En gran parte, los exiliados suelen mantener la economía de su país natal. A 62 años de dictadura comunista, los cubanos exiliados también debemos estar generando grupos de trabajo, o apoyando a aquellos que incluyan a los diversos sectores de la población para una transición pacífica en Cuba.
Seguir trabajando en las estrategias calle-redes resulta fundamental. En este caso, particularmente el de tomar las calles, soy de la teoría que, de trabajar más con el pueblo del exilio, movilizándonos en distintas plazas, parques, en marchas como la que se logró el 26 de julio en Washington, tendremos mucho más impacto. Organizándonos en el exilio, buscando más aliados a nivel internacional, mostrándoles las pruebas irrefutables de que Cuba es una dictadura, contribuiremos decisivamente a acelerar la liberación.
Después del 11 de julio, la historia de Cuba es otra. Ha habido varios parteaguas, pero este día en especial marcó un antes y un después, mucho más para quienes piensan que la liberación de Cuba compete principalmente a los cubanos que han quedado en la isla. Ojalá vuelvan a protestar en las calles, pero que la libertad no dependa solamente de eso.
Como he dicho en otras ocasiones, no soy de quienes piensan que la libertad de Cuba se logrará solamente con cubanos que viven dentro, sino que para la libertad de Cuba es imprescindible contar con el exilio.
Muy agradecida de la convocatoria de tantos cubanos. Una jornada maravillosa, donde había demócratas, republicanos e independientes como yo. La Cuba que quiero, diversa.
Estuvimos en Washington D.C., Madrid y muchas otras ciudades este 25 y 26 de julio, y vamos a estar donde tengamos que estar. Es momento de seguir, de darnos el lugar que nos corresponde. Se trata de ayudar a nuestros hermanos y de ayudarnos nosotros mismos para salir de este absurdo. Para salir de la prisión totalitaria, porque aun en el exterior hemos sido prisioneros de un sistema tentacular que alimentamos con nuestras remesas.
La economía de los exitosos empresarios cubanos es suficiente para la infraestructura que necesitará, en principio, la reconstrucción nacional. No podemos temerle al día después, debemos visualizarlo y ya estamos apresurándolo.
Nos toca a los cubanos exiliados accionar más que reaccionar. Coordinar encuentros para seguir empoderando al exilio cubano y al cubano en la isla. Siéntase un influencer y no dude que un tweet o un post en Facebook, o en cualquier otra red social, pueden marcar diferencias. Siéntase parte del cambio.
Al exilio le toca recobrar nuestro valor como pueblo, es definitorio. Acabar con la psicología dependiente. Trabajar en estrategias conjuntas con nuestros hermanos en la isla. El exilio es la voz del pueblo sufrido de dentro y de afuera. No podemos desmovilizarnos. Ya perdimos el miedo y conocemos nuestro poder.
Los exiliados colombianos y dominicanos, por citar dos ejemplos cercanos, pueden votar en las elecciones de su país. ¿Por qué los cubanos exiliados no? Pues, primero, porque en Cuba no hay un sistema electoral creíble, y porque hemos servido para calzarlos en el poder.
Han silenciado nuestra voz durante muchos años y ya nos cansamos. No hay vuelta atrás, seguiremos en las calles, seguiremos en las redes, seguiremos en los foros internacionales. Hasta el fin de la dictadura.
¿Cuál es el secreto tras las muertes consecutivas de cinco generales cubanos en apenas una semana, o poco más, luego de las manifestaciones masivas del 11 de julio (11J) pasado a lo largo y ancho de Cuba?
De los cinco generales muertos, el primero en caer, y el más joven, Agustín Peña, era quien mayor poder concentraba en su condición de jefe del Ejército Oriental. Los cinco son los siguientes por orden de “evacuación”:
Agustín Peña. (Holguín, 1963). General de División, jefe del Ejército Oriental de Cuba y miembro del Comité Central del PCC
Marcelo Verdecia Perdomo. (Granma, 1941). General de Brigada de la Reserva, guardaespaldas de Fidel Castro en la Sierra Maestra
Rubén Martínez Puente (Santiago de Cuba, 1942). General de División. Miembro del Comité Central del PCC y diputado a la Asamblea Nacional del Poder Popular. Dio la orden de derribar las avionetas de Hermanos al Rescate
Manuel Eduardo Lastres Pacheco (Yara, Granma). General de la Reserva. Otro “histórico” de la Sierra Maestra. El noticiero oficialista no informó su edad.
Armando Choy Rodríguez (Las Villas, 1934). General de Brigada, miembro fundador del Movimiento 26 de Julio y Premio Nacional de Medio Ambiente en 2014
Divido este breve recuento en tres líneas de investigación, o hipótesis, sobre las causas de sus desapariciones: 1-Purga, 2-Vacuna y 3-Virus
La hipótesis de la purga
De las tres hipótesis manejadas en esta nota, la de la purga parece la más plausible en primera instancia. La extraordinaria coincidencia, entre comillas, de las cinco muertes en pocos días, apunta a algún tipo de elemento exógeno implicado en ellas, ya sea humano, animal o químico.
Una purga, en el caso que nos ocupa, ¿estaría relacionada con la respuesta de estos generales, o no respuesta, a las marchas del 11J? Es la primera pregunta que viene a la cabeza.
La hipótesis de la vacuna
Supongamos que ante la crítica expansión del coronavirus en Cuba los machotes generales, que en principio habían evitado vacunarse, debieron, en procesión obediente, entrar por el aro del camarada Abdala y la compañerita Soberana, quienes los liquidaron con sus efectos secundarios no suficientemente estudiados por la «potencia médica». Quise decir por la «potencia miédica», claro, extraviada en su propia película de terror.
Se sabe de personas fallecidas tras recibir las vacunas autóctonas. Recuérdese que no se trata de medicamentos certificados por la comunidad científica internacional, de los que no hay estudios exhaustivos publicados y que aún están en fase de comprobación.
La hipótesis del virus
La tercera posibilidad, tal vez la más remota, es la de la contaminación de este grupo militar por un Covid en su variante más agresiva. En cuyo caso habría que especular con alguna reunión o evento en que estos altos mandos hayan estado juntos, incluso revueltos, tras la rebelión popular del 11J.
En Madrid y Washington D.C., pero también en ciudades tan inimaginables como Tokio. Manifestantes en muchas partes del mundo volvieron a tomar las calles este fin de semana para visibilizar el anhelo de libertad de la población cubana, maniatada por un sistema militarizado de control y represión que, herido de muerte, se aferra al poder desesperadamente.
Las masivas manifestaciones del 11 de julio pasado en la Isla (11J), y las protestas y operaciones represivas posteriores, han encendido la mecha de la liberación de Cuba, que ahora se manifiesta en el exilio con particular intensidad.
«Quiero para todos los cubanos las mismas oportunidades que disfrutan mis hijos en libertad, en Estados Unidos», expresó Idabell Rosales, presidenta de Vista Larga Foundation, la noche de este domingo frente a la Casa Blanca.
«Vamos a estar en la calle hasta que Cuba sea libre. Dondequiera que haya un cubano, va a estar diciendo ¡Viva Cuba libre!”, gritó el cantante del célebre tema ‘Patria y Vida’, Yotuel Romero, ante una multitud reunida en Madrid también el domingo.
El cantautor cubano Pablo Milanés defendió el sábado, desde su página oficial en Facebook, el papel de los jóvenes como motor del cambio en Cuba, condenando los excesos gubernamentales contra la población de la Isla. «Es irresponsable y absurdo culpar y reprimir a un pueblo que se ha sacrificado y lo ha dado todo durante décadas para sostener un régimen que al final lo que hace es encarcelarlo», aseguró.
«Confío en el pueblo cubano para buscar el mejor sistema posible de convivencia y prosperidad, con libertades plenas, sin represión y sin hambre», añadió el autor del popular tema ‘Yolanda’. «Creo en los jóvenes, que con la ayuda de todos los cubanos deben ser y serán el motor del cambio».
Tras las manifestaciones del 11 de julio y posteriores en Cuba, se calculan decenas de heridos, al menos dos muertos y cientos de detenidos y desaparecidos, muchos de ellos menores de edad. En cadena nacional, el subpresidente Miguel Díaz Canel llamó ese día a la represión de las marchas, asegurando que «la orden de combate» estaba dada.
La muerte en línea de tres generales del ejército cubano, tras los sucesos del 11J, ha añadido morbo a un contexto informativo que el castrismo aún intenta controlar, sin comprender que en este tercer milenio tecnológico todo, o casi todo, a la corta o a la larga, se filtra o se averigua.
En uno de los momentos históricos más profundos y significativos que ha vivido ese inmenso sanatorio que flota en la desembocadura del Mar Caribe, los internos del manicomio gritaron por primera vez «¡Libertad!», «¡Abajo el comunismo!», «¡No más tiranía!», gritos angustiosos que resonaron en todo el mundo. Era el 11 de julio de 2021. Aparentemente, para asombro de los guardianes de la institución, se produjo una grieta en la pared que rodea la escotilla, donde se suponía que la población con el cerebro programado estaba feliz y tranquila.
A través de esa apretada abertura se escapó el alma y la vista de cientos de miles de seres humanos, gritando por libertad y una forma básica de dignidad humana, para consternación del Alcaide Supremo y sus subsiguientes subordinados. Estos, que hasta ese momento tenían el control total de los reclusos, eran todos miembros de dos generaciones de piratas que decidieron quedarse en el lugar, una presencia mucho más prolongada que la habitual escala depredadora. Estas criaturas grotescas, malévolas, crueles, camaleónicas, totalitarias, a veces carismáticas y a veces vulgares, se habían unido en una sola voz que dejaba de lado, brutalmente, cualquier forma de máscara para proclamar con cinismo que los internos que se rebelaban eran simplemente cucarachas que debían ser aplastadas de inmediato, algunos mediante el asesinato o la paliza atroz y el resto mediante un nuevo y continuado encarcelamiento.
La isla-cárcel-asilo sigue flotando. El turismo fluye ininterrumpidamente. ¿Qué verán estos nuevos visitantes? ¿Son diferentes de las miríadas anteriores que vinieron y se fueron sin ni siquiera insinuar que estaban visitando una gigantesca prisión? ¿Hay alguien que vea o escuche además de los familiares de los enfermos, además de los seres con conciencia social o además de los que aún contemplan el cristianismo, la belleza y la gracia de la libertad? ¿Acaso el grito de los presos se va a transformar en una monstruosa cámara de eco para placer de todos los que aún aplauden a los carceleros? ¿Acaso 10 millones de personas son una cantidad significativa de carne humana que debe ser tomada en consideración más allá de unos días de posturas internacionales? ¿Puede alguno de los carceleros tener siquiera un parpadeo de conciencia a medianoche? ¿Se va a ir alguna de las grandes sanguijuelas de la escena?
La isla de asilo es Cuba, poblada por un grupo de seres humanos hermosos, cariñosos, joviales, creativos y trabajadores que desde 1492 hasta el presente sólo han disfrutado de 57 años de libertad como República. Los que están en las calles gritando «Libertad» son cubanos en una macabra casa de corrección, esperando que un milagro cambie su destino. ¿Alguna esperanza?
No importa si votas izquierda, centro, derecha o te abstienes; no importa si eres del norte, sur, este u oeste; no importa si eres cubano o de otro país; no importa si nunca antes dijiste lo que pensabas o si fuiste de los primeros que lo vio todo claro y lo dijo claramente; no importa si te creíste el cuento del gato con botas o si “a ti no hay quien te pase gato por liebre”; no importa si tu discurso está lleno de consignas panfleteras o si ya tu verbo tiene alas propias; no importa si eres un ratón enmascarado o “un bárbaro con el hacha”; no importa si actuaste “a tiempo” o si “más vale tarde que nunca”; no importa si te gusta el protagonismo absoluto, la humildad infinita o el anonimato extremo; no importa si eres dramático o bochinchero, elocuente o lacónico, purista o malhablado, no importa tu preferencia sexual, religiosa, características étnicas, cultura, tendencia, postura o locura; no importa que hayas cerrado los ojos, que “no hayas querido ver” o que tengas luz larga.
Lo esencial es que hoy tu sentido más elemental de la empatía y la decencia humanas se anteponga a tus viejas heridas, tus intereses, conveniencias, alianzas, creencias y miedos para condenar el abuso y la intimidación a los que han sometido por 62 años al pueblo cubano, sin poner “peros” ni “parches”, ni “cambiar de tema” para quedar bien “con dios y con el diablo”.
Hoy nos unimos, hoy no vamos a debatir quién fuiste, eres o serás, cómo pensaste, piensas o pensarás, si lloras o bailas conga, si te expresas con frases delicadas o estallas en palabrotas.
Hoy no permitas que nos dividan. Hoy no te pelees con tu familia ni con tus amistades. Hoy no seas radical, intransigente, intolerante, contra todas las banderas. Hoy no busques atención hablando de tus resentimientos. Hoy déjalo pasar. Hoy dile: “tal vez tengas razón, lo discutimos luego”. Hoy anota esa “cuenta pendiente” y sáldala más adelante, si aún vale la pena para entonces.
Hoy ganemos la batalla más importante. Sin ganar esa, seguiremos girando en la rueda del monstruoso laboratorio del tirano.
Hoy no te enfoques en lo que nos separa, enfócate únicamente en lo que nos une: ¡eliminar el poder absoluto de un gobierno que decide “el bien y el mal”! ¡Enfócate en que Cuba sea libre para todos los cubanos! No se trata de un “quítate tú, dictador que solo impone una forma de pensar, pa’ ponerme yo, dictador, e imponer mi forma de pensar”. Se trata de que todos quepamos, aunque sea apretados.
¿Y qué haremos con los que actuaron impunemente, los que causaron daño, los que arruinaron vidas? Con una sociedad lo más plural y democrática posible (e imperfecta, por supuesto), se establecerá un Estado de Derecho que haga justicia y que proteja a todos con independencia de sus opiniones, creencias o preferencias.
Hoy únete al tirio aunque seas troyano contra un poder que los afecta a ambos.
Mañana, sepárate del tirio o del troyano y defínete dentro del grupo con el que tengas mayor afinidad, o de varios, o de ninguno.
Mañana debate lo que quieras. Si quieres, enarbola la bandera que te guste o ninguna, saca tus trapitos, ajusta cuentas pendientes mientras todos vamos construyendo un lugar de coexistencia y respeto mutuo, un lugar donde nos sintamos protegidos por las leyes.
Puede que yo no coincida en nada contigo, o solo en parte, o en casi todo, pero hoy no te lo diré.
Hoy te abrazo y te agradezco lo mucho o poco que hagas por defender una Cuba para todos los cubanos, sin dictaduras ni dictadores. Hoy no me tomo nada personal, porque entiendo que las personas heridas, pueden herir. Hoy ni siquiera reparo en los oportunistas y sinvergüenzas que intentan sacar ventaja económica en río revuelto.
Hoy abrazo a los que suman su voz al coro.
Hoy el tema de conversación es Cuba sin dictadura.
Pertenezco a una familia desmembrada por el exilio. Viví pensando en que nos reuniríamos del otro lado de esas 90 millas, que han sido el sueño y la pesadilla de un país entero.
Siendo ya adulta, pude salir por reclamación familiar, con mi hijo, entonces menor de edad, pero decidí quedarme por amor. Así de simple. Porque no puedes llevarte todo cuando te vas, y elegir puede ser dolorosísimo y traumático. Puede cercenarte en dos partes.
Entiendo profundamente el exilio porque lo viví a la inversa, y siempre he pensado que esas barreras que separan a los cubanos del mundo (políticas, más que geográficas), tienen que ser removidas.
Las luces que cubanos de Miami lanzaron anoche desde el cielo compartido por ambos países, desde el mar compartido, me hicieron sentir que el fin de la pesadilla está cerca y esa distancia volverá a ser lo que realmente es. Porque cuando la recorrí por fin hace dos años, en avión, no podía creer que tantos muertos, tantas familias desechas, tanta tristeza cupiesen en ese espacio de agua y en 45 minutos de vuelo.
Ya es hora de desbaratar el hipnotismo, la «fatalidad» geográfica, de la «maldita circunstancia del agua por todas partes». Ser una isla no nos condenaba al ostracismo, ni al atraso comercial ni tecnológico antes de 1959.
Gracias hermanos del exilio, por no dejarse arrancar a Cuba. Gracias cubanos de adentro, por no dejarnos morir en el inxilio que nos han impuesto.
La memoria suele tornarse resbalosa y oscura como túnel de alquitrán. Entre las inciertas afirmaciones peor y mejor intencionadas (pero todas igual de nocivas) que leo a diario acerca de ese prodigioso suceso que fue (es) la rebelión popular contra la dictadura castrista en Cuba, el pasado 11 de julio, me han rechinado particularmente algunas según las cuales Fidel Castro habría sabido neutralizar la situación con menos violencia y mayor poder de persuasión que Díaz-Canel o las momias estrelladas que hoy le mueven los hilos. De hecho, aseguran que Fidel lo hizo así cuando el Maleconazo, acontecimiento al que mi labor de periodista independiente me condujo como testigo de primera línea, y cuyas experiencias personales recrearía más tarde en la novela Los crímenes de Aurika,de 2010. He aquí un fragmento, breve pero suficiente para el caso:
Los crímenes de Aurika (fragmento)
Creo que apenas había transcurrido un mes de las estrepitosas ocurrencias relacionadas con el remolcador Trece de Marzo, abordado por varias docenas de personas que lograron tocar la línea del horizonte antes de que fueran apeados por buques del régimen hasta el fondo oscuro de un naufragio sin apelaciones. Y antes, en fechas distintas, otros desesperados se habían llevado más de una lancha que cubría el servicio de transportación de pasajeros entre los poblados costeros de Regla y Casa Blanca. Incluso alguna de estas lanchas consiguió salir de la rada para adentrarse varias millas en el mar abierto, aunque finalmente cayeran igual en los tentáculos de sus perseguidores, o también pudieron ser interceptadas por guardacostas estadounidenses. Con ambos inconvenientes tuvieron que lidiar nuestros audaces navegantes de aquellas jornadas. Pero ahora mismo no me siento capaz de ordenar los detalles según sus fechas y otras puntualizaciones. Aunque tampoco logro ubicarlo en fecha, sí recuerdo que fue en días precedentes cuando otro grupo se apoderó de un buque mercante en el puerto de Mariel e intentó poner proa al norte pero sin resultados satisfactorios, para los abordadores quiero decir. Pero mejor dejo de tocar la flauta y voy a lo que iba. En La Punta y en los alrededores la gente esperaba aquel jueves o viernes por Juan Ponce y su expedición posmoderna de nuevos descubridores de La Florida. Nadie conocía quiénes eran ni qué tipo de embarcación traerían consigo. Y a nadie parecía importarle. Ningún barco habría podido cargar con tantos pasajeros. Total, era lo de menos. Fuese el velero de Ponce o el Nautilus del capitán Nemo o la chalupa de Carontes o algún cefalópodo de acogedoras ventosas halado desde las profundidades por Ned Land el arponero, daba igual. Lo único verdaderamente serio y revelador seguía radicando en aquellas caras. Caras de gente joven, por supuesto, ya que las caras de los viejos –lo notó Bioy Casares a los 70 años de edad– sólo son capaces de expresar azoramiento, ansiedad, majadería, memez… Tan reveladoras me parecieron las caras de aquellos temerarios muchachos que revelador tampoco sería el calificativo exacto.
Luego de merodear por allí durante un largo rato sin que nada nuevo sucediese, decidí continuar pedaleando. Si era verdad que habían secuestrado otro barco, podría confirmarlo subiendo por toda la Avenida del Puerto hasta el Muelle de Luz. Y fue lo que hice. O lo que procuré hacer, pues el acceso al puerto estaba cerrado, así que llegué a una altura en que no pude seguir viaje, me lo impedía una cadena humana (lo de “humana” puede ser exagerado), conformada por mocetones cogotudos y elásticos, todos pelados al rape, todos vestidos de civil, con overoles de trabajo y camisetas rojas. No sé por qué, aunque posiblemente sepa por qué no lo sé, fue justo en aquel momento cuando reparé en que a lo largo de toda mi trayectoria no había visto ni a un solo policía, ni uno de sus carros patrulleros, ni tropas, ni tanques, ni ametralladoras, ni camiones del ejército, nada. Sin embargo, tipos robustos y con la piel requemada por el sol, siempre en grupos de más de veinte o cincuenta o cientos, que actuaban uniformemente, de esos si había hasta para hacer dulce. Los primeros los vi configurando aquella cadena delante del puerto. Pero después vi más. Lo cierto es que no dejé de toparme con ellos en todos los sitios por donde anduve. Frente con frente al Viceministerio de la Marina de Guerra estaba desplegada una de estas pandillas cuyos miembros portaban largas trancas de madera, pero largas y sólidas en abundancia, mucho más que bates de béisbol. Recuerdo que llevaban el torso desnudo, en tanto sus camisetas, todas de color rojo, iban amarradas a la cabeza. Era como un no-uniforme que los uniformaba. Consideré razonable entonces que más allá del sitio en que se encontraban estas huestes la Avenida del Puerto apareciera prácticamente desierta. Y eso que eran pasadas las tres de la tarde, un horario de suma actividad en la zona. Tanta tranquilidad y tanta tranca coincidiendo me provocaron un tuntún desazonador en la boca del estómago. Finalmente, apenas sobrepasada la Lonja del Comercio me dio por pensar que estaba jugándome la suerte que me había acompañado hasta ese momento. Así que tomé por un costado de la iglesia de San Francisco de Asís y luego por la calle Oficios sin detener el pedaleo hasta que me vi en la Plaza Vieja. Iba a torcer hacia arriba, nuevamente con dirección a la zona del puerto, buscando el Muelle de Luz pero sin necesidad de pasar por el tramo de avenida que había hallado tranquilo y trancado. Entonces, justo en áreas de la Plaza Vieja, fue cuando me topé de pronto con Aurika.
De la misma manera que me había inquietado la tranquilidad de la Avenida del Puerto, el exceso de movimientos en la Plaza Vieja, más que inquietarme, me asustó de lleno. Allí las bandadas de jóvenes vigorosos y broncos con camisetas rojas se veían transitar en números muy mayores. Llegaban a pie desde diferentes ángulos de la plaza, eran reorganizados y de seguida los iban montando en camiones que salían disparados rumbo al litoral. Supuse que la plaza había sido escogida como una especie de centro de distribución. En este caso los hombres no traían sus pechos desnudos, así que pude distinguir en cada una de sus camisetas las ilustraciones en letras blancas que los identificaban (o los hacían pasar, eso no lo sabe ni Dios) como integrantes del contingente de obreros de la construcción Blas Roca. Vi que antes de acomodarlos en los camiones les era entregadas a cada uno de ellos unas porras de color negro, muy lustrosas. No sé si eran de goma o de metal o de madera. Sólo sé que aquellas porras rutilaban como los ojos del cernícalo bajo las pálidas sombras del atardecer, y sé que eso me laxó los músculos, que inesperadamente empecé a sentirme todo blando y pastoso como el majarete y que al parecer perdí por un instante las nociones de espacio y de tiempo, ya que cuando vine a ver, sin haberlo visto venir, Aurika estaba parado frente a mí regañándome: Vete de aquí, comemierda, desaparece, hazte humo.
Debe ser verdad eso que afirman los que saben acerca del cerebro, que es conservador, dicen, porque primero creó nuestros instintos, luego las emociones y por último, sólo a la zaga de todo lo demás, la virtud de razonar. Por suerte (esto lo digo yo), parece que durante aquel proceso no teníamos todavía cerebros de consumistas. Ni fantasear me gusta acerca de la posibilidad de que nuestros cerebros al crear nuevas habilidades hubiesen tirado las anteriores al latón de los desperdicios. Nos sobraría sustancia para razonar, tal vez, pero, ¿qué sería de nosotros sin la capacidad instintiva? O para ser más conciso, ¿qué sería de mí? A la luz de la razón no me fue dado entender aquella tarde –creo que todavía no lo entiendo completamente, con todo y los más de diez años transcurridos– qué hacía Aurika en la Plaza Vieja, entre aquellos gorilas cibernéticos, vestido como ellos y con la negra y bruñida porra en mano. A la luz de la razón ni siquiera se me ocurrió preguntarle. Únicamente abrí la boca, cuando al fin pude abrirla, para tragar saliva boqueando como un pichón, pero ya para entonces mi amigo había logrado encasquetarme sobre la bicicleta y me empujaba calle abajo mientras decía sonriendo, con su sonrisa entre sonrisa y mueca: Ve y enciérrate en tu casa, que ya te haré llegar noticias. Estoy planeando robarme el yate Granma de su pedestal en el Museo de la Revolución, a ver si todavía navega. Era el Aurika de costumbre, capaz de escurrirse por el vado tirando a guasa los asuntos más severos y en medio de las situaciones más dramáticas. Sin embargo, ahora que puedo sopesarla como no pude entonces, juraría que le costó un gran esfuerzo desembuchar aquella guasa. No es que se lo notara, yo no estaba en condiciones de notarlo, pero lo juraría. Por cierto, esas fueron las últimas palabras que escuché de su boca, hasta el sol de hoy. Si bien no sería la última vez que iba a verlo. Desgraciadamente no iba a ser la última vez que iba a verlo aquella misma tarde.
Sin miedo no hay pasiones, la acción resulta absurda. Debo haberlo leído en algún libro y bien que me vino, porque aquella tarde, después de repetírmela unas veinte o treinta veces mientras pedaleaba desde la Plaza Vieja en busca de la calle Monte para bajar tirando a El Cerro, fue precisamente esta frase la que me ayudó a volver en mí y a frenar la bicicleta con la idea de desandar lo andado. Fue la frase y también la casualidad de que me cruzara con otro de mis colegas reporteros independientes de la carroña. El sujeto venía desde Centro Habana y me contó que en las inmediaciones de las calles San Lázaro, Galiano o Belascoaín ya estaba armada la gorda. Dijo haber presenciado cómo las muchedumbres de aquellos muchachos embravecidos hacían añicos a pedradas los cristales del hotel Deauville y de unos cuantos establecimientos más. Dijo que pudo ver a muchos de ellos cuando eran esposados y conducidos a lo bruto por grandes cantidades de policías, los que al pasar cerca de los balcones de edificios aledaños eran confrontados por los vecinos que les gritaban criminales y esbirros, entre otros piropos. También le oí decir que tanto la policía como las multíparas turbas de los cogotudos con camisetas rojas apaleaban y pateaban a todo manifestante que les caía entre las garras, y que se podían contar por cientos (creo que el sujeto dijo ceremiles) los jeeps de asaltos con ametralladoras de setenta milímetros que recorrían las calles, sobre todo en las áreas aledañas al Malecón, por más que –también me dijo el sujeto– las protestas continuaron extendiéndose, y tanto que sus ecos resonaban ya en pueblos periféricos como Regla y Cojímar.
Sin miedo no hay pasiones. Pero cuando el miedo sobrepasa los límites tampoco hay frijoles sobre la mesa para los infelices reporteros a los que como a mí nos había tocado morar de pupilo en las temblonas riberas del miedo, y además escarbando dentro de la carroña. Así es que, sin pensarlo, regresé aquella tarde a la zona del conflicto…
El abogado Sergéi Magnitsky fue torturado y asesinado por la policía política rusa en el 2009. Había denunciado fraude fiscal en su país natal por más de 200 millones de dólares. Lo mataron o lo dejaron morir en su celda. Da igual. El crimen quedó impune. En el 2012 el senador demócrata Ben Cardin, con el apoyo del republicano John McCain, presentó una ley al Congreso de Estados Unidos a la que tituló “Ley de responsabilidad del Estado de Derecho Sergéi Magnitsky”. Fue firmada por el presidente Obama. Como existe la tendencia estadounidense a abreviar el lenguaje, le han aplicado al estado cubano la ley Global, el “Magnitsky Act”, y han sancionado al general Álvaro López Miera, Ministro de Defensa y persona a cargo de las FF.AA, y a los temidos Boinas Negras, remedo de las camisas pardas de los nazis o de las negras de los fascistas.
Los rusos, con Putin a la cabeza, se han opuesto vigorosamente a la globalización de la justicia, pero la tendencia continúa. La idea de “nosotros somos los únicos que debemos juzgar nuestros propios crímenes” no funciona del todo. Genera impunidad. Inglaterra, Canadá y los países bálticos están a bordo de la “Ley Global Magnitsky”. Pretoria la estudia junto a Francia y Alemania. En todo caso, la primera demanda de los exiliados cubanos al presidente Joe Biden era que restableciera el Internet a la Isla de Cuba. Se sabe que, tecnológicamente, Estados Unidos puede hacerlo. Pero la segunda demanda, de acuerdo con María Werlau, el alma de “Archivo Cuba”, era que implementara la Ley Global Magnitsky, y parece que le han hecho caso o han coincidido. (No sé si las personas que se oponen a la globalización saben que juegan una partida de naipes marcada por Vladimir Putin).
Hace muchos años recibí un mensaje de Gustavo Arcos sobre el general Álvaro López Miera. En la misiva había nombres de otros generales que me reservo. Gustavo fue un héroe de la lucha contra Batista y luego se opuso a su ex amigo Fidel Castro y acabó en la cárcel. Gustavo me pedía que siguiera de cerca la figura de López Miera. Lo hice. Era un santiaguero, aunque nacido en La Habana, hijo de republicanos españoles, que había sido semi-adoptado por Vilma Espín y Raúl Castro. Su padre fue catedrático de la Universidad de Oriente. Supuestamente, Álvaro se había alzado a los 14 años (nació en diciembre de 1943), y siguió la carrera militar en la URSS. “Vilma lo quería como un hijo”, me dicen quienes conocieron los vínculos que unían a las dos familias.
No sé por qué Gustavo me mencionó este nombre, pero vuelvo a encontrarlo acusado como un represor de los derechos humanos de los cubanos. Por lo pronto, recuerdo al general venezolano Manuel Ricardo Cristopher Figuera, ex jefe del SEBIN. Se pasó al adversario y le levantaron las sanciones. Hay dos epígrafes que justifican ese maravilloso Jordán. Por “genuino arrepentimiento” y porque, a petición del Presidente de USA, le conviene a la Seguridad Nacional. No sé cuál de los dos le aplicaron al general venezolano. Acaso los dos. De lo que no hay la menor duda es de que las sanciones existen para ser eventualmente levantadas.
No habrá una invasión americana contra Cuba, pese a los deseos de los cubanos dentro y fuera de la Isla. Salvo que la resistencia dentro de Cuba provoque una matanza generalizada, abundantemente filmada. Ante esos hechos, por razones humanitarias, la sociedad estadounidense puede ser arrastrada al combate, pero es muy difícil que suceda. Ni siquiera hubo una intervención de Donald Trump contra Nicolás Maduro, pese a haber coqueteado con “todas las opciones están sobre la mesa”. Trump jugaba a asustar a Maduro, pero no conversó seriamente con sus generales sobre la posibilidad de destruir desde el aire el aparato militar venezolano, algo que hubiera sido muy fácil.
Ese desenlace sólo es posible si EE.UU. toma en serio lo que sucede en América Latina y pacta crear en su hemisferio un aparato como la OTAN, pero no veo la menor intención de dotar de fuerza las decisiones políticas. Tampoco existe en esta porción del mundo una voluntad de defensa de la democracia como la que se observa en Europa, donde Estados Unidos es obligado a bombardear a los serbios o a los libios. Estamos acostumbrados a convivir con Cuba, Venezuela, Nicaragua y Bolivia y pronto nos habituaremos al señor Pedro Castillo en Perú.
Eso no quiere decir que el régimen cubano se salga con la suya. Las protestas de los días 11 y 12 de julio han servido para negarle a la dictadura cualquier tipo de apoyo significativo. Son inolvidables las obscenas imágenes de los jóvenes policías y militantes comunistas vestidos de civiles, llegados en autobuses y dotados de bates y maderos para silenciar a la oposición. Así ocurrió en toda la isla. Aunque las protestas fueron ahogadas en sangre, las pocas inversiones que fluirán serán, en su gran mayoría, de dinero nonsancto. Ninguna persona seria y respetuosa de la ley querrá mezclarse con ese mundillo de delincuentes que sólo tienen el apoyo de AMLO en México y de Cristina en Argentina.
Estamos muy cerca del final. ¿Cómo llegará? De la misma manera que comenzó la revuelta de mediados de julio. De forma imprevista. Pero llegará. No desmayemos.
¿Quién dijo primero ante los cubanos «Díaz Canel, ¡singao!»?
Fue en el barrio de San Isidro, en la Habana Vieja, y lo dijo Maykel Castillo Osorbo. El 4 de abril de 2021 en la puerta de la casa de Luis Manuel Otero Alcántara, donde se había acuartelado parte del Movimiento San Isidro en noviembre del 2020. Tenía todo el barrio delante, cuyos amigos y vecinos le habían ayudado a que la policía no se lo llevara preso momentos antes. Pero siendo justos, hace dos años Silvito el Libre y A12 colgaron un video en el que el estribillo era precisamente este. O sea, sentaron las bases para la popularidad de esta frase y lo hicieron en el momento que Raúl Castro puso al monigote de Diaz Canel en el cargo que hoy ocupa.
Han salido videos nuevos del 11 de julio y la constante en todos es la frase más popular del año en Cuba seguramente: Díaz Canel, ¡singao! Algunos «intelectualoides cultos o cultistas» han mostrado desacuerdo por lo soez del singao, que quiere decir en «cubano» traidor o mal nacido. Son los mismos que ante los discursos de la dictadura castrista, durante años llenos de vulgaridades y mentiras, nunca dijeron una palabra.
Lezama Lima, culto de verdad y el mejor escritor cubano del siglo XX, decía que a él no le gustaba el erotismo, que le gustaba la pornografía, las frases directas, y el capítulo VIII de Paradiso lo demostró. Seguro le hubiese encantado «Díaz Canel, ¡singao!». No lo dudo, era de Centro Habana, de Trocadero 62.
En todos los países europeos, latinoamericanos y en las ciudades de Estados Unidos donde se han hecho manifestaciones por la libertad de Cuba, también esta frase ha sido la más dicha, a modo de grito de solista y en coro.
A un amigo catalán y a otro francés les expliqué hace unos días que en Cuba existe el complejo de la rumba, el guaguancó, la columbia y yambú, y que en todos ellos existe un solista con un coro que le responde. Veo aquí el origen de la popularidad de la frase, pues alguien en las manifestaciones grita «Díaz Canel» y el coro responde «singao», algo típico del guaguancó habanero que todos los cubanos conocemos bien.
«EL 11J superó toda la historia de las protestas en Cuba y a nivel nacional. Pero no olvidemos que el 4 de abril se hizo viral y la foto de Maykel fue recogida en todos los medios digitales en castellano tanto de la supuesta izquierda, como El País, como de la derecha. Trascendió desde ese lugar un video que mostraba a sus pobladores en pie de guerra gritando y cantando, disfrutando del triunfo colectivo del barrio sobre los órganos represores del gobierno, que se quedaron tiesos al ver tanta gente de un barrio apoyando al Movimiento San Isidro. Repito, si el 11J tiene una semilla, fue la del 4 de abril en San Isidro. Si le pongo un ADN, seguro será el de Los acuartelados de San Isidro. Como digo en Adiós al miedo en Cuba:
«EL 11J superó toda la historia de las protestas en Cuba y a nivel nacional. Pero no olvidemos que el 4 de abril se hizo viral y la foto de Maykel fue recogida en todos los medios digitales en castellano tanto de la supuesta izquierda, como El País, como de la derecha. Trascendió desde ese lugar un video que mostraba a sus pobladores en pie de guerra gritando y cantando, disfrutando del triunfo colectivo sobre los órganos represores del gobierno, que se quedaron tiesos al ver tanta gente de un barrio apoyando al Movimiento San Isidro. Repito, si el 11J tiene una semilla, fue la del 4 de abril en San Isidro. Si le pongo un ADN, seguro será el de Los acuartelados de San Isidro».
El 4 de abril de 2021 todos juntos cantaron también ‘Patria y Vida’, una canción que en buena medida nació allí, en San Isidro, y que se supone que nadie en la Isla se atreva siquiera a tararear para no desatar la ira del régimen. Este barrio, uno de los más marginados y pobres de la capital, dejó entonces de serlo para convertirse en un palenque insurgente de hombres y mujeres libres que celebraban las esposas que no pudieron cerrar en las muñecas de Maykel Osorbo. Maykel, rapero vuelto cimarrón, inmortalizaba una escena épica en la que, con un brazo extendido, mostraba sus cadenas rotas y arengaba a la multitud:
El cantautor oficialista Silvio Rodríguez pediría «amnistía» para los detenidos que «no fueron violentos» en las protestas del pasado 11 de julio en decenas de ciudades y poblados de Cuba, tras encontrarse con el dramaturgo y actor contestatario Yunior García Aguilera, quien impulsó la reunión. A continuación algunas reacciones en Facebook:
«¿Y qué ‘pedirá’ el de ‘Ojalá’ para los violentos del Estado que no fueron ‘detenidos’?» Francisco Framil
«A Silvio sus torres de marfil en Siboney y Jibacoa le impiden ver con nitidez a La Güinera y Los Pocitos. Por otra parte, que no se haga más el loco ni el sorprendido con que los jóvenes no se sienten parte de esa mierda, ¿o es que él no sabe que lo de ‘Díaz-Canel singao’ lo inventó su hijo, ‘Silvito el Libre’?» Mario Luis Reyes
«El detalle está en que Silvio dice que Yunior y su generación no se sienten parte del ‘proceso cubano’. ¿Qué es para Silvio el proceso cubano? Si en algo están inmersos esos jóvenes es en el proceso cubano, el proceso de transformar y mejorar la patria. De lo que no se sienten parte los jóvenes, y algunos no tan jóvenes, es del proyecto sociopolítico fallido iniciado, y conducido con mano férrea, hace más de 60 años por la generación de sus abuelos. Esa generación que además se tomó el trabajo de excluir a todo el que no estuviera de acuerdo con sus postulados, aunque el desacuerdo sea únicamente el lugar en el que está situada una coma. No entiendo cómo al gran poeta y compositor que tanto admiro le falte lucidez para situar las cosas en el lugar que corresponde y llamarlas por su nombre». Jorge Gómez de Mello
«Lo que más me aterra del episodio Silvio es que mientras él está desilusionado porque nos sentimos fuera, nosotros perdemos la vida. Yo no nací para alimentar la ilusión de nadie. Me importa un bledo lo que le duela a Silvio. ¿Qué es esto? ¿Una terapia de grupo? ¡Hay cientos de cubanos inocentes presos!». Anamelys Ramos
«Desilusión es incluso una palabra demasiado dulce para lo que se siente con toda la barbarie que han desatado contra el pueblo. Una guerra civil, un estado de terror, y ahora hasta dicen que cualquiera puede conducir a alguien a una unidad policial: más degradación en esa cacería, y se está hablando de nostalgia y de sentirse ‘fuera’. Yo me siento muy honrada de sentirme fuera de un sistema que siempre fue mentira, que se estableció dividiendo a los ciudadanos y a las familias a base de ‘escarmientos’, con juicios sumarios a jóvenes, no condenados a prisión sino a la pena de muerte». Verónica Vega
«En defensa de Silvio Rodríguez hay que decir que él mismo no se cree ni una palabra de lo que dice». Ernesto Menendez-Conde