La cabrona palabra

Cortesía Pixabay

Cuba es un país en caos delictuoso donde se cultiva la transgresión de la ley como práctica corriente, orgánica, desde altos y bajos fondos, articulados en dos estratos que hoy se entremezclan, complementándose, debido a la crisis sistémica.

Y entre los más eficientes conductos de esta desgracia alinea la cabrona palabra sacrificio.

Su significado latín de hacer sagradas las cosas le cayó del cielo a la dictadura fidelista para imponernos el hambre, la miseria y la ruina como vías sacrosantas para la conquista de un futuro que es como la cerca: mientras más cerca, más lejos.

Al final, por su sacrosanta mediación nos vino igualmente el origen de esta muy grave falla antropológica que ahora marca nuestra identidad, la cosa nostra cubana.

En la historia de las últimas décadas, el trapicheo y la acción ilegal no dejaron de ser nunca palancas para el socorro de la gente de a pie. Lo que menos ha importado es que desde lejos nos den cero en urbanidad y aun en comportamiento civilizado. Quizás en Berna o en Tokyo resulte moralmente inadmisible (además de muy raro) que un empleado se robe dos pollos en el mercado donde trabaja, uno para la comida de su familia y el otro para venderlo con el fin de cubrir otras urgencias. Pero en Cuba, antes de evaluar la implicación moral del acto, se impuso comprender que era imperativo de supervivencia. Así empezamos. Y es lo dicho, no era malo completamente, aun cuando tampoco fuera bueno. Lo malo consistía en que, casi sin querer, estábamos trenzando desde abajo los primeros hilos de este entramado facinoroso que llegaría a enredarnos a todos, sea como actores activos o copartícipes pasivos.

Desde abajo, he dicho, porque desde arriba el entretejido de la plataforma mafiosa se trenzó mucho más atrás en el tiempo, a partir de las propias bases del surgimiento de nuestra isla como nación. Sólo que con el gobierno revolucionario alcanzaría estatus de mal endémico, omnipresente e irremediable, donde la corrupción económica, el nepotismo, el fraude y el violento abuso de la fuerza bruta dejaron de manifestarse a través de casos puntuales, más o menos frecuentes, para ser la esencia misma del poder, su quid delictivo.

Por arriba, el entretejido de esta cosa nostra a escala nacional obtuvo sus primeras puntadas en los propios inicios de los años sesenta. Mientras que por abajo nos vimos obligados a degenerar, atrapados en la red de un totalitarismo arrasador de bienes y valores, que nos impuso el delito como derivación del sacrificio.

La cabrona palabra, dispuesta, implantada y férreamente controlada desde arriba por quienes jamás la asumieron para sí, nos inoculó el acto delictivo como parte de nuestra idiosincrasia, de nuestras nuevas tradiciones. Mientras, en los bajos fondos del poder la corrupción ya estaba a cargo, con mando absoluto y sin contrapartidas institucionales. No es que en otros países y sistemas no exista, pero generalmente suele darse como excrecencia, en tanto en Cuba se ha hecho orgánica como representación del poder, al tiempo que entre la población común sustituyó al trabajo y a sus agentes naturales, la eficacia económica, la producción de bienes y la formación de valores morales y espirituales.

Así, pues, hoy, Cuba es un país de manos arriba y todos al suelo, y, según parece, su inserción (¿inminente?) en el mundo democrático, lejos de subvertir tan vergonzoso cuadro, en los primeros años al menos será campo fértil para su afianzamiento. Si el fidelismo incubó el patógeno, un sistema democrático lastrado con todas las taras del subdesarrollo andará lejos de ser el ideal para extirparlo.

No obstante, algo tal vez ganaríamos si, aunque fuese para empezar, los gobernantes del futuro desterrarán de sus discursos esa cabrona palabra: sacrificio.


 

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El escritor habanero José Hugo Fernández ha publicado una treintena de libros, entre ellos, las novelas “Los jinetes fantasmas”, “Parábola de Belén con los Pastores”, “Mujer con rosa en el pubis”, “Florángel”, “El sapo que se tragó la luna”, “La tarántula roja”, “Cacería”, “Agnes La Giganta” o “El hombre con la sombra de humo”; los libros de relatos “La isla de los mirlos negros”, “Yo que fui tranvía del deseo”, “Hombre recostado a una victrola”, “Muerto vivo en Silkeborg” o “La novia del monstruo”. Los libros de ensayos y de crónicas “Las formas del olvido”, “El huevo de Hitchcock”, “Siluetas contra el muro”, “Los timbales de Dios”, “La explosión del cometa”, “Habana Cool”, “Rizos de miedo en La Habana”, “Una brizna de polen sobre el abismo”, “La que destapa los truenos”, o “Entre Cantinflas y Buster Keaton”. Trabajó como periodista independiente en La Habana durante más de 20 años. Reside actualmente en Miami.