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Las máscaras de David

Cuando contemplamos el David de Miguel Ángel, nos impresionan su belleza, la pose que sugiere determinación, seguridad en sí mismo, y también arrogancia. Difícilmente alguien pensaría en Goliat. Ese David, imagen de la victoria, no sólo ha vencido ya a Goliat: también lo ha remplazado. Goliat, el gigante -el Monstruo-, ha cedido ante el empuje de la imagen masculina, blanca, serena, civilizada y racional de David. No es casual que este David se haya convertido en esa imagen en la que han enredado la admiración y el deseo, la masculinidad y el homoerotismo, el deseo homosexual y la noción de belleza en cuanto blanca y masculina.

Fidel Castro habló a los cubanos en 1959 del gran destino que estaban llamados a tener. Les dijo, mientras se fusilaba a lo largo y ancho del país, que eran el pueblo más noble del mundo. Para defenderse de las críticas internacionales, Castro afirmó que éramos un país civilizado y no un montón de africanos salvajes. Los cubanos aplaudieron. Estaban complacidos con el espejito.

Castro hizo creer a los cubanos que eran David enfrentados al monstruo imperial. Por supuesto, David era él, y su sueño no era derrotar al imperio, sino sustituirlo. El mejor ejemplo de esto fue la aventura colonial en África. La excusa: teníamos sangre africana, nuestra herencia. Para echar sal sobre la herida le dio a la operación el nombre de una negra rebelde que, todavía hoy, es casi una desconocida: Carlota. Lo era aún más en aquella época. De lo que se trataba era de jugar a ser una gran potencia, y tenida por tal, en la Guerra Fría. Lo logró, y luego convirtió al país en capilla ardiente de los caídos (mayormente negros). La empresa colonial continúa hoy con las misiones filantrópicas a los más necesitados y menesterosos. Ejércitos de batas blancas son fotografiados llegando con una gran bandera cubana y un retrato de Castro en muchas ocasiones. Excepto por lo del retrato, hasta en esto el Estado cubano ha llegado a parecerse al de Estados Unidos. Cada cual hace propaganda colonial con lo que tiene: médicos o soldados.

Castro declaró que la victoria en Angola había sido otro Girón. Es decir, los soldados cubanos solos pelearon y vencieron en África. Esto demuestra las sutilezas con que hay que entender el racismo. Internacionalmente, la victoria fue de Cuba y, sobre todo, de Castro. Aunque hayan peleado y muerto negros, la victoria, en África, es todavía la del hombre blanco: Castro. Después de su muerte empezó a enfatizarse su segundo nombre: Alejandro. Hay hasta un «Cantar de Alejandro». Por algo será.

Castro pretendió perpetuarse, y el Estado a su vez perpetuarse en él. Se inscribió en la prensa y en la división administrativa de la isla: periódico Granma, periódico Girón, provincia Granma. Y ahora, en un infame edificio en la provincia de Matanzas (menciono sólo algunos ejemplos).

El país está hundido en la miseria más que nunca. Las farmacias están vacías. El Covid está haciendo los peores estragos, y aumentan los muertos. Pero el Granma sigue en la tarea de pintar el Paraíso. Y el Congreso del PCC dejó en claro que no permitirá ningún desafío al sistema. ¡Socialismo a muerte! Y a Muerte es, porque el mensaje a la población va siendo cada vez más claro: comerán lo que puedan sembrar. Así que no boten las laticas.

En medio de este desolador panorama, la resistencia se ha plantado firme. Y esa resistencia, que ha hallado su reserva simbólica en un barrio pobre y de negros, y de jóvenes -San Isidro-, ha mostrado al mundo entero la brutalidad del racismo institucional y la dictadura imperantes en Cuba.

Hace unos días alguien subió un video desolador. Muy cerca de la entrada al hotel Inglaterra había un negro pordiosero echado en el suelo. Un policía se le acercó con una lata y empezó a echarle agua en la cabeza. El hombre no se levantó y el policía volvió a lo mismo. La operación se repitió varias veces, mientras la gente pasaba y miraba. Finalmente el hombre se levantó y el policía le indicó que se fuera. Medio cojeando, el hombre empezó a caminar. No protestó, no dijo nada. Se fue. El policía hizo con él lo que yo mismo había visto hacerle a un perro para que se fuera. Hubo alguna que otra indignación en Facebook, pero no repercutió mucho. El Estado la ha cogido ahora con hacerse el campeón de los derechos de los animales. Pero en ese proceso está aprendiendo de su «Némesis»: no dejes pasar el abuso de los animales, pero si se trata de un negro matado por la policía o de otro acosado por la policía, bueno, ¿pues qué? Pero el asunto habla también de nuestra bancarrota como seres humanos, aquí y allá, y en todas partes. Ese negro me recordó a mi padre, pero no era necesario para que me diera cuenta de que su vida, tratada como un trasto, era la de cualquiera de nosotros.

El performance de Luis Manuel Otero Alcántara tiene un peso simbólico y político imposible de subestimar. La imagen de Alcántara agarrotado pone ante los ojos de todos la continuidad colonia-república-«revolución». Pero sobre todo colonia-«revolución», puesto que nunca antes como desde 1959 el Estado ejerció un control tan férreo del espacio público y de la libertad de expresión.

Otero Alcántara, agarrotado, ejecutado sumariamente por los medios de comunicación del Estado, ha hecho posible así la emergencia de otro David, el que mejor nos representa: el del negro pobre esclavizado y condenado al cepo y al latigazo. Y también al verdadero Goliat: el Estado blanco, machista, totalitario, plantacionista. Y Otero Alcántara es también el negro del hotel Inglaterra: los dos agarrotados, todos en el cepo y perseguidos y acosados por los rancheadores. Pero los perseguidores ahora tienen miedo, mucho miedo, y no pueden ocultarlo.


Tras la muerte de Antonio Maceo

La reacción habida en España al conocerse la muerte de Antonio Maceo fue, sin proponérselo nadie, un homenaje magno, en lo político y en lo militar, al héroe entre los héroes.

Ver prácticamente terminada una guerra tan larga y terrible por la desaparición de un hombre, quería decir que ese hombre era la encarnación misma de la guerra. Una publicación española de aquel momento dijo que el éxito representado por esa muerte no había podido «surgir para España con mayor ni más dichosa oportunidad». Y añadía el jubiloso comentario: «La impaciencia del espíritu público ante las operaciones de Pinar del Río había llegado a su último extremo; la perfidia yankee estaba dispuesta a aprovechar en su favor todos los incidentes desfavorables para nuestra causa. Por fortuna para el país, y para gloria de nuestro ejército, con el combate del potrero Matilde hemos dado a la  insurrección un golpe de muerte y un rotundo mentís a nuestros mal encubiertos enemigos del Norte de América».

La noticia se confirmó el día 9 en la prensa. Era oficial desde el 8, con el telegrama donde Ahumada decía que en el combate del que había dado cuenta esa misma mañana «resultó muerto  el cabecilla Antonio Maceo, cuyas prendas de ropa, armas y documentos tengo en mi poder, así como los del hijo de Máximo Gómez, Francisco Gómez Toro que, herido ya, y antes de caer en manos de la fuerza, se suicidó por no abandonar el cadáver del cabecilla, dejando documento  auténtico, que conservo, en que así lo declara, pidiendo sea dirigido a sus padres».

En el primer momento, nadie podía creerlo. Así era de fuerte la leyenda de invencible que aureolaba a Maceo, entre los españoles como entre los cubanos. En un viejo trabajo mío titulado «Maceo visto por sus enemigos», detallo esto del júbilo en España, recordando que en un horrible poema de Javier de Burgos, publicado el día 8, en el centro de una orla donde aparecía a un lado la Virgen (el 8 de diciembre es la gran fiesta  española por la Inmaculada), y al otro una robusta matrona representando a España, a la que la Virgen se dirigía diciéndole que por ser tan buena hija suya le entregaba, ese día, como premio, «la cabeza del mulato Maceo». Y comentaba servidor que eso de emparentar de alguna manera  a Maceo con el cielo, le parecía muy bien.

Los detalles dados por los periódicos confirmaban la promisoria noticia. Un diario decía: «Su identificación pudo hacerse por la ropa y objetos  que llevaban los cadáveres. En la finísima camiseta de punto que cubría el recio cuerpo del mulato había bordadas estas letras: A.M. El hijo de Máximo Gómez apoyaba su cabeza sobre el cadáver de Maceo. En su bolsillo llevaba el «Diario de operaciones de la campaña». Y otro periodista decía para describir los cadáveres: «Uno de ellos, mulato, de fuerte complexión, con el pelo rizado y canas abundantes en el pelo y en el bigote».

Fue tanto el júbilo, fueron tantas las fiestas públicas, tantas las muestras  de satisfacción por aquella muerte, que Don  Emilio Castelar se sintió avergonzado, como español y como cristiano, y puso  las cosas en su sitio. En enero del ’97, desde San José de Costa Rica, una señora que dolorosamente tenía  que firmar ya «viuda de Antonio Maceo», le escribió a Don Emilio la carta siguiente:

Exmo. Sr. Dn. Emilio Castelar
Madrid

Muy señor mío:
En medio del vocerío de innoble júbilo que se levanta en toda España con ocasión de la muerte de mi ilustre consorte el Mayor General Antonio Maceo, se singularizó usted por la corrección de su conducta, consagrándole palabras de respeto y consideración a aquel heroico jefe cubano. Y como aprendí de él a admirar y enaltecer las acciones generosas de los enemigos, me considero obligada a manifestarle a usted mi gratitud, por más que a pesar de su inmenso talento no haya podido usted desprenderse por completo de las preocupaciones que perturban el criterio de los españoles más ilustrados, cuando de Cuba y sus hombres se trata. Y como sería insensato después de todo pedirle a un español, siquiera sea de espíritu tan levantado como usted, que venere y admire la memoria del guerrero indomable que aterrorizó a esa nación por largos años, y que en Jobito, en Peralejos, en Calimete, en Coliseo, en Guamacaro, en San Luis, en Paso Real, en las Taironas, en Loma del Rubí, en Claudio, en Lomas de Estorino, en Ceja del Negro y en Artemisa, derrotó a los mejores generales españoles, venciendo en desproporcionados combates a las tropas más selectas, yo me conformo con la justicia incompleta que usted ha hecho, y aplaudo con calor su conducta, la cual, emocionando hondamente mi corazón de viuda atribulada ha mitigado el amargo sentimiento que me inspiró el populacho congregado en las plazas y paseos de toda España para festejar, en horrible saturnal de caníbales, el fin glorioso de un caudillo enemigo, ilustre por sus méritos y sus hechos, y que fue siempre tan bravo en la pelea como generoso en la victoria con el enemigo derrotado.

Soy de usted con la mayor consideración, agradecida servidora.

María Cabrales, viuda de Maceo

Esa carta perfecta, tanto en lo literario como en lo moral, merece estar en la primera línea de la historia de la cultura cubana. Es un compendio de ética, y la ética es el reverso de la barbarie. María Cabrales, como Antonio Maceo, es un modelo de civilización, de buena educación, de dominio de las pasiones por la reflexión y la obediencia a unas normas. Eso es ser culto. Eso es ser persona.


Una primera versión de este artículo apareció en 1994. Cortesía El Blog de Montaner


Si acaso puedes, sálvame de vivir

[…] Un vagabundo manipulando una pistola, en la cocina de una casa desierta donde flota una atmósfera de guerra, era en verdad un espectáculo novelesco e inhabitual. Pero el gato, con los ojos semicerrados y el lomo todavía arqueado, no se movía, tan imperturbable como si hubiese conocido el secreto encerrado en todo aquello […].

Ryunosuke Akutagawa ‒Castidad de Otomi


La novela Sálvame si puedes, de Rafael Vilches Proenza, que se alzó con el premio de narrativa Reinaldo Arenas 2020, tiene más que merecido este galardón. Aunque debe acotarse que las distinciones, en ningún caso, legitiman la altura de una obra porque el talento no se administra del mismo modo en que se administra, por ejemplo, la justicia. 

En todo caso, Sálvame si puedes no es una fábula. Es un fragmento de vidas laceradas ‒por la maldita circunstancia de nada por todas partes‒ que nos recuerda la convicción básica de la vida: nadie vive dos veces, y mucho menos para contarlo. Más que una novela Vilches Proenza nos otorga una encrucijada: el via crucis que significa la indagación de uno mismo, el redescubrimiento de nuestra identidad, y de nuestra percepción individual intentando sobrevivir a la asfixia de ser negado y negar.

No es gratuito que gran parte del relato se erige desde la pubertad que escudriña casualmente la vida de los otros. Pero no desde el aburrimiento que representa espiar, sino en busca de una respuesta suficientemente eficaz que otorgue sentido al confinamiento de su verdadera identidad:

“[…] ¿Por qué tuve que nacer varón? ¿Por qué uno no puede decidir lo que desea ser sin tener que ir por ahí guardando el secreto? […]”

Un adolescente de trece años no debiera pasar por el desgarro que implica el escarceo con su entorno mediato, en una circunstancia de país y una guerra inmerecida. Pero los adultos, parece ser, se aliaron a ese miedo que se agazapa tras los alcoholes, al juego de ser penetrados por las prohibiciones. Y es ahí que solo queda, como testimonio, la soledad de Angélico queriendo quebrar su crisálida y trascenderla. Un adolescente que no sabe de enemigos, como tampoco sabe a quién culpar:

“[…] Antes, cuando vivíamos con papá, mi madre era muy distinta. No bebía alcohol. Era muy linda, joven, andaba maquillada, con la ropa impecable, todos la respetaban. Ahora siempre tiene ojeras, hasta los dientes ha perdido, padece de insomnio. Papá debe tener una nueva familia. Jamás volvió.

Mis días se cubren de nubes grises, mi vida es una tormenta. No me gustan las muchachas de aquí, las del Catorce tampoco, no me gusta ninguna, pero eso no se lo cuento ni a Dani. Ni loco. No quiero que se moleste. Prefiero oír su risa, mirar su cara redonda, sus ojos negros que me deslumbran, esos cabellos que toman el color del día como si fueran ojos, brilla cuando está contento. Le regalara un girasol, uno bien grandote, pero los policías tienen prohibido sembrar girasoles […]”.

El misterio también acecha en qué tipo de lectura atrapa y distrae a Angélico. Qué lee este púber, además de la sobrevida en ese sitio que el lector olfatea como pueblo de campo, o campo de una ciudad, o ni lo uno ni lo otro, sino ese infierno que burbujea en cada rincón de una isla financiada por los temores de sus habitantes. Un misterio más indescifrable que aquel de Guillermo Vidal en su Matarile:

“[…] Estoy perdidamente enamorado de los libros. Sencillo. Era el más pequeño del barrio y hasta del aula. Estaba la furia de los padres por ponernos a jugar pelota o balompié, algo que nos hiciera gastar energía, que engordáramos un poco y nos desarrollara los músculos. Como no tenía padre, ni tamaño, ningún capitán de equipo perdía su tiempo en pedirme. Además, detesto el olor a sudor en mi cuerpo.

«—Tú eres el público —me decían—. Mira y aprende, si prestas atención, a lo mejor mañana te pidamos de primero, ¿entiendes? Ahora no sabemos en qué posición ubicarte.

«El juego no me parecía entretenido. A mamá todo esto del deporte le importaba un bledo. Y yo no estaba dispuesto a perder los dientes en una discusión insípida y sin sentido. Me dejaba caer a un costado del campo como si tuviera mal de ojos. Miraba a los estúpidos divertirse. Me sentía en el fondo de un pozo. Como tontos gritaban sus proezas. Un día se rompían los guantes, otro se desflecaba la pelota, otro se partía el bate, y no había dinero, ni existía un lugar para repararlos, mucho menos donde comprarlos. Querían fútbol, pero no había balones. La gente aspiraba que sus hijos se convirtieran en peloteros, pero sin bates y pelotas, imposible. Se disipó la furia de los padres por los deportes. Sus promesas miserables me perseguían, restallaban en mis oídos. Yo prefería leer. Lo descubrí un día que entré en la biblioteca por casualidad, era pequeño, estaba jugando a los escondidos y fui a esconderme en la sala de lectura, allí estaban Daysi, la directora, Eva, la mamá de Tony, y Pancho, el proyeccionista, entonces disimulé y me puse a leer. Ahí supe que sería un lector empedernido. Un libro en el bolso me alimenta el espíritu. Leer me hace volar. Es como irme a otra dimensión, muy lejos de aquí. Eso Tony Ovejo no lo entiende ni lo podrá entender. La mañana se ha llenado de sol. No logro concentrarme.

«Dani ni siquiera asoma la nariz. Pero me entretengo con el libro y con el viejo Ortíz. Me gustaría escuchar lo que susurra a sus palomas. Me mira. Yo lo miro con el rabo del ojo. Dani no acaba de aparecer. La patiflaca de Angelita se asoma al balcón. Esa muchacha es una piedra en mi fondillo. Debería hacer una lista de cosas que quisiera olvidar, eliminarlas para siempre, no sé qué sería lo segundo o tercero, pero ella estaría en primer lugar. La odio […]”.

Esperar a Danilo es también la justificación de Angélico para evadirse de una orfandad que, más que agobiarlo, lo azota. Describe a detalles lo que contemplan sus ojos, pero en verdad distorsiona lo que realmente acontece. Solo Danilo está a salvo de sus implacables veredictos; y presuntamente lo salva también a él como una especie de trueque donde la mercancía puede ser el alma, pero también el escarceo erótico, físico, que no se atreve a vender.

Danilo, en ocasiones, no es una persona a la cual espera, sino esa promesa que a todos, en esta isla, se les hace eterna y hasta enemiga.

En Sálvame si puedes su autor pincela a cada personaje con una perspicacia envidiable. Cada lector puede encajar en cualquiera de ellos, aunque no lo reconozca públicamente por las mismas razones que Angélico se resiste a develar qué lee, o por qué en realidad se expone a la espera.

Cualquier época cubana ‒posterior a enero de 1959‒ contiene ese rincón, cercado de militares y policías que se mueven casi en sigilo, obligando a todos al susurro. A esconderse de sí mismos. Un rincón donde solo existe una sola rebeldía posible: la procacidad de ser adolescente:

“[…] Los perros ladran en los corrales. Angélico mastica hojas de tamarindo y la boca se le llena de saliva. Los perros parecen retorcerse de dolor.

«—Esos se van a morir de asco —dice Tony.

«Un par de gallinas selecas se bañan con ceniza. Los tres o cuatro puercos que quedan en los corrales no dejan de gruñir. Sopla el viento y las nubes plomizas que parecían estáticas pasan y se alejan. Las palomas de Ortíz siguen picando las minucias de Socorro. El sol del verano se cuela por las ramas de los tamarindos, reverbera, ilumina los prados arenosos de un desierto cubierto de hierbajos secos que se bambolean a sus pies. El viento los despeina. Tony chasquea la lengua para llamar la atención, se esfuerza, quiere aparentar no temerle a Fidel, por eso aprovecha el ensimismamiento del otro para provocarlo:

«—¿Tú no te ibas?

«—Sí, pero ya te lo dije, tú vienes conmigo.

«Tony no dice nada, se queda absorto en los cañaverales que se bambolean después de las vías férreas y el terraplén. Fidel aun con tono autoritario baja un poco la guardia.

«—Por fin, ¿te embullas o no? Le caemos a Pancho pa que nos ponga un partido de fútbol, anda, uno, aunque sea grabado… —suaviza más, trata de convencer a su víctima.

«Tony ni se molesta en contestar. Lo mira con cara desencajada y larga una bocanada de humo que le da en pleno rostro. Fidel respira gordo y no reacciona, la voz de Madeleine, desde el edificio, escapa por las ventanas de su apartamento y embelesa a Fidel, que permanece ido con la botella en la mano. De pronto despierta.

«Está bien, Ovejo, dice, si quieres no vayas —esta vez mira hacia su casa. Ángela está en el balcón—. A Danilo lo tengo entre ojo y ojo —disimula con la negativa de Tony y se vuelve para Angélico—. Si lo agarro con Pimpi se va a arrepentir. Te juro por la pura que le arranco el rabo con bolsa y to, lo voy a capar como a un marrano, ¿me oíste?, tú que eres su mano derecha, si no lo quieres perder, aconséjale que me deje a Pimpi tranquilita donde está, dile que digo yo que el jamón no es pa perros, que lo voy a despingar, ¿okey?

«La luz del sol saca destellos de los charcos. Empieza a llover.

«—Caballeros, va a apretar.

«—Estate tranquilo, Angélico, esa lluvia no alcanza ni pa llenar una palangana.

«Ángela riega los helechos.

«Un viento leve viene del norte. Acaricia las sombras de los tamarindos. Fidel pasa la botella. Se dan el trago. Angélico no bebe, se entretiene sobando el lomo al libro dentro del bolso.

«—Están locos —murmura Angélico para desviar el odio de Fidel contra Dani—. ¿Ustedes se quieren matar con el cigarro ese?

«No responden. Tony echa otra bocanada de humo azul, ríe con una risita tonta, ofrece su cigarro. Fidel se molesta, no ha logrado convencerlo de ir a la casa de Pancho a ver el balompié, pero acepta el cigarro y fuma callado.

«La lluvia aprieta, los tamarindos están copiosos, bañados en rocío. Angélico mira de soslayo hacia el jardín de Socorro. Victorio mueve las tijeras con destreza, la lluvia traspasa su cuerpo transparente […]”.

Leer esta novela de Vilches Proenza es como releer ‒o regresarnos a‒ ese instante donde también fuimos abandonados por la esperanza. Donde pecar era un desafío, pero jamás una representación del miedo. El misterio, por encima de pagar el precio por descifrarlo, derrotó al propio miedo de vivir. Allí, los personajes de Vilches Proenza intentan estafar la inercia de un país que los olvidó, que los obligó a ser enemigos de sí mismos. Incluso enemigos de sus propios deseos, porque en definitiva Angélico ‒Eros en su resurrección‒ no logró trascender más allá de desear a Danilo.

No habrá perdón para mortales en la caída, parece ser el acertijo ‒o la moraleja‒ que nos embosca en Sálvame si puedes. Pero eso no significa derrota alguna, ni siquiera para un adolescente que amó a todos ‒con aspereza a veces‒ porque no los necesitó para llegar a esa iluminación:

“[…] Una vez quise ser escritor. Ahora sé que mi destino, más que escribir es ser un gran bibliotecario. Aunque no salga de este país. Los libros me llevarán a donde sea. Imaginación se me sobra. Y visiones también, si no, no podría ver lo que otros no ven. Mamá también ve, ve a los muertos, como yo, y no es de la borrachera, al menos está tomando menos, está colaborando con dejar el alcohol. Tengo que lograr que se ponga bien. El día que me emborraché en el parque le dolió. Dijo que no quería eso para mí. Que prefería que fuera marica, que eso sí le parecía bien, que, total, ya la hija de Raúl Castro les había dado la libertad a los maricones. Yo no hallaba dónde meterme cuando me dijo todo eso como una retahíla. Pensé que estaba muy molesta, pero no, estaba normal, me dijo: hijo, pronto voy a comenzar en las reuniones de Alcohólicos Anónimos, y te acepto como eres, y sé perfectamente cómo eres. Me sentí tan feliz. Lo dijo sin estar en tragos. Es verdad que me acepta. Eso me deja más tranquilo […]”.


Nietzsche en el cachumbambé

Como las flores del cactus, el aforismo suele proliferar en los ambientes oscuros. Tal vez ello explique la puntualidad con la que cada cierto tiempo asistimos a su rebrote público. Sobre todo en días como los actuales. Pues, con todo y que los aforismos, junto a otros tipos de paremias, vienen haciendo lo suyo casi desde el inicio del habla humana, es en los momentos convulsos, enrarecidos e inestables cuando más se prodigan. 

Posiblemente se deba a ese singular poder de concisión que le permite emitir chispas de lucidez en medio de la oscuridad, develando, de un plumazo, significaciones que de otra manera resultaría difícil resumir con tan pocas palabras (a veces ni con muchas), y con igual facilidad para la comprensión de cualquier clase de destinatario, en cualquier lengua.

El aforismo es aquello que leemos más allá de la página, lo que no deja lugar para certezas irremplazables. Una suerte de atajo dado a diseminar fronteras entre la poesía y la filosofía.

No en balde esa ductilidad que le faculta para alumbrar a todos, de acuerdo con los horizontes de cada cual, a la vez que todos se sienten por igual motivados para desgranar sus propios aforismos. Y aún más actualmente, con el auge de las nuevas tecnologías y las redes de comunicación social. ¿Quién que es no ha encajado en Facebook su dardo, como solía llamarles Nietzsche, o se ha resistido a la tentación de lanzar algún que otro “pensamiento estrangulado”, que es como solía denominarlos Cioran?

Entre los cubanos será difícil hallar una sola excepción. Con lo mucho que nos gusta aleccionar y con nuestra marcada tendencia al énfasis y a decirlo todo en octosílabos, pareciera que nacimos destinados a convertirnos en los campeones del aforismo en las redes.

Sin embargo, llama la atención la escasez de libros sobre este género que han sido publicados por escritores cubanos contemporáneos. ¿Será que preferimos reservar el aforismo, la sentencia, el adagio –con el resto de la parentela- para el lenguaje oral o circunstancial, mientras que algún raro pudor nos frena a la hora de plasmarlos en libros cuyos predecesores conforman ejemplos de gran valía en la historia del pensamiento y la literatura?

Afortunadamente, resulta más fácil hallar excepciones en este caso. Sin ir lejos, no hace mucho comentábamos Meditaciones de Cantinflas o el intérprete digital en la Sociedad del Disparate, afinado, oportuno, delicioso y agudo libro de aforismos con el que Armando Añel desmonta temores sobre nuestra cortedad ante el género como literatura.  

Y ahora, además, la suerte ha traído a nuestras manos Breviario de identidad, otro magnífico volumen de aforismos, escrito por el cubano José M. Betancourt, quien se ha tomado a pecho, sin duda, la colocación del género entre las prioridades de nuestra literatura de hoy. Lo mejor es que parece haberlo hecho sin que le sonrojara la expectativa de codearse con sus más serios e ilustres hacedores históricos, llámense Wittgenstein, Pascal, Séneca, Lao Tse o La Bruyére… todos identificables en una de sus dos principales corrientes de influencias, mientras que en la otra domina Nietzsche, como el clásico elefante que mantiene en vilo a los ocupantes del extremo contrario en el cachumbambé.

“El poder, que por siglos escribió la historia, ha sido degradado a desmentirla”. “A efectos de frustrar el vuelo, sirve igual dar alas enormes como cortarlas”. “La libertad no existe sino a puertas cerradas; el menor contacto con el exterior la compromete”. “Cuando lo único que tengo es que elegir, tengo una pérdida”. “El comunismo y el fascismo son siameses que se aborrecen por su incapacidad de separarse”. “El sentido común no es una meta, es un límite”. He aquí, a modo de un ligero piscolabis, algunos de los dardos con que José M. Betancourt nos adentra en su nietzscheana y a la vez muy cubana manera de reanimar el aforismo también en nuestros medios literarios. Enhorabuena. 


Para adquirir el libro, escribir al email: 

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Proyecto de ley cubanoamericano busca habilitar Base de Guantánamo para trámites de reunificación familiar

Los congresistas por la Florida María Elvira Salazar y Mario Díaz-Balart, ambos de origen cubano, anunciaron este lunes un proyecto de ley bipardista para sacar del limbo a aquellos cubanos con trámites pendientes de reunificación familiar o visado, «permitiéndoles hacer el papeleo en la base naval de Guantánamo», señaló la agencia EFE.

«Me enorgullece presentar este proyecto de ley bipartidista que codifica el programa de reunificación familiar y autoriza utilizar la Base de Guantánamo como un sitio seguro para proteger nuestra seguridad nacional y tramitar entrevistas para el CFRPP de manera ordenada», escribió Salazar en Twitter.

Según la congresista, hay 22.000 casos de reunificación familiar pendientes y alrededor de 100.000 casos de visados, una situación crítica para la convivencia cubana.

Solo podrían tramitar sus papeles en Guantánamo aquellos cubanos que ya tengan iniciados sus respectivos trámites y sean aprobados por el comandante de esa base militar, subrayó Díaz-Balart. No habrá posibilidad de pedir asilo político.

En 2017, EE.UU. suspendió sus servicios consulares en La Habana tras una serie de ataques «sónicos» aún sin resolverse. Desde entonces, quienes desean reunirse con sus familiares deben salir de Cuba para realizar los trámites, fundamentalmente en México o Guyana.


El choteo en la intimidad del castrochavismo

El choteo en el castrochavismo alcanza niveles de realización francamente lamentables. Como cuando Maduro le pregunta a Guillermo García Frías por sus gallos y éste, en lugar de responderle, averigua a su vez por “su pajarito”, mensajero del difunto Hugo Chávez.

El asunto de la alimentación entre las filas del funcionariado obeso, no por familiar menos agobiante, añade combustible al fuego del choteo en las “altas esferas”. Puede asumirse que Machado Ventura carece de sentido del humor, o que Vasito’e leche es un pesao, pero nunca dejarán de calentar, quizá por eso mismo, ciertos episodios de socarronería escatológica.

Otro gran tema afín a la ancianidad castrochavista y sus asistentes en el choteo: La muerte. Hablan sin descanso, a menudo en son de burla cuando no se refieren a sí mismos, sobre lo viejos que están todos y lo pronto “que se van a morir”:

“El partido es inmortal”, rezonga Vasito’e leche.

“Déjalo que se tiña, Raúl, déjalo que se tiña”, sugiere Maduro mirando de soslayo a Díaz Canel.

“Que se tiña tu pajarito”, le responde el aludido, cual García Frías cualquiera.

“Socialismo o muerte”, musita desde el más allá el Comandante en polvo.


¿Se define Puerto Rico?

Conocí de cerca la belleza de la “Isla del encanto” y la bondad de su gente. Hace más de medio siglo me fui a enseñar a Puerto Rico. Allí viví cuatro años y me nació un hijo. Mandaba el gobernador Roberto Sánchez Vilella. Le creí a Luis Muñoz Marín, el líder de los “populares”, cuando nos explicó que el “Estado Libre Asociado” era el presente y el futuro del país. Pero no tardaría en escuchar que “no era Estado, ni Libre, ni Asociado”. ¿Qué era entonces? 

Finalmente, hablaron los expertos. (Por lo menos, muchos de ellos). Decenas de scholars en Derecho Constitucional de las mejores universidades norteamericanas han escrito una carta pública a Nancy Pelosi y a Kevin McCarthy, a Charles Schumer y a Mith McConnell –los líderes demócratas y republicanos del Poder Legislativo, donde está la autoridad de la Isla– urgiéndolos a aprobar la ley que permitiría a Puerto Rico incorporarse a la Unión Americana como el Estado # 51. 

Simultáneamente, los animan a que rechacen la propuesta de ley llamada Puerto Rico Self-Determination Act. La razón que esgrimen tiene que ver con la esencia de la República: Estados Unidos es una república regida por leyes y no se contempla una vinculación al país que no sea como un Estado más de la Unión Americana. El “Estado Libre Asociado”, creado por Luis Muñoz Marín en 1952, no es posible. Es una quimera. No existe. Según los firmantes de la carta, el juego no es a tres bandas. Es sólo a dos: independencia total o total vinculación a Estados Unidos.

Naturalmente, como la independencia total tiene pocos partidarios –apenas un seis por ciento-, eso deja a la “estadidad” como única opción real. Pero sucede que las dos terceras partes de los puertorriqueños comparten valores y visión con los demócratas actuales (todos: los de derecha y los de izquierda), así que los republicanos prefieren prolongar indefinidamente la cuestión del status de Puerto Rico,y que sea la próxima generación la que le busque una solución al “problema”.

Los dos senadores puertorriqueños, y la decena de congresistas federales, de acuerdo con el panorama político actual, se vincularían a los demócratas y “desequilibrarían” las relaciones de poder en Washington. ¿Se aumentarían las 435 bancadas del Congreso para acomodar a los boricuas o se mantendría esa cifra y se redistribuirían las curules? 

En todo caso, si los puertorriqueños tienen una oportunidad de alcanzar la estadidad, es ahora, durante la presidencia de Joe Biden, cuando se tiene una visión plural de la sociedad norteamericana y existe en Washington una manera inclusiva  de entender las relaciones políticas. 

Hace 123 años, en 1898, comenzó el “problema” durante la Guerra Hispano-Americana. Entonces desembarcaron los norteamericanos en Puerto Rico y Cuba en medio de una salva de aplausos y apoyos a cargo de los boricuas y los cubanos. Poco antes, la flota del almirante George Dewey, de Estados Unidos, pulverizaba a los barcos españoles en Manila, Filipinas. Aquello, más que un combate naval fue un “tiro al blanco”. Los cañones de EE.UU tenían mayor alcance que los españoles. Era un mono amarrado peleando contra un feroz tigre suelto. 

Las tres naciones tuvieron un destino diferente. Una vez colocadas bajo la soberanía de Estados Unidos, luego del triunfo americano y la firma del “Tratado de París” entre los representantes de Washington y Madrid. Cuba se convirtió en una República independiente en 1902, mientras Puerto Rico y Filipinas fueron territorios legalmente controlados por el Congreso de Estados Unidos. Las tres naciones se transformaron en “protectorados” de Estados Unidos mediante procedimientos diferentes. 

Cuba lo fue hasta 1934. En ese año Estados Unidos derogó unilateralmente la “Enmienda Platt” que le permitía controlar (hasta cierto punto) las relaciones exteriores de la Isla. El archipiélago filipino se convirtió en independiente el 4 de julio de 1946, tras la derrota de los japoneses. Sólo Puerto Rico continuó siendo parte de Estados Unidos. ¿Por qué?

Porque en 1917, mediante la “Ley Jones”, firmada por el presidente Woodrow Wilson, otorgaron la ciudadanía estadounidense a los puertorriqueños y no querían renunciar a ella, salvo un puñado de independentistas. Unos 18,000 se integraron en las Fuerzas Armadas de Estados Unidos. No se sabe cuántos boricuas pelearon o murieron en la Primera Guerra mundial, pero sí que los puertorriqueños negros participaron en batallones segregados, como era la costumbre estadounidense en esa trágica época de derechos civiles conculcados. (Fue el presidente Harry Truman, tras la Segunda Guerra Mundial, quien liquidó la segregación racial en las Fuerzas Armadas de EE.UU).

¿Aprovecharán los partidarios de la “estadidad” los cuatro años de Biden para tratar de lograr sus objetivos? No sé. Recuerdo a un muñocista que fue mi amigo, Wilfredo Brashi, un notable escritor boricua, endiabladamente inteligente, que me dijo: “el final de este drama será la estadidad”. ¿Será?  


Noticiero Facebook: Del Garrote Vil al VIII Congreso inútil


En esta serie interactiva, Puente a la Vista cita aquellos posts o comentarios de Facebook que resultan relevantes o aportan noticiosa o argumentalmente a los temas relacionados con Cuba


«Performance: Causa #1 de 2019. Luis Manuel Otero Alcántara permanecerá por ocho horas diarias durante cinco días en el Garrote Vil. Acción protesta por los juicios amañados e injustos, las detenciones arbitrarias y los encarcelamientos de activistas, artistas, periodistas y ciudadanos que protestan contra la dictadura castrocomunista». Movimiento San Isidro (16 de abril de 2021)

«La acción de Luis Manuel Otero Alcántara y su posterior arresto retratan de cuerpo entero a un régimen que solo puede mantenerse en el poder, celebrar congresos inútiles, etc., recurriendo al garrote, a la fuerza bruta». Idabell Rosales

«Acabo de hablar con AfrikReina BV. Me ha confirmado que allanaron Damas 955, destruyeron las obras de Luis Manuel y los detuvieron con violencia. Sin zapatos y sin nasobuco los llevaron. A ella la condujeron a Infanta y Manglar. De Luis Manuel no sabemos. Afrika está en su casa sin datos móviles, sola, con patrulla y agentes de la SE que la vigilan. Me ha pedido que lo cuente… mañana, cuando le restauren los datos, lo explicará mejor ella». Carolina Barrero

«Desde ayer hay más de una decena de activistas y periodistas en La Habana con vigilancia permanente. A eso habría que sumarle los de las provincias y los cortes del internet a muchos de ellos. Todo porque en Cuba hay un estado de terror que se ha recrudecido por la celebración del Congreso del PCC. Un congreso transcurriendo y las calles militarizadas y las personas presas en sus casas o en calabozos si se atreven a salir». Anamelys Ramos


El pangolín pisa fuerte en el VIII Congreso del Partido

Despenalizan la venta de carne roja cuando las vacas cubanas apenas pastan en la memoria de un ecosistema prohibido, más viejo que andar a pie. Pero la verdadera prioridad alimentaria resulta mucho más exótica, incluso en la Cuba castrista.

A falta del célebre vasito de leche prometido en 2007, en este VIII Congreso del Partido Raúl Castro, junto a José Ramón Machado Ventura y Guillermo García Frías, se la juega con el pangolín, animal cuasi prehistórico que en su momento fuera injustamente acusado por el «imperialismo yanqui» de propagar el coronavirus.

¿Y Ramiro Valdés? Aun deseoso de conformar la tríada reformista, tras ser mordido en un instante de culinario descuido por uno de estos mamíferos placentarios, fue dado de baja del Congreso y se investiga si ha sido contagiado o no.

A propósito de todo este rollo alimentario, aprovecho para «meter de contrabando» dos neohaikus que cada vez me gustan más. El primero, dedicado a Mariela Castro:

La langosta
mientras más castrista
más angosta

El segundo, a García Frías:

El pangolín
lo mismo que la langosta
se puede hervir


La libertad, brazo derecho del desarrollo

Uno de los temas que comúnmente ha sido base de amplios debates en las últimas décadas, tal vez en los últimos siglos, es el desarrollo evidentemente superior que hoy manifiestan las naciones cuyos orígenes tienen raíces en la cultura anglo-germánica sobre las comunidades hispanas y sus descendientes, de las cuales me considero parte. Recientemente tuve la oportunidad de leer ciertos enfoques, muy válidos, donde los autores mencionaban el surgimiento del protestantismo en Alemania como posible punto de partida, versus el sostenimiento de las prohibiciones clericales en Roma durante la misma época, así como un número importante de factores culturales y hechos históricos como principales componentes de lo que hoy es plataforma real de nuestras vidas.

Probablemente la solución está en el buen análisis de los elementos que conformaron y conforman nuestra tradición, junto a la adquisición de una conciencia crítica que nos permita preguntarnos: ¿Qué hicimos mal? ¿Cómo podemos revertir este escenario? ¿Se podría acortar la distancia? Coincido en que no se trata de un factor o un evento aislado, sino el concurso de múltiples factores culturales. ¿Fue entonces la Reforma quien diferenció a los anglo-germanos del menos avanzado mundo hispanoparlante? Es un excelente punto, pero a mi juicio hay un componente que ha escoltado siempre al desarrollo y La riqueza de las naciones, como titulara Adam Smith su magistral obra: El libre pensamiento, la Libertad.

El protestantismo si bien no fue el punto de partida original, marcó un momento significativo, dado que luego de muchos siglos de oscuridad, incluso dentro del dogma eclesiástico, comenzaba un grupo a separarse conceptual y prácticamente sobre una mayoría jerárquica convenientemente entronizada que pretendía sacar provecho de la Fe. Para muchos, el inicio de una rebeldía que nacía casi en paralelo con el Renacimiento, como antesala de lo que fue poco después la Ilustración con Locke, Hume, Rousseau, y de ahí hasta la Acumulación Originaria de Capital, la consolidación del Libre Mercado y más adelante la máquina de vapor, el ferrocarril y el mundo moderno que hoy todos conocemos. Los valores de la cultura grecolatina y la contemplación libre de la naturaleza regresaban al rescate de Europa y el mundo occidental.

Primero Lutero y luego Calvino, entre otros, se habían atrevido al enfrentamiento. La invención de la imprenta, a fines del siglo XV, acompañó la cruzada. Alemania, Holanda, el norte de Francia y el norte de Italia fueron los principales exponentes de este retorno del individuo al cuestionamiento y el análisis. Un Retorno para el Despegue. Por el contrario, España, Portugal, el resto de Italia, particularmente Roma, y la América hispana, recién conquistada, continuaron defendiendo su irrefutable ideología, no dispuestos a perder cuotas de poder a cambio del new-wave y la tolerancia de pensamiento. El famoso aforismo “Trabajar para el inglés” (originalmente: trabajar para el holandés) honraba el momento histórico. Se había creado una zanja entre dos tesis: La Idea única, irrefutable contra La Idea por comprobar. Estos son los hechos, busquemos las pruebas para apoyarlos, dijeron los unos. Estas son las pruebas, veremos a qué hechos nos llevan, dijeron los otros.

Si hacemos un breve recorrido cronológico vemos, por ejemplo, que en la democracia griega se logró un estadio sorprendente de desarrollo político e intelectual, y aunque la religiosidad era parte indiscutible de la sociedad creada en las Polis, quien cuestionaba o aportaba nuevas ideas no era condenado. Por el contrario, existía un espacio libre para la crítica, la inventiva y el análisis.

Roma, en su etapa más fructífera, la República, los últimos dos siglos antes del nacimiento del cristianismo, y los primeros dos del Imperio, fue testigo de grandes avances: acueductos, puentes, embalses, ingeniería militar, minería, metalurgia; nunca hasta ese entonces la humanidad experimentó tal auge desde el punto de vista tecnológico. A su vez, la corriente intelectual, cuya base había sido heredada de la conquistada Grecia, si bien no tuvo lo fuerza que en el mundo helénico, no quedó atrás. Destacando entre ellos dramaturgos, poetas y sobre todo historiadores. De nuevo encontramos que no existía, al menos en la etapa que refiero, una ideología que sometiera al individuo.

Por el contrario, la Edad Media y Oscura muestra un estancamiento desconcertante. Aunque en esta etapa destaca la labor por varios siglos que efectuara la Iglesia en términos de educación sobre mayorías que habían quedado intelectualmente vacías tras la caída de los Césares de Occidente. Mas comenzaba un período donde el Saber quedaba confinado a la doctrina de los distinguidos. Todo parecía estar investigado y escrito. Nada por desarrollar. Parecía como si otros vinieran de vuelta por nosotros.

Con la Reforma, y entonces al origen del debate, luego de diez o doce siglos de incuestionable cosmogonía y seguimiento de un manual de instrucciones único, la avaricia de los elegidos pasa de límites y termina sufriendo un golpe nunca antes pensado, como comentábamos anteriormente. Poco después, empezaron a afianzarse Estados como Alemania e Inglaterra con el primer Bill of Rights, y ya en el siglo XVIII las ideas de la Libertad como puntal de la escala de valores dentro de una sociedad alcanzarían su consolidación y más alto desarrollo con el surgimiento de la nación americana.

Llegando a nuestros tiempos, mientras la Europa anglo-germana, los Estados Unidos y nuevos pueblos en Asia con un pasado británico-norteamericano en común -Japón, Singapur y Hong Kong, por citar algunos- daban sus primeros pasos dentro de la maquinaria del capitalismo, impulsados por las revoluciones industriales, surgía entonces un nuevo dogma: el colectivismo. Engendrado por “ilustres” ingenieros sociales, encabezados por Marx, dispuestos a salvar las mayorías del siglo XIX, y puesto en práctica desde comienzos del siglo XX. Este fenómeno, con la excepción temporal de la mal llamada RDA, encontró eco pero muy pocas posibilidades de proliferar en el expandido hemisferio anglo-germánico, pero sí en Latinoamérica, como hemos padecido muchos. Hoy ha ganado renovada fuerza en España y otras regiones.

Ya no solo se trataba de vedar el pensar diferente o hacerte memorizar el pasado, sino que esta nueva fuerza llegaba por más. Ellos, llenos de certezas, reclaman ser los mejores al interpretar el presente y saben absolutamente qué se debe hacer para alcanzar el futuro necesario. Otra vez, el individuo es relegado al aprendizaje de una ideología. Estos intelectuales de Izquierda poseían la arrogancia, la “fatal” como la denominó Hayek, de ser superiores intelectualmente a la compleja sociedad moderna, en todos los órdenes. Una nueva etapa de estancamiento e involución cercaba de nuevo las naciones que siguieron este terrible equívoco. Naciones como la extinta Unión Soviética y Cuba, donde las mayorías prefirieron que nuevos «héroes» les colocasen todo a la mano antes de razonar que la solución para prosperar está en uno mismo, en tu propia voluntad e inventiva y en vivir en una sociedad que premie al que se esfuerce. Una vez más la Libertad quedaba presa de los intransigentes.

Siempre que la humanidad y el pensamiento se han inmovilizado dentro una ideología rígida, liderada por unos pocos mensajeros de una verdad única, detienen su evolución, su progreso e incluso sufren retrocesos que luego cuesta siglos reponer. El mundo hispano tal vez solo esté inferiormente organizado, tal vez necesitemos un Bill of Rights, y apremie establecer verdaderas democracias, pero lo que sí la Historia demuestra es que la Libertad en toda su extensión podría, si no revertir, al menos acortar considerablemente la distancia.


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