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Los rizos del miedo y otras torceduras

 

No me sentaré en una mesa con el plato vacío para ver comer a otros y diré que yo también soy un comensal. Si yo no pruebo tu comida, el hecho de sentarme en tu mesa no hará de mí un comensal. −Malcolm X


 

No queda absolutamente ninguna duda de que Rizos de miedo en La Habana (Neo Club Ediciones, 2021), de José Hugo Fernández, es un ensayo temible y severo. Como temible y severa es toda verdad histórica, como en el caso que nos ocupa.

Ya desde el primer capítulo, El hombre del saco, el autor devela sus potestades sostenidas desde esa lógica de transgresión necesaria, pero que muy pocos cometen atemorizados ante una sacralidad que, de tan gratuita y raída, tiene como destino único el infortunio que representa el proceso de momificación en escuetas bibliotecas de colegios primarios.

Con un mito legendario –El hombre del saco– como leitmotiv para replantear sus latitudes temáticas, Rizos de miedo en La Habana nos reta, hirviendo y frontalmente, al abordaje del negro, del racismo y de la discriminación racial en Cuba que, en este minuto –de conjunto con la violencia de género– representa el tema que más preocupa [y al mismo tiempo del que menos se ocupa] a una parte significativa de la sociedad civil toda en la isla.

La entronización de su perspectiva [la de José Hugo Fernández] comienza, precisamente, en el cuestionamiento del llamado “acervo cultural” que, bien sabemos, también ha sido pieza de la maquinaria del blanqueamiento de la historia y donde los negros han cargado, siempre, con la peor parte hasta el sol de hoy.

Dinamitar las creencias y saberes que damos por sentado –como nación en conciencia de sí misma– es la carta de presentación de un ensayo que ha sido escrito [quizá su divisa más alta] sin las estridencias que blancos y negros musulungos le han imprimido a sus discursos sobre la racialidad en la isla en los últimos tiempos y dentro de los márgenes de un régimen absolutamente abocado a su condición ideologizante:

“[…] Jamás nos preguntamos por qué El hombre del saco era negro, por qué tenía que serlo indefectiblemente. Ni siquiera se lo preguntaron los niños negros, a los cuales ocasionaba tanto pavor como a los blancos. Después, pero mucho después, descubriríamos que El hombre del saco era una patraña menos ingeniosa pero algo más pérfida que la de los Reyes Magos, y que la verdadera amenaza, la quintaesencia del peligro que creímos ver en él, radicaba en la causa de su invención: el miedo al negro, y a todo lo negro, un estigma que ha obstaculizado el ascenso del pueblo cubano a la modernidad, desde siempre y hasta hoy mismo, incluso desde antes de que tuviéramos una conciencia y una auténtica identidad nacional. Descubriríamos que sobre ese miedo se asientan las mayores tragedias de nuestra historia, así como la más perseverante pobreza […]”.

Como todos, José Julián Martí Pérez también es obligado a rendir cuentas –a la revisitación honesta– en este ensayo que, más allá de discordias de maquillaje corrido que abundan en los suaves latifundios de las academias e instituciones culturales en la isla, incomoda por el acto de deconstruir toda zona de confort histórica, analítica, sociológica, política y cultural. La indagación de Rizos de miedo en La Habana no se apiada –de entre sus virtudes a agradecer infinitamente– del héroe nacional, quizá el memorial/símbolo más sacro de la historiografía cubana. Pero su corrección a José Julián no es la mera pose de un adolescente contestatario, sino la honradez de un ensayista que nos habla sobre el miedo y sobre el daño histórico de ese miedo:

“[…] En el año 1893, dentro de una etapa de apogeo para el maremagno de resentimientos y desconfianzas de carácter racial entre cubanos, José Martí escribió: ʻen Cuba no hay temor alguno a la guerra de razasʼ. Su afirmación no era exacta y él debió ser el primero en saberlo. Cabe suponer que esta frase no fuera sino uno de esos recursos semánticos que suelen utilizar los líderes para enunciar como hechos lo que en realidad no son sino propuestas de metas. Creo que existen pruebas suficientes para no dudar del dominio que poseía Martí en torno a los pormenores de la causa y del escenario que estaba defendiendo, menos para situar en entredicho la nobleza de sus intenciones y aun de sus palabras. Sin ir más lejos, en ese mismo texto aseguraba: ʻtodo lo que divide a los hombres, todo lo que los específica, aparta o acorrala, es un pecado contra la humanidadʼ.

En todo caso, la verdad es que si bien Martí logró que los patriotas de la Isla decidieran deponer sus recelos mutuos en aquella ocasión para dar prioridad a la lucha contra el dominio colonial (un acierto debido en no poca cuantía a sus recursos semánticos), esto no significaba que entre ellos no existiera temor alguno a la guerra de razas. Tampoco significó que el Apóstol consiguiera notables adelantos en cuanto a la disolución de las causas de aquel temor […]”.

Aunque Rizos de miedo en La Habana realiza un bojeo desde los orígenes del miedo al negro y el punto de arrancada del racismo en Cuba –con matices, datos y consultas que suelen escasear en la obra de otros ensayistas e historiadores anteriores−, su descripción del panorama en la llamada etapa de La República es puntual, en tanto se manifiesta que la no redención y trascendencia del negro, después signar con sangre las guerras independentistas, no era siquiera ninguneo o desagradecimiento, sino voluntad política:

“[…] Un repaso somero a la historia de nuestro país durante las primeras décadas del siglo XX, será suficiente para dejar por sentado el comportamiento no solamente absurdo, sino irracional, innoble y bárbaro con que la mayoría de los cubanos blancos con liderazgo político y económico retribuyeron el sacrificio de sus compatriotas negros y compensaron su determinante ayuda para la acumulación del poder y de las enormes riquezas que ellos disfrutaban en estatus de privilegio.

Desde la imposibilidad de aspirar a fuentes de empleo decorosas y solventes, hasta la negación del acceso a la instrucción y al progreso, por no mencionar las trabas para impedir que desempeñasen cargos en las altas esferas de la política. Desde las más burdas normativas de segregación social y económica, hasta el tropiezo con un infranqueable legajo de reglas y una escala de valores que les condenaban a la marginación de por vida. Desde el rechazo, la condena, el ninguneo ante sus manifestaciones culturales y sentimientos religiosos; desde los constantes atropellos y asedios policiales, desde el torcimiento del ejercicio de la ley con arreglos para su perjuicio, hasta las campañas de difamación encaminadas a justificar el asesinato y apresamiento de sus líderes, o especialmente elucubradas como planes para reprimirlos, replegarlos, reducirlos provocando guerras que no eran sino coartadas para el crimen masivo. Ese es el paisaje que refleja la historia de nuestro país en plena etapa republicana, derrotado ya el dominio colonial de España, y transcurridos varios decenios desde la fecha en que fue firmada la derogación nominal del sistema esclavista.

Lejos de atenuarse con el ritmo de las transformaciones, más o menos radicales, y el decurso histórico, el miedo al negro se enquistó bajo una capa maligna entre el egoísmo consciente y los aturdimientos al nivel de subconsciencia del cubano blanco […]”.

Una pregunta puntual de Rizos de miedo en La Habana –“cómo se explica entonces que después de seis décadas de discurso oficial antirracista sin lugar para contraposiciones, este mal no haya perdido terreno en la idiosincrasia del cubano blanco”− respecto a la raigambre del “miedo al negro” es la columna vertebral de un ensayo que llega puntual y exacto a los debates sobre el devenir de Cuba en el poscastrismo.

Precisamente por ello es imposible no coincidir con José Hugo Fernández cuando reafirma que, por lo que se ve, El hombre del saco ha deambulado mucho y desde hace mucho tiempo por las calles y campos de Cuba.

“[…] Y no es posible experimentar sino frustración, junto a una inquietud que desemboca en nuevas interrogantes, al comprobar que las alegaciones que le dieron vida en siglos anteriores son intrínsecamente iguales a las que conservan y alimentan su vigencia de hoy: negro ladrón, negro violador, negro buscapleitos, negro holgazán, negro amenazante, negro transgresor de la ley y de las buenas costumbres.

Por ello, a la vez que emociona revisar las conquistas de la modernidad, sobrecoge, asusta la constatación de que sus bases históricas aprietan un firme nudo con los episodios de la esclavitud y del tráfico negrero […]”.

De entre los textos imprescindibles –y de obligada asignatura– que los actores de la llamada sociedad civil independiente, que están encarando la pelea para poner fin a más de sesenta años de autoritarismo y comunismo en la isla, se encuentra Rizos de miedo en La Habana.

No se trata siquiera de vencer “el miedo al negro” –y a lo negro– como exhaustivamente aborda José Hugo Fernández en el presente ensayo, sino simple y honestamente embarcarse en su lectura. Quiérase o no, las expresiones del racismo no solo se grafican, en este mismo minuto, en los mapas represivos de la policía política contra las voces que disienten. Tanto el aparato coercitivo que financia el Partido Comunista, como las estructuras de poder institucional y privado, suelen compartir la fatídica sentencia de que los negros le deben a la historia [por la abolición de la esclavitud] y a la revolución socialista [por una equidad que quedaría varada en las promesas].

Negar que el problema del negro, y de lo negro [insisto], es un tema excepcionalmente puntual para cualquier proyecto de nación que se focalice, es querer repetir las tesituras y acordes bajo los cuales se compuso la sinfonía del racismo. El análisis conjunto de Rizos de miedo en La Habana –junto a otros textos, pocos, pero también valiosos−bien podría referenciar el retorno a un debate que el ego, y las malas costumbres heredadas, han silenciado dentro de la sociedad civil en la isla.

Rizos de miedo en La Habana es muchísimo más que lo reseñado en estas páginas y en cualesquiera otras que la sucedan. Es un ensayo de autoridad, de obligada referencia si es que la Cuba que se anhela hoy realmente es con todos y para el bien de todos. Leer este texto, en su totalidad, deja sin duda alguna ese afán de realfabetizarnos como sujetos cívicos y responsables con la historia.

Tal y como deslizó su autor:

“[…] Nosotros nos conformaremos con dejar constancia de la inquietud y las interrogantes que afloran al comprobar más de una coincidencia entre las causas que inspiraron el miedo al negro digamos en los inicios del siglo XX, y las que continúan inspirándolo cien años más tarde, es decir, hoy, revolución mediante […]”.


Angela Merkel y la diversidad

Es la persona más popular de Alemania. De acuerdo con las encuestas, hubiera podido prorrogar su poder un quinto mandato. No estoy seguro de eso, pero, en todo caso, será difícil calzar los zapatos de Ángela Merkel (2005-2021). Estuvo 16 años como Canciller (Primer Ministro) al frente del CDU, el partido de los democristianos alemanes. Todo joven de menos de 24 años sólo la recuerda a ella al frente del Estado.

Konrad Adenauer gobernó 14 años (1949-1963). Le tocó organizar al país tras la Segunda Guerra mundial,  recoger los escombros provocados por el nazismo, enterrar los muertos y crear las bases de la unidad europea junto al francés Robert Shuman.

Es verdad que tuvo la cooperación de Ludwig Erhard, el hombre del “milagro alemán”, su Ministro de Economía, un liberal –en el sentido europeo del término-, miembro de la Mont Pelerin Society, que tuvo la genialidad de llamarle al modelo que implantaría “economía social de mercado” descolocando a los socialdemócratas que le disputaban el poder. En rigor, como cuenta en su libro Bienestar para todos, fueron soluciones liberales  a los problemas que iban surgiendo.

La otra gran figura alemana en el siglo XX fue Helmut Kohl, el arquitecto de la reunificación de las dos Alemanias, y el hombre que estaba al frente de la primera economía de Europa en el momento en que desapareció la Unión Soviética. Recuerdo, como si fuera hoy, a Kohl asegurando que la reunificación se produciría en 10 años, pero los acontecimientos se precipitaron por una cadena de errores impredecibles.

En fin, si a Adenauer le tocó el gran reto de reconstruir a una Alemania minuciosamente destruida tras la II Guerra mundial, a Kohl le cupo el honor de absorber democráticamente a la Alemania comunista y tomar decisiones económicas y políticas dramáticas, casi siempre acertadas. Kohl también gobernó por 16 años (1982-1998), y si no continuó en el cargo fue por el caso “Flick”, un escándalo de corrupción que alcanzó a todos los partidos del Bundestag (y tuvo consecuencias en España) por el financiamiento ilegal de los grupos políticos a cambio de una exención fiscal millonaria en beneficio del señor Friedrich Karl Flick.

¿Por qué Ángela Merkel está entre las tres personas más importantes de la vida política alemana contemporánea, junto a Adenauer y Kohl? Porque se dio cuenta que Alemania y el mundo, incluido Estados Unidos, habían cambiado, y no sólo aceptó esas alteraciones como una fatalidad histórica, sino como una fuente de oportunidades para todos.

Me explico. El CDU había sido, desde sus comienzos, un partido liberal, pero poco a poco, imperceptiblemente, tras la desaparición del marxismo como alternativa a la economía de mercado y a la existencia de propiedad privada, fue compareciendo en el planeta un novedoso eje de confrontación entre la diversidad y la uniformidad.

Ese nuevo reñidero tenía distintas manifestaciones.

Había que elegir entre aceptar a los  inmigrantes de buen grado o negarles la entrada. Merkel tuvo la audacia de abrirles los brazos a más de un millón de sirios sin temerle al islamismo que profesaban, mientras que Hungría y otros países de Europa les cerraban las puertas en nombre de una pureza racial y cultural que era insostenible y contraria a la naturaleza de los tiempos en que vivimos.

Era muy importante reconocer que los “Verdes” tenían razón en algunas de sus campañas. Ángela Merkel aprovechó el accidente nuclear japonés Fukushima I, en el 2011, para dar la costosísima orden de cerrar todas las plantas nucleares alemanas en el plazo de una década y sustituirlas por fórmulas mucho menos peligrosas de generar energía: eólicas, fotovoltaicas, incluso las revolucionarias neutrinovoltaicas en las que Alemania lleva la delantera en experimentación.

Había que admitir que las pulsiones sexuales no se limitaban al sistema binario que hasta entonces había imperado, calificando de “pecado” o de “locura” cualquier otra preferencia. Las lesbianas, los homosexuales, los bisexuales, los transexuales et al, formaban minorías con derechos que había que reconocer.

La señora Merkel, tras confirmar que la mayoría del CDU, su partido, votaría una ley en el Bundestag que ampararía esos derechos, les dio libertad en un tema estrictamente moral, aunque ella tuviera otro criterio, demostrando con ello un talante liberal excepcional.

El tema a debate era la adopción. En este nuevo ambiente que se estaba formando, era absurdo limitar a la pareja hombre-mujer los núcleos familiares que se podían formar. En ese sentido, era muy perjudicial la superstición de que sólo podían criarse niños felices en hogares biparentales conformados por hombres y mujeres.

Como existía (o no) el impulso a la maternidad y la paternidad más allá de las preferencias sexuales, en Alemania y otras partes del mundo finalmente se admitió una legislación que aceptaba los hogares monoparentales o compuestos por dos mujeres o dos hombres ante la evidencia de que no se requería un tipo unívoco de progenitores para lograr la felicidad de los hijos.

Hoy el Bundestag es una buena muestra de la diversidad que impera en Alemania. Si Hitler resucitara volvería a morir de un infarto ante Armand Zorn, un negro llegado de Camerún a los 12 años que representa a un distrito de Frankfurt, o a Omid Nouripur de Irán, que llegó a los 13 de su país, ha sido electo por otro distrito de la misma ciudad. O a dos diputadas transgéneros muy felices de su selección. Vivimos en un mundo diferente. Por eso Ángela Merkel es muy importante. ¡Viva la diversidad!


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La poesía de Jorge Olivera desde Las Vegas, Nevada

Ilustración de Gianluca Costantini

“Este verano, el poeta cubano Jorge Olivera Castillo y la activista Nancy Alfaya, su esposa, se instalaron en el centro de Las Vegas en un edificio de gran altura”, publicó esta semana BMI. “Su ventana da a edificios históricos y calles bulliciosas, con las luces de The Strip iluminando el horizonte. La ciudad les recuerda a Nancy y Jorge su tierra natal, Cuba, ‘aunque hace mucho más calor aquí’, dicen”.

“Jorge pasó parte de su carrera como periodista contando historias de cubanos comunes que luchan por sobrevivir. Una década después de este trabajo, fue acusado de propaganda enemiga y pasó 18 meses en una prisión de Guantánamo, no lejos de la base estadounidense. Junto con las esposas, hijas y hermanas de otros presos políticos, Nancy organizó marchas y protestas pacíficas exigiendo la liberación inmediata de sus familiares’, adicionó la nota.

“Fuimos objeto de todo tipo de represalias por ejercer el derecho a la libertad de expresión. El hostigamiento y las amenazas fueron constantes. Nuestras vidas corrían peligro”, explicó Jorge Olivera.

“Años después de la liberación de Jorge, él y Nancy llegaron a salvo a los EE. UU. Pasaron un tiempo en el programa Scholars at Risk de Harvard y ahora están en Las Vegas como parte del programa City of Asylum (Ciudad de Asilo) de BMI, que celebra 20 años en Las Vegas este otoño.

“BMI invita a todos en todas partes a celebrar este aniversario con nosotros el próximo 5 de octubre. La noche contará con los becarios actuales de la Ciudad de Asilo, Jorge Olivera Castillo y Ahmed Naji, así como con becarios nuevos y antiguos de BMI”.

Deléitate con una noche de poesía de Jorge Olivera en español original, la nueva obra de Ahmed Naji, la poderosa poesía de Faylita Hicks, la ficción aguda e imaginativa de Mary South y la prosa astuta y perspicaz de Amanda Fortini. Reserva aquí. 

Compra la poesía de Jorge Olivera en español original (Quemar las naves, Neo Club Ediciones), firmada por él, a través de The Writer’s Block, biblioteca de la Universidad de Las Vegas. Clic quí.


 

El Día del Santo Chivatiente

Este 28 de septiembre, los CDR en Cuba cumplen aniversario, y ya van casi sesenta años. La organización de masas (y de vigilancia, y universidad de chivatos de barrio) más grande de Cuba, creada por el gobierno cubano. Creo que su origen está estrechamente vinculado a los dos años que Fidel Castro pasó encerrado en el Presidio Modelo de la Isla de la Juventud, una de las cárceles de América con un sistema de vigilancia llamado «Panóptico». El ingeniero jefe a cargo del proyecto original fue el Arquitecto César E. Guerra. La instalación fue construida en 1925 y funcionó hasta 1967.

Este sistema panóptico fue ideado por un filósofo, Jeremy Bentham (1748-1832), y buscaba resolver varios problemas: crear una cárcel barata, donde un número pequeño de personas cuidara de una comunidad grande, se reformara la conducta de los hombres y se liquidara su inclinación delictiva. ¿Habla de presos o de la sociedad civil en Cuba?

En el Panóptico, las celdas están colocadas circularmente en torno a una torre donde pernocta el vigía. Ninguno de los reos sabe a quién está mirando el vigilante, porque la cabina está tapada y solo hay una estrecha ventana horizontal para mirar. Como el diseño de la prisión es circular, el preso se siente expuesto psicológicamente aunque no lo miren.

Precisamente eso son los Comités de Defensa de la Revolución cubana (CDR) que creó Fidel Castro para detectar contrarrevolucionarios o enemigos de la revolución. Un sistema de vigilancia por barrios, o sea, cuadra a cuadra. No sabes realmente quién está vigilando pero tienes la sensación de que varias personas observan al resto todo el tiempo. Te parece siempre que eres el protagonista de la novela 1984 y el Gran Hermano verde te vigila a través de los ojos de sus súbditos. Por lo general, los más activos son los más veteranos, retirados o con minusvalías a quienes les sobra el tiempo. Coordinados con la policía local, informan de cualquier variación o novedad en la casa de cada cubano.

Es terrible este panóptico popular cubano que aún persiste. Dejó de ser circular entre muros de hormigón para ser vigía en todos los rangos de la vida social del país. Este 28 de septiembre cumple un año más, dividiendo a la sociedad cubana entre los que creen en los Castro y los que conspiran contra ellos.

Seguro que montarán la gran fiesta sobre la memoria de todos aquellos a los que han denunciado en estos años, cuando mantuvieron nuestra adolescencia y madurez en el desasosiego.

Los Castro abolieron las fiestas de santos católicos, pero crearon las suyas propias. Esta es una de ellas: El Día del Santo Chivatiente.


11J Cuba: Crónicas de un estallido social tras 62 años de dictadura: https://www.amazon.es/gp/product/B09DYVQZBP

Noticiero Facebook: Katherine Bisquet y Hamlet Lavastida, desterrados

El artista independiente Hamlet Lavastida, secuestrado por la policía política cubana en julio pasado tras regresar a Cuba desde Polonia, fue excarcelado este sábado y desterrado a ese país de Europa del Este.

Junto a él, tras soportar meses de acoso y arresto domiciliario, también fue desterrada la escritora independiente Katherine Bisquet, su pareja sentimental.

A raíz de la noticia, Erika Guevara Rosas, directora para las Américas de Amnistía Internacional, criticó al régimen castrista en Twitter: «El Gobierno de Miguel Díaz-Canel intercambia la libertad del preso de conciencia Hamlet Lavastida por su exilio. Fórmula empleada por otros gobiernos autoritarios para silenciar a quienes defienden los derechos humanos. Exigimos la liberación incondicional de cientos de personas presas de conciencia en Cuba».

A continuación el relato de los hechos que Bisquet colgó en Facebook este fin de semana:

Hamlet Lavastida ha sido liberado a cambio de nuestro exilio

«Si ha llegado este momento y están leyendo esta nota, es porque justo ahora Hamlet Lavastida y yo acabamos de pisar el espacio Schengen. Hemos tomado la precaución de hacer pública nuestra situación a estas alturas (literalmente) por nuestra seguridad personal. La policía política nos impuso el exilio de ambos como única opción para la excarcelación de Hamlet. Desde el comienzo de su insólita detención, y durante los 90 días que permaneció en privación de su libertad bajo un proceso de investigación infundado, yo, Katherine Bisquet, escritora y activista, he sido blanco de acoso, coacción, privación ilegal de libertad (prisión domiciliaria por 65 días), tortura psicológica, detenciones ilegales y amenazas de procesamiento por parte de la Seguridad del Estado. Pero sobre todo he sido víctima del chantaje a través del cual el poder me hacía saber que, cada día que transcurría sin que yo consiguiera una visa, representaba un día más de cárcel para Hamlet. Mi salida del país era la moneda de cambio para su liberación. Debo añadir, además, que a esa misma presión de intentos de chantaje estuvieron sometidas varias personas allegadas a Hamlet, tanto familiares como amigos.

«Hamlet Lavastida ha sido conducido por la Seguridad del Estado directamente al aeropuerto José Martí en horas de la tarde de este sábado 25 de septiembre, desde una casa de protocolo en la que se encontraba aislado desde el día 20 de septiembre y de la cual desconoce su ubicación, ya que fue transportado a ese lugar con la cabeza entre sus piernas. Así mismo, yo también he sido trasladada por la Seguridad del Estado hacia el aeropuerto José Martí desde mi renta en Centro Habana, sin tener la posibilidad de que mi padre y familia me llevaran y me despidiesen. De la misma manera, durante el transcurso de esta última semana, fui conducida por miembros del aparato represivo a la gestión de todos mis trámites migratorios, y fueron ellos los que se encargaron de agilizar el proceso, prorrogando de manera inmediata nuestros pasaportes y las pruebas de PCR para poder viajar.

«No cabe aquí ninguna justificación que alcance ni siquiera mínimamente a disfrazar el plan macabro que ha desplegado el poder político sobre nuestras vidas. A este plan lo nombraban «racionalidad política». En varias ocasiones escuché decir a más de un agente que a ellos no les convenía que Hamlet estuviese preso y que, debido a esta «racionalidad política», decidían excarcelarlo bajo la condición de la salida del país de ambos. O sea, no solo se referían a la salida de Hamlet, quien en realidad siempre tuvo la oportunidad de marcharse legalmente de Cuba, pues posee una visa familiar a través de la ciudadanía polaca de su hijo. Por tanto, esa «racionalidad» se traducía principalmente en mi salida, era el anzuelo efectivo lanzado a nuestra relación sentimental.

«Algo ha logrado la Seguridad del Estado, y es que en este reducido, incivilizado y precario espacio en el que inevitablemente tenemos que coexistir, normalizamos y asimilamos la represión de manera natural. Ya no de manera pasiva, sino de una forma bastante familiar y sin extrañezas, lo cual los convierte a ellos en una maquinaria mucho más eficiente y perdurable. Y es este precisamente el cáncer que se ha apoderado de los cubanos durante décadas, el cáncer que crece a discreción dentro de nuestras almas. Nos han violado, nos han expatriado, nos han asesinado, nos han encarcelado, nos han censurado, y todo ha sido silenciosamente, bien de cerca, en nuestro patio, en nuestra propia casa.

«La segunda vez que vi a Hamlet estando preso fue durante el procedimiento de pruebas de PCR, el 23 de septiembre. Yo no sabía si estaba casi feliz o casi destrozada. Recuerdo haberle pedido una hora más al teniente coronel Mario para seguir sentada junto a Hamlet en un lugar que fue la primera Villa Marista y que hoy es el Museo de la Denuncia. Seguramente nosotros éramos para ellos unas piezas más de aquel museo. Si Mario me hubiese concedido una hora más, tal vez hubiesen logrado petrificarnos. Pero su negativa me expulsó de golpe a la realidad, a la imperiosa necesidad de seguir moviéndome, de seguir articulando mi palabra y mi cuerpo. Debo seguir, pensé, hay que seguir. Y salí de aquel lugar con el deseo de echar abajo hasta su último ladrillo. Nosotros no seremos piezas de nadie, no seremos las reliquias de un poder que se vanagloria del control que poseen sobre las vidas de tantos cubanos. Tenemos muchas cosas por hacer, muchas cosas que construir. Y por eso mismo no puede quedar margen para la parálisis, para la desidia, para la derrota.

«En estos últimos meses algo ha cambiado. Un pueblo ha gritado con la voluntad de cambiar las cosas. Hoy esos cubanos han estado salvándome y han estado salvándose ellos mismos. Hoy hay más de 800 personas encarceladas o desaparecidas por manifestarse. Hoy tengo a mis amigos Luis Manuel Otero Alcántara, Maykel Osorbo y Esteban Rodríguez presos en cárceles de máxima seguridad por expresarse libremente. Hoy tengo que apelar al exilio. Hoy hay un pueblo vivo. Y en todo eso hay esperanza. Hay una fuerza por crecer. Una fuerza que se acumula en nosotros.

«En todo este proceso tortuoso he estado acompañada y he sido apoyada por muchos amigos y organizaciones internacionales a cargo de la protección de artistas en riesgo y defensores de los derechos humanos. A todos ellos nuestro eterno agradecimiento. Muy pronto, y luego de una breve recuperación, estaremos dando nuestros testimonios. Nada quedará impune. Cada acto de represión y cada vejación contra nuestras vidas tendrán traducción en una parte importante de mi literatura. Cada detalle, cada palabra, cada gesto, cada cuerpo.

«Y como bien dije un día, con las fuerzas que me quedaban, a las puertas de un Ministerio, que sea el amor y la poesía lo que unan a este pueblo.

«¡Seguimos!».


 

El antídoto de Gayol Mecías contra nuestras fantasías nacionales

Siendo como somos sus compatriotas, se mete en aguas hondas y procelosas, por decir unas cuantas verdades sobre los cubanos y nuestra forma de ser, el escritor y periodista Manuel Gayol Mecías con su libro 1959: Cuba, el ser diverso y la isla imaginada.

Muy acertadamente, el escritor Amir Valle califica este libro como “un antídoto contra la idiotez nacionalista”. Es eso exactamente, pésele a quien le pese. Y muy necesario que es ese antídoto, cuando todavía, en Cuba y el exilio, seguimos creyéndonos el centro del mundo y otras monsergas y paparruchadas de las que tanto daño nos han hecho a todo lo largo de nuestra historia.

Gayol Mecías, con erudición y lucidez, con mañas de sicólogo y de filósofo, disecciona  nuestra alma nacional y analiza los cómo y los por qué de nuestro enfermizo patrioterismo, de nuestra recurrencia en confundir el límite entre  la realidad y los mitos, aquellos  que nos inculcan caudillos y demagogos y los que nos inventamos nosotros mismos.

Esa confusión fue la que tuvimos al triunfar la revolución de Fidel Castro, cuando  nos empeñamos en creer que vivíamos una hermosa gesta para hacer una sociedad más justa, un paraíso terrenal, negándonos a ver los fusilamientos, los millares de presos, las expropiaciones, la conculcación de las libertades, y así, cuando vinimos a darnos cuenta, se había entronizado una tiranía totalitaria que ya dura 61 años y nos hace cada vez más infelices y miserables.

Esa confusión también la tienen quienes se van de Cuba y dicen que es por motivos económicos y no políticos, y no consiguen ni adaptarse plenamente a su nuevo medio (donde las cosas no caen del cielo como creían) ni liberarse de la tiranía que dejaron atrás, cortar de cuajo el cordón umbilical que las ata a ella, porque, pendientes como están de la suerte de sus familias en la isla, siguen chantajeados por el castrismo, que les chulea sus remesas y se arroga el derecho, según sea su comportamiento, de permitirles visitar su patria o no.

Tienen esa confusión lo mismo los castristas que piensan que la izquierda mundial tiene a Cuba como referente luminoso que los exilados que piensan que  el presidente que esté en la Casa Blanca tiene a Cuba como su principal prioridad en política exterior, y nos va a liberar de la dictadura castrista.

¿Por qué seguimos pensando que Cuba es el ombligo del mundo, la medida de todo? ¿Por qué esa manía de creernos los más listos, los más simpáticos,  los mejores amantes, los más diestros bailadores, los mejores peloteros?

Tenemos que preguntarnos si nuestro desmesurado ego nacional no ocultará un complejo de inferioridad por habitar una diminuta ínsula que nos resulta estrecha para tanta ínfula y delirio de grandeza.

El complejo por haber sido los últimos en independizarnos de España, y para eso, con la ayuda de los norteamericanos, que a cambio nos impusieron la Enmienda Platt, nos trajo como consecuencia la revolución de Fidel Castro, que derivó en una longeva dictadura que nos ha sumido en la indigencia material y moral y de la que no logramos desembarazarnos.

Gayol Mecías explica en profundidad, y con el rigor de un naturalista, cómo la mezcla de razas que conformó nuestra nacionalidad, el devenir histórico, el clima, el catolicismo hispano y el sincretismo con las religiones africanas, entre otros factores, conformaron la sicología del “isleñis cubichi”  y sus hechos y acciones, desde la llegada de Colón hasta hoy.

En esta sicología mucho ha pesado el choteo del que hablara Jorge Mañach, “el tirarlo todo a relajo para no poner el muerto”, como dice Gayol. Y ha sido fatal, porque si bien nos ha servido para resistirnos a la solemnidad y el pomposo teque castrista, y para soportar las penas riéndonos de ellas, burlándonos de nuestras desgracias, al hacer catarsis con los chistes de Pepito o de Pánfilo (el personaje cómico de la TV que interpreta el actor Luis Silva) hemos perdido, amparados en la cínica frase de que “esto no tiene arreglo pero no hay quien lo tumbe”, la capacidad de enfrentar a la dictadura y reclamar nuestros derechos y libertades.

Así, hemos terminado convertidos en lastimosas y estereotipadas caricaturas al servicio del turismo internacional: mulatas, rumberos, babalaos de utilería, buscavidas, jineteras, pingueros, todos desesperados por los dólares, o mejor, por largarse de Cuba a donde sea.

Advierte Gayol Mecías que al perder la imaginación vital y quedar solamente “la rutina, la falta de creatividad, la existencia repetida en una uniformidad de miseria, la monotonía de una vida que nada más dispone de corrupción, miedo e incertidumbre”, se ha creado una cultura de la subsistencia donde vale todo y que entraña el riesgo de degenerarnos como pueblo. En ese punto estamos hoy.

Sentencia Gayol Mecías: “ La justificación de la supervivencia no es más aceptable que la justificación antropológica de que en realidad es nuestro carácter el que nos ha llevado a buscar estos supuestos caminos de justificación. Si no hubiéramos estado condicionados socialmente por el germen o el temperamento de la dependencia, seguramente que nuestra disposición ante la circunstancia dictatorial habría sido otra. Pero también hay que insistir que en el cubano late, junto a los defectos, esa imaginación de la esperanza y junto a la esperanza vibra una estrategia de resistencia. El hecho de repetirse inconscientemente que siempre habrá una vida mejor.”

Cuando refiere Gayol que “el temperamento imaginativo del cubano le lleva a soñar con cosas que aún no tiene con seguridad entre las manos”, nos remite a  nuestra incapacidad para deslindar la realidad de  lo soñado y deseado, algo que cuando se suma a la facilidad con que olvidamos anteriores engaños y fracasos, nos pone a dar vueltas en vano, como un perro mocho que intenta morderse la cola que no tiene.

Gayol detalla muchas características del cubano: su fatalismo de “víctimas fiesteras”, su regodeo en el sufrimiento y el melodrama, el miedo al cambio.

En los últimos capítulos, Gayol hace el recuento de lo que han sido los últimos 61 años para los cubanos y analiza cómo ha sido posible, pese a los tantos  fracasos y calamidades, la supervivencia del castrismo, aun sin Fidel Castro.

Casi al final del libro, advierte que cuando termine la pesadilla, para curar sus heridas, el cubano “…no será nada si no cuenta sus defectos, para ganar en afectos en la medida en que se recompone, en que reconsidera su propio ser como una nueva vida cuando nuevamente tenga la oportunidad de la esperanza”.

Justamente eso, desde ya, es lo que hace este libro.

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Una transición pacífica o la guerra de los tomates

Quizá una de las razones por las que en España tuvo éxito la transición hacia la democracia, tras el régimen franquista, radique en las frecuentes guerras de tomates, o tomatinas, que allí se producen de manera organizada. Festivales que canalizan inteligentemente la roña, la agresividad y hasta la envidia de los ciudadanos más extrovertidos, reajustándolas en la recreación.

En Cuba libre habría que organizar guerras de tomates mensuales o trimestrales. También se podrían popularizar, con sumo orden y precisión, batallas campales con pistolitas y metralletas de agua. Probablemente estos eventos a la larga, sistematizados convenientemente, ayudarían a mitigar el espíritu caníbal de muchos cubanos, estimulando el progreso y la convivencia pacífica en Estado de Derecho.

Que la cubanidad pueda realizarse sin que corra la sangre. Que los cubanos, finalmente, puedan vivir en relativa paz, aceptando sus diferencias. Tomate y agua intensiva. Agua y puré de tomate. Hasta acabar con la picazón.


 

Lilo me invita a montar ‘El caballo’

Mi amigo Lilo Vilaplana me invita a la premier de su película «El Caballo» el próximo 25 de septiembre, y no me queda más remedio que montarme en el potro de cuatro ruedas para viajar hasta Miami y compartir con él y sus compañeros de rodaje tan importante acontecimiento.

Y todo porque yo aporté una modesta contribución económica a la realización del film. Apenas una gota en el magro presupuesto de la película, pero así, de a poquito, y con más voluntad e ingenio que recursos, luchando a veces contracorriente y la influencia del castrismo en Miami, Lilo se empeña en mantener viva la cubanidad en el forzado exilio que nos toca vivir.

Se trata de una comedia de humor negro filmada en solo cinco días, basada en una historia vivida por el dramaturgo cubano Marcos Miranda. La película, de 1 hora y 16 minutos de duración, muestra la realidad de una isla donde la sobrevivencia depende de la habilidad de cada uno para jugar cabeza a un régimen que todo lo prohíbe, hasta el simple acto de masticar algo con más consistencia que el pasto.

Lilo ha demostrado su excelencia lo mismo en la pequeña pantalla que en el cine. Dirigió con éxito en Colombia los seriales televisivos “La Mariposa”, “Arrepentidos” y “El Capo”, que le valieron premios internacionales, y películas como “La casa vacía”, “Irene en La Habana” y “Plantados”, entre otras. Con “El Caballo”, es la segunda vez que incursiona en el “carnismo” de los cubanos. Lo hizo en “La muerte del gato”, un conmovedor cortometraje exhibido en el Festival de Cannes y cuyo desenlace deja en el espectador un ambivalente sentimiento de risa y llanto.

La dictadura nos ha quitado muchas cosas: el derecho a decir, pensar y actuar libres de dogmas, consignas y amenazas, pero nunca nos ha podido quitar el “carnismo” que llevamos en el ADN. El término fue acuñado en 2001 por la escritora y psicóloga Melanie Joy, quien lo definió como un «sistema de creencias o condicionamientos que empujan a comer carne», popularizado en su libro «Por qué amamos a los perros, nos comemos a los cerdos y nos vestimos con las vacas».

Pero «El Caballo» de Lilo es otra cosa. Es una simbología cubana entre la añoranza por la carne —más que por la conga— y el deseo íntimo de partirle las patas a ese otro Caballo que impuso como delito penado con cárcel hincar el diente a cualquier animal que caminara, volara, se arrastrara o nadara en su finca particular.

Lo confieso, yo también compré y comí carne de caballo en Cuba. Mientras masticaba, pensaba más en el infeliz tipo al que habían descabalgado que en el pobre cuadrúpedo que pastaba hielo en mi refrigerador. Fui un sobreviviente, como muchos, y cada bocado de carne que me llevaba a la boca, era como un grito de rebeldía al control del Equino en Jefe.

Cierta vez llegó un vendedor a mi casa en Playa ofreciendo la preciada mercancía de dudosa procedencia. Alguien del barrio le había dicho que yo portaba dólares. El hombre me ofreció “carne limpia y de primera”, a dólar la libra. Ochenta centavos si le compraba toda la existencia, con tal de salir de esa candela. Le hice pasar a la sala mientras buscaba el dinero, pero con tan mala fortuna que lo primero que vieron sus ojos fue mi retrato al lado de Caballo Viejo, tomado por un fotógrafo amigo en una de esas giras que solía hacer por su sabana privada, mientras un grupo de periodistas, yo incluido, íbamos convirtiendo en victorias sus disparatadas bostas.

El hombre se quedó mirando fijo el retrato y con la cara más blanca que la pared recién pintada de lechada viró la espalda y salió gritando:

—¡Cojones! ¿¡Dónde me he metido!?

Desde ese día puse por atrás de la foto maldita otra de John Lennon, y viraba el cuadro a conveniencia de quien me fuera a visitar.

Y ahora, un pequeño spot. «El Caballo» se estrena el 25 de septiembre a las 7 p.m., en el Teatro Manuel Artime del 900 sw 1 Street, Miami. Entradas, $20 en este sitio www.myticketon.com

En realidad, 20 dólares no es nada por un plato de «El Caballo» en salsa de humor negro. Prepárese a reír, pero lleve Kleenex por si acaso.

Apoyemos a Lilo Vilaplana y al arte cubano.


 

Cuba y Europa

Cuba se ha convertido en un problema para la izquierda en todas partes, pero especialmente en Europa. No saben qué hacer con la Isla. El Parlamento Europeo (PE), el mayor del planeta, votó una resolución en la que se condena al gobierno del ingeniero Miguel Díaz-Canel por la represión ejercida contra los jóvenes del Movimiento San Isidro el 11 de julio pasado. Salieron por millares a protestar pacíficamente en unas 50 ciudades y pueblos de Cuba, ejerciendo un derecho constitucional, y el régimen, instigado por Díaz-Canel, los reprimió sin compasión. Fueron 426 votos en contra de la dictadura, 146 a favor y 115 abstenciones.

De los 146 votos a favor, casi la totalidad se escudó en el “bloqueo del imperialismo yanqui”. Ellos, y Díaz-Canel, tienen la certeza de que esa es una excusa tonta, pero la asumen porque es la única que poseen. Saben perfectamente que el sistema no funciona, pero no están dispuestos a cambiarlo porque perderían el poder y todos los privilegios.

El embargo consiste, fundamentalmente, en que no es posible concederle créditos a Cuba (esencialmente porque no pagan, como pueden constatar Japón, España, Argentina, Rusia y un largo etcétera ), pero el primer suministrador de comida y medicinas a la Isla es Estados Unidos. Sencillamente, el embargo no es verdad. No existe. No hay una prohibición de realizar transacciones con la Isla. Si Cuba pide el permiso de adquirir comida o medicinas  se le concede el 99.9% de las veces. Lo que sí existe es el peligro de invertir en propiedades arrebatadas sin compensación adecuada a sus legítimos dueños. Algo que es moralmente correcto.

El Parlamento Europeo está compuesto por países fundadores, como Francia y Alemania, y naciones que consiguieron sacudirse el yugo soviético que formaron parte de ese mundillo siniestro, totalitario y bárbaro. La mayor resistencia al comunismo, claro, está en ese sector. Desde los tres países del Báltico, en el norte, hasta el sur de Bulgaria y Eslovenia, pasando por los checos del inolvidable Havel y los polacos de Solidaridad, donde comenzó a deshacerse el comunismo.

El infame pacto Ribbentrop-Mólotov de 1939, encaminado a desguazar Polonia y devorársela entre los nazis alemanes y los comunistas soviéticos, continúa vigente en la memoria colectiva de los polacos. Algunos de los países que constituyen el PE, prohíben la existencia de partidos comunistas o fascistas, otros las permiten. Los comunistas europeos, hoy tratan de sobrevivir respetando las reglas democráticas y olvidando las recomendaciones marxistas de establecer una “dictadura del proletariado” durante un periodo que Marx no precisó.

Lo que queda del comunismo en Europa (menos en Bielorrusia, donde está vigente el estalinismo) es un partido que persigue con saña la “desigualdad de resultados”, que cree en el intenso gasto público como la Syriza de los griegos, y preconiza la planificación centralizada. Como esa es la receta para un fracaso anunciado, Alexis Tsipras se hundió con ella, pero dejó un ejemplo en los cuatro años que gobernó del 2015 al 2019: los comunistas, al desprenderse del leninismo, y respaldar los Derechos Humanos, son confiables y democráticos. Por eso el viejo comunismo cubano, hecho de represión, de palo y tentetieso, es un grave dilema moral. Si lo apoyan es que no han aprendido la lección y son grandes hipócritas (como los comunistas de Podemos en España).

Hay una ley, firmada por Bill Clinton en 1996, llamada The Cuban Liberty and Democratic Solidarity Act, la ley Helms-Burton, que trata al gobierno cubano como un enemigo, que es lo que Fidel Castro quería y lo que sintió siempre hacia sus vecinos del norte (como dice en una famosa carta a Celia Sánchez de 1958, escrita en Sierra Maestra), y que tiene su fundamento en las confiscaciones sin compensaciones de 1959 y 1960.

La ley es, realmente, generosa. Si Cuba deja de ser una excepción totalitaria en el mundo, y permite elecciones libres y multipartidistas, sin duda se acabarían las sanciones y habría ayuda para reconstruir a la nación cubana. Lo dice la ley. Lo asombroso es que Díaz-Canel y la cúpula dirigente, formada por personas generalmente inteligentes, saben que, o cambian el modelo político y económico, o continúan siendo unos miserables sin redención víctimas del sistema improductivo impuesto a la sociedad cubana. (Por eso los cubanos se lanzaron a las calles pidiendo libertad el 11 de julio).

Un sistema basado en el alquiler de médicos y otros profesionales en el exterior (a quienes roban más del 80% de sus salarios), e inversiones de lavadores de dinero extranjeros o nacionales, camufladas dentro de las copiosas remesas que Cuba recibía de manos de Western Union. Esto lo reveló el economista Emilio Morales, el gran experto en ese tema, cuando trató de explicarse las inversiones en hoteles de lujo, mientras la población pasa, literalmente, hambre.      

Más tarde, con la salida de casi dos millones de personas de Cuba, y su instalación progresiva en EE.UU, concretamente en Florida, el embargo se mantuvo como una concesión a esos Cuban-Americans, dada la tradición política norteamericana de tomar en cuenta a las víctimas para la formulación de su política exterior. (Los judíos con relación a Israel, o los negros con relación a África son buenos ejemplos). Por eso demócratas y republicanos opinan que “los asuntos cubanos son una cuestión de política interna” de EE.UU. Realmente, lo son.

El voto del PE ocurrió mientras Díaz-Canel estaba invitado a México por el presidente Andrés Manuel López Obrador con motivo de la conmemoración de la independencia del país. A AMLO le pasaron la cuenta los cubanos anticastristas que radican en México y la propia oposición mexicana. Vicente Fox (“come y vete, Fidel”) y Felipe Calderón del PAN, lo que queda del PRI decente –hay un PRI decente, créanlo o no los lectores–, y el entorno de algunos intelectuales nucleados en varias revistas literarias como Letras Libres, del historiador y ensayista Enrique Krauze, a los que se agregan Jorge Castañeda, escritor y ex Canciller de México, autor de una valiosa biografía de Che Guevara, y Héctor Aguilar Camín, director de Nexos y escritor él mismo de textos muy valiosos. Es decir, a AMLO le ha salido el tiro por la culata. Lo tiene merecido.


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Viernes de Tertulia celebra el bicentenario de la Independencia de Centroamérica

Viernes de Tertulia tendrá su próxima actividad este viernes 17 de septiembre de 2021, a las 7:00 de la noche, con asistencia de público y vía Facebook Live. Será en el Miami Hispanic Cultural Arts Center, en el 111 SW 5ta. Avenida, en un encuentro para celebrar el bicentenario de la Independencia de Centroamérica. Con los escritores Rubí Arana, Jorge Eduardo Arguello, John Chávez, Azucena Ordoñez-Rodas, Claudia Figueroa y Carlos Escamilla.

Rubí Arana (Masaya, Nicaragua, 1941). Poeta. Ha publicado los poemarios: Emmanuel (Miami, 1987), In Nomine Filii (Miami, 1991), Príncipe Rosacruz (Antología seleccionada por Rolando Jorge, Miami, 2007), Homenaje a la Tierra (Miami, 2008), Agua sagrada (Miami, 2010) y Rubíes (Miami, 2016). Su escritura ha sido calificada de esotérica por la crítica. Su labor como promotora literaria ha sido extensa: Noche Nicaragüense, con autores venidos de ese país, presentados en la Feria Internacional del Libro de Miami y en talleres como Proyecto Dos, patrocinado por la librería Books & Books de Miami. Su poemario Emmanuel mereció un Seminario en la ciudad de Miami en 1989.

Jorge Eduardo Argüello-Sansón (León, Nicaragua, 1940). Estudió la primaria en La Salle. Secundaria en una Academia Militar de prestigio, en Virginia, donde se graduó en 1957. Doctor en Leyes de la Universidad de Barcelona, España (1970). Maestría en Literatura y Lingüísticas en UCLA (1973). Ha sido profesor en varias universidades y en su país (UNAN). Es miembro Correspondiente de la Academia de la Lengua Nicaragüense. Ha participado como invitado en la Feria del Libro de Miami (2004) y también participó en el Festival de Poesía Granada, Nicaragua. Ha publicado varios libros de poesía, entre ellos Introducción a una realidad simple (1972), Signos arqueológicos (1981), Las cosas van pasando (2015) y Poemas de la hecatombe (2015). Además, novelas y teatro. Es Monje Zen de la Rana Soto. Pinta y hace esculturas de hierro. Vive con su hijo en Homestead, en el Sur de la Florida.

John Chávez. Actor nacido en Costa Rica. Estudió actuación en la Universidad Nacional, en San José. Al terminar los estudios hizo algunos trabajos profesionales en San José. Se traslada a Miami para ampliar su experiencia y buscar nuevas aventuras. Tomó cursos de actuación en Prometeo del Miami-Dade College. Ha tenido una  exitosa carrera en Estados Unidos como actor, destacando en importantes producciones como La noche de los asesinos, Juana, mi Juana, Peer Gym, La jaula de los Leones, Piel de Cocodrilo (Ivette Keller), La Cantante Calva (Victor Suarez), Salir del closed y Erostrato. Ha recibido destacados premios por su labor. Produce en las redes sociales el programa de entrevistas #Tertuliando con John Chavez.

Azucena Ordoñez-Rodas (Tegucigalpa, Honduras 1968). Escritora, poeta, periodista, actriz, modelo, productora y directora de teatro, cine y televisión. Es también autora de literatura infantil. Es miembro de La Academia Norteamericana de Literatura Moderna. Sus primeros estudios los realizó en El Instituto José Cecilio del Valle, en la ciudad de Choluteca. Estudió la carrera de Trabajador Social en La Universidad Nacional. En 1993 se muda a Miami, donde estudió Literatura en la Universidad de la Florida. Tiene en su haber tres colecciones de cuentos infantiles. Ha publicado, entre otros, Y el sublime idioma de la piel, Alma, pluma y verso, El secreto de Carolinne, entre otros muchos títulos. A lo largo de su carrera ha recibido importantes reconocimientos nacionales e internacionales.

Carlos Escanilla. (Honduras, 1972). Perteneció al grupo literario ‘A la caza del duende’. Ha publicado tres poemarios: Silencio y espejo (2007), Colibríes o equilibrios (2010) y Abecedario de malos poetas (2011). En narrativa, Imaginarios (2014). Ha colaborado en varias revistas, como Aguán (Honduras), Mundo emprendedor (Argentina) y Baquiana (EE.UU.) Ha ganado varios concursos tanto de poesía como de narrativa. Actualmente reside en Dallas, Texas.

Claudia Alexandra Figueroa Oberlin. Nació en San Salvador en 1978, pero reside en Guatemala. Es Licenciada en Ciencias de la Educación con especialidad en Educación Parvularia por la Universidad Francisco Gavidia de San Salvador, El Salvador. Locutora de radio en Radionda Latina con el programa Ventana Cultural al Mundo, y Trilce Radio con el programa Café artístico. Es actriz de teatro, bailarina de bellydance. Se desempeña como columnista en varios periódicos en Guatemala, República Dominicana y Colombia. Entre sus libros publicados destacan Despertares, Tras las huellas del amanecer, La isla sagrada, Versos alados de Piel de Ángel, Versos en el tintero (2021) y Pensamientos y reflexiones, aparecido en este mismo año 2021.


 

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