de todos. Hemos sido culpables desde las tribunas y en las plazas repletas, en las pizarras y sobre los pupitres, en las reuniones oficiales y en las esquinas de los barrios, en las oficinas y junto a los surcos. Sencillamente pecamos, y Panter, Yoel y Jorge nos lo trajeron a la memoria. ¿Debían ser ellos el motivo de nuestra ira o la razón de nuestra constricción? 


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