El gobierno ha de nacer del país

En su ensayo Nuestra América, José Martí advierte la necesidad que tienen los pueblos del continente de conocerse, tener conciencia de quiénes son, para darse la forma de gobierno más acorde a ellos, más apropiada a sus circunstancias, como manera de darle solución a sus problemas de gobernabilidad y llegar a un estado de derechos y justicia social, alejándose de la herencia del colonialismo y sus maneras de hacer las cosas. Señala también que esa es la forma de evitar el ascenso de tiranos, y por ende, de impedir el caos y la ignominia con que estos ejercen el poder sobre los pueblos.

«El espíritu del gobierno ha de ser el del país. La forma de gobierno ha de avenirse a la constitución propia del país. El gobierno no es más que el equilibrio de los elementos naturales del país», afirma Martí en su texto.

El ensayo Nuestra América fue publicado por primera vez en La Revista Ilustrada de Nueva York, Estados Unidos, el 10 de enero de 1891, y más tarde, el 30 de enero de ese mismo año, en El Partido Liberal, México, y en él Martí describe el momento histórico de la región, el cual no difiere mucho de todo lo que ha vivido el continente desde entonces, como si los hombres, los políticos y los líderes no fueran capaces de romper con las cadenas del colonialismo histórico, político y cultural.

Las jóvenes naciones americanas estaban entonces pasando por alto sus propias realidades a la hora de darle soluciones a sus problemas y continuaban mirando hacia otras latitudes, hacia el viejo continente, idealizando a su gente, creyéndolos más adelantados en cuanto a formas de gobierno y como sociedades, como si solo existiera una manera de administrar un país, una manera de crear desarrollo y riquezas, o como si la cultura tuviera que ser importada para poder ganar el respeto de los poderosos del mundo.

Ante esto Martí señala que el conocer el escenario y el contexto de cada país, y no el apresurarse a copiar de las experiencias de otros que viven en realidades diferentes, puede ser la solución para que juntos, gobiernos y pueblos, creen el mejor estado de bienestar posible.

«A lo que es, allí donde se gobierna, hay que atender para gobernar bien; y el buen gobernante en América no es el que sabe cómo se gobierna el alemán o el francés, sino el que sabe con qué elementos está hecho su país».

Es así como el apóstol de Cuba sentencia que «el gobierno ha de nacer del país», y explica que «el espíritu del gobierno ha de ser el del país», y que cualquiera sea la forma de gobierno que los pueblos se den, esta «ha de avenirse a la constitución propia del país» todo, porque «el gobierno no es más que el equilibrio de los elementos naturales del país», y los que pretendan, o tengan la tarea de gobernarlo, deben ser conscientes de eso, y sobre eso desarrollar su gestión.

Asimismo refiere que los gobernantes del continente adolecen de una soberbia tal que los lleva a creer que lo merecen todo, y al no obtener los mismos resultados que otros de igual condición, aplicando los mismos métodos, solo atinan a acusar de «incapaz e irremediable a su república nativa, porque no le dan sus selvas nuevas modo continuo de ir por el mundo de gamonal famoso, guiando jacas de Persia y derramando champaña».

Para Martí, el problema «no está en el país naciente», que tiene la necesidad de un régimen que se acomode a sus características y capacidades, «sino en los que quieren regir pueblos originales, de composición singular y violenta, con leyes heredadas de cuatro siglos de práctica libre en los Estados Unidos, de diecinueve siglos de monarquía en Francia».

Es claro para Martí que sobre las costumbres de los pueblos americanos deben construirse sus formas de gobierno, que si bien «el hombre natural es bueno, y acata y premia la inteligencia superior», asimismo no perdona que se valgan de su sumisión para dañarlo u ofenderlo prescindiendo de él. “Cosa que no perdona el hombre natural», y solo lleva a que busque los medios, incluso haciendo uso de la fuerza, para restaurar sus derechos.

Nuestra América explica un fenómeno que increíblemente se ha mantenido hasta nuestros días: la utilización de las masas marginadas por parte de los tiranos para alcanzar el poder, para ponerse a la cabeza de los pueblos y así tratar de saciar sus ansias de grandeza y reconocimiento, y que una vez establecidos, se envilecen, y se olvidan de quienes los llevaron hasta esa posición, prescindiendo de ellos, incluso pasan a oprimirlos, convirtiendo su administración en un régimen de oprobio, lo que solo puede dar como resultado su caída a manos de los oprimidos; situación que siempre da paso a que otros de su misma condición repitan una y otra vez el mismo libreto, como si gobernantes y gobernados estuvieran atrapados en un laberinto sin salida.

«Por esta conformidad con los elementos naturales desdeñados han subido los tiranos de América al poder; y han caído en cuanto les hicieron traición. Las repúblicas han purgado en las tiranías su incapacidad para conocer los elementos verdaderos del país, derivar de ellos la forma de gobierno y gobernar con ellos», escribe Martí y sentencia: «gobernante en un pueblo nuevo quiere decir creador».

El menosprecio de las tiranías en América hacia sus pueblos, y la incapacidad o la negativa de romper con esta suerte de tradición, ha hecho que el continente, a pesar de sus riquezas y vasto capital humano y cultural, no logre salir del lodazal de miseria en el que siempre ha vivido. 

Martí preguntaba: «¿Cómo han de salir de las universidades los gobernantes, si no hay universidad en América donde se enseñe lo rudimentario del arte del gobierno, que es el análisis de los elementos peculiares de los pueblos de América?». Pero sucede que ahora abundan las universidades que imparten materias afines, pero los gobernantes, los pueblos, los países, continúan adoleciendo del mismo mal, repitiendo la historia una y otra vez, aunque las formas de gobiernos que ensayen sean diferentes.

El continente sigue mirando hacia otras latitudes, prefiriendo emular otros procesos políticos y sociedades, algunos de estos procesos incluso con suficiente evidencia de su fracaso allá donde fueron creados y puestos en práctica, como si América Latina fuera el laboratorio político-social del planeta.

Aquí hay que acotar que Martí no rechaza los saberes del mundo, porque los entiende útiles para el desarrollo de nuestras repúblicas, solo que estos deben ser utilizados como complemento a la vasta herencia de conocimientos de los pueblos nativos, acentuando la preponderancia a estos últimos, por ser los de esa inmensa mayoría que ha de ser gobernada.

Más de cien años después de haber visto la luz este ensayo de José Martí, el caudillismo aún sigue ocupando el lugar de los hombres cultos, y los pueblos continúan eligiendo a quienes los enamoran con promesas vanas antes que a aquellos que han dedicado su tiempo a conocer el arte y los rudimentos de la buena política. Y cuando los primeros arrasan con el país y/o lo traicionan, el ciclo de violencia vuelve a repetirse.

Apunta el apóstol de Cuba que conocer los problemas de la nación es la manera más fácil, quizás la única, de resolverlos, porque solo de ellos puede salir la solución. «Conocer es resolver», afirma, y añade que gobernar acorde a este conocimiento es la única manera de evitar que el país caiga en manos de tiranos.