A Leandro no le han pedido perdón

Foto cortesía Pixabay

Rosa y Pepe eran una pareja de ancianos que vivían en mi edificio. Rosa era una señora de esas que huelen a recién bañadas con el pecho blanco de talco, y parecía estar siempre molesta. Pepe era un viejito de esos que andan con una jabita de yute vacía colgando del brazo y te hacen una mueca o una gracia para hacerte sonreír.

Rosa y Pepe tenían dos hijos. Uno, Pepito, era ese hombre que a mis 9 años yo encontraba bien parecido, y que mi papá decía era un batido de mandarria porque no saludaba cuando te lo cruzabas en el pasillo del edificio. Y el otro, Leandro, un hombre realmente hermoso, que una tarde tocó la puerta de mi casa, con una sonrisa y una fragilidad cautivadoras, para darle un abrazo a mi papá. Había venido de otro país a saludar a su amiguito de la infancia.

Nadie en ese momento me contó, pero yo hablaba poco y escuchaba mucho. Al parecer Leandro había sido famoso en esa cuadra de la calle Suárez en la Habana Vieja. A Leandro le habían hecho un acto de repudio en el cual, como si no fueran suficientes los huevos y las ofensas, en la primera línea de ataque estaban Pepe el papá y Pepito corazón de cemento, el hermano. Leandro era traidor y gusano por tomar la decisión de abandonar la Revolución Socialista, o, de otra forma, Leandro era gay, lo que lo convertía en traidor y gusano para la Revolución Socialista. 

De esa tarde en el balcón hay una foto muy bonita a pesar de quedar movida y del cuerpo enjuto noventero de mi papá. Después que se fue, recuerdo las caras y muecas de mi papá y mi abuela, hablando bajito y por señas para que no escucharan los vecinos, los papás de Leandro “el traidor”.

-¿Y ahora qué va a decir Rosa, después de vocear que solo tenía un hijo? -decía mi abuela, que, ante todo, siempre escogió ser madre.

Eran los 90s y los tiempos parecían haber cambiado. La gente andaba más callada y flaca, quizá por conciencia, quizá porque ya no había qué tirar, quizá porque el agua con azúcar en el estómago vacío no alcanzaba para gritar frases de odio a un extraño. Y Leandro no venía a ver a los tiradores de huevos e insultos, venía a darle un beso a sus viejos, que siempre serían sus viejos.

Yo ahora comprendo por qué Rosa siempre andaba molesta, y por qué a Pepito le costaba tanto abrir la boca para dejar salir un “Buenos días”. Quizá solo era un mal educado, pero quizá a veces también sentía vergüenza, o quizá hubiese preferido no tener que pelearse para siempre con su único hermano.

¿Puede haber algo más violento que un padre o una madre abandonando a su hijo? Supongo que el hecho de que el padre repudie a su hijo porque una Revolución Socialista así se lo exige, porque la lógica a seguir es “si no es hijo de la Revolución tampoco puede ser tu hijo o tu hermano”, porque simplemente no puedes tener de hijo o hermano a una mala persona. Porque no se trata aquí de personas que piensan o sienten diferente, se trata de personas sin valores, personas menos personas, eso es lo que son los que no están con La Revolución Socialista.

Mi papá siempre decía rojo de indignación:

-Es que ellos son los mismos… en otros lugares, el gobierno se equivoca y después viene otro gobierno y así, pero ellos son los mismos.

En estos últimos días en que parece hemos vuelto a los 80s, he entendido la importancia de la frase de mi papá. Mi papá, que nació con la Revolución y la ha vivido enterita, y que es un buen hombre (mi papá, yo lo quiero mucho a mi papá -nada tiene que ver con esta historia, pero quería decirlo igual).

Ellos son los mismos y no han pedido perdón. Ellos son los mismos y no han reconocido sus errores. Y es que si lo hicieran tendrían que juzgarse ellos mismos, porque Ellos son los mismos y no fueron errores los que cometieron, sino delitos. Y porque Ellos son los mismos que han dividido, que han humillado, atropellado, difamado, perseguido, fracturado la confianza de un país entero, y han quedado impunes, Ellos mismos se dan el lujo de repetir la historia, aunque ahora los nuevos tiradores de “huevos” crean más en La Yuma que en la Revolución Socialista.

Es lo que pasa cuando le quitas a un pueblo la cabeza, y lo conviertes en cuerpo con estómago y sexo, y nadamos en el agua sucia, sin memoria, sin entender a dónde vamos, sin preguntarnos por qué nos han regresado a ese momento en que somos otra vez cuerpos violentos que se rebelan contra ellos mismos.

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