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‘Plantadas’, de Lilo Vilaplana

Lilo Vilaplana

En el mundo siempre habrá personas que te van a amar por lo que eres y/o haces
y otras que te van a odiar por la misma razón​.


En mis comentarios no soy polite. Si así fuese estaría del lado del opresor. ¡Tremendo documento! Cuán importantes y necesarios son los testimonios de este calibre, con los testigos de cargo al final del film, contando de primera voz los infinitos delitos aún impunes, de lesa humanidad, que continúan ocurriendo.

Una obra conmovedora no apta para estómagos débiles.

Vocación de una estética a pesar de hurgar la herida abierta, consecuente ejercicio de la decencia y el ethos.

Porque da igual lo que piense la “sesuda entelequia crítica” sobre ciertos estándares comerciales al uso. Esta obra no es eso. Expresión antitética si se intenta comparar o sentir equivalente al cine de mercado y Blockbuster. La misma manía que aprovechan los zurdos para desprestigiar sin conseguirlo “la melancolía maldita” de Cioran, la “insoportable levedad” en Kundera, la “contrariedad con la esperanza” de Armando Valladares o el terror de Solzhenitsyn.

Por citar tan solo un ejemplo de este último: Archipiélago de Gulag es una obra parida bajo una infame presión, de pequeñas notitas escritas sobre papel de fumar que sacaba clandestinamente de las cárceles y en el más estricto secreto, a tenor de perder la vida (y no cómodamente viajando o sentado en su casa, como lo hicieran Hemingway o Garcia Márquez fumándose los cohibas que les regalaba el “Coma Andante”), cuyo manuscrito guardado meticulosamente llegó a Occidente de manera absolutamente peligrosa, para asombro y estertor de la izquierda divina que continua callada frente al oprobio caníbal de Holodomor del 1931-32 entre otras atrocidades peores que incluso el N.Y Times ninguneó y se negó publicar. Pues al final todo se sabe. Precisamente por eso y muy a pesar de todo, fue la bomba editorial que fue. Todo ello reviste a priori su currículo persecutivo bajo un estrés y unos inconvenientes de producción que forman parte también de la obra, como argumento no escrito, pero implícito, que resulta injusto soslayar. Un heroísmo heredado de semejante drama de realización, no puede analizarse desde el frío y amurallado dictamen de homologación que las dictaduras del mercado, la frivolidad, la sobreinformación, la imagología, la historización irresponsable, la llamada crítica “especializada” y las tecnologías, hoy en día imponen.

He insistido muchas veces en que necesitamos una cierta ecología del arte y la creación consciente, donde ciertas obras más performantes no discriminen a otras que pasan por excluidas e infratecnificadas.

Celebro el responsable, sensible, legítimamente interesado y consciente Capital del exilio, capaz de hacer posible producciones como estas, (y confío las que vendrán) ejemplo y exhortación si se quiere en la toma de consciencia colectiva del esfuerzo en mayúsculas de Leopoldo Fernández Pujals en primera línea, plus todos aquellos colaboradores que trajeron de todo: Tecnología, prestaron locaciones, transporte, incluso los que alcanzaron un café, una cena, un abrazo, ánimo, solidaridad o lo que fuese, pues todo ello, fue importantísimo e hizo muchísima falta, para que esta producción fuese posible. Todos inscritos hoy en la gloriosa página de gratitud vivida en piel y esfuerzo sin parangón de sus arcas a la historia.

Plantadas es un documento necesario. Una parte de la historia que la mayoría de la gente desconoce, (incluso vergonzosamente en el exilio) y que merece y debe conocer.

No se puede seguir ignorando tanto dolor, tan solo porque el aparato de propaganda castrista ¿pudo más?, pues supo antes que nada controlar la televisión, los medios de prensa (que mintieron y lo siguen haciendo al servicio del régimen comunista), el cine (creando el ICAIC, Instituto Cubano de Arte e Industria Cinematográfica), desde la urgencia misma a principios de 1959, tan solo 83 días después del triunfo de la «Revolución”. Arrogándose la capacidad de reescribirlo todo, rehacer toda la historia, manipular, destruir y resematizar cada ámbito con su desgraciada “ingeniería social”, como le dio la gana.

Ahí esta la infame falacia El hombre de Maisinicú, apelando a una sensiblería cruel que secuestra y hace cómplice al espectador que encumbra de héroe a un chivato, un delator, o Girón (sobre la invasión de Bahía de Cochinos), que como siempre cuenta la historia solo del lado de “los vencedores” y nunca de los vencidos -salvando las distancias y muy lejos en estética-, imitatio en funciones de la Leni Riefenstahl al servicio de Goebbels y su aparato de propaganda del nacionalsocialismo alemán, que también era obrero y de izquierdas. Los comunistas tenían esa lección muy bien aprendida.

Pero hay otras historias y estas finalmente salen a la luz, tal como Azúcar amarga del recientemente fallecido León Ichaso -in memoriam-; o Insomnio de Ricardo Vega, sobre el desesperanzador cuento de Virgilio Piñera que vivió los rigores atroces de aquellas “¿palabras? (más bien blasfemias) a los «intelectuales”, verdades como puños contadas con honorable honestidad.

Hablo de la versión de ¿los vencidos? que no se resignan al lugar que a veces la injusta historia oficial lega, y poco a poco irán saliendo, porque en realidad perder una batalla no es haber perdido la guerra, si nunca aceptamos ni dimos por hecho semejante status.

La tierra es saqueada, envenenada, minada, bombardeada, vilipendiada y maltrecha pero siempre, siempre ofrece sus flores como respuesta. Reverdecida enredadera de la naturaleza que avanza preclara.

Y me resulta curioso su hallazgo en el modo de contarlo, el talento con que Lilo Vilaplana describe cada escena, de manera fragmentaria, con una sintaxis cinematográfica compleja, de adelante hacia atrás en todo momento, sin perder un ápice de atención (tensión) en el conflicto, la dramaturgia y lo que cuenta.

Hablo de un arte al servicio de nuestra necesaria denuncia; además del valor histórico documental, herencia de una memoria patria sin exageraciones, ni ampulosidades, ni efectistas procesos de sobreproducción.

Obra austera, clara, sobria, diáfana, concisa, sin aditivos ni edulcorantes… cáustica y sin anestesia -hablando mal y pronto-, que sugiero imposible de comprender desde una zona snob de medias tintas o el tradicional “relativismo” intelectual impertinente (en cambio hay que vivirla, sentirla, haberla sido y ponernos del otro lado) sobre la dirección actoral y otras nimiedades (así lo entiendo) que excluyo del análisis, priorizando el imperativo categórico, la urgencia, la fuerza mayor. Poco importa la congestionada y escasísima producción frente a la enorme iniciativa personal, talento y sinceridad narrativa (tal es el tema). Obra que entiendo necesaria de cinema independiente, medicina para zurdos y progres en permanente disonancia cognitiva y shock postraumático, de años creyéndose “el cuento” del supuesto ¿paraíso? y “la buena pipa” (hablando en buen cubano). Que incluso por lo delicado del tema, se hace inevitable una “relativa” ¿ficción? en la necesaria síntesis (intento) de comprimir lo más posible tal cantidad de casos terribles a solo unos cuantos personajes en el debido metraje, conservando/respetando la impresionante luz documental, de una integridad historiográfica sin concesiones.

Consciencia de testigo. Testimonio. Dar/doy Fe.

Auguro estamos ante un obra vinculante de corresponsabilidad histórica colectiva que envejecerá bien, ambas películas de época que hoy creo/confío duren en el tiempo; invariablemente vistas como desgarradora declaración de una verdad contrastada y unos principios sin fisuras.

Alerta spoiler:

El final de Plantados, lo resuelve de manera magistral, pues salva el dilema moral de las víctimas, los hijos y este hombre mismo que sufrió algo tan monstruoso, evitándole lo que sería el más evidente desenlace apasionado de la justicia por su mano (pues de ninguna manera puede reducirse semejante complejidad psicológica real puesta en contexto al marco simplificador temporal, tan estrecho, que la linealidad y la lógica formal aristotélica permiten al celuloide), sin dejar impune al desgraciado esbirro.

¡Prohibido olvidar!

Recuerdo aquella impiadosa frase, válida en cualquier caso si de ninguna manera puede haber redención con hechos tan duros, desproporcionados y de semejante calaña: “Cuando un tirano (un torturador o un esbirro) se suicida, no paga sus culpas pero algo es algo”.

Felicidades al compatriota Lilo Vilaplana, a su hijo y su equipo, orgullo de cubanos conscientes, beligerantes y responsables.

Desde Europa se echa de menos estar allí en la trinchera, saldado en la belleza y la desobediencia, acompañando a los históricos hermanos de armas, en primera línea de fuego. “¡A desalambrar, a desalambrar!”, pero no de un solo lado sino de ambos y todos o ninguno. Tal anuncia el precursor de las pretéritas vanguardias: “El arte será convulso o no será”. Pero sobre todo a la altura de nuestro tiempo. Porque cuando hablan de desarmar a alguien, siempre se trata del enemigo y nunca de sí mismos. Reconozcamos que a cierto nivel en ninguna sociedad en realidad hay ley y todo parece el salvaje oeste, pero estas modernas gerontocráticas tiranías han de acabar, aunque algunos prefieran seguir mirando para otro lado.

Hace un tiempo releía al erudito y estudioso Antonio Escohotado -también in memoriam, al maestro que partió y vivió en tenaz y constante oficio de bushido:

“En los países comunistas el medio ambiente quedó impunemente arrasado y con total irresponsabilidad, pero el ecologismo es de izquierdas. En 80 años de comunismo real, no ha habido una sola mujer relevante en sus gobiernos, pero el feminismo es de izquierdas. En el siglo XX el comunismo causó más guerras, más muertes y más desgracias que nadie y que ningún otro sistema, pero el movimiento pacifista es de izquierdas. Los comunistas condenan y exterminan a los homosexuales, pero el movimiento gay es de izquierdas, en contubernio con Irán y los palestinos, donde los cuelgan en una grúa”.

Escribo sin vehemencia pero conmovido por la película, que me toca hondo.

Durísima, sin dejar de ser arte y una obra correctamente realizada, con una enorme integridad poética. Comprometido extractor de la historia de los que prefirieron morir con honor, frente a aquella victoria pírrica, barbárica y degradante del inviable comunismo asesino.

Como cubano y como ser humano consciente, digo ¡gracias! por ello.

La verdad a la luz de las ideas y los hechos como sagrado deber. Comprende moralista E. M. Cioran al “aciago demiurgo”: -La inteligencia tiene el deber (el desafío, la perenne fuerza y la voluntad) de encontrar su desesperación correcta, su ferocidad apolínea- (la variación del paréntesis es mía). Responsables en la denuncia (exhorta el filósofo J. Baudrillard) del “Power Inferno”. Valor de contar lo inenarrable y además hacerlo con comprometida integridad, honor y contrastada veracidad. Exorcizando tan necesaria y saludablemente nuestra dañada sociedad civil, que recién comienza a enterrar rediviva (valga la paradoja) con honores sus propios y oscuros fantasmas, sus ninguneados muertos, transformados definitivamente en luz y resiliencia. Por acabar con las innumerables “tumbas sin sosiego”.

Acompañando el dolor a la salida, en lo posible cerrando la puerta a heridas nuevas.

Porque siendo muy, muy generosos y en la menos terrible de las perspectivas, un comunista es en realidad -quiero pensar- alguien desinformado, o lo que es más probable, muy mala persona, carne al diván del psicoanálisis.

Al respecto sugiere la brillante teórica ruso-norteamericana Ayn Rand:

“No considere a los colectivistas, idealistas sinceros pero engañados. La propuesta de esclavizar a algunos hombres por el bien de otros, no es un ideal, sino una brutalidad. La brutalidad no es idealista, no importa cuál sea su propósito. Nunca diga que el deseo de hacer el bien por la fuerza es un buen motivo. Ni la impetuosidad ni la estupidez son buenos motivos”.

La gente herida (y nuestro pueblo lo sabe muy bien) vive condicionada, pues sabe mejor que nadie que puede sobrevivir.

Todo ello es parte de nuestra más desgraciada historia reciente que aún no sana:

Pues “…No hay nada tan terrible como ser vencido por gente despreciable…”, fea, ordinaria, populista y soez. Lo que Milán Kundera perfectamente definió como el “kitsch totalitario”.

El viaje más largo que hacemos en nuestras vidas es el que haces de la cabeza al corazón. Un corazón fisiológicamente repleto de células neurales que piensa. Eso lleva tiempo y una profunda transformación radical consciente.

Siempre insisto: “Timón de mi cabeza, ven a mi corazón”.

Solo entonces comprendes que: No existe Fe, ni Amor, ni Paz ni Tranquilidad verdadera cuando todo está bien, sino solo la que somos capaces de crear, generar y mantener cuando pasan cosas terribles. Si no tienes Fe, ni Amor, ni Paz, ni Tranquilidad en medio de la tempestad es que no la has tenido (ni sido) nunca. El odio, el resentimiento, la angustia y los feos sentimientos se mantienen agazapados bajo el manto anodino de una vida sin problemas, solo hasta que salta el más mínimo inconveniente, cae (de nuevo) la máscara, rasgas el velo y miras de frente tu propio infierno, todo aquello que has de trabajar y que todavía no has transformado. Pues el estrés y el dolor son el momento preciso, donde en realidad haz de dejar entrar amor, belleza y fortaleza, manteniendo una integridad que cierra filas en ell@, es decir: Sufrimiento en marcha, has de habitar con honor y coraje el corazón de la barbarie más tremenda. Como promete el poeta trascendiendo la propia cobardía: “Porque el soplo del pánico purifica”.

Somos el eco de un tiempo donde no puedes quitarte un pelo de la cara sin que afecte a millones de personas. Un nexo inexplicable de corazones sincronizados.

Alguien tira una piedra al estanque y detrás nos llegan las ondas. Alguien besa la luna y nuestras mejillas se ruborizan.

“La sociedad exige que el hombre sea bueno, pero a cambio el hombre quiere ser feliz, y lo uno conspira contra lo otro; pero en general en la naturaleza cuando un hombre es feliz casi siempre resulta bueno”. Oscar Wilde (en plena era victoriana) no fue preso por su elección sexual sino por proselitismo. Por intentar convertir su fantasía privada en exorcismo exhibicionista y público de una verdad colectiva.

La grandeza de cada sociedad y cada hombre se descubre en la forma en que trata a sus enemigos.

El juego está amañado y no premia al que respeta las reglas. O te subes al ring o te mueres en la esquina. Estoicos versus Epicúreos. ¿“Apocalípticos o Integrados”?

Cada cual sabe de qué lado del siniestro espejo está. Ni la “obsidiana” ni la “linterna mágica” son apolíticos (Si iluminas las cosas por fuerza cambian y el espejo es la inversión de la Realitas). Hay polaridad en todo ello sin hemiplejía.

Cuando un gobierno proclama que el arte no se mete en política, solo se refiere a las obras que no defienden sus intereses. Ahí tenemos al panfleto del Guernica como bandera de ¿la modernidad? contra la barbarie, pero lo que aún nadie comprende es que al margen de cualquier daño colateral de una guerra infernal, al menos hoy no se habla ruso hasta en Marruecos.

Jamás se puede hablar de ¿igualdad? solo por la fuerza que cualquiera tiene para apretar el gatillo, porque si el coraje falta, el mal continúa multiplicándose. No hay paradoja ni relativísmos frente al perro rabioso.

Si un líder no lleva a su pueblo donde merece, debe y quiere ir, y prefiere mentir, entonces se convierte en político…

Cuando no se quiere ser responsable, ni aprender a pensar u obrar por uno mismo, aúpas/clamas/anhelas tiranos y caudillos.

He llorado cuando precisaba reír.

He reído cuando debería llorar.

¿Por qué callan tanto los que más deberían gritar?

¿Por qué tanto abandono se disfraza de leal compañía?

¿Por qué tanta gente rota y enferma parece en realidad tan entera y sana?

¿Por qué Aquiles defendió con su talón el honor del amigo?

Gritos y devastación -dijo- aquel que combatió el caos con el caos y suelta “los perros de la guerra”.

¡Al traste los devoradores de mundos!

Ya no me compra el maniqueo, tradicional y perfumado ademán ¿buenista?, siempre guardando las formas y lo políticamente ¿correcto? del manierismo progre occidental, que olvida evitar la innecesaria peste psíquica y la sesgada apatía en medio de tanta crueldad.

Este film nos habla de los heroicos procesos de resistencia continua de una violencia sagrada, que evita el parásito continuado de una crueldad que ya no puede sostenerse ni prolongarse más en el tiempo… ni cuerpo que aguante, tanto da el cántaro en la fuente.

Pues la guerra se puede hacer con todos, la paz solo entre personas de honor.

La diplomacia y la corrección política no sirven de nada cuando ya se ha prendido la mecha.

La lista de muertos es gigantesca y sigue aumentando, ahora mismo, en este mismo segundo, en todas las cárceles cubanas.

La cobardía es la madre de la crueldad. El cobarde muere mil veces, el valiente solo una.

Una vida de gloria bien vale este dolor.

Bendiciones, larga vida y fecunda carrera -y lo digo con orgullo- para mi querido y talentoso amigo Lilo Vilaplana.

¡Honrar honra!


 

Para ejecutar al lector

Todos somos vulnerables,
todos somos masculinos-femeninos.
Louise Bourgeois


Una vez más coincido con Kafka: lo que necesitamos son libros de impacto. Libros que, como él dijo, «nos golpeen como una desgracia dolorosa», porque «un libro debe ser el hacha que rompa el mar helado dentro de nosotros». Siempre cito a disgusto, pero hay ocasiones en las que, por una asociación lógica, resulta inevitable. Y ésta es una de ellas: la lectura (y relectura) de  La cabeza que rueda, cuyo autor es sin duda uno de los poetas y narradores más importantes de la literatura cubana no institucional y de la literatura cubana en su conjunto, el cubano naturalizado mexicano Raúl Ortega Alfonso.

Un libro éste que corta. Ya el título asesta el primer hachazo: la imagen de una cabeza que rueda. Y más si se trata de la cabeza de una joven que, como nos han contado, fue sacada del cesto donde acababa de caer con ese ruido de cabeza que cae en un cesto y, aún goteante, abofeteada. Y debajo aparece la reproducción del retrato de esa chica, Charlotte Corday, pintado por A. Cardan cincuenta y nueve años después de aquel 17 de julio de 1793, cuando eso ocurrió. Había sido condenada por apuñalar hasta la muerte al jacobino Jean-Paul Marat, hecho (el de esta muerte) que fuera inmortalizado por otro pintor: Jacques-Louis David, famoso por sus cuadros inspirados en hechos históricos.

Para entender la intensidad de este impacto recomiendo hacer abstracción de los significantes en favor de lo designado. Pero, como sabemos, para lograrlo realmente es preciso que significante y significado coincidan. O sea, tenemos que ver la cabeza que rueda rodando de verdad, con todo y las palabras que lo designan. Debemos, en fin, casar imagen y contexto, representación y cosa representada, significado y significante, de modo tal que se visualice en un único cuerpo. O corpus, que también.

Todo lo cual, es cierto, parece referirse más a una obra de reflexión, básicamente en prosa, donde la palabra tiene un uso expresamente utilitario (quiero decir, menos ornamental o menos lúdico que, digamos, el de la poesía). Mas —por su forma, por su distribución, por el enfoque del asunto— estamos sin duda ante un libro de este género. Un libro de poemas en prosa, poemas casi coloquiales… poemas. Con un lenguaje, eso sí, hiperbólico, propio de la literatura a que Raúl nos tiene habituados. Pero lo que digo es que no abundan, excepto las hipérboles, los recursos propiamente poéticos (metáfora, hipérbaton, metonimia…), si bien cuando aparecen, lo hacen donde deben y del modo que deben. Aún así, lo verdaderamente característico —lo que de verdad define la personalidad estética de esta obra—, es que todo el libro está concebido con una eficaz compresión o economía del lenguaje. Cada poema es, pues, un texto sinóptico. Abarca a veces vidas enteras, situaciones complejas y formas de pensamiento que se han construido alrededor de la problemática del rol de género durante siglos.

Convengamos, por tanto, en que La cabeza que rueda es un libro de poemas. Un libro orgánico de poesía, que al ser «orgánico» conforma en efecto un cuerpo, una anatomía, una entidad que se lee (y relee) sin respirar, sintiendo todo el tiempo, en cada página, cómo penetra la hoja cortante en la nuca y cómo la cabeza (la nuestra) cae desprendida en el cesto. Una sensación  que agobia, sí, pero en el sentido del arte que, invariablemente, una vez que cruzamos del otro lado, nos deja a salvo. Porque, sí, siempre se sobrevive al último cuadro, al último acorde… al último verso. Otra cosa es cómo; en qué condiciones.

Y esto es así aun en el caso de un libro tan vehemente y, en cierto modo extraño, como éste. La intensidad se sostiene en cada línea, con ese aliento especial que se respira siempre en la literatura de Raúl. La extrañeza, en cambio, se da, creo, por el  punto de vista.. Ya en el primer poema, «La mascota», una mujer habla (siempre es una mujer la que lo hace) del alfiler que utiliza como aguijón. [AGUIJÓN. Órgano puntiagudo y perforante que tienen en la extremidad del abdomen los escorpiones y algunos insectos himenópteros (abeja, avispa), y con el cual pican.] Algo que, como sabemos, puede servir tanto para defenderse como para atacar. Y que es nada  menos que ¡su mascota! O sea, ya en este primer texto Raúl introduce pues ese espíritu o esencia y, desde luego, deja claro cuál será ese punto de vista. El primero (ese espíritu o esencia) es defensivo-ofensivo, se alterna, y a veces (como en «Charlotte Corday») se confunde. El segundo (el punto de vista) es asimismo curioso, porque, siendo el autor un hombre, asume el de la Mujer. Son voces femeninas que, desde la circunstancias de cada una, cierran filas con el dolor, la rebeldía… el resentimiento comunes, hasta convertirse en una única voz. Lo que nos traslada (volviendo a eso de las citas «obligadas») al pensamiento de la artista estadounidense, la escultora de las arañas gigantes, Louise Bourgeois [1], que cito a modo de exergo.

Lo que oímos todo el tiempo son, sí, los monólogos de un coro de personajes femeninos, anónimos los de la primera parte, conocidos o históricos los de la segunda. Monólogos desde los que se nos increpa, o desde los que se increpa a una sociedad —quizá a la conciencia de toda nuestra civilización— que hasta hace poco no concebía siquiera la posibilidad de acabar de algún modo con la injusticia que suponen semejantes vestigios del patriarcado.

Es desde ahí, desde esa postura empática del Yo que subsume cada situación, que el poeta aborda, ahondando una y otra vez en la misma llaga: el sufrimiento, la rebeldía, el resentimiento y, por añadidura, la redención implícita en la queja —según las acepciones «protesta» o «reclamación»— de las víctimas. Por todo ello, insisto, estamos ante un libro que produce un efecto que, sin abjurar del eje que lo vertebra, bascula entre la fascinación y (sí) el agobio. Un libro cuya atmósfera es dura, a veces irrespirable, tensada como he dicho por  hipérboles que endurecen ese viaje que (por la conmoción, por la vivacidad, por el horror) nos recuerda el tópico literario de Dante que, esta vez sí, me niego a explicitar. Un recurso éste (el de la hipérbole) que, por cierto, como ya sugerí, Raúl maneja con maestría y pertinencia especiales. El tema debe producir esas y no otras sensaciones, y las produce. Si no fuese así, algo fallaría.

Tomemos como muestra el poema que da título al libro La cabeza que rueda:

Un pequeño detalle: lo habrían convertido en héroe si el asesino de

                        Marat hubiera sido un hombre, y no en lo que fui, en lo que soy, en

                        lo que seguiré siendo: la cabeza que rueda, la cabeza que rueda, la

                        cabeza que rueda…

O este otro, titulado «Conflictos»:

Con ese miedo indescriptible que solo es conocida por nosotras, escuché

                        que mi niña me dijo una mañana: “mamá, mamá, te tengo una sorpresa”.

                        Y comenzó a leer, a pesar de que yo había hecho lo impensable para que

                        no aprendiera, hasta subí la altura del librero en la pared para alejarla de

                        las palabras negras.

                        Con el perdón de los desvelos de mis padres,

                        a mí me hubiese gustado quedarme analfabeta.

                        Hubiera sido hermoso permanecer en la tranquilidad de no tener que

                        preguntarme; mas, sobre todo,

                        para que las patadas que aún me dan por el culo no me dolieran tanto

en el cerebro.

O éste, que por sus connotaciones «culturales» aumenta el escalofrío que produce, titulado «Impotencia de la niña invisible que somos»:

                                   Y quién me va a escuchar

                        y quién me va a creer cuando yo grite que Dios me está

                        violando.

O, para terminar (porque, efectivamente, es así como termina el libro) estas líneas memorables que pertenecen al poema «María y Guadalupe y Carmen y…»:

…porque una se cansa de ser un colador, la inaudible voz de un

                        agujero que camina o esa especie de himen gigantesco que ellos

                        disfrutan destrozar con su eterno pinchazo.

Textos todos formalmente perfectos que por tratarse, en lo fundamental, de una obra de «tesis» (de contenido y/o —en el mejor sentido— «comprometida»), tienen la virtud adicional de estimular la reflexión y, por qué no, la polémica. Porque Raúl, escriba prosa o poesía, siempre nos lanza ese hachazo contra el hielo que llevamos dentro. Hachazo o lama de acero que cae y corta limpiamente nuestra cabeza, ya que, sin duda, su intención (si aceptamos que debe haberla) es decapitarnos, y que, una vez así, sin cabeza, nos la recoloquemos de otra manera. O, ya puestos, la cambiemos por  otra mejor. Puede decirse, por tanto (y por último), que se enfrenta al hecho de su libro como Charlotte Corday a Marat e, incluso, a la guillotina.

Y es lo que nos exige también a nosotros, sus lectores.


  1. [1] «Es importante mostrar a las chicas que ser sexual es algo natural y que los hombres también pueden sentirse desamparados y vulnerables. De algún modo, todos somos vulnerables, y todos somos masculino-femeninos… »

Manuel Díaz Martínez (1936 – 2023)

Ha muerto en Gran Canaria el poeta cubano Manuel Díaz Martínez, uno de los más altos exponentes de la llamada Generación del 50 de la poesía cubana.

Nació en Santa Clara hace 86 años y, además de poeta de excelencia, destacó por su valentía ante la adversidad, frente a los oportunistas que han medrado y desagraciadamente aún medran del gobierno existente en Cuba hace 64 años; estas condiciones, sumadas a la serenidad, el ánimo de justicia y el concepto de la amistad que lo distinguieron, se hicieron patentes en no pocos lances que sostuviera con los “funcionarios”, los “oficialistas” que tanto mal han hecho a la ideología que dicen representar.

A raíz de su salida de Cuba, a principios de la década de 1990, uno de los oportunistas profesionales aludidos la emprendió contra Manuel mediante un artículo en la prensa cubana, para “fusilarlo con fango” como suele decirse. De más estaría agregar que, como ocurre en estos casos, el firmante del texto se sabía con la impunidad de que nadie le podría replicar; es decir, cobardía suma.

De cualquier manera, la obra de Díaz Martínez trasciende cualquier cochambre ambiente.

Me encontré con el poeta en muy diversos puntos de la geografía cubana, desde oriente a occidente. En La Habana, tantas veces en la casa de otro excelente poeta cubano, César López (1933-2020), quien solía brindar pan y techo a los amigos y, a veces, a quienes no lo eran, sin esperar nada a cambio. Son muchos los recuerdos de estas veladas. Cito la “ponencia” de Manuel acerca de que “Ganar un premio es importante; pero no ganarlo carece de la menor importancia” y la “discusión y análisis” del poema “Numismática”, del propio Manuel, en la que estuviera presente, entre otros, con la humildad y la lucidez que lo caracterizaban, Ángel Escobar, ese magnífico poeta muerto a destiempo.

De una de aquellas tertulias surgió mi poema, dedicado a Manuel, “Los guerreros”, publicado en mi libro Y me han dolido los cuchillos y que reproduzco más abajo, y al cual él respondiera con “Discurso del títere”, que también reproduzco.

No debe extrañarnos que la muerte de Manuel Díaz Martínez no resulte reseñada en la prensa autorizada en Cuba —toda en la nómina del gobierno—; según los cánones allá impuestos, él, como decidió partir al exilio, no nació en la Isla.  No es cubano.

Los guerreros

a Manuel Díaz Martínez

Manuel, esta noche la luna está escondida,
no se ve,
parece que la tapó un burócrata, o quizás
—que no es lo mismo—
un funcionario,
tan bonita que es la luna, Manuel,
pero no hoy no sale,
parece que la tapó un persecutor de
dobles-sentidos
o tal vez un censor ingenuo o quién sabe
si un censor a sabiendas,
tan bonita que es la luna, Manuel, pero parece
que hoy la tapó el filisteo
que busca en los poetas la ponzoña escondida
para seguir viviendo filisteo de los poetas,
tan bonita que es, Manuel, tan bonita,
pero parece que hoy la tapó un viajante de cuarta
con su enorme radiograbadora traída
de allende los misterios,
ay, tan bonita que es,
Manuel, pero hoy no sale,
parece que la tapó un repetidor de discursos
con uno bien largo y más grueso todavía;
ah,
ah, te estaba engañando, Manuel,
sólo era un juego:
la luna está ahí,
majestuosa y limpia como debe de estar
esta noche,
ahí, mírala,
Manuel, ahí
como siempre
custodiada
por sus fieles guerreros imbatibles:
los que no tienen más que el furor de la canción,
el corazón,
el poema.

Julio de 1989


IV Puente de Letras con Manuel Díaz Martínez

 

Uno más uno igual a uno

Abel y Andrés Díaz Castro constituyen una feliz extrañeza dentro del actual panorama de la literatura cubana. Hermanos, semejantes en lo esencial, distintos en lo aparencial, descuellan juntos en la escala de nuestros primeros poetas. Los estilos de ambos, tan privativos para sí como asimétricos entre sí, insertan por igual dentro de la corriente cosmopolita con que la poesía (a la vanguardia de otros géneros) abre hoy horizontes para nuestras letras. El uso de las herramientas del oficio se perfila en los dos desde el reacomodamiento de formas tradicionales. Andrés abreva en una sorprendente mezcla de neoclasicismo europeo con sabias vaporosidades de Li Po. Abel prodiga intimismo en sus versos, pero con un acento exteriorista cuyos orígenes tendríamos que buscar, por una parte, en la poesía bíblica, sin que él sea religioso; y, por otra parte, en el exteriorismo hispanoamericano, sin que necesariamente apele con asiduidad a lo épico o al poema social.

Los dos personalizan variantes bien genuinas dentro del proceso de renovación de la poesía cubana. O es como yo los veo, habida cuenta que hoy en día lo renovado -o lo novedoso, si se quiere- no está en deshacer lo hecho para hacerlo peor. Como tampoco puede estar en la pedestre imitación de ciertas figuras icónicas, por más que así lo crean nuestras almitas de aldea. Está más bien en el repaso crítico, inteligente, recreador, de los procedimientos clásicos para extraerle jugos frescos.

Se entiende entonces por qué el libro Galopes compartidos, con poemas de Abel y Andrés, fue escogido por Abra Canarias Cultural para estrenar su Colección Pangea, destinada a divulgar en haz las obras de poetas europeos, africanos y americanos. Es un acierto editorial que merece elogio, y una excelente mediación para constatar el rango de estos dos poetas. Además, en mi caso particular, ha resultado un vehículo muy útil para la exploración de nuevos enfoques en torno a su poesía.

El hablante poético de Andrés (Escribo/para vengarme/de mi incapacidad/para hacerlo), y el lirismo confesional de Abel (Los héroes me dan escalofríos/Aparecen siempre que/algo va mal…), aspectos en los que alguna vez creí que radicaban sus diferencias de estilo, discurren en este poemario ya no sólo muy próximos entre sí, sino incluso intercambiándose. Andrés acude al yo poético para expresar sentimientos, ideas, percepciones, casi siempre en primera persona, generando atmósferas de interlocución de tú a tú con el lector. Mientras, Abel no se retrata o se contempla a sí mismo, más bien busca explicarse mediante su yo lírico, el cual se hace patente en su correspondencia con el entorno, digamos desde las afueras del yo, por más ligado a éste que permanezca.

Sin embargo, en Galopes compartidos son frecuentes los ejemplos en que esos dos recursos se funden y hasta se confunden. El yo poético de Andrés cede el paso al yo lírico: ¿A dónde van/ los muertos en bandadas/ graznando?/ A/ una cena sin luz para/ auto devorarse/ mientras/ olvidan… En tanto el yo lírico de Abel deriva en yo poético: Salí al mundo con el cuerpo alfeñique del alba/ o el ocaso/ Mis manos han sido y son/ incapaces de sostener un arma/ Y soy más desconocido/ y estoy más solo que al llegar/ cuando al menos un par de personas/ me esperaban… Es evidente, y además lo afirma Abel en su prólogo para el poemario, que entre ambos fluye un constante diálogo poético que actúa como antídoto contra la soledad, puesto que viven distanciados geográficamente. Pero ese diálogo, luego de exponer su mutua grandeza y sus muy personales valías, parece ser por momentos una suerte de singular monólogo para dos voces, dando lugar a un fenómeno realmente inusitado: El yo poético de cada uno de ellos deviene prolongación del yo del otro.

Estos señores poetas están reventando los principios de la aritmética, pues aquí uno más uno no sería igual a dos, sino a uno, que no es el mismo, ya que siguen siendo dos. Es algo que no acabo de entender por completo, pero confío en que lo entienda todo aquel que pueda, como dicen que dijo Cristo.


 

‘Cartas marcadas’, de Manuel Vázquez Portal, en La Otra Esquina

La Otra Esquina de las Palabras, la tertulia que coordina en Miami el poeta Joaquín Gálvez, invita a la presentación del libro Cartas marcadas (Iliada Ediciones, 2023), del escritor Manuel Vázquez Portal.

Se trata de un homenaje a los presos del Grupo de los 75 y a las Damas de Blanco, en el 20 aniversario de la Primavera Negra de Cuba. Las palabras de presentación estarán a cargo de los escritores Janisset Rivero y Luis de la Paz.

Viernes, 9 de junio / 7:30 p.m.
Museo Americano de la Diáspora Cubana
1200 Coral Way, Miami, FL 33145
305-529-5400

Manuel Vázquez Portal (Morón, 1951) es escritor y periodista. Ha publicado, entre otros, los libros Del pecho como una gota, Un día de Pablo, Celda número cero, Nada puedo enmendar de aquellos miércoles y Escrito sin permiso. En 1995, ingresó en la agencia de prensa independiente CubaPress y más tarde fundó el Grupo de Trabajo Decoro. Durante el proceso represivo conocido como “Primavera Negra”, de 2003 en Cuba, fue condenado a 18 años de cárcel por ejercer el periodismo independiente. En junio de 2004 consiguió una “licencia extrapenal” por razones de salud, gracias a una campaña internacional por su liberación, y se radicó en Estados Unidos.


 

‘Sobre Dalí o la metástasis del inconsciente’, libro de arte

Adrián Morales, AdriaNomada, y Le Petit Coin, invitan a un conversatorio distendido en torno a la presentación de Sobre Dalí o la metástasis del inconsciente, reedición de lujo, libro de arte.

Cuándo: Próximo viernes 2 de junio, a las 19:45

Dónde: Paseo Ruiseñores 13, Zaragoza, España

Sinopsis:

Un libro multipremiado en la Barcelona del año Dalí. Investigación transversal e interdisciplinar que utiliza la obra del maestro de la cultura occidental Salvador Dalí como caballo de batalla para hablar del arte hoy, y lo hace a través de cinco creadores contemporáneos de primer nivel: Antonio Miralda (artista visual), el ya fallecido Benet Rossell (artista multiversal) del grupo de París, Pavel Miguel (escultor), Pablo Quert (pintor), Judith Vizcarra (fotógrafa) y su propio creador total, AdriaNomada. Una edición impecable de ensayos con abundantes reproducciones a color y textos del ya fallecido Arnau Puig (catedrático de arquitectura y teórico del grupo catalán de vanguardia “Dau al Set”), Antonio Puente (poeta canario y licenciado en ciencias de la información por la Univ. Complutense), Ramón Fernández Larrea (poeta y narrador miembro de la vanguardia de los 80 latinoamericana) y AdriaNomada, su curador y padre del proyecto.

“Esta obra es un pretexto, un síntoma de resistencia, una desidentificación del característico dualismo maximalista, polar y maniqueo. No una historiografía tradicional del siGno, perenne Si y No; en cambio, más allá de la dialéctica hegeliana: Conjunción de imposibles, comunión de contrarios, reconciliación de los opuestos para una unidad indisoluble de los complementarios”.

Adrián Morales Rodríguez, AdriáNomada (1965). Doctor en Estética por la Universidad de La Sorbona, artista visual, músico, compositor y multinstrumentista. Discípulo del padre de la “Deconstrucción” Jaques Derrida. Entre sus textos y publicaciones figuran No hay Isla que por bien no venga (Tecla Sala Hospitalet Barcelona, 1994), Genética, control y sociedades en descomposición (Edt: Atópics, Paris, 1995), Trastornos. De lo antropofágico a lo antropoémico. Power Food LEXIcom (Edt: Artium, Vitoria Gasteiz, 2008) o Híbridos (Blurb Editions, 2012). Con obra en las colecciones y patrimonios privados más importantes del mundo, vive y trabaja entre Europa, Turquía y Estados Unidos.


 

Gracias, Faisel

¿Qué significa El Benny para los cubanos? Tal vez la representación de su costado más universal. O una metáfora de la música de Cuba, como afirma el autor de este libro. Quizá la maldita, y al unísono bendita, circunstancia de la evasión por todas partes (el alcohol, el éxodo, el sexo…). Habría significado también, en un principio, a un país que “salido de los desmanes de la guerra se entregaba a la alegría de vivir y al amor”. El Benny es la Cuba tácita que baila en un ladrillito pero además se extiende, generosa, allende los mares. Y por supuesto, las ilusiones, los eventos, mitos y leyendas incluidos, que genera. Esta novela responde la pregunta de la significación de El Benny abundando en muchas respuestas.

El Bárbaro del Ritmo es, en esencia, un libro sencillo. El narrador simplifica la complejidad metiéndose, desarmado, en un bosque repleto de animales acechantes. Y sale ileso. “Todo lo creado, hasta lo que nos parece más simple, es ya complejo y culpable”, advierte Faisel Iglesias. El lenguaje y los diversos recursos engranados en esta novela le prestan una armonía y un ritmo particularmente seductores. Como ha dicho el propio autor refiriéndose al gran Benny Moré, “ante un creador tienes que convertirte también en un creador”. Y ante un músico, en aquel que baila.

Gracias a este libro puede rastrearse la sustancia del hecho creativo en la persona de uno de los más grandes cantautores, si no el más grande, que ha dado Cuba. En los meandros de El Bárbaro del Ritmo se transita la Isla en abanico, a través de una arqueología de lo hedónico. Así, es posible, incluso recomendable, recorrer los pasadizos sinuosos de la recholata, con el Alí Bar, santuario recreativo de los años 50, encabezando el transcurso. Es viable acceder a una Habana sumergida que sin embargo se erige, luminosa, sobre los restos de innumerables resurrecciones. Claro que La Habana —en la que anfitriones y recién llegados han hallado al fin la tierra prometida que esboza la fecundidad de El Benny— también es una abstracción, un sueño. O una deslumbrante realidad reprogramada por el frenesí jubiloso de la abstracción.

A su vez, en El Benny la música es Cuba, y Cuba una celebración. La celebración que en 1959 cortó de cuajo el castrismo disfrazado, precisamente, de celebración. En el imaginario nacional, la música y El Benny, El Benny y la noche, la noche y el baile, desafiantes ante el crudo estío permanente, se bañan en alcohol. Representan una manera de ser y hacer heterogénea, en la que lo gozoso garantiza la excepcionalidad de la Isla: ella como un espejo que devuelve multitud de rasgos, costumbres, maneras. Que los devuelve e interioriza en palabras y en música. La excepcionalidad del potaje deviene entonces simbología y sabor.

En la literatura cubana, el lenguaje ha desempeñado un papel a menudo fundamental. Quiero decir que la forma, el estilo, las estructuras narrativas, han protagonizado las obras tanto como la historia que conducen. En este sentido, El Bárbaro del Ritmo constituye un ejemplo emblemático de esta tradición, en la que reluce una lírica contagiosa y se entrecruzan influencias de todo tipo, desde el realismo sucio anglosajón hasta la florida imaginación del realismo mágico. Como su música, la literatura de Cuba es ecléctica y cosmopolita. Lo demuestra minuciosamente la narrativa de Faisel Iglesias, que aquí desenrolla un calidoscopio de excitantes recursos.

Con las letras de El Benny en off, conduciendo la sonora narrativa de Faisel, esta novela se convierte en un dispositivo circular de ingeniería audiodinámica, que abre con el compositor muriendo y cierra con el bailador resucitando. Pero no se trata de que el ingenio sea sujeto de alteración y distorsione el hecho narrado. Es que sirve de sostén y ejerce de acompañante, moldeando la sabrosa aristocracia de las imágenes.

El Bárbaro del Ritmo constituye un exitoso intento de ir más allá de la superficie anecdótica y entrarle de lleno al fondo existencial de lo cubano. Propósito logrado a base de recrear una identidad exultante en su mestizaje y movilidad. Aquí lo real maravilloso está presente a partir de un espíritu libertario. A fin de cuentas, El Benny resume el alma de un pueblo colonizado y colonizante, de un espacio de integración y fuga. Fuga, insisto, hacia la noche, el baile, el sexo (y luego hacia el norte contento y cordial que nos aprecia, interminablemente). La nación se extiende cumbanchera, sus representantes la agrandan con la naturalidad de quienes han sido iniciados en los secretos del sabor. Aquellos que han aprendido a fluir en la danza, a gozar metiendo mano en los huecos abiertos por la música, afrontan la vida sin mayores formalismos, multiplicándose en los diversos escenarios que la promiscua espontaneidad cubana prodiga. Se sienten como en casa.

Pero en eso llega Fidel y, como involuntariamente reconociera el también cantautor Carlos Puebla, suspende la fiesta. Toma la casa. “Esta es tu casa, Fidel”. “Se acabó la diversión”. Todo lo demás es historia contemporánea y en Cuba, puntualmente, cultura de lo prohibido. Llegó el patón y mandó a parar.

Esta novela comprueba, adicionalmente, la densidad espiritual de lo perdido en Cuba. Gracias, Faisel.


 

¿Cuánto sabes de deportes?

Fernando Vilá

Ya en Amazon: ¿Cuánto sabes de deportes? Trivia Deportiva: 500 preguntas y respuestas sobre el mundo de los deportes. Se trata de un libro para medir el conocimiento deportivo de los lectores. Como apunta el editor, este volumen cubre más de 30 deportes de una forma amplia y amena.

Pero el libro no solo mide. También enseña, porque es eminentemente pedagógico. En él su autor, el cubano Fernando Vilá, se adentra en todas las principales modalidades deportivas de nuestro tiempo.

Fernando Vilá (La Habana, 1971). Escritor y periodista, director ejecutivo de Pasión Magazine, considerado el primer periódico cubano de deportes en Estados Unidos.


 

Para no insultar a la belleza

Leer versos inéditos de un poeta mayor constituye un privilegio al que no se accede todos los días. Reloj de hospital, un poemario cuyas piezas habían permanecido engavetadas (así que inexistentes para el público) durante medio siglo, me ha concedido esa gracia, que en mi caso vino duplicada: primero, al propiciarme un nuevo encuentro con el ingenio de Francisco Riverón, grande entre los grandes de la poesía cubana; y segundo, al prodigarme el mismo deslumbramiento de la primera vez.

En este libro, condenado a la marginación desde su nacimiento, en 1972, el autor recrea en clave poética la crónica de unos tristes días en que estuvo ingresado en el hospital habanero Covadonga (Con un miedo llamado papiloma). Sin embargo, no es miedo a la muerte, ni amargura, ni animadversiones lo que el lector encontrará entre sus páginas. Riverón, poeta de luminosidades y además hombre preclaro, asume aquí las calamidades del entorno y aun las suyas propias con igual compostura y con la misma agudeza reflexiva con las que asumió todo lo humano y lo divino: Como un incendio:/ Como un alivio:/ Como una fuga:/ La poesía/ También es una cosa/ que ocurre.

Esa maestría suya para la sencillez poética, que sólo es sencilla en la superficie, y que aún así se trata de una sencillez labrada a golpe de cincel, salta a la vista también en este poemario, junto al proceder desenfadado y audaz que siempre tipificaron al poeta. Sin luz, sino más bien con una oscuridad visible, describió Milton el infierno, y sin lugar para la esperanza lo entrevió Dante. Distinta sería la actitud de Riverón ante el pequeño infierno que iba a representar aquella estancia en un centro hospitalario plagado de privaciones y con la muerte en marcha al compás de cada minuto: Somos tres los pacientes/ que habitamos/la sola angustia de este cubículo:/Ramón,/que ríe sin sus dientes,/se llama 15;/Mario,/que ríe sin sus labios,/se llama 16;/y yo,/que río sin saberlo,/ me llamo 17

Unos meses antes de ingresar en la Covadonga, su casa había sido allanada por la Seguridad del Estado, la cual le requisó todos los papeles inéditos. Y apenas tres años después, moriría el poeta en riguroso aislamiento social y excluido por decreto del panorama literario. Pero al leer Reloj de hospital no hay manera de atisbar más que pálidamente, y entre líneas, las aflicciones y el dolor bajo los que sin duda fueron escritos todos estos poemas… y Ramona se ríe,/cuando de las piernas de Mario/saca un pato/con el estanque adentro. Tampoco será posible pasar por alto que ni aun en medio de tan dramáticas expectativas, Riverón dejó a un lado el amor, máximo surtidor de toda su obra, y que además continuaría abordándolo con la impar dulzura que le era afín: No me sientes,/pero a mí me basta estar en ti viviendo/como el ala en el aire. Poeta enamorado del amor (para decirlo en tiempo de bolero), no podrían faltar en este libro el encanto de la aventura amorosa ni el halo de tesoro escondido que él gustaba imprimirle: No hables;/nada de lo que al fin dirías/será tan bello/como hacer este diálogo/dentro de mi cerebro/y escuchar a solas lo que no dices.

Poemas breves como cápsulas mitigadoras. Abstracciones capaces de hacer saltar por los aires la realidad que les dio origen. Palabras que trascienden las precariedades de lo real, como vehículos de una fórmula mágica consistente en estar dentro y a la vez afuera de aquello que los ojos miran y el lenguaje refrenda: Sentirse enfermo ahora/es insultar a la belleza,/aunque estar triste/es también una parte del paisaje/agregada a la luz y los pájaros. Desde su paciente recogimiento, sin poder disfrutar la contemplación material del paisaje, el poeta seguía contemplándolo, igual que Lao Tse divisaba los caminos del cielo sin asomarse a la ventana. Incluso, para no insultar a la belleza, llegó a preconcebir su propia muerte, con la ironía de por medio, y anticipando la resignación como refugio de los enamorados: He aquí como mi muerte sucedía:/Mi cuerpo se vaciaba/de todo aquello que la vida/en él había depositado./No era un regreso al polvo;/era una fuga del polvo./O sea: no me iba;/me abandonaban./De mí salían recuerdos,/alegrías, dolores,/movimiento, aire… vida./Todo lo que tenía que vaciarme./Pero tú no salías;/y las cosas entonces tuvieron/que volver al cadáver.

Tendremos que agradecer muy especialmente al poeta Efraín Riverón por salvar del olvido y mantener a buen resguardo, contra ciclón y polvareda, este y otros libros inéditos de su padre. No sólo se trata de un emotivo ejercicio de amor filial. También es un acto de justicia frente el escarnio y la brutalidad de un sistema empeñado en convertir en tierra estéril lo mejor de nuestra herencia cultural. Igual merece especial gratitud el esmero que la Editorial Dos Islas depositara en la publicación del poemario para poner fin a ese insulto a la belleza que significó su retraso de medio siglo.


 

Georgia Conspiracy

Georgia Conspiracy, by Cuban poet and writer Ángel Osiris Milián González, gathers, in the form of a diary, through 35 harrowing chapters, the testimony of a farm laborer victim of police abuse and corruption in the spring of 2007, in the southern town of Lyons. Victim of a kind of implausible plot —because of its absurdity— that mixes racism, inhumanity and unlimited clumsiness, a type of crime that many readers would believe extinct in the United States of the 21st century. As the author testifies, here those in charge of enforcing the law are busy violating it. And to top it off, rudely.

This is a testimony, by the way, very easy to verify. It is enough to read the transcript of the oral trial. Or to know that none of those involved in the arrest of the farm worker, Angel Osiris himself, attended the trial. Neither the police officer who arrests him, Officer Mario Moser, nor the young African-American who allegedly sells him drugs, nor the undercover agents who search the car of the victim-turned-defendant (who, by the way, is denied the right to witness the search). Magically, Angel Osiris learns that in his vehicle, according to the police, a piece of crack «the size of a child’s tooth» has been found. From this moment on, a long ridiculous process is unleashed that, with state officials as scriptwriters and the town of Lyons as a stage, defies the most impetuous imagination.

Another incredible fact is that in the trial, police inspector Robert Shore is credited with the arrest of Angel Osiris Milián. When, as Milián himself emphasizes on several occasions, it is agent Mario Moser who arrests him, and in the presence of dozens of onlookers who soon, in this town of few inhabitants, take it upon themselves to let everyone know. Undoubtedly, when during the trial Milián claims not to know Shore, a functional judge must have suspected that he was telling the truth, because, just by having Moser appear, Milián’s testimony would be proven or reduced to dust.

A curious detail is that Judge Kathy S. Palmer intervenes only twice in the course of the trial. The first time, to inform the defendant that he has the right not to testify. The second time, to interrupt his testimony at a key moment, forcing him to remain silent. Another detail, if any more were needed, that suggests that there is a plot to convict Angel Osiris beforehand.

Strangely, public defender Mark B Berbeman, the defendant’s first assigned counsel, is transferred from Lyons with little or no familiarity with the case. His place is taken by Gabe Cliett, a public defender remarkably incapable of asserting common sense in the context of a circus-like legal proceeding. Convinced that the defendant will never accept a plea, Cliett goes to great lengths to try to keep Angel Osiris from testifying. But to no avail. So during the trial, with Palmer’s help, he takes it upon himself to interrupt his supposed defendant, and at the end of the event he hands over his turn to prosecutor Howard so that he can close comfortably.

There is no need to continue pointing out legal inconsistencies and absurdities in this prologue; the reader will be able to soak them up during the reading of the book. What is most striking in this case is not the circus itself, but the outrageous clumsiness with which the state officials pull it off. Everything suggests that from the beginning they expected the defendant to leave Georgia and the case not to go to trial. Apparently, having arrested a farm worker who was not fluent in English, they thought they were incarcerating some sort of savage who would act on the county’s experience with previous immigrants. It turns out, however, that they arrested an intellectual: a teacher, writer and poet. And on top of that, an opponent of a dictatorship that, like Fidel Castro’s in Cuba, uses the State against its citizens. In other words, they arrested a man accustomed to fighting injustice. Everything was always meticulously out of his calculations.

On March 13, 2008, the court sentenced Angel Osiris Milián González after a trial less credible than a Martian invasion. A sad day for legality in the United States. Let us hope that after the appearance of this book, its author will be heard and justice will finally be done.


 

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