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Revolución contra todas las revoluciones

Parece que al fin Cuba ha dejado de ser faro para la rancia progresía internacional. Es otro de los beneficios que nos reportó la rebelión popular del 11 de julio de 2021. No el único ni el más importante, pero gran validez tiene como indicador del sacudión que ha impuesto a nuestra historia el levantamiento espontáneo y pacífico de aquellos valientes a los que muchos creímos no aptos ni dispuestos para semejante proeza. Si los izquierdosos de foro y gabinete se atragantaron con sus bobadas sobre las conquistas de la revolución. Si ya no pueden abrir la boca sin quedar expuestos como lo que son, unos cretinos con globitos. Y si a la hora de proponer modelos no encuentran en la Isla sino a un espantajo tan obtuso como Kim Jong-un y aun menos potable que Maduro, se debe en mucho a las revelaciones del 11J.

Es algo que no había ocurrido ni con la caída del castillo de naipes del socialismo en Europa, tampoco con la muerte de Fidel Castro. Los sucesos del 11J representan sin duda el más aleccionador y trascendente episodio de nuestra historia a lo largo de seis décadas de dictadura castrista. Tendremos que aprender a sospesarlo con perspectiva de futuro. Y habrá que seguir extrayendo de sus enseñanzas algunas claves básicas para encarar el presente.

Ocurre, sin embargo, que una vez atenuados la emoción y el asombro de los primeros momentos, no son pocos los que (dentro y fuera de la Isla) vuelven a sentirse abatidos por la fuerza bruta del régimen y retoman dos viejos discursos que en este caso sí contradicen a las claras la principal de las lecciones que nos dispensó el 11J. De acuerdo con ambos discursos, que en realidad son dos partes de uno solo, no hay otra forma de enfrentar al régimen que no sea con las armas en la mano, ojo por ojo y diente por diente. Si no es así, cualquier intento de rebelión, por masivo que sea, va a resultar siempre inútil, por lo que no valdría la pena, tal y como –según este discurso– nos ha demostrado la reciente experiencia.

No digo que el argumento carezca de lógica. Digo que carece de razón, si es que vamos a mirar las cosas con la responsabilidad y con la hondura que requieren las actuales circunstancias de nuestra historia. Que en un inicio la dictadura se crea blindada por el abusivo arrasamiento de sus hordas fascistas contra la población indefensa, o por sus miles de inocentes presos, torturados y condenados en juicios sumarios, o por el tranque de Internet y la creación de nuevas leyes censoras o de organismos de corte estalinista o hitleriano, como el flamante Instituto de Información y Comunicación Social con rango de ministerio, eso es algo que no debiera sorprender sino a los ingenuos. También a quienes suelen observar nuestra realidad desde la estratosfera, una altura que quizá no les permita ver hasta qué punto el castrismo salió derrotado por sus propias armas de los sucesos del 11J.

Por supuesto que, en el caso de Cuba, arremeter bélicamente contra las hordas represivas de la dictadura no implicaría un acto ilegal. Suponiendo que a la población le resultara humanamente factible (aunque ya sabemos que no) conseguir la mínima cantidad de armas que se necesitan para enfrentar tal poderío armamentístico, que incluso cuenta con posibilidades de seguir aumentando y modernizándose gracias a la complicidad de algunos poderosos socios del exterior. Dejemos, no obstante, por descontado que si los cubanos tuviesen la posibilidad de equiparar sus fuerzas con el poder bruto de la tiranía, a ninguna organización internacional le asistiría el derecho ni la moral para censurarles o impedir que lo hicieran.

Desde Sócrates hasta Martí, son muchos los grandes pensadores de la historia (personas por demás moralmente intachables) que aprobaron la sublevación contra los gobiernos opresores, no sólo como un derecho sino incluso como un deber de la ciudadanía. Ya en el siglo XVII, John Locke, sabio e incansable luchador contra el absolutismo monárquico, categorizaba la cuestión mediante postulados que hoy conservan total vigencia, al sostener que el resultado de un ejercicio fallido por parte del poder (atropellando los derechos elementales de la gente) debe ser observado no sólo en la desobediencia o rebelión del pueblo, sino en la pauta que a éste se le da para ejercer otro derecho: la disolución del gobierno. Para el ilustre filósofo Henry David Thoreau, enemigo del esclavismo, lo justo no era cultivar el respeto por la ley (que puede ser manipulada), sino el respeto por la justicia. Por su lado, Martí sentenció en 1882: “Bien es que merezca ser echado de la casa de Gobierno, quien para gobernar haya de menester, en vez de vara de justicia, de puñal de asesino”.

La cuestión entonces no es si resulta lícito o no que la población le aplique al régimen su propia medicina. Tampoco radica en el hecho de que esa proyección está condenada a ser paralizante, por inviable. El gran asunto es hasta qué punto podría ser peligrosa y dañina históricamente. Todavía más en una nación como la nuestra, que desde su mismo nacimiento ha padecido el dominio patriarcal impuesto a la fuerza y la maldición política del quítate tú para ponerme yo. Así que acudir a las armas sería como destapar la botella donde yace el gigante (al acecho), sin la menor posibilidad de controlar sus reacciones cuando ya se vea suelto, puesto que nadie puede prever los extremos a los que conduce la violencia.

El propio Martí, sabedor de que en todo hombre puede germinar la semilla de un déspota, tuvo a bien advertirlo, aunque durante más de un siglo nos pasáramos la advertencia por el forro: “Una revolución es necesaria todavía: ¡la que no haga Presidente a su caudillo, la revolución contra todas las revoluciones”. Con lo cual, al tiempo que legitimaba el enfrentamiento contra un gobierno violento y opresor, insistía en la utilidad de no combatirlo con sus propios métodos debido al enorme riesgo de que la historia termine repitiéndose.

Desde luego que en estos asuntos, como en cualquier otro, pero sobre todo en estos (en los cuales lo que está en juego es la integridad física de cada cual), nadie tiene el derecho de sentar pautas ni de convocar a la gente para que haga lo que no encaja en sus planes. Y al menos según lo veo yo, la gran mayoría de la gente en Cuba anhela dejar atrás de una vez la cruel y cavernícola inutilidad de la dictadura, quieren libertad, pero desean vivir para disfrutarla. No en balde el eslogan “Patria y Vida” fue enarbolado entre las primeras demandas del 11J.

Los años y las calamidades no pasaron por gusto. Tampoco han ocurrido en balde (ni siquiera para quienes sobrevivimos en el limbo de un país cerrado a los avances de la vida real) las conquistas que en materia de derechos humanos y democratización exhibe el mundo en estos umbrales del siglo XXI. Por más que la miseria material haya postergado su florecimiento y la represión acalle sus voces, en Cuba han venido formándose en los últimos años nuevas generaciones que piensan y proyectan sus propios planes ajenas al hueco sonsonete oficial. No todos los cubanos de adentro desconocen y desatienden los valores del espíritu civilizado, no todos planean ya irse al extranjero como disyuntiva para desarrollar una existencia de seres humanos normales, no para todos cuentan los frijoles como única prioridad. Definitivamente, nuestra isla no es el corral en que quisieron convertirla.

Estas clarificaciones fueron también develadas por la rebelión popular del 11J, quizás el acontecimiento más propicio de toda nuestra historia para inspirar y aportar las bases con que al fin pueda ser materializada la revolución contra todas las revoluciones que propuso Martí.


Texto perteneciente al Dossier ‘El 11J en contexto’, del número 17 de Puente de Letras

‘La primera vez que vi un horizonte fue el 11J’

Si algo es distintivo del Partido Comunista, único partido político legal en Cuba, es su pésima lectura sobre el conjunto de la Historia toda. Su otra distinción, quizá aquella que más factura le ha cobrado en sus últimos treinta años, es creer en gobernanzas infinitas.

Con ambas percepciones coinciden dos jóvenes, ambos estudiantes universitarios y miembros de la Unión de Jóvenes Comunistas, que se manifestaron en la inédita oleada de protestas iniciada el domingo 11 de julio de 2021 en San Antonio de los Baños y que, en apenas tres horas, se extendería a lo largo de la isla.

Distante de aquellas otras generaciones de cubanos ‒atrapados en la vorágine de la llamada “épica revolucionaria”‒, la generación de Yoan Carlos Cordoví y Susana Patricia Díaz no es rehén de ese compromiso taimado que impuso la exRevolución desde el mismo primero de enero de 1959, ratificado luego por el propio dictador Fidel Castro en junio de 1961, cuando estrecharía aún más los márgenes de libertades con la sentencia que todavía rige la gobernanza en Cuba: “dentro de la Revolución todo; contra la Revolución ningún derecho”.

Una generación que ni siquiera comprende, a cabalidad, los componentes trágicos que trasvasan la cartografía del exilio cubano. Una generación que no tiene como referentes simbólicos eventos como la Operación Peter Pan; la Crisis de los Misiles; la guerra en Angola; el crimen de Barbados; Causa 1, o el rescate del niño Elián.

“La primera vez que vi un horizonte en mi vida fue el 11J. Significó, para mí, un quiebre en la desesperanza y un retorno de la fe a la posibilidad de un cambio real en mi país”, relata Susana Patricia, y acto seguido asegura que dedicarse a la poesía “es lo único que me ofrece un remanso de sosiego” en medio de la sobrevida a que están obligados a transitar los cubanos en la isla.

“Ni siquiera tuve el más mínimo conflicto entre ser miembro de la UJC y salir a la calle aquel domingo para manifestar que quiero ʻpatria y vidaʼ, que quiero libertad. Pero fundamentalmente, que no quiero más continuidad de un sistema socialista que solo ofrece a los jóvenes promesas, y represión si no quieres malvivir con esas promesas, desde esas promesas y para esas promesas”, añade Susana Patricia.

Su militancia en la UJC, cuando se le pregunta, representa más un trámite ‒o asignatura‒ que una convicción o certeza. No sabe cuáles sentimientos bulleron en sus padres cuando en su juventud militaron en esta organización gubernamental, pero tiene la convicción de que fueron sentimientos y sensaciones muy distintas a las de su generación.

“Hoy, ser miembro de la UJC es como ser parte del juego de los seis grados de separación, pero el Gobierno no está listo para esa conversación y prefiere seguir creyendo en la utopía de que los jóvenes somos la continuidad de su revolución. Ni siquiera admiten que un número muy significativo de los jóvenes que salieron a las calles, o que compartieron contenidos sobre el 11J, eran miembros de la UJC”.

Aunque no estuvo entre los centenares de jóvenes y adolescentes que sufrieron golpizas y cárcel como respuesta por ejercer sus derechos a la protesta pacífica, Yoan Carlos tiene “cicatrices” que representaron un cisma entre el reclamo a las libertades civiles que puedes hacer “dentro de la revolución” y el mismo reclamo, pero “desde las calles”.

“Salí el 11J a manifestar las mismas demandas que manifiesto en las asambleas de base de la FEU [Federación de Estudiantes Universitarios] y la UJC, ni más ni menos. Sin embargo, las respuestas no fueron las mismas: nos golpearon, nos arrestaron, nos presentaron como ʻmalandrinesʼ, ʻconfundidosʼ y traidores en todos los medios de prensa del Estado. Cómo puedo seguir sosteniendo una política de gobierno que comanda un proyecto social hipócrita, que alaba mi sinceridad a puertas cerradas mientras me lapida y calumnia en los parques. Una política de gobierno que no escucha a la sociedad civil”, apunta Yoan Carlos refiriéndose a la reciente encuesta realizada por el proyecto independiente CubaData.

Según esta encuesta independiente, realizada para personas entre 18 y 75 años de edad, más del setenta por ciento de los cubanos en la isla no confía, o confía muy poco, en el régimen de Cuba. Más del setentaicinco por ciento desconfía de las gestiones del Partido Comunista (PCC) y en iguales cifras repudia las acciones de la Policía Nacional (PNR).

Este mismo sondeo reflejó que casi el setenta por ciento de los cubanos no tiene absoluta confianza en el actual dictador en la isla, Miguel Díaz-Canel Bermúdez.

“Mis padres sufrieron, en sus respectivos centros de trabajo, un llamado de atención, casi un acto de repudio, por mi presencia en las manifestaciones pacíficas exigiendo lo que once millones de cubanos queremos y sabemos. Mis padres sufrieron las amenazas de ser procesados bajo el Decreto-Ley 35/2021 del Consejo de Estado por tener un hijo joven estudiante que traicionó los estatutos de la UJC, es decir, los estatutos de la revolución”.

El Decreto-Ley 35, de carácter sumamente dictatorial en todos los sentidos y entronizado luego del 11J, fue calificado por la sociedad civil de impopular y de representar otra vuelta de rosca a la mordaza que ejerce el régimen de La Habana contra las libertades y derechos a la expresión, opinión y prensa.

“Precisamente mis padres me apoyaron, sin medir consecuencias ni represalias, no solo porque denigraron y difamaron a su hijo, sino porque el propio Decreto 35 también les coarta a ellos sus voces y sus derechos a defender a ese hijo”.

Similar fue la experiencia familiar para Susana Patricia en referencia a la aplicación de un Decreto-Ley “inadmisible, antisocial y profundamente tiránico”. Lejos de cismarse, la familia de Susana Patricia le alentaron, “siempre pacíficamente”, a ejercer su derecho a manifestarse tanto en sus redes sociales como en el escenario público.

“Mis padres saben muy bien que el Decreto 35 es una mordaza para todo cubano, sin importar sus filiaciones ideológicas, raza u orientación sexual. La mala noticia para el gobierno de Díaz-Canel es que, contrario a dividir a la familia, esta ley aunó más a la familia trabajadora cubana, que luego del 11J comprobó con sus ojos que la revolución llevará al cadalso incluso a quienes por décadas le ofrecieron lealtad ciega”.


Texto perteneciente al Dossier ‘El 11J en contexto’, del número 17 de Puente de Letras

La unanimidad rota en los umbrales de una reforma incierta

El castrismo se empeña en mantener a la nación cubana bajo el dominio de sus aberraciones. En vez de comida y sosiego, ofrece grilletes y promesas de futuros luminosos que terminan siendo una extensión de las tinieblas que han imperado durante su larga existencia.

No hay vida dentro de los límites de una Isla que pudo ser el espacio ideal para construir una sociedad razonablemente madura e inclusiva. Lo que prevalece es el sofoco, las ojerizas, los abusos a tutiplén, la miseria y los planes para salir como un cohete de ese paraíso que continúan promoviendo en los noticiarios y también en los discursos que airean los dirigentes con sus vientres ordinarios, incluido Díaz-Canel, el que ganó la presidencia con el voto de Raúl Castro y un puñado de compinches.

Hay que recordar que en Cuba no hay gobernantes y gobernados, la relación que parió el socialismo neoestalinista está basada en el dictamen procaz de los carceleros con ínfulas de ministros y una caterva de prisioneros, poco más de 11 millones, que trabajan, van a la escuela, se gradúan de la universidad y repiten y aplauden consignas patrióticas si la ocasión lo amerita. Todo acorde con un plan, bien estructurado mediante el cual exponer ante los ojos del mundo, un orden social armónico, casi perfecto.

Los mandamases no escatiman en gastar recursos y energías en conservar un modelo que ha llevado al país a un callejón sin salida. Les basta con las garantías de una continuidad de su modo de vida burgués, alcanzado sobre los impenitentes ciclos del hambre y el terror administrados con rigor científico, por burócratas ineptos y miles de policías uniformados y encubiertos, sin dejar fuera de esta ignominiosa exposición a los chivatos que andan tras la pista de los “deslices contrarrevolucionarios” en cualquier rincón del territorio nacional.

Pese todo este andamiaje de pobreza inducida, guardias por doquier y soplones a tiempo completo, el pueblo halló una rendija por donde canalizar sus frustraciones, acumuladas en 62 años de hegemonía absoluta del partido comunista, el 11 y 12 de julio.

El hastío hizo trizas los pronósticos de que no era factible un levantamiento popular en el gulag caribeño.

Decenas de miles de cubanos, en más 50 ciudades, demostraron que había llegado la hora de quitarse el corsé de la doble moral y de dejar atrás el voto de silencio ante el agobio de las palizas existenciales.

Aunque las protestas no alcanzaron el propósito de obligar a la élite de poder a una restitución plena de los derechos políticos, civiles y económicos, sí sentaron una pauta en el devenir histórico que marca la historia de una revolución con un impresionante inventario de fracasos y desatinos.

Esa unanimidad popular en torno a la ideología, creada a partir de los manuales marxistas-leninistas, fue desacreditada en esos dos días, con frases a favor de un cambio pacífico y de rechazo a la actual dirigencia.

La brevedad del episodio contestatario y su limitado impacto a nivel social y político, no deberían ser causa del ensanchamiento de los límites de la desilusión que acompaña a la mayoría del pueblo, oculta tras los muros de un conformismo hasta cierto punto lógico, en un ámbito regido por un rosario de medidas punitivas que paralizan cualquier iniciativa contestataria.

Más allá del éxito del régimen en haber podido detener la ola de protestas, hay que tener en cuenta las condicionantes a las que se enfrenta para evitar el definitivo hundimiento de un sistema económico probadamente disfuncional, una clase política envejecida y abocada a mayores contradicciones, y una parte de la población que se atreve a denunciar los atropellos sin detenerse en las consecuencias.

Se trata de un despertar sujeto al ritmo de una gradualidad moldeada por un aluvión de circunstancias negativas, pero que apunta a una genuina persistencia en la medida que el gobierno insista en la puesta en práctica de una serie de disposiciones absurdas que impiden el desarrollo integral del país.

En relación al tema, la entrada en vigor del Decreto 35, con la finalidad de penalizar las publicaciones que en las redes sociales se considere lesionen los intereses del poder, se añade a esta ofensiva enfilada en espesar el blindaje ideológico.

Esto, sin dudas, reforzará las aprensiones de los internautas en el momento de postear o compartir alguna información. Sin embargo, no creo que sea suficiente para detener los deseos de comentar los angustiosos detalles de la supervivencia u otros asuntos que respaldan esa trágica definición de “estar muerto en vida”.

Cuba entró en la órbita del cambio, aunque tal afirmación pueda interpretarse, desde determinados ángulos de la realidad, como demasiado optimista.

El asunto está en la naturaleza de esas transformaciones, sus dinámicas y alcances. Algo que cae en el terreno de la especulación y por tanto está sujeto a una multiplicidad de variables.

Aunque siga pareciendo quijotesco, hay que seguir abogando por la libertad de los presos políticos, el respeto a las libertades fundamentales, la legalización del multipartidismo, la independencia del poder judicial, entre un profuso pliego de demandas, tan o más importantes que la liberalización de la economía.

Hay que estar alertas ante la posible estructuración de un cambio-fraude, donde se le suministren nuevas dosis de capitalismo a la debilitada economía insular y se abran algunos espacios políticos controlados, por pura formalidad y no como parte de una reforma a fondo que siente las bases para el establecimiento de una democracia.

De muchos depende que se aborte ese plan que pudiera hacerse realidad en los próximos años.

El sacrificio de cientos de activistas a través de los años y de las miles de personas que participaron en las manifestaciones del 11 y 12 julio, muchas de ellas aún en prisión, no puede quedar en el olvido.

Cuba merece la oportunidad de ser un país al margen de las exclusiones por pensar diferente, de ese aspecto ruinoso y sombrío, de tantas mezquindades y privaciones.

El secuestro debe terminar. Cada cual tiene la responsabilidad de zafarse las amarras de la manera que estime pertinente. Quienes continúan a la espera de un salvador, deberían convencerse que nunca llegará. No es tiempo de perder el tiempo, y valga la redundancia.


Texto perteneciente al Dossier ‘El 11J en contexto’, del número 17 de Puente de Letras

Un estallido social que se veía venir

El 11 de julio de 2021 yo estaba en la costa bañándome. Algo que hago desde hace un tiempo para palear el estrés que implica ser artista y opositor político que lucha contra una dictadura sangrienta que lleva más de 60 años en el poder. Así que alguna que otra mañana me voy a la costa a bañarme. Pero esa mañana no fue como las demás, lo supe desde el momento en que mi novia me envió la directa de lo que estaba sucediendo en San Antonio de los Baños.

Cuba había despertado.

Cuando entré a la directa, y vi a medio pueblo manifestándose en la calle, ya sabía que había llegado el estallido social que tanto anhelamos. La verdad es que era imposible que no sucediera. Las señales estaban ahí, en nuestras narices.

Enseguida le escribí a mi novia que se preparara para el apagón, porque esa manifestación que se estaba dando en San Antonio de los Baños, se iba a esparcir muy rápido por toda la isla. Y así fue como sucedió. Dos horas después, media Cuba estaba en las calles pidiendo libertad, a gritos de “Abajo la dictadura”, “Díaz Canel, singao” y “Patria y Vida”.

La realidad es que el estallido social del 11 de julio del 2021, lo vengo pronosticando desde hace un tiempo ya. Sabía que iba a suceder, ya explicarlo no sé cómo hacerlo. Pero sabía que Cuba iba a explotar porque sentía la misma sensación que me entra cuando hago apuestas.

Es una sensación de seguridad que no puedo explicar, pero que mis amistades cercanas saben que es real, y por eso nunca apuestan contra mí. Bajo esa premisa, estando en un almuerzo en marzo del 2020, con varios intelectuales y opositores cubanos, les dije que Cuba estaba a punto de manifestarse y que esto no llegaba a diciembre. Todos se rieron de mí.

Me dieron por loco.

Pero yo no estoy loco, por eso apenas terminé de hablar con mi novia, recogí todo y me fui para la casa. Cuba era un hervidero y poco a poco iban llegando las imágenes de las manifestaciones que iban despertando. Hasta que tumbaron el internet y llegó la incertidumbre. Y no solo cortaron el internet, también cortaron el servicio de llamadas, de mensajería. El régimen quería a Cuba silenciada.

Mientras sucedía eso, yo sabía que a esa hora de la tarde Cuba, prácticamente completa, estaba en la calle pidiendo libertad. Exigiendo los derechos que alguna vez tuvimos y que el castrismo en su afán idealista nos arrebató.

Cuba nunca fue una nación cobarde. Siempre fuimos un país que generación tras generación salió a pelear por sus derechos.

Incluso después de que se instaurara el terror comunista en el 59, y se fusilaran miles de personas. Los cubanos y las cubanas nos las arreglamos para pelear, para hacerle frente a un régimen que le robó todos los sueños a este pueblo y lo sumió en la miseria y el horror.

A pesar de todo eso, yo seguí con la idea de que el pueblo cubano estaba por estallar. Por eso en un forum en el que participé en las vacaciones del 2020, también lo dejé claro. Que los cubanos y las cubanas estaban listos para tomar las calles.

La parte triste de esta historia sucedió ese mismo día 11 a las cuatro de la tarde, cuando el presidente (elegido con un dedo) Miguel Díaz Canel Bermúdez dijo en plena televisión: “La orden de combate está dada, la calle es de los revolucionarios”.

Escuchar eso fue directamente proporcional a llenarme de odio. Que si bien el odio es un sentimiento maligno, en mi caso es como un puente en el que yo me balanceo para sopesar cada una de las atrocidades que ha hecho el régimen contra mi persona.

Atrocidades que enumero para no olvidarlas, para no caer en la misericordia. Atrocidades que ha cometido el régimen cubano contra mí solo por pensar diferente, por defender la patria, por querer un país plural y democrático, por escribir poesía.

Atrocidades que el régimen cubano sigue cometiendo contra mi persona, porque me tienen regulado y no me dejan salir de país, violando todos los días mis derechos humanos.

Por eso mi odio es real y lo volqué ese día hacia Díaz Canel luego de llamar al país a una guerra civil.

Supe que venía lo peor.

Y es que no se podía esperar menos de un régimen totalitario que abarca cada aspecto del diario cubano. Un régimen que actúa como una máquina de guerra y devora a todo aquel que se le enfrente. Por suerte, como escribí antes, los cubanos y las cubanas siempre nos las hemos arreglado para hacerle frente a la dictadura.

Y no desde hace unos meses, sino desde hace unos cuatro años, cuando un grupo de artistas se unió en la campaña contra el Decreto 349. Me atrevo a asegurar que el 11J no tuvo su comienzo con el hashtag #SOSCuba, sino que empezó a gestarse cuando un grupo de artistas decidimos pelear contra un decreto ley abominable que cercenaba nuestra libertad creativa y la libertad de expresión en general.

Cada una de las acciones que hicimos, durante estos últimos años, cada golpe de creatividad, de irreverencia, de encarcelamientos, de arrestos, de interrogatorios, fue lo que nos trajo hasta aquí. Los hechos hablan por sí solos.

Por eso sabía que Cuba estaba a punto de estallar y en un interrogatorio que me hicieron en noviembre del 2020, durante el acuartelamiento del Movimiento San Isidro, se lo dejé claro “al compañero que me atiende”: “Cuba va a estallar. Cuba va a implosionar y va a ser muy feo. Van a morir personas y la culpa será de ustedes”.

Así se lo dije y una semana después estaba yo manifestándome frente a un cordón con más de 50 policías, gritándoles “Abajo la dictadura” en la calle 11 y 2, a una cuadra del Ministerio de Cultura.

Y eso solo fue el tráiler. Esas 500 personas el 27 de noviembre, manifestándose en el Vedado, fueron el preludio de las miles de personas que salieron a protestar el 11 de julio del 2021 por todo el país.

Manifestaciones que hubieran seguido su carácter pacífico de no ser por la orden criminal que dio Miguel Díaz Canel Bermúdez. Una orden que luego se convirtió en un baño de violencia y sangre dejando al menos un muerto y miles de detenidos, niños y niñas entre ellos.

Duele mucho ver las fotos y los vídeos de la represión ejercida por las fuerzas antimotines. Duele ver como atacaron sin piedad a una población indefensa, que lo único que hacía era pedir la libertad de un pueblo que ya se cansó. Un pueblo que ya no quiere más comunismo.

Un pueblo que está sufriendo el colapso sanitario y ve como el gobierno se escuda en justificaciones banales, y en reafirmaciones revolucionarias que no llevan a niguna parte, y que mucho menos van a rescatar a este país del fango. Porque este país es un estado fallido.

Quizás por cada una de esas cuestiones, yo estaba tan alterado los días previos del 11J. Quizás mi cuerpo estaba presintiendo que algo grande estaba por pasar.

Tanto fue así que mi madre me llegó a decir que yo estaba alterado porque sabía que las manifestaciones iban a ocurrir. Me hubiera gustado que tuviera razón, la verdad.

Porque si bien ya yo presentía que Cuba iba a tomar las calles, no sabía cuándo, ni qué día, ni bajo qué justificación. Eso sí, el día 29 de junio escribí esto en mi muro de Facebook:

¿Hasta cuándo es esto? ¿Hasta cuándo el régimen va a seguir con el alto índice de represión? Aunque nos metan presos a todos y todas, no van a poder sostener a esta Isla.

Porque el país no da más.

Le digo al régimen que no espere por los EEUU, que ellos no van a mover un dedo, y el Parlamento Europeo pronto va a poner fecha límite para hacer cumplir su resolución.

¿Y luego qué?

Régimen, entiendan que nadie nos va a salvar. Este es el momento que tienen para recapacitar. Cuba explota y será un gran baño de sangre, y la culpa será de ustedes.

Este es el momento para que cesen con la locura.

Ya tienen a todo el país exigiéndoles que liberen a los presos políticos, y luego les exigirán todo lo demás.

Régimen, paren la locura ya, la política no cabe en la azucarera, La Habana no cabe en Guanabacoa ni Cuba cabe en Villa Marista.

Reflexionen ahora, y dejen de empujar. Detengan el sinsentido este que tienen armado y preocúpense de verdad por los problemas urgentes.

Régimen, Cuba está muriendo, y es por culpa de ustedes.

La verdad siempre triunfa.

Bendiciones y buenos días.


Texto perteneciente al Dossier ‘El 11J en contexto’, del número 17 de Puente de Letras

Réquiem por el espejismo

Hace muchos años que la Revolución en Cuba ha muerto. Y la Historia la condena inevitablemente. Lo único que han hecho sus “líderes” es tratar de destruir la zona profunda de la nación, ese verdadero país que empieza de la puerta de la calle hacia adentro. El Gobierno ha intentado instalar cada vez más el miedo, hacerlo más sofisticado, más técnico, apelando a todo tipo de recursos en lo brutal y lo psicológico, en las requisas, en los allanamientos. Pero no solo el miedo, sino también la mentira, tergiversando las ideas, los hechos; deshaciendo la Historia, cambiándola. Y no emplea recursos creativos, sino imitativos, repetitivos, los mismos del fascismo, del estalinismo. Después del miedo y la mentira, los dirigentes que ha tenido y tiene la “Revolución” apuestan, cada vez más, a engendrar la división. Y todo basado en una violencia intransigente y desmedida.

Algo que se ha venido haciendo desde los primeros días de 1959, cuando los discursos de Fidel Castro enjuiciaban, blasfemaban y prometían mientras fusilaba, torturaba y confiscaba las propiedades extranjeras, las de Estados Unidos principalmente, y también las de los comerciantes e industriales cubanos. Esta Historia, nuestra Historia moderna, digamos, se conoce bien, porque todo cubano de buena voluntad la ha padecido. Pero aun cuando hasta hoy sea tan conocida, y parezca trillada y manida, hay que seguirla recordando, no se puede dejar atrás. No se puede olvidar.

En un encuentro virtual de las revistas Rialta y El Estornudo, el historiador Rafael Rojas planteaba con toda razón que en realidad la represión política e intelectual del régimen castrista puede decirse que se da cada diez años, fundamentalmente contra importantes intelectuales que, de una forma u otra, comienzan a reclamar y son reprimidos de una manera despiadada. Pero lo que en verdad sucede es que en estas purgas de ahora (años 2019, 2020 y 2021) una nueva generación empieza a ser acosada (Tania Bruguera, Luis Manuel Otero Alcántara y muchos otros artistas y escritores) y —según un criterio general— es una generación impetuosa que ha perdido el miedo y que, gracias a los medios de comunicación como internet y los teléfonos celulares, puede encaminar su influencia hacia el resto de la juventud en toda la isla. Así, esta enorme cantidad de miles de jóvenes termina por influir en otros tantos miles de miles de personas, incluso de generaciones anteriores, para entonces desembocar en el 11 de julio de 2021, con las descomunales y espontáneas manifestaciones que se dieron en más de 40 ciudades y pueblos de todo el país de manera simultánea, coordinadas o reveladas a través de los móviles y las redes sociales.

Una de las cosas trascendentalmente nuevas en todo esto —a mi modo de ver— es que el mundo ha podido constatar, de manera muy real, no solo las manifestaciones pacíficas de los cubanos pidiendo “libertad”, exclamando  “abajo la dictadura”, gritando “abajo el comunismo”, así como críticas y reproches, con variados matices de calificativos, contra el gobernante Miguel Díaz-Canel, el ministro de Salud Pública y otros dirigentes, sino que se ha demostrado asimismo, con una evidencia indiscutible, que todo lo que siempre ha dicho la dictadura, eso de que “el pueblo ha estado y está al lado de la ‘Revolución’”, ha sido una gigantesca falacia propagandística.

En realidad, hay que reconocer que lo sucedido los días 11 y 12 de julio de 2021 han sido hechos inesperados, por impensables. No existen expertos ni politólogos que hayan acertado. Ni en la ficción siquiera se ha podido entrever la posibilidad de protesta, con un estremecimiento tan humano y convincente, desde sus raíces, como el ocurrido en esos dos días.

Desde una perspectiva realista, objetivamente racional, sabemos que las cosas de este mundo no vienen mediante la magia, aun cuando algunas veces lo parezcan. Los hechos, los sucesos importantes, siempre tienen sus contextos precedentes. En este caso tendríamos que remontarnos al mes de noviembre de 2020, cuando el régimen castrista detiene y encarcela a un rapero contestatario del Movimiento San Isidro, Denis Solís, que en pocos días, sin ninguna garantía, es condenado a ocho meses de prisión. En días posteriores, surge el Movimiento 27 de Noviembre, de artistas e intelectuales que, en número creciente de unas 300 personas, se reúne frente al Ministerio de Cultura pidiendo pacíficamente entablar un diálogo con los altos funcionarios culturales. Pero estos no aceptan dialogar y tachan a esos artistas y escritores de gente vendida al imperio. A partir de aquí comienza a crearse una atmósfera de represión, de arrogancia e intransigencia por parte de la dictadura que demuestra la obsesión de mantener el poder a toda costa.

Estos hechos, de carácter cultural, se van sumando a las carencias de comida y medicinas, en mucho mayor medida que el estado de cosas que se había dado en el anterior Período Especial, y lo más importante: la paralización de la sanidad cubana ante la pandemia de la Covid-19 se siente como un colofón que solo lleva a la muerte. Todo el mundo sabe que el Gobierno miente, que altera y reduce las cifras de fallecidos por el virus, mientras que las funerarias no dan abasto. Colapsan, incluso, los cementerios, los hospitales y todo tipo de abastecimiento, se crean tumbas colectivas, mientras que las respuestas de los funcionarios son de impotencia y crasa negatividad. Los dirigentes le cargan la culpa al pueblo, a la bolsa negra, a la apatía al trabajo, al desorden y al supuesto afán de enriquecimiento de los cuentapropistas. El presidente designado convoca a las turbas revolucionarias para que ataquen toda manifestación de protesta (intenta lograr la división mediante la lucha de hermanos contra hermanos). Dan entrada a la playa de Varadero a grandes grupos de turistas rusos que llevan la variante delta de la pandemia, y que hacen que en las redes sociales explote la desesperación de pobladores de Matanzas y Cárdenas por falta de médicos en los hospitales. Vuelven los funcionarios, principalmente Miguel Díaz-Canel, a descargar la culpa de la pandemia, ahora, en específico, a los médicos y personal de salud. Estos reaccionan y aparece en internet, anónimamente, una carta pública, en la que los facultativos enumeran las deficiencias de cada uno de los funcionarios del Gobierno que tienen que ver con la salud y hasta señalan la falta de libertad con que ha contado siempre el país y la carencia de los medicamentos y comida, mientras que a los dirigentes comunistas no les falta nada. En todo este ínterin, la administración de Díaz-Canel saca una serie de decretos que atentan contra la libertad de expresión y hasta de creación, que son criticados y denunciados por la oposición tanto dentro como fuera de la isla. Surge entonces el Decreto-Ley 35, que atenta contra las telecomunicaciones, principalmente la internet y las redes sociales.

Muchas más cosas han sucedido, pero enumerarlas todas hasta el momento en que escribo estas palabras, sería hacer un libro de buen número de páginas.

Lo que más quiero resaltar en este artículo es que lo ocurrido los días 11 y 12 de julio pasado logra desnudar ante el mundo la farsa que la dictadura cubana y la izquierda mundial más agresiva y reaccionaria han divulgado sobre lo que ellos (los “líderes revolucionarios”) han dicho y adoctrinado siempre acerca de la Revolución cubana. En realidad, quien en el extranjero, por muy revolucionario que sea, haya conservado buena dosis de honestidad, y que vio, leyó y escuchó los videos, fotos y tuits sobre las crudas escenas de represión contra de miles de personas que protestaban pacíficamente en Cuba, y que además haya visto y valorado la inmensa caravana de cubanos exiliados que viajó desde Miami hasta Washington para pedirle al Gobierno estadounidense de Biden que acabara de ponerse del lado del pueblo cubano y trabajara por el uso gratis de internet a través de satélite en la Isla; esta persona, repito, que cuenta con dignidad y humanismo, tuvo que quitarse la venda de los ojos y descubrir que el espejismo cubano y sus mitos estructurales se han desmoronado de una vez por todas.

Independientemente de que el triunfo de la Revolución cubana haya constituido, en los primeros momentos, un extraordinario hecho histórico, ello no demoró mucho en comenzar a degenerar, y toda una nueva realidad de violencia (cacería de brujas, juicios amañados, fusilamientos, encarcelamientos, torturas, confiscaciones, entre otros), engaños y promesas que nunca se cumplieron ocuparon pronto cada rincón del país y el día a día de los habitantes de la Isla.

Este aparente fenómeno histórico, político, económico e intelectual que han querido hacer ver tanto el Gobierno cubano como la izquierda internacional, en realidad no ha sido tal. Más bien todo lo contrario, elementalmente el robo a mano armada de todo una nación, en la que a una mayoría del pueblo le saquearon sus pertenencias, sus patrimonios, incluyendo no solo sus propios cuerpos sino, lo peor de todo, sus voluntades y hasta sus almas.


Texto perteneciente al Dossier ‘El 11J en contexto’, del número 17 de Puente de Letras

11 de julio de 2021: La sinergia

Según la numerología tradicional, el 11 es un número maestro que significa “la supraconsciencia en todas sus manifestaciones”. Esto puede resultar contradictorio cuando se piensa, por ejemplo, en la tragedia de las Torres Gemelas de New York, ocurrida un fatídico 11 de septiembre. Pero, por alguna enigmática razón, esta cifra parece contener un sentido auspicioso para cambios sociales.

El 11 de agosto de 2018, vecinos del barrio San Isidro, en la Habana Vieja, apoyaron a un grupo de artistas que estaban siendo reprimidos por la Seguridad del Estado solo por intentar expresar su desacuerdo con el Decreto 349, que convertía en delito el arte independiente. Fueron esos vecinos de una barriada pobre, marginada, quienes grabaron con sus celulares el acto de rebeldía y lo subieron luego a las redes. Aquella solidaridad espontánea y muy arriesgada, marcó el nombre del grupo de artistas libres, que un tiempo después decidieron llamarse Movimiento San Isidro.

El 11 de julio de este año, habitantes del pueblo San Antonio de los Baños salieron masivamente a las calles para protestar por privaciones impuestas durante 62 años: apagones, desabastecimiento, desesperanza… Todo esto recrudecido en medio de la pandemia del Covid y una crisis sanitaria.

La marcha, totalmente pacífica, fue difundida en las redes a través de una directa en FB. Se propagó como pólvora, pero lo que en esencia cundió en un vértigo imparable, provocando protestas en casi todas las provincias de la Isla, fue el instinto de libertad, replegado y condenado a la seguridad de nuestras mentes, bajo la férrea mordaza de un gobierno que ha reinado a base de sugestión.

Que el socialismo (o comunismo, como quieran llamarle los defensores de lo indefendible) ya no convence a la inmensa mayoría de la población cubana como opción de vida, fue gritado por fin al aire, rasgando el velo del hipnotismo, del miedo insertado en la sangre con todas las formas visibles y tácitas que utiliza la represión, como ocurre en las dictaduras, disfrazándose de justicia y voluntad popular.

Testigos de las protestas del 11 de julio hablan de la alegría compartida entre los manifestantes, de un sentimiento de legítima solidaridad que nada tiene que ver con la que trataron de imponernos a través de la falsa (y antinatural), homogeneidad ideológica.

Un video filmado desde uno de los balcones del hotel Inglaterra, frente al Parque Central, muestra al gentío que crece y crece con grupos provenientes de las calles aledañas, uniéndose en una marea humana que se desplaza hacia la avenida Malecón, ese borde del país entre el mar y La Habana donde también se produjo el primer estallido espontáneo en medio de la crisis del 94 (o el paroxismo de una larga crisis imputada por una administración solo experta en sembrar pobreza y tristeza).

Hoy, a la luz, o más bien a la sombra del horror que sobrevino después ese día 11, podría catalogarse de ingenuo el gesto de gritar lo que queremos la inmensa mayoría (“Libertad”, “Abajo el comunismo”, “Cambio de gobierno y de sistema”), como resulta ingenuo también lanzarse al mar desafiando los elementos y la fatalidad, en un acto de desesperada autonomía.

Pero esta, la última inocencia del pueblo cubano, fue astutamente construida a base de camuflar y dosificar el horror, para poder prolongar la sugestión de que Fidel y su continuidad política son un gobierno magnánimo, estrategia obligada para ganar la simpatía de la izquierda internacional, que ha sido cómplice en perpetuar el espejismo de un sistema al que, cómodamente, apoya sin padecerlo.

Los hombres y mujeres “de cara al sol”, como diría Martí, las consignas sinceras y la alegría colectiva fueron registrados por los móviles, subidos a las redes y sirvieron para ejecutar una despiadada cacería. Por primera vez, en 62 años, cientos de cubanos experimentaron el calvario que padecen los disidentes y opositores al régimen, quienes son descalificados oficialmente y hasta difamados en la TV nacional, procesados con delitos falsos, recluidos en infiernos inhabitables denominados eufemísticamente “prisiones”. O presionados en un acoso paciente y encarnizado, que les crea rupturas familiares, enfermedades propias del estrés y, en muchos casos, los impulsa a la traición, o al destierro.

Si el 11 de julio, como expresó ese mismo día una de las manifestantes frente al Capitolio, “nos quitamos el ropaje del silencio”, simultáneamente el gobierno se quitó el falso ropaje de represor blando para mostrar su verdadera monstruosidad.

Tropas de “avispas negras” cayendo sobre la multitud, escogiendo un blanco para abatir a palo limpio, sembrando terror, lesiones y hasta muertes; y los mismos móviles que mostraban los alegres gritos de “Libertad”, exponían ahora la barbarie que siguió a las palabras del presidente Díaz Canel en una emisión especial en la TV: “La orden de combate está dada”. “Combate” de militares armados contra civiles desarmados, sorprendidos y aturdidos.

El rol fundamental del exilio

La radiografía de todas las dictaduras a lo largo de la historia es muy similar. Se construyen utilizando lo peor del ser humano: el oportunismo, el miedo, el egoísmo, el instinto básico de supervivencia, un ideal falso y un falso enemigo común. Con esos elementos se puede sustentar una estabilidad social por cierto tiempo, siempre drenando el descontento a intervalos, como ha sucedido en Cuba a través del éxodo.

Pero en noviembre de 2020 el exilio cubano demostró que no ha olvidado a su patria como quisiera el gobierno, y que esa comunidad dispersa por el mundo late al unísono con el corazón del pueblo pisoteado.

En noviembre de 2020 un grupo heterogéneo de personas se reunió a leer poesía en casa del artista contestatario Luis Manuel Otero Alcántara. El acto constituía realmente un performance de protesta por la condena a prisión del rapero Denis Solís, tras un juicio sumario.

La cuadra fue sitiada inmediatamente, y la presión y agresiones por parte de la policía política a las personas acuarteladas en esa casa, fueron denunciadas en directas de FB, provocando una inédita recepción popular. El intenso reality show de aquel confinamiento en plena pandemia, desde un barrio de excluidos, con calles rotas y gente con el alma rota reclamando derechos básicos por medio de dramáticas huelgas de hambre, generaron una atención y simpatía sin precedentes en la historia de la disidencia cubana. Cuando finalmente la vivienda fue asaltada por la Seguridad del Estado en un falso operativo sanitario, y arrestados los activistas en medio de un apagón digital para impedir cualquier intento de solidaridad, los cubanos de adentro y de afuera vibraron con la misma indignación.

Y surgió un movimiento de sinergia también sin precedentes, que desembocó en una protesta masiva al día siguiente, 27 de noviembre, frente al Ministerio de Cultura, e iba a continuar al otro día por parte de la comunidad animalista frente al Ministerio de la Agricultura, pero la acción fue filtrada y disuelta.

Sin embargo, la chispa de la esperanza ya había prendido y grupos de entusiastas exiliados cubanos se estructuraron desde diferentes países para apoyar a los Acuartelados de San Isidro y, por extensión, a quienes dentro de la Isla y enfrentando las crecientes restricciones y peligros, luchan por la libertad de un mismo país.

Esa sinergia entre la Cuba de adentro y la de afuera, que barrió con los límites geográficos de un archipiélago provocando acercamientos y súbitas conexiones entre desconocidos, conocidos, familiares o amigos separados por años y la absorbente convulsión de realidades distintas, llegó a su expresión máxima con las protestas del 11 de julio. Fue destruido el mito del silencio, la falacia de la aceptación a un gobierno que todos sabíamos era una tramoya cada vez más ineficiente y costosa. La mentira de una sociedad donde jamás nos sentimos representados, donde el sentido de pertenencia y de identidad nos fue arrebatado milímetro a milímetro, hasta dejarnos el exilio o el inxilio como únicas alternativas.

También, como ocurre en todos los sistemas totalitarios, a medida que la naturaleza del mal va quedando expuesta mediante actos de represión y medidas antipopulares, a medida que la insatisfacción y el hambre de libertad se hacen mayores que el miedo y el estupor, los dictadores se ven obligados a mutar de tácticas, pero igual saben que esas dilaciones no son eternas.

La visibilidad de la represión del 11 de julio y la prolongada jornada de arrestos, desapariciones forzadas (donde la mayoría de las víctimas han sido jóvenes, algunos incluso menores de edad), los juicios sumarios, han funcionado para paralizar las manifestaciones y restablecer una paz superficial. Sin embargo, la violencia desplegada contiene el alto costo de destruir la “poesía de la revolución”, o lo que quedaba de un ideal que devora hasta sus defensores si ve amenazada su propia existencia.

Los pasos que siguieron a esta violencia física van encaminados a una parálisis aún más férrea, tal es el caso del Decreto 35, que penaliza el uso de las redes digitales como plataforma de expresión libre, de convocatoria y de protesta.

Al mismo tiempo, los gritos de libertad del 11 de julio todavía resuenan en la memoria colectiva. La atmósfera de la Isla se siente enrarecida, cargada de tensión y de una inconfesada esperanza.

Ya nada es igual. El gobierno sabe que el pueblo no lo quiere. El pueblo sabe que el gobierno es malo, muy malo, y que no puede confiarle su vida, sus hijos, sus sueños.

Los militares o agentes vinculados a los órganos represivos saben que no hay nada sublime o siquiera defendible en golpear a gente humilde e indefensa que solo pide libertad y prosperidad (las cosas intangibles y tangibles que cualquier ser humano desea en lo más íntimo, y ellos mismos se ven obligados a tener la segunda a costa de renunciar a la primera).

El pueblo cubano, el mismo que gritó en las calles el 11 de julio lo que sentía, sabe ahora más que nunca el precio de la sinceridad. Ya no es ingenuo. Sale cada día a poner bajo sus pies un espacio sólido donde sostenerse, y a su familia, en esa lucha agónica de más de medio siglo que se niega a concederle nada más.

Sabe que la libertad probada es irremplazable. Lo que antes era un secreto a voces, ahora es compartido por miradas cómplices en una inmovilidad que puede volver a romperse.

Luis Manuel Otero Alcántara, el iniciador de las huelgas de hambre que en noviembre pasado despertaron al exilio, fue apresado al igual que otros líderes el mismo 11 de julio, y desde la prisión de máxima seguridad donde espera (involuntariamente) la resolución de un caso fabricado, acaba de anunciar que “se va loma abajo”, metáfora marginal para describir la autoinmolación, el recurso de castigar al cuerpo, el mismo cuerpo obligado a no ser libre. A castigarlo por medio del ayuno o a liberarlo por medio de la muerte.


Texto perteneciente al Dossier ‘El 11J en contexto’, del número 17 de Puente de Letras

La muerte del general venezolano Raúl Baduel

El delirio fue escalando por décadas. Una mañana fría de diciembre de 1982 cuatro iluminados se reunieron bajo la sombra generosa de un “Samán de Güere”, un árbol muy frondoso. Eran jóvenes oficiales graduados a mediados de los setenta. Se trataba de Hugo Chávez, Jesús Urdaneta, Felipe Antonio Acosta Carlés y Raúl Isaías Baduel. Obviamente, todos eran oficiales de baja graduación, como les correspondía por razones de edad.

Los cuatro imitaron el ejemplo de Simón Bolívar en el Monte Sacro romano, desempolvando un viejo juramento muy de la época y muy dentro del romanticismo del Libertador: “Juro delante de usted, juro por el Dios de mis padres, juro por mi honor y juro por mi patria, que no daré descanso a mi brazo, ni reposo a mi alma, hasta que haya roto las cadenas por voluntad del poder español”.

Los cuatro, como aquello no tenía hoy ningún sentido, la emprendieron contra “los poderosos” y “la oligarquía”, sin percatarse de que Bolívar pertenecía a una de las familias más ricas y oligarcas de Venezuela.

En todo caso, dos personas –el 50% del grupo fundacional- no estuvieron presentes en ninguno de los dos intentos de golpe dados por Hugo Chávez contra Carlos Andrés Pérez en 1992: Felipe Antonio Acosta Carlés había muerto sospechosamente en 1989, durante “el Caracazo”, defendiendo la república que supuestamente abominaba bajo las órdenes del general Ítalo del Valle Alliegro. Fue una de las pocas bajas de las Fuerzas Armadas en esa inexplicable insurrección.

El otro que no estuvo presente fue Baduel. Ni en el golpe que trató de dar Chávez en febrero del 1992 ni en la secuela que se forjó en septiembre de ese mismo año “contra Carlos Andrés Pérez y su neoliberalismo”. De manera que, 10 años más tarde, Hugo Chávez estaba en el poder, pero había sufrido un golpe de Estado, y Baduel vio la posibilidad de reivindicarse ante su amigo, compadre y jefe. ¿Cómo? Devolviéndole el poder. Restaurando su presencia en la casona presidencial de Caracas.

Esa sería su sentencia de muerte. ¿Por qué? Porque Fidel Castro se había adueñado de la figura de Hugo Chávez haciéndole creer que él era el único responsable de que siguiera vivo “y ahora venía este sujeto, Baduel, un nacionalista con ridículas creencias esotéricas, a joderme el punto”, como solía caracterizarlo el Comandante cubano. Lo dijo ante un escritor que tenía acceso a él. (A mí me tocó explicarle al escritor el significado de esa frase tan cubana de “joderme el punto”).

Contra el criterio de Fidel Castro, Hugo Chávez convirtió al general Baduel en Jefe de las Fuerzas Armadas. En ese momento las relaciones entre los dos dictadores se habían enfriado ligeramente. Fidel Castro, que fue muy racista (en privado se quejaba del “negrito parejero” que se colocaba a la misma altura, “parejo” al Comandante), y buscando un pretexto baladí, había entregado las llamadas constantes de Chávez a Carlos Lage, primer VP del gobierno, y al joven ingeniero Felipe Pérez Roque, canciller de Cuba.

En el 2006, cuando Fidel le entregó precipitadamente el poder a Raúl, porque sintió que se moría, Hugo Chávez aprovechó para nombrar a Baduel, su compadre, Ministro de Defensa, una persona que no había pasado por La Habana a besarle el anillo a Fidel Castro, lección que aprendió muy bien Vladimir Padrino López, el Ministro de Defensa desde el 2014, verdadero experto en el arte de la supervivencia al precio de excederse en obsecuencia. Le tiene pánico a la “técnica” del Ministerio del Interior cubano.

Hace bien. Sobre todo si quiere conservar el puesto. Raúl Isaías Baduel fue víctima de “la técnica” colocada por la inteligencia cubana. Apenas duró un año como Ministro. Durante la convalecencia de Fidel Castro, en uno de los múltiples viajes a Cuba de Hugo Chávez, lo estaba esperando un enorme dossier de las barbaridades que entonces decía Baduel de “los cubanos” y de Fidel Castro. Había grabaciones, fotos y hasta películas. Baduel creía que la relación personal que él tenía con Hugo Chávez le ponía a salvo de cualquier crisis. Fidel ganó la partida. Había abducido totalmente a Chávez.

El periodista venezolano Alexis Ortiz, pese a llevar exiliado un buen número de años, tiene una gran información sobre lo que acontece en su país natal. Dijo, públicamente, por medio de Radio Caracol, que Baduel era un prisionero de Fidel Castro, así que hay que imputarle su muerte a “los cubanos”. Es muy difícil creer que haya sido el Covid 19.


http://www.elblogdemontaner.com/

Puente de Letras 17 y el hito del 11J

Eclosiones (Yasser Castellanos)

Ya en circulación el número 17 de la revista Puente de Letras, edición especial del proyecto Puente a la Vista dedicada a los sucesos del 11J y relacionados, como el Decreto Ley 35 y la actual convocatoria del 15N. También a los antecedentes de las manifestaciones masivas de julio, como el 27N y el MSI.

“Aquellos vientos trajeron el ciclón del pasado 11 de julio de 2021 (11J), cuyas derivaciones están llamadas a desarticular el totalitarismo. Del Movimiento San Isidro (MSI), acuartelado en noviembre de 2020, a la demostración del 27N, de artistas y activistas culturales independientes, a las protestas masivas de julio pasado, en decenas de ciudades y pueblos de Cuba, a la convocatoria de una manifestación contra la violencia (o Marcha Cívica por el Cambio) para el próximo 15 de noviembre en varias regiones del país. Etcétera, además, entre otras. La sociedad civil cubana continúa devorando metros de activismo cívico en su maratón hacia la libertad”, señala el editorial. Y añade al final:

“Ilegalizar la manifestación pacífica constituye una forma de estimular la desobediencia civil. En esta cuerda, una nueva oportunidad liberadora asoma en el horizonte. La Marcha Cívica por el Cambio, prevista para el próximo 15N”.

Este número cuenta con colaboraciones de Ana Rosa Díaz, Ariel Maceo, Armando Añel, Arsenio Rodríguez Quintana, Félix Luis Viera, Idabell Rosales, Jorge Enrique Rodríguez, Jorge Olivera Castillo, José Hugo Fernández, Katherine Bisquet, Luis Cino, Manuel Gayol, Mauricio Mendoza, Orlando Freire Santana, Rafael Vilches, Suanet Alfonso, Verónica Vega y Yasser Castellanos, entre otros.

La publicación propone además secciones de crítica literaria, poesía y narrativa. Para leerla gratuitamente, clic sobre el PDF y luego bajar el cursor:

Revista Puente de Letras No. 17

 

112 mariposas por la libertad de los presos políticos cubanos

La artista Elízabeth Echemendía, junto al Movimiento San Isidro y Proactivo Miami —amigos y colaboradores—, invita a formar parte de su obra Preludio este domingo 17 de octubre, a las 4:00 p.m., en el malecón de la Ermita de la Caridad (3609 S Miami Ave, Miami, FL 33133).

El evento, además de contar con música y las palabras de diversas figuras públicas, consistirá en una liberación masiva de mariposas por la libertad de los presos políticos y de Cuba.

«Después de haberle dicho a toda mariposa el nombre de un preso político cubano, cada quien tomará una, reafirmará el deseo y la echará finalmente a volar, haciendo, estamos seguros, que el espacio tiemble», anunciaron los organizadores.

«Vamos a liberar, entre música y palabras, 112 mariposas con el nombre de todos nuestros presos políticos», anunció el artista Luis Eligio de Omni en Facebook. «¡Ven, no faltes!».


 

Primer número de la revista Insularis en Viernes de Tertulia

Viernes de Tertulia, el evento artístico y literario que coordina en Miami el escritor Luis de la Paz, anuncia su jornada del mes de octubre de 2021 con la presentación del primer número de la revista Insularis, cuyo editor, el poeta Joaquín Gálvez, participará como invitado junto a algunos de los colaboradores de la publicación.

Fecha: viernes 15 de octubre de 2021
Hora: 8:00 de la noche
Dirección: 111 SW 5ta Avenida. Miami, Florida

«Insularis Magazine es un proyecto cultural independiente que, en conjunto con la tertulia La Otra Esquina de las Palabras, tiene el propósito de darle una dimensión más amplia al panorama artístico-literario cubano con una mayor participación de creadores del exilio de diferentes generaciones y tendencias estéticas, teniendo como denominador común la calidad», apuntó Gálvez en Facebook.

El programa Viernes de Tertulia es una producción del Creation Art Center, organización fundada por Pedro Pablo Peña (†) y dirigida por Eriberto Jiménez.


 

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