Camila Lobón desdramatiza la historia para verla desde otra perspectiva

Dicen que las rubias son tontas. Cuando alguien expresa esto no sé a cuáles rubias se refiere. Dado que el mundo de las artes ha aportado rubias tan trascendentes como Marilyn Monroe, y en las artes visuales cubanas a Camila Lobón (en relación a su generación), este lugar común carece de sentido.

En su generación millennials, Camila es una promesa a trascender en los anales de la manifestación que desempeña. Marca una pauta sobre sus contemporáneos siguiendo una ruta propia que da autenticidad a su arte. Su estilo novedoso, que hace que el espectador pueda dudar de si está en presencia de una escritora o de una artista visual, se acompasa con gran armonía a las ideas y conceptos que conforman las bases de su trabajo. En su obra no hay elementos casuales o colocados al azar, ella sabe lo que hace a la hora de expresar cada tesis para así utilizar los recursos necesarios en pos de comunicar de forma clara y, a la vez, con la frescura e ingenio de su juventud.

Siempre que se habla de Camila Lobón se piensa en una artista visual, pero en tu trabajo hay tanto de artes visuales como de literatura. ¿Qué significado tienen en tu obra ambas manifestaciones?

Yo me gradué primero de la Vicentina, la escuela de artes de Camagüey, pues soy de allí, y luego entré al Instituto Superior de Arte (ISA), donde me gradué el año pasado. En el ISA hice fotografía, video, etc. En tercer año es que empiezo a conformar los libros ilustrados. Realmente a mí no me gusta escribir, la literatura es algo a lo cual le tengo mucho respeto. Pero cuando comencé a dibujar me gustó como una herramienta para narrar. Entonces tenía como muchas ideas e historias en la cabeza que quería contar, entendiendo el arte como un medio para narrar historias y, bueno, comencé a hacer estos libros con un complemento textual, pues utilizan un poco la estética del libro infantil y del fotolibro.

El texto es más bien como una guía para entender la historia o para contar lo que la imagen no puede narrar en su totalidad. Lo escrito está hecho en un lenguaje muy simple y sintético, pues juega con el producto de la literatura infantil.

¿Los relatos de tu libro Depósito familiar parten de un anecdotario familiar o son el resultado de una fórmula compuesta por realidad, historia y ciencia ficción?

No hay ciencia ficción en el libro. Ese libro parte como una colección de objetos que existían en la casa de mi familia, los cuales contenían historias que yo había escuchado de niña o de adolescente y muchas otras que fueron surgiendo a medida que yo preguntaba y me iba enterando también de la historia familiar. En el libro utilicé esos testimonios objetuales como pretexto para contar anécdotas familiares específicas que hablaban del contexto social y político del momento, demostrando así el desatino del proceso revolucionario desde el 59 a la fecha.

Todos los objetos aún se conservan, de hecho la obra se presentó en la última bienal en una exposición independiente del curador Abel González titulada “Un fanático de Rockefeller, un discípulo de Jrushchov”. Se presentó el libro como tal, pues hice 100 ejemplares. Allí regalé 50 más otros 50 en mi tesis.

A mí me ayudó a reconciliarme con la historia familiar y a entender también todo ese compendio de locura y esquizofrenia que uno percibe en el entorno. En el libro se muestra cómo en una misma familia conviven todo tipo de situaciones. Están dentro de un mismo núcleo: los que con el triunfo de la Revolución se empoderan porque pertenecen a una clase militar o están integrados a ese proceso revolucionario y los que son expropiados, como pasa en la historia del aserradero y trae como consecuencia el encarcelamiento de un tío de mi abuela.

¿Qué objetivos tienes cuando utilizas códigos en tus libros que son atrayentes para los niños pero el mensaje en verdad va más allá del entendimiento de los infantes?  

Los libros juegan con esa estética pero realmente no son para niños, aunque sí los han leído varios hijos de amigos cercanos y los han comprendido. Yo quería contar el contexto social y político cubano pero no me interesaba reutilizar los mismos códigos y símbolos visuales o históricos que se han manejado para hablar de eso. Buscaba más hacerlo en un tono completamente nuevo.

Entonces para contar esas historias dolorosas y difíciles intenté por lo menos hacerlo más ameno, utilizando tonos sarcásticos y juguetones en los que se pueda comprender eso.

El primer libro que fue el del Zoológico, surgió por una historia con mi hermano. Un día hizo una pregunta de escándalo: por qué Fidel y Raúl tenían el mismo apellido. Claro, él no creció con todo ese peso político y simbólico encima aunque es pionero y se ha educado en el mismo adoctrinamiento ideológico de las escuelas. Pero hay otra desconexión histórica y no hay una cercanía, digamos emocional, tan fuerte como la han tenido otras generaciones.

En el caso del libro, yo me pensaba eso. Este niño –mi hermano, pues es dedicado a él– que llega a un zoológico que es una metáfora de lo que es Cuba y se encuentra con una realidad que no puede comprender porque resulta absurda. Claro, cómo contar eso. Bueno, yo busco no tener la rigidez del hombre comunista e intento un poco hasta buscar el sentido del ridículo, como diría Almanza: “el sentido de poder reírte de ti mismo y poder a la vez poner en perspectiva lo absurdo”. Yo busqué entender la historia desde un tono contrario al tono oficialista y poner en crisis todos esos símbolos y estereotipos y explicar de forma simple lo que no lo es, la libertad o los valores que no se deben perder de vista y requieren ser conservados.

Háblame de tu compromiso como artista con la sociedad y el cubano de a pie.

Mi trabajo ha consistido en el rescate de una memoria individual desde la comprensión de esas pequeñas historias humanas que se han ido perdiendo en el gran relato oficial, ante al monstruo que es la realidad en un sistema totalitario. Siempre he apelado a buscar esa condición humana que nos hace reconciliarnos con la realidad y estas historias me han permitido poder conversar con mi familia y con personas que me preceden sobre lo que es Cuba y su realidad política. De alguna manera reconciliarme con eso y que ellos se reconcilien también con ese pasado.

Casi todas las historias tienen un tono quizás pesimista, pues cuentan hechos de decepción y la desilusión de todo el que ha vivido durante estos sesenta años en Cuba. Pero solo en esa decepción o en el momento de iluminación del ser individual, y por lo tanto del ser social, se encuentra ese valor primario y ese sentido de la libertad y la conciencia.

En mi obra lo que hago es recuperar esas historias que cuando las tiras contra el macrorrelato destruyen el sentido absolutista con el que se ha intentado vender Cuba. Creo que ese sentir social comenzó a volcar mi trabajo en un criterio y un comentario sobre la realidad.

También la posibilidad de acompañar desde muy joven a personas y artistas independientes con una fuerte conciencia social me ha hecho como que entenderlo e interiorizarlo más, y saber que la única forma de poder combatir toda la arbitrariedad que se vive es precisamente creando y construyendo espacios diversos.

En Camagüey conocía a Rafael Almanza y la peña que organiza, entonces estaba muy clara de lo que representa en Cuba ser un intelectual  o un artista y lo que simboliza también tener conciencia política. Pues representa un enfrentamiento sí o sí con el sistema. Algo que en el mundo es normal pero aquí no está naturalizado y es tan sencillo como el acto de disentir, de tener conciencia y criterio propio del aspecto que se crea sobre la realidad.

También estando como en cuarto año del ISA vino lo del Decreto 349 y, como formaba parte de un colectivo de artistas independientes con este tipo de inquietudes, comenzamos a pensarnos cómo reaccionar ante esta nueva política cultural que en un final no decía nada nuevo, simplemente era otro reflejo de la violencia contra todo ejercicio intelectual y creativo independiente. Eso me fue aclarando un poco más todas estas ideas e incluso reafirmar mi responsabilidad ciudadana con lo que sucede. Todos hicimos eso, no como artistas solamente sino como entes sociales, pues muchas de las personas que participamos en esa campaña no íbamos a ser precisamente el objeto de ese decreto. Pero llega el punto en que te das cuenta que tienes que reaccionar contra lo que está mal.

¿Cuáles son tus esperanzas respecto a Cuba y su situación?

Tengo 25 años, creo que soy joven, pero por mi trabajo, las historias y todo lo que uno carga, ya naces con un cansancio histórico tremendo de no experimentar o no tener la esperanza de que existan cambios sociales o de que uno mismo no tenga las herramientas prácticas para luchar por ese cambio inmediato, necesario en el contexto y la sociedad cubana.

Las esperanzas que tengo son ningunas, la única cosa que me motiva diariamente es apelar a lo humano y entender cada proyecto como un medio para la socialización y la creación de comunidades para entendernos y entonces, después, poder comenzar a debatir y tener discusiones políticas.

Eso es lo que me sostiene. Uno crece y conoce a muchas personas con grandes calidades humanas y talentos que increíblemente siguen naciendo en este país, y creo que uno tiene que aferrarse a eso, a las personas y a los seres humanos que transmiten una conciencia de que se debe luchar o tratar de vivir con las mayores libertades posibles y sin la mayor cantidad de prejuicios políticos, morales o los que sean, posibles.

Yo, como generación, todavía no me he planteado la posibilidad de irme del país de manera inmediata… pero uno nace y todo el tiempo está recibiendo el mandato de hablar bajito para no meterte en problemas, o irte del país.

Yo por ahora he tenido la inmensa suerte, además por los seres humanos que me rodean, de entender que también existen caminos y estrategias de supervivencia y creación que puedan abrir más espacios de discusión. Si no tienen un impacto inmediato, sí son fuerzas de empuje para que esa realidad se mueva hacia el punto que uno quiere.

Lo he visto y vivido con mi trabajo. A mí me tuvieron casi que graduar porque mi trabajo era incómodo para la institución en la cual lo presentaba. Lo vi también con el Decreto 349.

¿No crees que el Decreto 349 haya podido desvirtuar la atención sobre temas y fenómenos más importantes que estaban ocurriendo en aquellos momentos, como el de la Constitución y las elecciones?

El Decreto yo creo que fue como una brecha para la comunidad cultural, donde pudo hacer resistencia como comunidad y defenderse a sí misma frente a una discusión mucho más grande, como el debate constitucional. Incluso una discusión casi imposible de ganar. De hecho, lo que yo experimenté al menos fue que esta lucha significó una revitalización del sentido de comunidad entre los artistas. Se vio la unión de dichos creadores pertenecientes a espacios diferentes por una misma causa, y todos se entendieron a sí mismos como comunidad.

Cuéntame un poco de la experiencia de trabajar en el Instituto de Activismo Hannah Arendt…

Estando en lo del 349, Tania Bruguera me invita a formar parte del equipo de trabajo del Instituto y realmente ya estaba clara y consiente de que me iba a mover en un espacio independiente. Hice una exposición bipersonal en 2018 con un amigo, Juan Pablo Estrada, en el Centro de Desarrollo de las Artes Visuales, pero después de eso yo misma me fui colocando en una zona al margen de la institución, también porque esto del 349 me llevó un poco a ello. Mi tesis la hice en el espacio de Solveig Font, que cura ella en su casa y, bueno, tengo muy claro eso de que no necesito un espacio institucional para exhibir y mostrar mi obra.

Entonces, cuando Tania me invita por supuesto tenía la referencia de ella como artista a la cual respetaba y admiraba. Me encantó la idea del proyecto y el fin de arrancar con programas de premios, de residencias, de empoderamiento y revitalización de estos espacios culturales independientes para la acción ciudadana. Comencé en el Instituto y ha sido una experiencia sorprendente. El trabajo ahí es una de las cosas que me entusiasma mucho porque ya no es solo mi labor como artista, es también la función de gestora o coordinadora de otras acciones concretas que están directamente fomentando y empoderando la actividad artística independiente. También algo fantástico es la comunidad en la que se ha convertido el Instituto.

Ahí he tenido el lujo de coordinar talleres y encuentros con artistas y activistas nacionales e internacionales súper prestigiosos y de gran respeto. A medida que he ido trabajando ha sido como un espacio de aprendizaje en todos los aspectos.

Como aquí es ilegal la fundación de cualquier organización o institución independiente, el Instituto vive en ese margen; entonces se ha convertido en un espacio para apoyar y acompañar las otras iniciativas de proyectos que existen y que, por razones políticas o culturales, son de alguna manera marginados.

Ese trabajo para mí es muy importante porque se trata de algo objetivo, productivo y necesario; más en el contexto cubano, pues constituye un espacio libre y abierto para tener todo tipo de debates culturales, artísticos, éticos, estéticos, políticos, etc.

También es complejo, ya que necesariamente me coloco en un espacio de riesgo mucho más evidente, como quiera que sea te expones más al aparato de los ataques. Pero eso para mí no ha sido nada nuevo ni sorprendente.

Es algo muy loco, pues por tu condición de artista y ser pensante de 25 años te conviertes en interés para la Seguridad del Estado. Una sabe que es así y aunque está ya naturalizado no es normal. Te convierten en oposición política cuando yo solo soy una ciudadana que defiende lo que es justo.No soy una opositora política, soy una artista.

En estos momentos las desavenencias con el poder son disímiles y el sector del arte está asumiendo posturas críticas ante lo que sucede en la sociedad. ¿No te preocupa que la escena política existente pueda ser un medio para que ciertas personas se validen como artistas y en un futuro lo que hoy parece un remedio se convierta en otra problemática del arte hecho en Cuba?

No me preocupa. Precisamente ese argumento lo usábamos nosotros en toda la discusión que suscitó lo del 349 respecto a la oficialidad, que quería normar lo que era o no arte bajo un criterio que no se atreven a tener ni los críticos ni los propios artistas. En el mundo ahora mismo nadie puede decir qué cosa es arte y qué no es arte.

Eso naturalmente la sociedad y el público que lo consume lo validan como tal y a largo plazo la historia y la crítica lo colocan en su lugar. Esa vieja discusión de qué es política y qué es arte está, creo, bastante desgastada. Es muy difícil incluso decir hasta qué punto es arte, hasta qué punto es activismo. El arte ha asumido muchas estrategias creativas y es natural ahora mismo que se vincule con otras disciplinas asociadas como la antropología, la sociología, la literatura y el propio activismo social.

A mí no me preocupa, dado que no le toca a nadie regular, normar ni legislar qué cosa es arte y qué no. Claro que la política da cobertura a muchos tipos de oportunismos. Ese argumento se suele utilizar con artistas como Tania o Luis Manuel únicamente dentro de Cuba. Afuera está ampliamente incorporado que el arte es una disciplina más de la vida, incluso es un modo de vida más, y que se puede ejercer vinculándose con otros elementos y generando otros espacios de discusión.

Le toca a cada quien, desde su formación o background cultural, decidir cuándo una obra le convence o no, o cuándo funciona como obra de arte o no.

Sí, pero hay artistas que antes de tocar la política no tenían especial visibilidad y después de ella se convierten en un boom o un fenómeno…

La política es un show en todas partes y es farándula también. Y no solo la política, sino apelar a cualquier tipo de estrategia de escándalo social crea un foco de atención inmediato sobre lo que sea que estás haciendo. Si como artista has proporcionado cualquier tipo de escándalo, por supuesto que eso conlleva a una visibilidad y claro que puede ser una herramienta para buscar la visibilidad o la validación artística.

No creo que en Cuba sea una práctica aunque, como las permisibilidades para la expresión son tan limitadas, cualquier cosa genera un escándalo. Pero ya eso no es responsabilidad del artista. Incluso si el artista ha contemplado eso entre las posibilidades de lo que va a pasar con su obra, son la sociedad y la realidad que está viviendo las que está haciendo un escándalo según sus propios códigos y sus propias capacidades.

Cuando hice este libro de Zoológico hubo profesores en el ISA que me cuestionaron por qué usaba la figura de Fidel en el libro y me sugerían que utilizara otros códigos no tan literales. A ver, el arte tiene derecho a ser literal. Pero además, si esto no fuera Cuba y viniera un artista americano ahora con una sátira de Trump, se le reiría la gracia. Estaría normalizado el hecho de que el arte pueda manejar criterios que entiendan maneras más o menos metafóricas. Entonces tengo derecho a utilizar la imagen, porque es una imagen, no otra cosa. Es un símbolo y quiero usarlo.

Pero eso puede ser un motivo de escándalo y puede usarse como estrategia para llevar un discurso político radical que ya sabes que inevitablemente aquí te va a dar algún tipo de visibilidad, lo cual en mi caso particular no ha pasado. Entonces esa herramienta únicamente funciona cuando la sociedad está en un estado de escandalización o susceptibilidad acentuado, o tenga temas tabú, ya sean políticos, morales o del tipo que sean.

Con el mismo performance de Luis Manuel Otero de la bandera, que fue el que generó todo el gran problema y su encarcelamiento, todo el mundo se alarmó. Otro artista hubiese hecho esa misma obra en otro contexto más libre y esa discusión quizás se hubiese tenido a nivel intelectual, estético, moral, pero no hubiese llevado a la pretensión del Estado de criminalizarlo.

Pero a la sociedad le gusta lo prohibido y cuando se criminaliza algo genera un efecto de mayor visibilidad…

Claro, cuando se criminaliza o se convierte en tabú un asunto evidentemente se le está visibilizando. La idea es poder debatirlo abiertamente y poder buscar estrategias de gestión y resolución de conflictos que no sean la criminalización de un símbolo o un tipo de conducta.

En el caso de Luis Manuel pasó eso… entonces es como: ¿él está buscando en el escándalo una visibilidad como artista? No, o yo creo que no. Yo creo que sencillamente está, desde el arte, cuestionando una realidad y una legislación que existe y no es justa o no le parece justa, y ahí viene un escándalo. Claro, hay una ley que no lo permite.

Pero lo que te quiero decir es que no hay que presumir que el artista necesariamente esté buscando una visibilidad yendo contra lo prohibido. En lo que hay que pensar es en qué es lo prohibido y si es justo que esté prohibido.

Entonces el arte funciona como una herramienta para poner esa discusión en la palestra pública y generar un debate. Y sí, claro, puede ser una estrategia para visibilizarse, pero todo depende de la susceptibilidad o de las represiones y restricciones sociales o estatales que haya respecto al conflicto que el arte está proponiendo.

Ese sentido y manera de llevarlo constituyen una forma de abrir un poco más esos espacios cerrados o tabúes. Entonces, bueno, vamos a discutirlo y vamos a traerlo y eso es muy positivo. El arte puede ser escandaloso o no; lo que no puede ser es aburrido, que es lo que sucede mucho también.

A mí lo que me preocupa más es que se utilice solapadamente como herramienta para banalizar esas discusiones. Es decir, que la política en el arte se ponga en función de disfrazar o de empaquetar un producto realmente comercial. Que también puede ser una práctica en Cuba, porque por la historia política que acarreamos también sucede eso, que el arte puede fácilmente convertirse en un suvenir político. En un suvenir para el consumo internacional de la realidad cubana y eso es mucho más peligroso. También es válido, a mí qué me importa, pero es peor que cuando genera un escándalo o una discusión pública.