Nueva máquina de la felicidad

Juan Carlos Recio

En Discurso de los vivos (Editorial Lunetra, 2023) hay un hermoso poema donde Juan Carlos Recio ensarta dos figuras literarias de muy diferentes procedencias, pero con un poder simbólico que las consustancia. Dice el poeta: Pateando su cabeza de luciérnaga,/ Leo Auffman se inventó el destino;/ mi cabeza de animal, golpeada,/ espera un copo de nieve para guardarlo/ en la tercera falda de Ana Bronski. Entre Auffman, personaje de Ray Bradbury que anhelaba (en vano) construir la máquina de la felicidad, y Bronski, madre protectora por excelencia, según Günter Grass, creo haber visto discurrir el discurso poético de este libro, que tal vez Recio encaró como un replanteo de cuanto había dejado en su país, en su hogar guajiro, y sobre todo en la niñez y adolescencia, que es lo más parecido a la felicidad, en tanto pasamos fugazmente sobre ellas, huyendo con nuestra sombra por delante.

Desde luego que ni en el poema en cuestión ni en el resto del libro encontraremos la morriña y el desconsuelo que suelen actuar como tópicos en el tratamiento de este tipo de asunto. Supongo que al igual que todos, Recio tienda a reconocerse a sí mismo a través de lo que escribe. Pero ya que en una poesía de esencias como la suya tal aspiración nunca se concreta en el hallazgo sino en la búsqueda, ese interés no podría quedar anclado en la historia. Más bien flota sobre ella, valiéndose de un lenguaje de porte ligero, pero tan vivificante como el oxígeno. Nunca he estado lejos,/ aunque viva feliz en las torres de humo,/ donde al igual que un tren/ uno lleva dentro a las personas que necesita… He aquí entonces la manera en que las piezas de Discurso de los vivos expresan y encubren a un tiempo las nostalgias de su autor, logrando equilibrar el simple recuerdo con la autorrevelación.

Funámbulo de la palabra, el poeta zigzaguea entre el gorrión y la chanza, entre la acritud, el desenfado, la terneza y el dardo inteligente y procaz: Admito mi doble moral y los vestidos que usé/ para imitarte violada bajo el árbol, ha jugado a confesar en otra de las perlas del libro. El uso de la imagen como punto de partida para expresar ideas resulta contrapuesto en sus poemas, pues, aunque Recio evidencia un apego especial por lo narrativo, éste nunca es asumido por él como fin sino como excusa. No narra para contar cosas sino para deslizar intenciones. De la misma manera en que puntea el verbo para hacernos creer que está aleccionándonos cuando en realidad sólo intenta dialogar consigo mismo: Eres semejanza cuando partes/ desde una ruina en círculo a otra ruina.

No conozco las fechas de origen de estos poemas, aunque me parece que algunos fueron escritos hace años, quizá cuando el autor aún vivía en Cuba. De cualquier manera, desde el primero hasta el último verso del libro me dejaron la satisfacción de haber asistido como lector a un ejercicio poético en plenitud, con lenguaje cristalino, robusto y dúctil a la vez, capaz de conseguir el tan codiciado (y arduo) efecto de conexión empática con el destinatario, por más que el poeta no muestre empeño en encandilar a nadie, sino apenas en dar salida a sus encandilamientos personales.

Es más o menos como he creído entender este Discurso de los vivos, con Juan Carlos Recio inventando su propia máquina de la felicidad (o jugando a inventarla), aunque no al modo de Leo Auffman, quien necesitaba soñar para no preguntarse cómo funciona en realidad la vida. Aquí el poeta ha preferido guiarse por aquel principio agustiniano según el cual desear la felicidad es más importante que conseguirla. Así que arma su invento sobre bases confiables, recreando la intensidad de los instantes sin perder de vista las limitaciones a las que nos somete nuestro frágil presente. Después de todo, ya quedó dicho que sólo el buen arte puede fortalecernos sin consolarnos.


 

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El escritor habanero José Hugo Fernández ha publicado una treintena de libros, entre ellos, las novelas “Los jinetes fantasmas”, “Parábola de Belén con los Pastores”, “Mujer con rosa en el pubis”, “Florángel”, “El sapo que se tragó la luna”, “La tarántula roja”, “Cacería”, “Agnes La Giganta” o “El hombre con la sombra de humo”; los libros de relatos “La isla de los mirlos negros”, “Yo que fui tranvía del deseo”, “Hombre recostado a una victrola”, “Muerto vivo en Silkeborg” o “La novia del monstruo”. Los libros de ensayos y de crónicas “Las formas del olvido”, “El huevo de Hitchcock”, “Siluetas contra el muro”, “Los timbales de Dios”, “La explosión del cometa”, “Habana Cool”, “Rizos de miedo en La Habana”, “Una brizna de polen sobre el abismo”, “La que destapa los truenos”, o “Entre Cantinflas y Buster Keaton”. Trabajó como periodista independiente en La Habana durante más de 20 años. Reside actualmente en Miami.