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‘Cuando salí de Cuba’ en La Otra Esquina de las Palabras

La Otra Esquina de las Palabras, la tertulia que coordina en Miami el poeta Joaquín Gálvez, invita a la presentación del libro Cuando salí de Cuba (Editorial Casa Vacía, 2023), de Remberto Pérez y María Pérez, con la colaboración de Ricardo Quiza.

La historia no contada del éxodo de niños cubanos hacia España y la labor del Padre Camiñas. El libro será presentado por el escritor e historiador Enrique del Risco.

Viernes 12 de mayo / 7:30 p.m.
Museo Americano de la Diáspora Cubana
1200 Coral Way, Miami, FL 33145
305-529-5400


 

 

Mi última columna

Me jubilo sin júbilo alguno. Me retiro del “columnismo”. Mis columnas, durante años, las distribuyó mi colaboradora más estrecha, Lucía Guerra. He cumplido 80 años. Padezco Parálisis Supranuclear Progresiva. El nombre lo dice todo.

Es una enfermedad rara del cerebro. Me la diagnosticaron en el hospital “Gregorio Marañón” -uno de los mejores de España- tras una resonancia magnética. Tres personas por cada 100,000 la padecen. No es contagiosa, ni heredada. No hay cura para ella. No se sabe cómo comienza ni por qué se origina. Es de la familia del “parkinsonismo”, pero sin temblores. De ahí la confusión en el diagnóstico. Se caracteriza por impedirme conversar bien y leer, más allá de los titulares (Linda, mi mujer, y nuestra hija, Gina, me leen los diarios), no así escribir todo lo “bien” que me ha permitido llevar más de medio siglo escribiendo -entre otras cosas- una columna “sindicada” a la semana. He escrito miles de columnas y debo a mis artículos todo lo que he hecho posteriormente.

Este PSP que ahora me afecta se caracteriza (como el otro, el de los comunistas cubanos), por el “habla lenta o arrastrada” que hizo que dejara los comentarios en CNN en español (donde tanto compartí con Andrés Oppenheimer, Camilo Egaña y otros notables periodistas), pese a los esfuerzos por retenerme que hizo mi amiga Cynthia Hudson, presidente de la cadena. O en veinte estaciones de radio, comenzando por El zol de la mañana, bajo la dirección del matrimonio dominicano Espaillat, Montse y Antonio, siguiendo con La hora de la verdad en RCN de Bogotá, en un espacio dirigido por Fernando Londoño, hasta la modestísima emisora por Internet que orienta Orlando Gutiérrez hacia Cuba, y tiene uno de sus más sólidos baluartes en Julio Estorino. Además, durante años mis comentarios llegaron a Cuba por medio de Radio Martí.  Gracias por tolerarme en sus filas.

Al periodista cubano Carlos Castañeda lo vi llegar a Puerto Rico a finales de los sesenta con un trabajo que a mí me parecía muy difícil: levantar El Día de Ponce hasta que compitiera con El Mundo de San Juan. Si yo hubiera sabido los planes de Carlos con cierta antelación me habría quedado a librar esa batalla, pero ya tenía hasta los boletos para España. Había sido aceptado en la Universidad Complutense de Madrid para hacer el doctorado. Mi familia y yo nos embarcábamos en una nueva aventura europea.

Era el primer semestre de 1970. Castañeda mudó El Día para San Juan, le cambió el nombre, le llamó El Nuevo Día e hizo un tabloide con grandes titulares, fotos ad hoc y grandes caricaturas. Pronto se quedó solo en el terreno. El Mundo cerró. De aquel lance antes de instalarme en Madrid guardo un consejo que fue muy importante en mi vida profesional: “Busca en New York a Joaquín Maurín -me dijo Castañeda-. Es un exiliado español. Dile que tú quieres escribir columnas para su agencia ALA (American Literary Agency). Ahí están los mejores de la lengua, entre otros, Germán Arciniegas y Pablo Neruda”. Lo hice. Maurín me pidió una muestra. Se la di. Cuando la encontré reproducida en 156 diarios me juré cuidar mis columnas. Y así he hecho desde entonces.

Joaquín Blaya me llamó a Madrid. Era un chileno presidente de Univisión. Luego lo sería de Telemundo. Me pidió un comentario a la semana y dejó que yo escogiera el tema. Sería, claro, de actualidad. La promesa de Maurín se había cumplido. ALA le daba difusión a mis ideas y éstas me abrían otros campos como la TV, mucho mejor pagados que la prensa plana. Pero Blaya demostró que era un ejecutivo de altísima calidad.  En una oportunidad en que me dieron un minuto para explicar una hipótesis de un cura antropólogo, profesor de una universidad de NY, sobre el programa del Welfare, diseñado fundamentalmente por hombres, y su impacto en mujeres de bajos recursos. Sin duda, un tema polémico.  El canal 41 de NY vio la rentabilidad política, o actuó por temor, bajo la indicación de la gerencia. Lo cierto es que Al Sharpton, ministro baptista, fue a pedir mi cabeza al canal, sin haber oído mi comentario en español, y Blaya me defendió con total firmeza.

Cuando The Miami Herald parió un pliego en español creyeron que sería un fenómeno pasajero. Pero luego comprobaron que aumentaba el perímetro del castellano. Como el mundillo de los editores de diarios es muy reducido, se hablaba con mucho respeto de Carlos Castañeda y de la hazaña que había realizado en Puerto Rico. Lo llamaron y de ahí nació El Nuevo Herald en la primera parte de los ochenta. Allí comparecieron Roberto Suárez, Gustavo Pupo Mayo, Sam Verdeja, Armando González, Roberto Fabricio y el gran Carlos Verdecia, exdirector de El Nuevo Herald.

Creo que fue Pupo Mayo. Me ofrecieron la dirección de El Nuevo. No la acepté. No quería desplazarme de España. Me ofrecieron dirigir la página de “Opiniones”. Puse dos condiciones para que no aceptaran: sólo estaría presente la primera semana del mes. Las otras tres las pasaría en España. (A fin de cuentas, inauguré el trabajo a distancia que se popularizó durante la pandemia). La segunda condición era que fueran mis adjuntos Araceli Perdomo, de cuya integridad se contaban cosas muy positivas en la redacción, y Andrés Hernández Alende, para no cometer errores ni injusticias. Al extremo que, andando el tiempo, tras mi renuncia, Araceli y Andrés me sustituyeron en el cargo. A lo largo del tiempo El Nuevo Herald ha sido mi casa.

He tenido la oportunidad de escribir en los mejores periódicos de América Latina, de España y de USA. En los últimos tiempos mi columna semanal ha aparecido en El Libero, el mejor periódico digital de Chile, y en El Independiente, un excelente diario digital que sacan Casimiro García-Abadillo, Victoria Priego (dos grandes veteranos del periodismo español) y -en la parte internacional- Ana Alonso. Esos dos diarios completan el cuadro del ámbito de la lengua en el que he tenido el privilegio de dar la batalla de y por la libertad. Al final de mis memorias, Sin ir más lejos, publicadas por Silvia Matute en “Debate”, editora también de “Penguin-Random House”, en español, cité al filósofo Julián Marías por su humilde frase. Hoy lo vuelvo a hacer: “Hice lo que pude”.


 

Contra el poder: Nicaragua en la lucha por la libertad en América Latina

Contra el poder: Nicaragua en la lucha por la libertad en América Latina (Casasola, 2023) del escritor y poeta Francisco Larios, es la historia del ciudadano nicaragüense enfrentando la dictadura encabezada por Daniel Ortega y Rosario Murillo. El libro aborda las raíces profundas del conflicto, el papel de los distintos grupos (ejército, empresarios, iglesias, movimiento campesino, estudiantes, trabajadores y resto del pueblo) y de los diferentes personajes.

La verdad vista a través de los ojos del ciudadano común, es decir, del Ciudadano X:

“En un estilo narrativo que bien podría denominarse de combate, y que combina crónica y ensayo, el Ciudadano X nos guía, durante cinco años, por un camino que tiene relevancia para la conciencia, la historia y el devenir no solo de Nicaragua, sino de toda la América Latina”.

Lo recaudado por el autor será donado para la lucha por la libertad de Nicaragua. El libro ya en Amazon:

Una historia de amor (III)

Fragmento de Un mariachi viejo. “Una historia de amor”.
Novela inédita de Félix Luis Viera


 

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Sin saberlo, el padre, de las trescientas dieciséis funerarias de la ciudad, sumadas las grandes, medianas y chiquitas (no están en la cuenta las clandestinas —de pronto descubiertas en una y otra zona de las humildades), se decidió por una para mí cercana.

La colonia Buenos Aires colinda con la Doctores y resulta igual de temible. Ambas cuentan con puntos cochambrosos aquí y allá. En ocasiones, basurales en esta o aquella cuadra: los camiones de recolección fallan. Como en ciertas materias, en esta debemos darles la razón a los comunistas: los camiones de la basura no fallan en zonas de gente pudiente. ¿Sería posible toparse con un basural en calles de Polanco, Jardines del Pedregal, Lomas de Chapultepec, San Ángel?

Sin dudas, el padre se decidió por esta funeraria lóbrega de una colonia amenazadora, por tacañería. Por “codo”, dirían aquí.

Puedo asegurar que él extrañará, más que a la hija, la plata que esta le ponía en el banco cada quincena.

[Si él hubiera sabido que yo aún existía junto a su hija, que la acompañaba en el momento de la tragedia, de alguna manera —lo más diabólica posible— me habría cobrado todo el odio que me guardaba desde aquella segunda y última visita a su casa cuando maldije a las personas que, como él, devotas de los tantos programas tontos de la televisión, resultan una desgracia para la humanidad —Y de paso descargaría contra mí la inagotable cólera que le habría crecido a partir de este momento en que perdía la quincena que le ofrendaba la hija. El precio para mí: por si acaso, irme del sitio donde él sabría localizarme: el periódico —Y no revelar en este mi próximo rumbo.

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Contratamos un taxi, de cuatro puertas —Érika había decidido cuál a juzgar por la catadura del chofer y el estado del carro, cuando se detenían en el Alto—; faltaban catorce minutos para las tres de tarde, avisó Érika —Mi celular no marcaba la hora, el de ella sí—. Le pagaríamos el doble de lo que podría ganar desde ese momento hasta que saliera el entierro. Ocupamos los asientos traseros. Habíamos querido esperar junto al carro, en la acera, desde donde se podía divisar fácilmente la fachada de la funeraria, el trajín. Pero el taxista nos pidió “por favor, suban”. Seguramente desconfiaba. Quién sabe si pensó que en cualquier momento huiríamos sin cumplir el pacto o algo así. Ya habría encontrado demasiado raro que lo contratásemos para seguir a un entierro como a escondidas luego de observar a distancia una funeraria.

(Pude ocupar el puesto del copiloto para así tener la panorámica en diagonal, pero Érika me habría reprochado abandonarla en el asiento trasero, y lo peor: el desmayo me rozaba constantemente, podría darme un toque y lanzarme contra el chofer).

Más costo del calculado: salió a las 3 y 32 minutos con su cola de acompañantes —estacionados junto a la acera izquierda, la contraria a nosotros—. Y el importe continuaría elevándose quién sabría hasta dónde si la marcha resultara más lenta que lo previsto: acordamos el triple de lo que marcase el taxímetro.

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El chofer de la carroza fúnebre iba cooperando conmigo: tomaba atajos que evitaban en algo el embotellamiento y de este modo el tiempo del viaje no se dilataba.

Sonó el tono de mensaje de mi celular y estuve seguro de que sería del periódico. “Necesitamos por favor que estés por acá como a la 1 de la madrugada”. Era de la secretaria del jefe de redacción. Mi contestación. “Imposible: estoy enfermo”.

La caravana no era muy larga, serían siete u ocho automóviles probablemente rentados para la ocasión. Los padres no tenían automóvil. [¿Cómo pensar que semejante mezquino invirtiera en uno?].

Por momentos sudaba intensamente, digamos que por espacio de un minuto y pico, y luego cesaba. Si bien el taxista mantenía medio abiertas las ventanillas delanteras, y así de una en otra penetraban retazos del frío exterior.

Una bolsita de ambientador colgaba del tirador de la guantera. Olía a albahaca. El olor resultaba más penetrante cuando el chofer aceleraba fuerte o casi, abandonando la velocidad morosa de los entierros. Lo hacía cuando el último de la caravana cruzaba apenitas con lo que restaba de luz amarilla y nosotros quedábamos del lado de acá con la roja. De modo que debía rebasar a otros, indagar, aun zigzaguear en ocasiones para situarse de nuevo detrás del último; un Chevy gris oscuro.

Érika traía toallitas sanitarias y me enjugaba el sudor de la cara de tramo en tramo. En una de esas dijo quedo con el tono de quien expresa algo pendiente: “Primera vez que visito una casa en donde no hay ni una foto de nadie”.

Ya cerca del cementerio, detenido ante la luz roja, el taxista —acompañándose con breves golpes de tos— advirtió “para su conocimiento de ustedes” que el cementerio tenía dos puertas; si iban a cremarlo, en la dirección que llevábamos la primera puerta conducía al crematorio. Le pedí por favor que cuando se refiriera a ella, utilizara el femenino. De nuevo tosiendo leve entre una y otra palabra y sin siquiera voltear a medias la cabeza para proyectar la voz hacia nosotros, como si hablara solo, que había utilizado el masculino porque quiso decir “el cadáver”, y el cadáver es varón, él no sabía que era una difunta.

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La caravana entró por la segunda puerta conforme la dirección en que marchábamos.

Otro mensaje:

“De nueva cuenta incumples. Nos veremos obligados a prescindir de tus servicios”.

Mi respuesta: “Háganlo”.

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Me situé en el punto más penumbroso. Aguardar por un taxi en un callejón es demasiado azar. Quizá uno extraviado o que viniese de vuelta a seguidas de dejar pasajeros en la cercanía. El frío arreciaba. Me sentía cada vez más débil. No sé cuánto tiempo me quedé sin consciencia, sentado en el borde de la acera, la cabeza recostada en un árbol. Enrumbé hacia una calle que mostraba mucho tránsito. Iba de un vahído en otro. Los sollozos me anudaban la garganta como cuando era niño y sentía miedo. Me repetía que para librarla al menos hasta llegar a mi apartamento debía afianzarme en que no había ocurrido lo ocurrido. De súbito comprendí lo evidente; lo evidente que hasta ese momento no había concebido: cuán solo estaba en el mundo. La familia tan lejos; eso que llaman los seres queridos, tan lejos. En esta ciudad ni un amigo. Realmente un amigo. ¿Nadie ha querido ser mi amigo o mi amiga o yo no supe ser el amigo de alguien? Busqué en mi mente y en todo este tiempo ni siquiera había fraguado buenos conocidos. Cuán solo estás, cubano; cubano de mierda. [La razón del filósofo español Hernando Sabater. “En los momentos de desesperación es cuando advertimos lo evidente, lo elemental nuestro antes nunca visto”].


 

Carta abierta a Miguel Díaz-Canel

He envejecido en la oposición a su régimen. Cuando usted no había nacido yo era un prematuro anticomunista, totalmente intuitivo, a los 16 años. Tenía 15 cuando el triunfo de la revolución. Hoy tengo 80. No hay derecho a ese continuismo. Y era antibatistiano, también, de una manera natural. El antibatistianismo era la consecuencia de mis padres. Manola y Ernesto lo eran. Llegado al exilio en la tarde del 9 de septiembre de 1961, me sorprendió el cambio que se podía observar en mi padre: era un cambio probatistiano y lo atribuí, sin ningún fundamento, a la nueva esposa que había tomado: Lourdes Anaya-Murillo, hija de unos prominentes batistianos.

Manola seguía siendo antibatistiana. Yo me alegré de que mi madre continuara sintiendo la democracia de la misma forma que yo había aprendido: una absoluta tolerancia con el pensamiento ajeno. Le cuento esta historia para que usted no crea la desinformación que el régimen propaga en sus publicaciones sobre sus adversarios. No tengo nada que ver con la CIA, ni con el terrorismo, ni con Batista, y no hay un adarme de verdad en el bulo de que “Montaner ayudó a adiestrar a Yoani Sánchez en las cosas de Internet” en una visita de ella a Europa. A diferencia de Yoani, directora del magnífico y necesario medio digital 14ymedio, ni sé ni me interesa cómo funciona la red.  Mis conocimientos de estos asuntos son muy limitados. Esas son excusas que siempre pone la Seguridad para descalificar a quienes proponen iniciativas al margen del comunismo, como la que hay en esta carta.

Señor Díaz-Canel, el marxismo, como sustancia del sistema comunista, ha fracasado siempre y con todo tipo de líder que lo ha intentado. Se ha llevado a cabo entre alemanes y ya vio los resultados. Se trató entre los coreanos y ya ha visto usted las consecuencias: en la misma península hay una parte, al norte, que ni siquiera tiene electricidad por las noches. Y en el sur, en cambio, la Corea desarrollada exporta vehículos, televisores y computadoras, y la población tiene un estándar de vida similar al del primer mundo.

Lo que no se ha conseguido es igualar los resultados. No todo el mundo es poderoso y rico en los países más prósperos del planeta. Hay, por supuesto, numerosos pobres en las sociedades más ricas del mundo. Pero, ¿qué tipo de pobre se halla inmerso en esos bolsones de riqueza? En USA la pobreza es de una familia de cuatro personas que tiene ingresos de menos de USD 27,750. Más acceso a las escuelas, los hospitales, las estampillas de alimentación y a la justicia. El welfare state es más impresionante aún en los países nórdicos de Europa. Dinamarca le pagará a mi nieta Claudia por un segundo “máster”. Cuando termine de estudiar podrá enfrentarse a una vida sin deudas.

Esto se paga con los ingresos que generan los salarios de los trabajadores y los beneficios de las empresas. Confiscar las grandes y medianas empresas fue un grave error que se cometió entre junio y diciembre de 1960 en Cuba. Con cobrarles impuestos bastaba. Y confiscar las pequeñas fue una estupidez ocurrida en 1968, donde decenas de miles de empresas pasaron al Estado durante la llamada “Ofensiva revolucionaria”, algunas de ellas formadas por solamente una persona, como los taxis y ciertas barberías y peluquerías. Muy a su pesar, la sociedad cubana se convirtió en la más comunista del planeta.

No he llegado hasta aquí para decirle lo que ya usted sabía. Que Marx estaba equivocado es evidente. Que el comunismo está basado en la apropiación del aparato productivo es un desastre. Que en nuestra Isla ha provocado una catástrofe tremenda, con las ciudades y los caminos destrozados, como si hubieran sufrido un bombardeo de una potencia inclemente, resulta indudable. Lo que merece oírse es “cómo trasformar los reveses en triunfos”, como creo que dicen ustedes mismos.

Verá, señor Díaz-Canel: Hace unos días yo había cumplido 80 años. Recientemente vino a visitarme a Madrid la joven Rosa María Payá. Venía a traerme un libro. Es la hija de Oswaldo, a quien asesinó la Seguridad del Estado en 2012, junto a Harold Cepero. Esto se demuestra en la investigación que ha hecho David E. Hoffman (Give me liberty, Simon & Schuster), quien ha ganado un premio Pulitzer por, precisamente, investigaciones históricas.

Rosa María hoy lidera Cuba Decide y no ceja en su empeño de continuar la misión que su padre, al frente del Movimiento Cristiano de Liberación, impulsó en la isla con el Proyecto Varela. Su objetivo era que se celebrara un plebiscito mediante el cual los cubanos decidieran libremente en las urnas su destino. Objetivo que persigue su hija para acabar de una vez con la maldición del continuismo que usted tristemente preside. Mi tiempo ya ha pasado. El tiempo del castrismo se agotó. En realidad, nació condenado al fracaso. Es el momento de jóvenes como Rosa María Payá dentro y fuera de la isla, que buscan afanosamente lo que ella resume como “la defensa de la libertad, la democracia y los derechos humanos”. Aprenda de ellos. Todavía puede hacerlo. Cuando Raúl muera, se lo harán a usted.


Grito en la oscuridad

Entre sensaciones contrapuestas, he leído el más reciente poemario de Abel Germán: A la eternidad en punto. No sé por qué, aunque no falten motivos, su lectura me estuvo remitiendo todo el tiempo a El Grito, cuadro del pintor noruego Edvard Munch. No veo un vínculo de semejanzas entre Abel y Munch, ni creo que el cuadro más famoso del pintor guarde directamente puntos en común con el libro del poeta. Aunque sí comparten un aturdidor hechizo que justificaría cualquier ilación.

En El Grito, atrapas, desde la primera mirada, la desolación y el pavor que expresa el rostro de una figura humana con la boca abierta y las manos a la cabeza. Es todo lo que necesitó el artista para mostrarnos su despeñadero existencial. O casi todo, pues al repasar detalles, luego de ese primer vistazo, nos damos cuenta de que el grito, detonador de la expresión del rostro, tal vez no proceda del interior de la figura, sino de algún otro sitio indeterminado. Entonces la boca abierta pudiera ser efecto y no causa. Y es ahí justamente donde pude haber hallado el hilo de esencias entre el cuadro y este libro.

En A la eternidad en punto, Abel suele hablar sobre Abel consigo mismo, pero como si hablara con otro, y acerca de otro. “Desde lejos llega la voz del otro, el real que se inventa a sí mismo…” Es verdad que en la introducción del poemario nos ha dejado entender que departe con su hermano Andrés, otro admirable poeta. No obstante, a mí me resulta difícil determinar si el grito desesperanzado que proyecta este poemario, es, como el grito de Munch, motivación o consecuencia de un agrio desbarranque interior. ¿Es clamor que el poeta exterioriza o eco de clamores lejanos que llegan hasta él? Tal vez sea imposible precisarlo, aun para el propio Abel. Ni falta que hace. Ya que a pesar del doloroso corpus del desastre que nos está describiendo (o justo por la brillantez de la descripción) lo determinante es que se trata de un ejercicio poético de singular valía.

Sea en diálogo con su propio interior, o con su hermano, o con el que se inventa a sí mismo, o con todos juntos y a la vez, Abel desgrana en versos memorables la angustia que va experimentando ante el paso del tiempo, el cual no pasa sino arrastrando a los que pasan en busca de la eternidad, que no está más allá ni en ninguna otra parte, como nos gusta creer, puesto que la eternidad no es nada. Lo eterno se resume en lo que siempre es, tal como nos vienen advirtiendo desde Platón, dado que el tiempo es la imagen móvil de la eternidad, y la movilidad temporal se contrapone a la inmovilidad de lo eterno: “Apenas deja margen para que las cosas/ sigan su camino y la luz continúe llegando/ a los rincones donde las dudas se acumulan como/ cucarachas. Sí, como esos bichos eternos…”

Grito en la oscuridad, aunque emitido por una voz fulgente, este poemario expone en su dramática magnitud la consternación del poeta frente a ese punto de no retorno al que estamos destinados desde el nacimiento, lo cual no nos impide vislumbrarlo entre penosas irresoluciones. No en balde en sus versos abundan las interrogantes cuyas respuestas suelen ser otras interrogantes: ‘¿Por qué nunca organicé mi fracaso? ¿Por qué mi respuesta personal fue solo ésta?/ ¿Por qué insisto en ello? –Y miro una luna descacharrada./ Esta es la línea roja (si es tal), estas son las preguntas (si las hay),/ y este el futuro (si tal cosa es posible)./ Cuando se envejece es así, es lo que sucede, doy fe. Hay una línea roja,/ un sitio marcado por esa línea/ y un viejo parado allí, equilibrándose como puede,/ volviéndose atrás y exclamando/ el primer ‘por qué’ del mundo, ese primer nombre propio del/ pánico, y se cae ¡PAF! Como una plasta de eternidad…” Esto es poesía del escalofrío, pero cuya lucidez sosiega. Es hipnótica divagación que, sin embargo, tira directo a la diana lanzando dudas que no requieren aclaratoria, pues las tenemos claras, por más cómodo que nos resulte ignorarlas.

De ahí mis sensaciones contrapuestas al leer el libro, muy parecidas a las que me asaltaron ante el cuadro de Edvard Munch: Deleite e inquieta descolocación, alegría y sobrecogimiento, ganas por momentos de apartar la vista y pasar página, aun sabiendo que no iba a hacerlo, que no sería capaz, pues lo impedía ese gozoso retemblar de las entrañas que produce el acercamiento a una obra de arte talla extra.

Entonces, no hay escape que valga. Como no sea el de disfrutar a plenitud esta alhaja. Y volver sobre ella otra y otra vez, en la inapelable deriva hacia la eternidad. Entretanto: “Un ángel astroso empuja un carrito de la compra/ desbordado de relojes incorruptos –Oíd su música. Hace sangrar los oídos-./ Dichos relojes mueven las manecillas retorcidas como si arrastrasen, trabajosamente,/ a Dios”.


 

Nixon en China

Acabo de ver la ópera de John Adams sobre Nixon en China. Una obra de esa envergadura sólo puede verse en el Teatro Real de Madrid o en el Palau de la Música Catalana. Su grandiosa escenificación, sus coros, su instrumentación, requería un edificio adecuado. Tardó más de treinta años en verse en Madrid. Se estrenó en 1987 sobre sucesos que habían ocurrido en 1972. Se ve, se palpa, que le han pasado los años por las ojeras y las mataduras. Alice Goodman, una judía estadounidense que eligió ser sacerdotisa anglicana, hizo el libreto de la ópera. Actualmente es Capellana del Trinity College en Gran Bretaña. Está casada con Geoffrey Hill, un poeta inglés. (Benny Goodman, músico y director de una gran banda de jazz, era también judío, y su mujer se llamaba Alice, pero creo que nada tuvo que ver con esta nueva Alice Goodman, poetisa nacida en 1958).

En febrero 22 de 1972 Nixon está en Pekín. Recuerda que en ese día nació George Washington y lo ve como un buen augurio. Pero oculta lo que sería un leit motiv de Henri Kissinger, su consejero más importante: sacar a USA del reñidero europeo y asiático. Esencialmente, se trata de la lección sobre política internacional que ofrece George Washington en su “Discurso de Despedida” (1796) sobre la recién nacida república americana. Lo hizo publicar en el más importante diario estadounidense de la época, naturalmente de Filadelfia. Hay que separarse de las disputas de Europa -dice GW-. Estados Unidos no debe mezclarse con esa clase de sangrientos incidentes. (Eso es lo que predica Henry Kissinger, junto a su evaluación de que no hay nada excepcional en el devenir americano). Washington muere dos años y medio después de pronunciar su “Discurso de despedida”. Está dedicado, como Cincinato, a sus asuntos privados tras la proeza de derrotar a los ingleses.

Zhou Enlai es el Primer Ministro cuando preparan el viaje de Richard Nixon para reunirse con Mao Zedong. Mao habla como un profeta en apotegmas. Zhou está a cargo de las relaciones exteriores. Dice cosas inteligentes e inteligibles. Pat Nixon, la mujer del presidente de USA, está llena de empatía por las mujeres chinas y lo comunica de una manera excelente. Entre todos están preparando la traición de Taiwán.

En la vida real, no en la ópera, se produce el Watergate (1972) y tras ese escándalo la renuncia de Nixon (1974), precedida por la entrega de la vicepresidencia (1973). Gobierna y preside el país Gerald Ford, exportavoz del Partido Republicano en la Cámara de Representantes (el único republicano que tenía ascendencia entre la bancada demócrata), sucesor constitucional del vicepresidente Spiro T. Agnew (1969-1973), quien llegó a un arreglo con sus captores por una cuestión fiscal de apenas 29 mil dólares: él no se presentaría a otro cargo electoral mientras pudiera acogerse a no visitar la cárcel. Agnew responsabilizó a Nixon de sus sufrimientos y pesares. Según él, Nixon entregó su cabeza inútilmente. Después pidieron la suya y las de otros colaboradores. Casi 70 personas fueron acusadas. 48 fueron condenadas a cárcel.

Si la ópera hubiera sido escrita en el año 2000 no traería las locuras de Mao (“El salto adelante” y, sobre todo, “La revolución cultural”), sino sobre las realizaciones de Deng Xiaoping. Hechas todas bajo un aforismo que implicaba que había terminado la época del voluntarismo de Mao: “qué importa si el gato es blanco o negro, con tal de que cace ratones”. China había sido hasta el siglo XV la primera nación de la Tierra. Y había ocupado ese puesto envidiable, precisamente por eso: porque se enfrentó a los problemas con una visión no ideológica, sino práctica. Deng focalizó en la filosofía la solución de los problemas. De ahí que es inútil tratar de encontrar un “modelo” en la China que comparece ante la historia (en nuestros días, claro está). Fueron abriendo el mercado en la medida que lo permitía la reforma.

Deng disparó un dardo envenenado contra el marxismo-leninismo cuando dijo que “enriquecerse es bello”. No hay otra forma de enriquecerse que con los capitanes de empresas devorando y reinvirtiendo la diferencia entre lo que valen las cosas al pie de la máquina y el precio de venta al público, la famosa plusvalía que, de acuerdo con Marx, debería ser asignada a los trabajadoresSólo que hay factores subjetivos que no entran en la ecuación como demostraron los marginalistas en la época misma de Marx, comenzando por William S. Jevons, Carl Menger y León Walrás, hasta Eugen Böhn-Barwek que le dedicó todo un capítulo de su libro (Capital e interés, 1884) que Marx no pudo leer porque apareció un año después de que él muriera en 1883.

Pero vivimos en la era de Xi Jinping y no en la época de Deng Xiaoping (1904-1997), “el arquitecto de la China moderna”, como le llaman los compatriotas más reverentes, quien tenía una gran prensa, pese a la matanza de la Plaza de Tiananmén en 1989, donde murieron, quizás, miles de personas, aunque el gobierno reconoce menos de 500. ¿En qué coinciden Deng y Xi? Por lo pronto, ambos son reformistas y no confían en el marxismo, aunque se sirven del Partido Comunista Chino. En la reunión que Biden y su homólogo chino sostuvieron en noviembre de 2022 se reafirmó que no habría una “Guerra Fría” entre USA y China. Xi fue a decirle a Biden que Rusia tira la toalla en Ucrania a cambio de internacionalizar el mar en torno a la península de Crimea.  ¿Se animaría el equipo -John Adams y Alice Goodman- a forjar una nueva ópera? Lo que cambia son los personajes que mueven los hilos de la historia.


‘La patrocinadora’, el nuevo musical de Miami

Magilee y Eliana Sasics protagonizan La patrocinadora, el nuevo musical de Miami que se presentará en Microteatro, en el Maurice Ferré Park (1075 Biscayne Blvd) con funciones de jueves a sábado, de 8.00 p.m. a 11.00 p.m., a partir del 4 de mayo próximo.

La temporada de estreno mundial corre hasta el 3 de junio de 2023 y las entradas pueden adquirirse en Ticket Plate Punto Com. Para presentaciones privadas de pre-estreno, llamar al (754) 333-1423.

La patrocinadora es un espectáculo difícil de clasificar”, apunta la dirección de la obra. “Está construido como una ópera, las escenas se cantan y a la vez se actúan, pero aquí el clasicismo es suplantado por una actualidad conmovedora. Los personajes no son íconos del libreto, sino sobrevivientes de una sociedad despiadada (la cubana), donde el hombre es el enemigo del hombre”.

Starring: Magilee y Eliana Sasics
Escrita y dirigida por Yoshvani Medina
Orquestación: Rafael Sotomayor (Sotimbiri)
Producción: Centro Cultural Español y Parte Tours


 

Catarsis cubana en un jacuzzi

Fuimos a ver Jacuzzi, una obra de teatro que se estrenó en Cuba. El plural nada tiene de mayestático. Éramos cuatro personas: Linda (mi mujer), Gina (nuestra hija, también periodista) y Rogelio Quintana, un ilustrador y pintor, escapado de Cuba, que lleva más de 40 años en España,. El cuarto, claro, era yo. Se trataba de un martes por la noche. La sala, en el Teatro Lara, en Madrid, estaba a reventar. Los actores, Yunior García Aguilera, autor de la obra y que se representa a sí mismo, Claudia Álvarez –“Susi” en la obra- y Yadier Fernández, “Pepe” en la obra. Los tres estuvieron magníficos. Son prodigiosamente “naturales”. Tanto, que los despidieron con aplausos sostenidos y tres veces debieron regresar al escenario.

Nada de jacuzzi: una simple bañera o, como dicen los cubanos, “bañadera” llena de agua y espuma. Susi ha trabajado en el exterior hasta reunir una cantidad de dinero que le ha permitido adquirir una casa en Cuba, jacuzzi incluida. (No hay duda de que Raúl ha sido mejor que Fidel en ese extremo, o menos estúpido). Susi ha regresado triunfadora de sus benditos trabajos. Susi se queja de la revolución en cosas concretas: lo caro que está “todo”, y especialmente, que es imposible trabajar para mejorar la calidad de la vida, “salvo los hijos de papá”, que tienen todo a su favor. Pepe es el revolucionario, hijo y nieto de quienes han defendido el “proceso”, y amenaza a todos los “gusanos” de actuar contra ellos, pero admite que la situación es desesperante ante una realidad que se deteriora irremisiblemente. Yunior es un idealista que desea ser amigo de revolucionarios y contrarrevolucionarios, porque no acepta la premisa de que existe una criatura refractaria per se a los valores de la amistad y la decencia. Quiere ser una persona libre y elegir a sus amigos más allá de la estrechez que le impone la revolución. Sin embargo, es Pepe quien pide y dice constantemente “que no se hable más de política”. Es una declaración que le impone la revolución y la que él admite sin ambages.

Hay dos momentos cumbre en la representación de Jacuzzi. Uno cuando Yunior le dice a Pepe que, pese a la bazofia que debe oír cuando él defiende la revolución, y la pretendida gratitud que se supone que la gente siente cuando se habla de los “logros” de la revolución, Pepe sigue siendo su “mejor” amigo. No importan los “teques” que Pepe ha debido aprenderse de memoria. Siempre hay y habrá un lugar en el corazón de Yunior para venerar a su amigo. El segundo momento cumbre es el que provoca Yunior cuando crea Archipiélago a los 40 años de edad en La Habana, junto a Dayana Prieto, su mujer, -monólogo evidentemente escrito fuera de la Isla-, y desarrolla una estrategia para sacar a los cubanos a manifestarse como si Cuba fuera un país libre. No lo es. Fueron a su modesta vivienda y le montaron un “acto de repudio”, en el que sus vecinos no quisieron participar porque a sus vecinos les constaba que eran un par de jóvenes decentes y laboriosos . Y tan no lo es, que acabó exiliado en España, traicionado por la propia gente que parecía ayudarlo, acusado de “agente de la CIA” y complotado con Felipe González para alguna cosa inconfesable.

Bienvenido al selecto club de los “agentes de la CIA”. Espero que de tanto machacar esa infamia del régimen castrista haya perdido totalmente su eficacia. Cuba es el único país del mundo que dio la orden por escrito, en los años sesenta, cuando la generación de Archipiélago ni siquiera había nacido, de interrumpir las relaciones con los “desafectos” de la revolución. Y la única sociedad que se atrevió a cumplirla. Esposos y esposas que nunca más supieron de sus cónyuges y parejas. Hijos que no volvieron a saber de sus padres y viceversa. Hermanos y amigos que simulaban no ver a sus relacionados para que no los asociaran. En el colmo del machismo, servicios secretos que espiaban la entrepierna de las mujeres de los gerifaltes para sorprenderlas en sus correrías y exigirles que se dedicaran a espiar a sus maridos o que se divorciaran. La consigna era muy clara: “nunca hubo un dirigente revolucionario tarreado”.

Espero que Yunior García Aguilera se dé cuenta que el único favor que le ha hecho la Seguridad es arrojarlo fuera del calabozo y de la Isla de Cuba. Al régimen se le planteó una disyuntiva: matarlo o exiliarlo. Se decidieron por la segunda, pero antes o simultáneamente crearían una atmósfera de sospecha. En el exilio, no hay duda, existe libertad creativa. El martes pasado lo demostró Yunior agitando la catarsis cubana en un jacuzzi.


 

Una historia de amor (II)

Fragmento de Un mariachi viejo. “Una historia de amor”.
Novela inédita de Félix Luis Viera


 

2

Cinthya fue al baño y aproveché para acercarme a la mujer; de mediana estatura, el porte airoso, vestida de rosado fuerte, pantalón muy ajustado, blusa con el corte acaso cuatro pulgadas más abajo del ombligo. Se notaba maciza.

La saludé con gentileza y le dije mi nombre y apellidos. Era argentina. Tenía los ojos verdes, rasgados. Se llamaba María Falconi, me anunció mientras me miraba como quien tritura.

Me señaló cómo sería posible que me acercara a ella si yo estaba con otra mujer. Son deseos que siente uno, le confié. Deseos que yo había sabido guardar hasta que la mujer que iba conmigo se había ausentado, me replicó con tono recriminatorio y a la par sonriendo. Le respondí que ella había ido al baño. Vos te la estás jugando a una micción, dijo todavía sonriendo y con mirada de quien desea descorchar al interlocutor.

4

María Falconi viajaba en el asiento delante del nuestro; precisamente delante de mí. Su cabello, castaño oscuro, brillante, lucía entretejido. ¿Tendría la nuca también de color tostado como la cara? Puede que su nuca, si siempre llevaba el cabello como ahora, fuese blanquecina; al menos un poco. Delante de la nuca y un poquito hacia arriba: ¿qué estaría pasando, ahora mismo, por el cerebro de María Falconi?

 7

En la primera escala coincidimos camino del baño. María y yo demoramos menos que Cinthya. Ya sería media mañana avanzada y los ojos de María Falconi, con la luz de frente, me produjeron esa suerte de espanto que solo una belleza destructiva puede ocasionarnos. Los había abierto a todo dar mientras sonreía a la vez que me destinaba una respuesta. ¿Por qué María Falconi iba sola? Nada, sola por estar sola, respondió sin dejar de sonreír. ¿Por qué, si se infería de lo dicho que no le interesaban las pirámides, hacía el viaje? Ahora contestó apoyándose en una de sus miradas de raja hierro: nada, por ir, por ver qué le gusta a ciertas personas. Al volver Cinthya, le preguntó si podía acompañarnos durante el resto del viaje, “pues como ya usted ha podido apreciar, estoy muy sola”. “Claro”, respondió Cinthya.

9

En la segunda escala tomamos refrescos naturales. María lo pidió de tamarindo. Ella pagó los tres, con un billete de cien pesos. (Su billetera era rosado intenso).Le propuso a Cinthya ir al baño. Regresó de primera y estuvimos acaso cuatro minutos conversando. Antes, en persona, yo no había escuchado —y visto— a alguien de Argentina con acento porteño. Me pareció hermoso; todo lo contrario de lo mismo que me había llegado por medio del cine, la televisión. Me entusiasmó sobremanera el modo sobrado, ampuloso de pronunciar las yes. Y sentí que cierto timbre me tocaba por dentro en algunas de sus inflexiones en ascenso y alargadas durante los finales de las frases que terminaban en vocal. Comprendí que el rostro de María Falconi se embellecía aún más mediante el lenguaje facial. Su voz me llegaba como un susurro casi alto digamos, quizás como filas de breves gotas de agua que se iban quebrando.

 11

En el equinoccio de primavera llega mucha gente. Más que en todo el año. En ocasiones han sido más de 60 mil durante esos dos días. Muchos de los visitantes para nutrirse de la “energía” ambiente. Hay “energía” en Teotihuacan, en la cúspide de la Pirámide del Sol sobre todo. Algunos suben los sesenta y tres metros para recibir la energía —en las postales de promoción se ven con los brazos levantados en dirección al cielo—. ¿Puede desarrollarse una sociedad en donde esto ocurra? Son los segmentos de una comunidad que retardan el avance. Por muy diestra, objetiva, talentosa que sea una mayoría, su hacer se atasca gracias a esta escoria.

Desde setenta y dos horas atrás, Cinthya me insiste para que la acompañe a subir la Pirámide del Sol. Le he contestado que lo pensaría. Pero ahora, viéndola en persona —a la pirámide—, resulta una barbaridad. Sus 63 metros, 238 escalones pueden sentirse como el doble: el plano me parece demasiado empinado. O es que ya me he agotado solo de mirarla. Se suma el calor. El sol está metiendo hacia abajo como si nos estuviera cobrando una deuda. Estallan ventoleras que levantan polvorazos. Cinthya la subirá únicamente para disfrutar de la vista desde allá arriba; fabulosa, grandiosa, espectacular —ha dicho—, no para recargar energía.

14

María Falconi se encaminó hacia un lado después de avisar que sabía dónde vendían refrescos y regresó con tres. Gaseosas, vertidas en vasos de cartón —“bioplásticos”, aclaró mediante su voz, que por instantes parece sollozos delicados, y con el gesto de cara que la embellece hasta donde ya es imposible vivir ecuánime—; al terminar, cada cual debe guardar el suyo en su bolsa para posteriormente tirarlo en algún depósito, dice y se da el primer trago. Al sorber, cerró sus ojos y se me ocurrió una hipérbole bastante chafa: “El derredor se ha quedado sin verdores”.

 17

Yo terminé de primero y María Falconi de segundo. Esperábamos a Cinthya a diez metros de los baños aproximadamente. María Falconi me había propuesto avanzar hasta allí para no molestar a quienes salían y llegaban. Pasado un tramo, breve, de silencio, me pidió que le atendiera. Lo hice. Ella, más bien musitando, que tal vez yo no supiese que las plantas de ornamento tienen vida propia, y aun son capaces de escuchar la voz humana y en ocasiones hasta de contestar mediante determinados movimientos; que probablemente yo ignoraba lo importante que resulta en la vida saber con exactitud de qué lado deben quedarnos ciertos cubiertos al sentarnos a la mesa y cómo debe uno servirse la sopa y cualquier otro alimento líquido y también era muy posible que yo desconociera que la buena educación indica dejar al menos un poquito de comida al terminar… Entonces marcó una pausa que me pareció demasiado larga. Finalmente, me pidió que la mirara a la cara —estaba frente a la luz, sus ojos verdes, rasgados, más que proyectar el verdor, parecían destilarlo—. Me tomó de una mano. Y sin apartar la vista, con tono lastimero: “Pibe, hay dos razones que te impedirían ser mi varón”.


 

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