El 27N fue un acto de real espontaneidad

Tal como lo fueron el limón, las tripas, «somos continuidad» y otros términos o frases que han estado de moda en su momento, el adjetivo espontáneo se ha vuelto un cliché, una burla, un meme. Pero en este caso es aconsejable sacarlo del contexto caricaturesco que ha tomado y aceptar que lo sucedido el 27 de noviembre frente al Ministerio de Cultura fue un verdadero acto de espontaneidad.

Todo el que estuvo ahí se enteró como pudo, sin previa coordinación y seguramente pospuso cualquier compromiso o actividad del día para asistir al MINCULT. Lo que comenzó con alrededor de quince personas tomó dimensiones insólitas, por lo menos en la escena cubana, donde este tipo de acciones hace sesenta años se salen del plano común.

Al final de la noche se encontraban reunidas en la calle 2 entre 15 y 13 más de 400 personas, en su mayoría jóvenes, reclamando los derechos que como ciudadanos nos pertenecen. Mas si se cuentan las fuerzas policiales desplegadas en los alrededores, se puede decir que había el doble de asistentes. La naturalidad del acontecimiento demostró desde un principio que en Cuba hay una gran comunidad de personas inconformes con el presente que se habita y están dispuestas a cambiarlo.

Una generación que ha perdido el miedo enfundado en nuestros padres. Son los nuevos cineastas, escritores, actores, músicos, periodistas independientes y demás representantes de la sociedad civil que piensan una Cuba diferente y ponen sus energías para construirla con el granito de arena que cada cual pueda aportar.

Fueron los actos violentos contra los huelguistas del Movimiento San Isidro (MSI), ocurridos en la noche del 26 de noviembre, el detonante para que se aglomeraran frente a la institución personas de todas las manifestaciones artísticas, intelectuales, periodistas y ciudadanos comunes a protestar en contra de la violencia que ejerce el Estado hacia quien se expresa opuesto al régimen o alza su voz para disentir.

Personas que nunca habían asumido posturas políticas directamente frontales se llegaban, comentaban el descontento y la impotencia que sentían por todo lo ocurrido. Se notaba en las caras de los presentes el hastío ante toda una larga historia de represión y censura que todos concuerdan debe acabar.

A pesar de la tensión en el ambiente, sobre todo por la amenaza constante al estar rodeados de fuerzas policiales, tanto uniformadas como vestidos de civil, los ánimos se mantuvieron estables. Quienes habían asistido mantenían la calma, sin hablarlo; todos sabían que el objetivo era una manifestación pacífica para lograr un despertar de las masas y no convertir ese espacio en una segunda plaza de Tiananmén. Por eso en las largas horas de espera se cantaron canciones, se hicieron lecturas de poesía y se aprovechaba el momento para coincidir con amistades que no veíamos desde hacía mucho tiempo. Se aplaudía, por el arte, por nosotros, por nuestras libertades. Se aplaudía como reconocimiento por estar presentes.

De los y las participantes algunos se identificaban con el Movimiento San Isidro, otros no. Pero lo que todos tenían claro es que la intervención violenta y los arrestos forzados de los miembros del MSI, en su sede, habían sido injustos, no eran permisibles y había que pedir por el cese de estos episodios donde el DSE hace el papel de cruel verdugo y la institución que debería proteger a los artistas se lava las manos como Poncio Pilatos, alegando, en las propias palabras del viceministro Fernando Rojas, desconocimiento de estos actos represivos.

Según Rojas, él mismo desconocía el cerco que rodeaba el inmueble, pues no había tenido tiempo de salir a la calle y los arboles no permitían mucha vista. No solo era en los alrededores, en otros sitios de la ciudad se notaban fuerzas paramilitares dispuestas a reprimir. En la Habana Vieja se observaron carros de las tropas especiales con armas largas. ¿Qué querían demostrar? ¿En serio era necesario tanto gasto de recursos y violencia para un grupo de jóvenes en su mayoría, que por demás promovían la paz?

En los días siguientes las campañas de desmoralización hacia quienes asistimos a esa manifestación no han cesado. Supuestamente somos mercenarios asalariados que seguimos una agenda para desestabilizar al gobierno. Como tampoco ha cesado el asedio a los miembros que entramos en la reunión y a los cuales se nos había prometido otro encuentro con el ministro. Se nos había prometido una tregua al hostigamiento intenso que muchos vivieron en los días previos.

Sé que esto puede sonar inocente e ingenuo, pero los que estábamos dentro de esa reunión somos artistas, intelectuales, periodistas, personas que creemos en las ideas, en el diálogo y en conformar acuerdos mediante la paz. Incluso aunque alguno de los miembros tenga un mayor acercamiento con el activismo, ninguno es político de formación. Somos personas que sentimos un amor inmenso por Cuba y cuyo mayor deseo es verla próspera.

Si fuimos ahí fue a dar una oportunidad a la institución y sus representantes de dialogar y abrir las mentes. Fuimos en apoyo de causas justas. Porque el encarcelamiento del rapero Denis Solís es una injusticia. En la televisión pueden mostrarlo como quieran, diciendo malas palabras y expresándose de una forma que quizás no sea bien vista a los ojos de la sociedad. Pero las acciones de Denis son el resultados de una revolución donde los jóvenes negros como él son marginados, condenados a vivir en las zonas más periféricas en condiciones de pobreza. Pues sí, la revolución dio posibilidad de estudios para todos pero los jóvenes como Denis no son mayoría en las aulas universitarias, ni siquiera existe un balance de equidad.

Hoy nos muestran como delincuentes, mercenarios y contrarrevolucionarios y las imágenes que salen en la TV mayormente son las de personas negras. De los artistas independientes que más han sido reprimidos, casualmente los que han cumplido condenas siguen el patrón de ser jóvenes negros. No es solo Denis Solís, es Luis Manuel, es Mikel Osorbo, es Silverio Portal, que sin ser artista fue cruelmente reprimido y encarcelado. Esto evidencia que en Cuba la represión es racista y muchos de los que estábamos allí fuimos por esos cambios. Fuimos porque buscamos una sociedad donde se practique la equidad y la inclusividad.

En el grupo había artistas que pertenecen a las instituciones y en este momento ya se están pensando su renuncia. Todo el accionar del Estado ha aumentado de forma abismal la decepción que tiene el pueblo cubano con sus dirigentes.

La institución ha sido capaz de defraudar y echar por tierra las esperanzas de figuras representativas como lo es el cineasta Fernando Pérez, quien abogó en todo momento por el diálogo y que se escucharan los planteamientos de los presentes, pues él cree en la juventud.

El Ministerio de Cultura rompió el diálogo y se inventó otro show mediático donde no podía faltar el descrédito por su incapacidad de dialogar con personas verdaderamente criticas que expresan razones de peso que a estas alturas no hay base ni argumentos para desmentir. Obvió uno de los planteamientos que se mencionaron en la reunión, que es el espacio que debería tener la prensa independiente para cubrir eventos oficiales y dar una visión diferente de la mostrada por los medios oficiales de comunicación.

Cada palabra que se dijo en la reunión de la noche del 27 de noviembre, que duró casi cuatro horas, está respaldada y documentada por un largo historial de represión que gracias a las redes e internet son de dominio público. En una conversación unilateral como lo que se hizo este 5 de diciembre en el Ministerio de Cultura, se puede decir lo que sea y armar cualquier guion, pero en un debate frontal con un moderador neutro, quienes representan a las instituciones quedarían desmoralizados. Quedarían ante la única opción de retirarse y dejar el curso de la nación en manos de quienes tengan ideas más frescas, democráticas e inclusivas.