El humor gráfico y las caricaturas en la prensa cubana, de Luis García Fresquet, constituye un breve recorrido por el intrincado y controversial mundo de la caricatura editorial, comenzando en 1952-1958 hasta llegar al humorismo en la prensa cubana actual.
El autor nos remite a la prensa de la República y compara el derecho y ejercicio de la libertad de expresión en la sátira y el humor de las caricaturas publicadas en la etapa republicana con las impresas en la prensa socialista:
A pesar de que los reportes del régimen cubano no son confiables, sobre todo en materia de salud pública -el castrismo suele alardear mediáticamente de sus logros en este apartado a manera de justificación política-, y los resultados negativos en este sentido suelen minimizarse u ocultarse en Cuba, desde allí se reportaron esta semana, oficialmente, «405 nuevos casos de COVID-19 para un acumulado de 17 501 confirmados desde marzo de 2020».
Así lo estableció un informe del doctor Francisco Durán, director nacional de Epidemiología del Ministerio de Salud Pública (Minsap), aparecido en Cubadebate.
Por otro lado, según The Miami Herald, «La Habana volvió a cerrarse el jueves pasado, cuando Cuba experimenta su peor brote de coronavirus desde que comenzó la pandemia, un repunte que las autoridades atribuyen a la llegada de viajeros internacionales».
«La decisión se tomó después de casi una semana de cifras récord de nuevas infecciones diarias, con más de 1,500 reportadas desde el lunes, así como siete muertes», explicó el reporte de Nora Gámez.
«Las escuelas cerraron sus puertas y a las 7 p.m. y se ordenó el toque de queda como parte del nuevo esfuerzo para detener el contagio. El Aeropuerto Internacional José Martí permanecerá abierto, pero el acceso por carretera a la capital está restringido», según el diario Tribuna de La Habana.
Dado que el aumento de contagios es atribuido por el oficialismo «a la llegada de viajeros internacionales», y que el turismo es uno de los principales motores financieros de la depauperada economía cubana, el castrismo tiene un difícil reto ante sí.
«Cuba estaría en capacidad de inmunizar a la población cubana contra el virus SARS-CoV-2 en el primer semestre de 2021», había declarado Vicente Vérez Bencomo, director general del Instituto Finlay de Vacunas, a fines de diciembre pasado. Pero, ya avanzado enero, no se vislumbra una luz al final del túnel.
Soberana 02, la supuesta vacuna cubana, «debería comenzar su fase III (medir eficacia y protección en miles de personas expuestas al virus), sin haber concluido la actual II (que comprueba seguridad, reactogenicidad e inmunogenicidad en cientos de personas)», señaló el diario Deutsche Welle.
«Será necesaria también la aprobación de su uso de emergencia para grupos priorizados sin concluir la fase III (…) para luego de que se consiga alcanzar los 1,000 voluntarios vacunados que se proyectaron» para este mes de enero, apuntó el mismo periódico.
Otro problema, advirtió Vérez Bencomo, es el de conseguir «los insumos necesarios para vacunar: agujas, jeringuillas, etc., cuya demanda y precios se han disparado también en el mercado mundial».
Cada día más en este mundo globalizado, pragmático, tecnologizado, farandulero, todo se convierte en mercancía; desde un parto de quintillizos hasta un nuevo empaste en la cuarta muela de un actor de Hollywood —hablando en este caso de las mercancías que fabrican los medios de difusión.
El arte no es mercancía. No debería serlo. Pero hoy sería difícil hallar a más de tres creadores —incluidos los de casi todas las disciplinas— que no deban aceptar o imponerse, al menos, una concesión, por muy mínima que esta sea, para poder ir adelante con su obra o mantenerla en un nivel de atención ideal.
En el terreno de la literatura, se hace difícil encontrar un escritor novel que, al menos, insinúe aquello que hace tiempo se ha definido como estilo. Si atendemos a la mayoría de las obras más promovidas, y aun las que han recibido premios importantes (en honor y en metal), comprobamos en ellas falta de audacia tanto en argumentos como en forma. Se advierte en esta mayoría un marcado ánimo de cumplir con el mercado, con la ideología imperante, con el lector promedio rastreado en los bancos de datos.
Hoy escasean los textos que propongan lo novedoso en las maneras de expresión o que ataquen algunos segmentos —siquiera los más tontos— de la moral establecida. Entre los elementos que más se han “congelado” están el lenguaje y las estructuras narrativas en general. Hay un onda —que tiene su nutriente en los bloqueos editoriales a partir de la mercadotecnia— cuyo credo básico es un lenguaje light y una estructura igual. La asepsia, el comedimiento, la circunspección prevalecen en estas obras. Es decir, el asunto es vender. Y es además ser conocido, famoso (si bien efímeramente —en lapso más breve, más largo—, porque finalmente, el verdadero arte es el que sobrevive).
Pero lo cierto es que lo dicho hasta la línea anterior le atañe sobre todo a los novelistas. Porque la novela, hoy día, es la mayor, si no la única, verdadera mercancía de la literatura. O sea, la novela es la que se vende. Por una u otra razón el lector —de literatura— gusta de la trama que se enreda, que se aclara, que retoma y continúa. Y gusta de identificarse con el personaje, punto esencial de la novela.
En algún momento se creyó que el cuento —por su brevedad, que generalmente permite consumirlo de un tirón, y por ser un género que se ocupa más de lo que ocurre que de quienes hacen que ocurra— sería el género por excelencia luego de su florecimiento, sobre todo al final de la primera mitad del siglo XX. Mas no fue así. En conclusión, el lector continuó el mismo camino: el camino de los personajes de novela.
De modo que el cuento, si bien ganó adeptos en la segunda mitad del siglo pasado, y como expresión literaria ha avanzado considerablemente al recibir sustanciales aportes de sus creadores, no es El Género.
¿Y la poesía? La poesía no se vende. Esa sí que no se vende (salvo muy pocas y a veces honrosas excepciones). Por cientos pueden contarse los poetas que deben aplicarse una edición de autor para ver sus libros publicados, lo cual es deprimente. La mayoría de las editoriales —sobre todo las más poderosas— no tienen absolutamente nada que ver con la poesía. Más bien la detestan por insolvente.
Y, paradójica, tristemente, el hecho de que la poesía no se venda es lo que la mantiene en un estado de pureza —a ella y a los poetas— que ningún otro género literario podría proclamar para sí. O sea, el poeta viene siendo aún el más libre de los escritores. La poesía, dama de la pureza.
No hace mucho nos llegaba una esperanzadora noticia desde España: se llevaban a cabo lecturas de poemas, por sus propios autores, que eran atendidas por buena cantidad de espectadores.
Pero la alegría duró poco: se trataba de ditirambos bien recitados o declamados.
Al menos que yo sepa, nada se ha dicho en los últimos lustros acerca de si se mantienen aquellas lecturas que poetas rusos —entonces soviéticos — realizaban en teatros y otros sitios.
En México existen grupos de poetas que llevan la poesía a las calles —bares, restaurantes incluidos—, mediante sus propias voces. Mas, tal vez tengan razón quienes opinan que el quid está en atraer el público adonde el poema; no lo contrario.
No lo contrario, porque la poesía, es cierto, tiene la ventaja de que además de lectura, resulta goce para el oído.
Y ahí podría estar la diferencia: se necesitan menos esfuerzos para escuchar que para leer.
No es de extrañarnos entonces que sea posible reunir a un público determinado para escuchar poemas. Sin embargo, esto de ningún modo significa que los escuchantes compren el libro que corresponde a las obras escuchadas; y lo mismo suele ocurrir con quienes han degustado grabaciones con poemas.
Otra ventaja para el poema al oído, es que este puede disfrutarse —en alguna medida— mientras se conduce un auto o se realizan ciertas tareas manuales.
Entonces, ¿tendrán los poetas que convertirse en una suerte de juglares del siglo XXI?
Si así fuera… ¿cuántas plazas harían falta para darles empleos a tantos poetas que no logran vender sus libros?
Y otra interrogante: ¿no se autocensurarían los poetas debido a un público que, en virtud de que paga sus boletos, exige de algún modo lo que le gustaría oír, no lo que decida el poeta; y así la poesía dejaría de ser Dama de la Pureza? Quién sabe.
Y otro detalle: Solamente lo que no tiene demanda se mantiene puro. ¿Será?
Son muchos los que, ajenos al mundo del arte, aún se preguntan qué es en realidad el Movimiento San Isidro (MSI), a quién representa y cuánto de cierto hay en la versión del oficialismo sobre el reducido grupo. Para algunos, no es más que un pequeño gremio de artistas irreverentes que con performance, poesía, danza, narrativa o canciones, han sacudido los cimientos de un régimen arcaico, que se desmorona como los inmuebles de La Habana Vieja. Para otros, sobre todo los que aún se empeñan en erigirse en comisarios literarios, una falange de marginales sin oficio que tiene como único propósito desestabilizar un sistema que, a sus 61 años, todavía busca su centro de gravedad. Pocos sospechan que el MSI no es más que el punto de quiebre de un antagonismo que se ha venido gestando en el vientre de la cultura cubana. Una fractura generacional agudizada por realidades, conceptos y verdades diferentes. La franja donde confluyen dos placas tectónicas continentales.
Entre dientes, o con la prudente sutileza de una mirada, se dice y podríamos decir hasta se conspira en los talleres, casas de cultura, ferias del libro o festivales literarios. Hacía tiempo la cultura se había convertido en un foco de oposición peligroso, pero demasiado subjetivo, clasista y sutil como para preocupar y ocupar el tiempo de los agentes del régimen. El MSI cambió el nivel de percepción de riesgo. La propia «vanguardia revolucionaria del arte», con la que el oficialismo define a la AHS y la UNEAC, ha dejado de creer en la viabilidad del modelo político, impuesto de manera arbitraria. Solo unos pocos trasnochados, que nadie y todos saben por qué, aún justifican la barbarie y el atropello que ha cometido y comete la nomenclatura pseudocomunista contra toda una nación.
San Isidro es la punta de un iceberg llamado libertad. La materialización del descontento genérico que producen la censura, el miedo, la represión, la criminalización del arte libre y la violación sistemática de los derechos civiles. Las úlceras que, en la epidermis de la sociedad, provoca la implosión emocional de vivir en un país donde un poema, una obra de teatro, una palabra mal puesta en los labios, o el mero ejercicio de los derechos, pueden costar el empleo, la cárcel o el exilio.
El arte, y sobre todo los intelectuales, desde el mismo triunfo de lo que un día fue una revolución -probablemente junto a la iglesia- constituyen el sector que más ha sufrido las represalias del totalitarismo. «Dentro de la revolución, todo; contra la revolución nada». Así reza el epitafio en la lápida de la libertad artística troquelada por Fidel Castro, tras la velada fúnebre de aquel encuentro realizado con escritores y artistas en junio del 61. Al sepelio le siguió el culto fanático de unos, el ostracismo de otros y el exilio de los más afortunados. De la vorágine creada por el panteísmo ideológico en torno a la figura del caudillo, ni siquiera pudieron escapar comunistas de la talla de Pablo Neruda. Una carta firmada por casi todos los intelectuales cubanos, producto de su viaje a los EE.UU. tras la invitación a un congreso del Pen Club Mundial, creó un clima que tensó las relaciones del poeta chileno con muchos de sus amigos cubanos. El Nobel, en su autobiografía Confieso que he vivido, dedicó unas palabras al episodio, del que fueron protagonistas la mayoría de los artistas que integraban la UNEAC. Unos conscientes y otros de manera inconsciente. Culpó en lo particular a Desnoes y sobre todo a Roberto Fernández Retamar, a quien llamó adulador y arribista político y literario. Del resto, incluido su otrora amigo Nicolás Guillén, solo dice que se niega a volver a estrecharles la mano. Cuando en otro pasaje del libro habla de Guillén aclara «el bueno: el español», como para no dejar lugar a la duda. Sin embargo, en otro capítulo del libro se deshace en halagos hacia Fidel Castro, el verdadero y único responsable de la afrenta.
Así quedó fragmentada la literatura postrevolucionaria. Los hábiles y oportunistas se acomodaron, pese a la antipatía que muy en el fondo algunos sentían por la figura del dictador, como el propio Guillén, según nos cuenta Cabrera Infante en su libro Vidas para leerlas. Otros, se ocultaron en sus casas o se escondieron en el fondo de su clóset, hasta que murieron lóbregos y olvidados, por no decir despreciados. Así ocurrió con Virgilio, a quien ni siquiera en su lecho de muerte se le permitió descansar en paz. Cuentan que al percatarse del creciente murmullo que se desató durante el velorio, los arlequines de la Seguridad del Estado, disfrazados como siempre, miserables y cobardes, entraron a la funeraria y cargaron con el féretro del dramaturgo. Abrazaron la caja como al Gryphius de Borges y salieron raudos, ante el asombro de los presentes, desapareciendo con los restos de Virgilio Piñera. Eran aquellos los últimos tiempos de ese carnaval del terror mal llamado por muchos Quinquenio Gris. Para unos fue un lustro. Para otros, fue media vida. Solo los de la estirpe de Arrufat llegaron a ver la luz al final del túnel. Unos pocos, quizás los más desdichados, como Reinaldo Arenas o Calvert Casey, jamás lograron curarse del daño que causó en ellos aquel ríspido periodo de la historia. Curiosamente este último escribió -lo que ahora podríamos decir de manera profética- un poema llamado “San Isidro”, donde dice en algunos de sus versos:
«Un mes en San Isidro
y ya se puede dormir para toda la vida
en un campo de batalla dos días después.»
En aquel entonces, ni él ni nadie podía imaginar que precisamente aquel barrio pobre y de gente marginal se convertiría más de medio siglo después en un apéndice de la manigua, donde los ideales seguirían siendo los mismos, pero las armas serían el arte.
Una vez terminado aquel periodo neolítico de nuestra historia, la tierra se enfrió y comenzaron a desaparecer los dinosaurios. Tras la caída del campo socialista europeo, se hizo imprescindible comenzar a dar una imagen de democracia. El deshielo en el campo de la cultura llegó acompañado de la paulatina rehabilitación de muchos de los proscritos. Pero la oruga en que el totalitarismo había convertido al arte, comenzó a hacer metamorfosis. Se abrió la puerta de una que otra verdad y arrojó un poco de luz sobre la oscura historia de la cultura. Entonces ya nada fue igual. El silencio se convirtió en un acto de oportunismo para unos, y de complicidad para otros. Desde que se destapó la pandora del estalinismo cultural y su realismo socialista en Cuba, se le ha hecho muy difícil a un intelectual no terminar por convertirse en disidente. Que muchos no lo digan de manera pública, no quiere decir que en la intimidad de su corazón no lo sean. Casi todos odian, escupen, maldicen y desprecian en su cabeza a eso que, de una forma u otra, la propia inercia con que se mueven las instituciones todavía los impele a adular. No he visto sitio en Cuba donde la hipocresía sea un acto tan deliberadamente cínico y vulgar como en el mundo del arte.
Sin duda alguna, los sucesos del MSI y el 27N sentaron un precedente que dividirá el panorama cultural de la Cuba totalitaria en un antes y un después. Es el punto de ruptura entre lo nuevo y lo viejo. Como bien dijo Bertolt Brecht, «la crisis se produce cuando lo viejo no acaba de morir y cuando lo nuevo no acaba de nacer.» Aunque en el 2020 lo viejo aún no muere del todo, las contracciones de una juventud ávida de cambio están anunciado que se acerca la hora de dar a luz a una nueva generación. Y que no es precisamente un corazón lo que está pariendo nuestra era, sino la dolorosa y casi siempre traumática libertad.
El pueblo cubano quiere un cambio. O mejor dicho: el pueblo cubano necesita un cambio. Ese que debió suceder en 1994 y que —a diferencia de checos y rumanos— no supimos conquistar nosotros mismos. En consecuencia, nuestro pueblo se ha visto relegado a mendigar su libertad a los pies de los dirigentes. Una y otra vez, el pueblo ha acudido a las vías legales establecidas por esos mismos dirigentes: ha escrito cartas, enviado quejas, visitado ministerios… incluso ha recogido y presentado miles de firmas a la Asamblea Nacional. Sin embargo, el pueblo ha sido “peloteado” sin misericordia cada vez que ha intentado ir por las rutas convencionales, y ha sido silenciado cuando ha propuesto en público sus alternativas.
Por mucho tiempo ese mismo pueblo creyó en la honestidad de su gobierno, pero su gobierno no hizo más que cerrar todas las puertas. En 1961 Fidel Castro se reunió con un grupo de artistas en la Biblioteca Nacional para decirles —en resumen— que si su arte no era “revolucionario” no tenía derecho a existir. Aun así, otro grupo de artistas, casi 60 años más tarde, dio su voto de confianza al poder y se reunió para dialogar con el gobierno; pero el gobierno una vez más les dejó claro (no con palabras, sino con tánganas y operativos policiales) que no le interesaba dialogar. El poder nuevamente se burló de los artistas. “Con la Revolución, todo” —incluyendo los gritos y los golpes. “Contra la Revolución, nada.” —ni la poesía, ni el futuro.
El pueblo cubano quiere que le escuchen. O mejor dicho: el pueblo cubano necesita que le escuchen. Pero hay una pared que nos divide a los unos de los otros; que nos separa más allá de lo geográfico e impide que nos hagamos escuchar: nuestra incapacidad de respetar las diferencias. En Cuba —y donde quiera que haya un grupo considerable de cubanos— es difícil que alguien diga que no está de acuerdo con la mayoría, y que esa mayoría respete su elección. Nuestra falta de tolerancia se nota lo mismo en campos y ciudades que en estadios y universidades. Y desde luego, también en la manera en que defendemos nuestra posición política. La miseria, la falta de información y el adoctrinamiento han contribuido a que desarrollemos un odio irracional a todo aquel que no piense como nosotros.
Pero esto no viene de ahora, ni surgió de la nada en 1959, ni reposa debajo de una piedra. Todo ese odio viene de mucho más atrás; es muy común en nuestra historia y Fidel Castro constituyó su clímax.
Si nos ponemos a analizar, nos damos cuenta de que ese mismo comportamiento agresivo e intolerante de los partícipes en los actos de repudio, golpeando y gritando “que se vayan” a los que piensan diferente, es el mismo, sádico, de aquellos voluntarios cubanos pidiendo a gritos la muerte de los estudiantes de medicina en 1871. La misma histeria, ciento cincuenta años después. En 1871 los “traidores” eran los estudiantes de medicina. En 2020 son los del Movimiento San Isidro.
Si nos parece exagerada esta comparación, invito a remitirnos a la frase “Machete, machete, que son poquitos”, recién publicada (y eliminada a posteriori) por el medio oficialista Cubadebate, aludiendo muy retorcidamente a sus enemigos ideológicos. Si no ha habido machete, es porque ahora —gracias al internet— no pueden darse el lujo. Ahora sus métodos no son tan radicales; ya no te fusilan, pero sí fusilan tu reputación. Y hacen creer al pueblo que tu existencia constituye una amenaza a su propia identidad.
Resulta que desde el período colonial cada gobierno despótico ha llamado “traidores” a los que le llevan la contraria. Fue así cuando los bayameses desafiaron las restricciones económicas de la metrópoli a través del comercio de contrabando (o enriquecimiento ilícito) entre los siglos XVII y XVIII, y cuando los vegueros (cuentapropistas) se sublevaron en Occidente contra las leyes que les impedían vender sus productos por la libre,en 1717 y 1723. Luego se fueron sucediendo una serie de conspiraciones antigubernamentales —probablemente “pagadas por la CIA”— que fraguaron en el comienzo de las luchas por la independencia, de mano de dos grandes “traidores” a su “Madre Patria” (España), a la que tanto le debían: Francisco Vicente Aguilera y Carlos Manuel de Céspedes.
De más está decir que para el gobierno de aquella época los mambises no eran más que una partida de bandidos alzados para crear desorden; y que en los periódicos no faltaban caricaturas pintándolos como los peores elementos de la sociedad. ¿Y para qué hablar de lo que pensaba ese gobierno de Martí? Martí era considerado un revoltoso, un vendepatria y un traidor. Por eso estuvo en el presidio: por llamarle apóstata a Carlos de Castro y Castro, compañero suyo que se unía a los voluntarios españoles. O sea, que para José Julián servir al poder opresivo era la verdadera traición a la patria. Más tarde ese poder haría correr rumores sobre un supuesto alcoholismo con tal de desacreditarle, y luego le llamaría mercenario por recaudar dinero en Estados Unidos para la Guerra del 95. (De más está decir, también, que nuestra independencia fue en gran medida financiada desde el exterior… pero mejor ni entrar hoy en ese tema.) El hecho es que todos los que alguna vez han disentido de un poder autoritario han sido degradados a agitadores, mentirosos, terroristas, mercenarios, vendepatrias, y traidores. Fue el caso de Céspedes, Agramonte, Martí, Huber Matos y Oswaldo Payá; pero también el de Galileo Galilei, Darwin, Gandhi, Mandela, y Martin Luther King Jr. Todos fueron apestados sociales: a todos se les trató de silenciar con el estigma del “traidor”. Y sí, fueron traidores. Sobre todo al abuso de poder de sus gobiernos, y a las ideas que les restringían su libertad de pensamiento y expresión.
Aunque nos parezca mucho, sesenta años no son nada en la historia de un país. De aquí a un tiempo se verá con claridad lo que gran parte del pueblo cubano de hoy no estaba capacitado para ver; y se juzgarán las acciones del régimen actual como mismo hemos juzgado las de los regímenes anteriores. Pero para eso Cuba necesita un cambio. Y ese cambio comienza por nosotros. Debemos ser distintos de lo que criticamos, para enseñarle al pueblo “enardecido” y a las masas “espontáneas” —o al verdadero pueblo, que se esconde temeroso detrás de la pantalla de un dispositivo móvil— que somos más educados, más creativos y más valientes que el poder.
Decía Unamuno que para vencer hay que convencer. Pues que siga el poder “venciendo” con sus conquistas y victorias, que nosotros seguiremos convenciendo con verdades. Y que nos llamen traidores si desean. ¿Quién no es traidor en Cuba?
«Por el camino de la imaginación con tintes fantasmagóricos, de las citas literarias entrecruzadas, del misterio y el fetiche cultural, esta nouvelle impone su autoridad desde las primeras páginas», apuntan sus editores. «La escritura, de un ritmo y un tono sumamente eficaces, sigue un rastro de sangre y deja al final un saldo curioso de preguntas. ¿Vampiros en La Habana? ¿En Miami? ¿Agentes de la CIA? ¿Espectros? ¿Una secta secreta? ¿Locos y carceleros? ¿La verdad tiene la estructura de la fantasía? ¿Quiénes son los ‘enemigos del pueblo’?»
Un libro premiado por Jorge Enrique Lage (presidente), Alberto Garrandés, Carlos Manuel Álvarez, Jorge Ferrer, Mabel Cuesta, Martha Luisa Hernández Cadenas y Orlando Luis Pardo Lazo.
Aunque sumamente tardía luego de cuatro años de presidencia, hay que celebrar la decisión de la administración Trump de regresar a Cuba a la lista de países patrocinadores del terrorismo. “El régimen castrista debe acabar con su apoyo al terrorismo internacional y con la subversión de la justicia estadounidense”, declaró este lunes el secretario de Estado, Mike Pompeo, en un comunicado.
Cabe recordar que Cuba es un Estado terrorista desde 1959, y en varias direcciones:
a) Practica minuciosamente el terrorismo de Estado contra sus propios ciudadanos
b) Acoge en su territorio a criminales estadounidenses y terroristas de otros países
c) Exporta su modelo de terrorismo de Estado desestabilizando sistemas democráticos en naciones subdesarrolladas o en vías de desarrollo (caso de Venezuela, país más represivo del hemisferio ahora mismo) o atacando a diplomáticos en su propio territorio
d) Trafica armamento con países terroristas, o relacionados con el terrorismo, como Corea del Norte o la propia Venezuela
¿Secuestrar a un ciudadano norteamericano, Alan Gross, que ayudaba a los cubanos a conectarse a Internet en la Isla, y pedir a cambio de él la liberación de cinco espías que se infiltraron en bases militares en Estados Unidos y fueron cómplices del asesinato en el aire de aviadores civiles, no constituye terrorismo de Estado? Salvando los detalles escenográficos, ¿no es lo mismo que hacía ISIS?
En La Habana dejaron sordos y medio sordos a varios funcionarios norteamericanos y sus familiares. El ataque auditivo contra los diplomáticos estadounidenses, y canadienses, que comenzó a finales del año 2016, ¿no es acaso terrorismo?
La lista de actos terroristas, y de apoyo al terrorismo internacional del régimen cubano, resulta demasiado extensa como para ser resumida en un solo artículo.
El castrismo llegó al poder practicando el terrorismo y no puede más que aterrorizarse ante la posibilidad de perderlo, de pagar por lo que ha hecho durante 62 años. El castrismo es El Terror por partida doble: porque lo difunde y porque lo padece. Es decir, porque sobrevive aterrorizado ante la posibilidad de que algún día tenga que responder frente a la justicia.
El concurso ‘Qué pasa Cuba’, convocado por el proyecto Puente a la Vista y las revistas Palabra Abierta y Otro Lunes el pasado mes de diciembre, dio a conocer este 11 de enero sus resultados.
“Cada autor concursará con un único texto sobre la actualidad cubana en el contexto de la lucha del Movimiento San Isidro y en general de la sociedad civil y la cultura independiente contra el totalitarismo imperante en Cuba”, habían pedido los organizadores. El texto, original e inédito, debía tener una extensión no menor de una cuartilla de 30 líneas, ni mayor de tres.
Tras evaluar los trabajos recibidos, el jurado, compuesto por los periodistas e investigadores Anamelys Ramos, Lien Carrazana, Jorge Enrique Rodríguez y Amir Valle, determinó cinco premios en lugar de los cuatro anunciados en las bases. El primer lugar resultó compartido.
Ganadores
Primer premio compartido. Justo Antonio Triana (Camagüey, 2001). Poeta y ensayista. Estudiante de 12 grado en Nottingham High School, Syracuse. Ha publicado artículos en Hypermedia Magazine, La Hora de Cuba, Árbol Invertido, Havana Times y Deinós Poesía. Actualmente reside en New York. Fragmento de su texto ¿Quién no es traidor en Cuba?:
“Resulta que desde el período colonial cada gobierno despótico ha llamado ‘traidores’ a quienes le llevan la contraria. Fue así cuando los bayameses desafiaron las restricciones económicas de la metrópoli a través del comercio de contrabando (o enriquecimiento ilícito) entre los siglos XVII y XVIII, y cuando los vegueros (cuentapropistas) se sublevaron en Occidente contra las leyes que les impedían vender sus productos por la libre, en 1717 y 1723”.
Primer premio compartido. Eduardo Clavel Rizo (Santiago de Cuba, 1991). Ha recibido el Primer Premio del concurso Luisa Pérez de Zambrana de poesía (2018) y el Tercer Premio del concurso Ángelus de poesía (2019), entre otros reconocimientos. Sus poemarios Epigramas de amor, desamor y erotismo, Am(o)rales y Herencia de la ruina, pueden adquirirse en Amazon. Fragmento de su texto El punto de quiebre en la cultura:
“Como bien dijo Bertolt Brecht, ‘la crisis se produce cuando lo viejo no acaba de morir y cuando lo nuevo no acaba de nacer’. Aunque en el 2020 lo viejo aún no muere del todo, las contracciones de una juventud ávida de cambio anuncian que se acerca la hora de dar a luz a una nueva generación”.
Jorge Luis Águila Aparicio (Cienfuegos, 1967). Poeta, crítico literario y narrador. Su obra ha sido publicada en Cuba, Estados Unidos, México, España y Australia. Fragmento de su poema Tren de regreso:
Tren de regreso, lo oscuro
en San Isidro me vela.
[Un testaferro devela
ingenuidades a un muro].
Tren de regreso, conjuro,
vieja muralla: una puta.
Cigarro al piso, disputa
entre el héroe, su vacío.
Carta que doblo y envío
a esa voz que me refuta.
Ariel Maceo. Escritor, fotógrafo, poeta. Ha participado en más de una docena de exposiciones colectivas fotográficas dentro y fuera de Cuba. Columnista en ADN Cuba. Publica artículos en espacios como Havana Times, Árbol Invertido, Puente de Letras y Chiquilla te quiero, entre otros. Coordinador del grupo de poesía Demóngeles, tiene varios libros publicados. Reside en La Habana. Fragmento de su texto La Cuba que heredamos:
“Una constitución a la que le dijimos No más de un millón de cubanos, otros 700 000 se abstuvieron y a la que también le hubieran dicho No los casi 3 millones de cubanos que andan por el mundo. Una carta magna que solo sirve para perpetuar el poder de un régimen que agoniza mientras trata de resistir a un enemigo fantasma. Es jodido que esta sea la Cuba que heredamos”.
Olivia Manrufo (La Habana, 1985).Graduada en Teatro por la Escuela Nacional de Arte, ha recibido importantes premios de actuación. Reside en Lima desde el año 2012. Forma parte del grupo de profesores de la Escuela de Danza Terpsicore. Fragmento de su texto Resistir o la acción de vivir como quien muere:
“Si la resistencia perdura, estamos manteniendo el status que supuestamente queremos romper. La resistencia es un estado de no permanencia, si no, deviene simplemente en Normalidad. Resistencia no. Disidencia”.
Los trabajos ganadores aparecerán próximamente en el portal Puente a la Vista y otros sitios de asuntos cubanos.
Macedonio Fernández es otro de los grandes escritores latinoamericanos cuya obra, o bien olvidamos demasiado pronto o nunca llegamos a conocer debidamente. Por fortuna, ha ejercido una notable influencia entre escritores de su país, Argentina, gracias a Borges en no poca medida.
Esta breve pieza suya, extraída del libro Todo y nada, da cuenta, con magistral ironía, de la ingratitud humana.
Cómo comportarse en No-Ser
Lo primero para un ejercicio completo del no-ser está en trabajar en silencio en cosas útiles para la humanidad; lograr verdades y decirlas. Quien observe esto durante muchos años aun no tendrá ninguna otra fatiga para conseguir que nadie crea que ha existido.
Momento en que Anamely Ramos es arrastrada por agentes de la policía política en el barrio habanero de San Isidro (Facebook de Luis Manuel Otero)
Ya disponible en Amazon Los acuartelados en San Isidro, libro de Arsenio Rodríguez Quintana que recoge las crónicas de los sucesos en la sede del Movimiento San Isidro (MSI), de artistas independientes cubanos, desde el 9 de noviembre de 2020, cuando es detenido el rapero Denis Solís, hasta el 26 de noviembre. También lo acontecido tras el desalojo de la sede por la policía política, que termina en una protesta «de más de trescientos jóvenes artistas ante el Ministerio de Cultura pidiendo un diálogo».
Los acuartelados en San Isidro «relata por primera vez el impacto en las redes de casi todos los países de Europa y América donde los cubanos que residen en el exterior se han manifestado de forma continuada en estos dos meses, noviembre y diciembre del 2020, exigiendo más derechos en Cuba y libertades para la disidencia artística y política», apunta Rodríguez Quintana. «Además de declaraciones de acuartelados, de miembros del 27N y de artistas de renombre en Cuba que les apoyan, hay un repaso preliminar, aunque no completo, de las disidencias artísticas que se han sucedido en Cuba desde 1961 hasta 2021».
«Toda la segunda parte del libro es un recordatorio a personas o grupos de artistas que han exigido su derecho a manifestarse libremente», resume el autor. «Sin la colaboración de Iliana Hernández y Katherine Rodríguez, ambas acuartelas desde el primer día, este libro no fuera posible. Mil y una gracias por tener más valor que muchos».