En un pájaro el infinito

Verónica Vega en la tertulia La Otra Esquina de las Palabras

En realidad, en cuanto a subgénero, la buena literatura en un país como Cuba no puede dejar de ser política, y todos sabemos que lograr una buena narrativa política es, a veces, tan difícil como el hecho de hablar de amor sin caer en la ridiculez de lo manido. Digo esto debido a que escribo sobre una novela (Aquí lo que hay es que irse, de Verónica Vega, publicada por Neo Club Ediciones en Miami en 2018) que se ha escrito en Cuba y que a todo riesgo habla sobre esa realidad cotidiana de la Isla para una madre joven, soltera, separada del padre de su hijo, y que busca en la literatura el resorte mágico para salvarse de la enajenación. Y, por otra parte, esta novela, a modo de contexto social, habla de su grupo de amigos y artistas de Omni-Zona Franca1.

Mientras tanto, yo estoy aquí, cómodamente sentado, pensando en aquella Cuba que hace muchos años quedó atrás, y de la que ahora estoy sintiendo las mismas sensaciones de ahogo y desconsuelo de la protagonista con quien profundamente me encuentro identificado.

En primera instancia, me identifico por su lenguaje directo, sin rebuscamientos; es decir, por un discurso narrativo que fluye con un talento natural, conformado por ideas, metáforas muy válidas e imágenes ocurrentes. Una imagen que pudiera ser símbolo de toda esta historia es: “Tu futuro no es fácil de ver… Se mueve, gira… Es como una hoja arrastrada por el viento”. El lenguaje, poco a poco, aun cuando es prosa directa, va creando una atmósfera poética que en el transcurso de la novela se hace más abarcadora. (“una casa azul emergida de la niebla”).

Las metáforas, imágenes y descripciones, todo vibra, como para proyectar un sentido filosófico-existencial. Es un discurso que crea su ritmo; tiene como un andar de versos superpuestos, de oraciones que suenan a repique. En verdad, suena como una narración a saltos, como cuadros de escenas que se van encadenando para dar una determinada idea. El ambiente poético sale a trancos, a saltos, repito. Es el lenguaje que va creando una atmósfera de sentimientos aparentemente incongruentes, pero que se sabe salen del inconsciente (p.57). En cada oración o frase hay una escena, en apariencia, sin sentido. Es el deseo de “adaptarse a esto”.

En efecto, de ese sentido del salto escénico, viene lo poético:

Veo un pájaro y en sus alas dos olas que se expanden a la derecha, a la izquierda —Yase, estoy viendo… en un pájaro el infinito… veo que la cruz simboliza el infinito también, cada puerta es el polo, el principio a la extension sin límites…

[…]… (la virtualidad pesa mucho menos) pero el pájaro, Yase, es el hombre, es el pájaro de Frida, el que hacían sus dos cejas, aquí, ahí, tenemos un pájaro (p. 58).

“En un pájaro el infinito”

     Es el horizonte, el deseo, la esperanza. De ahí el hecho de resistir. Hay que escribir la novela de esa Isla para uno mismo abrir su puerta (la de cada uno) y volar al infinito. El “infinito” es el riesgo, pero es asimismo la salvación… Salvar a Kabir (su hijo menor), salvarse a ella misma.

Todo el tiempo la narrativa es interior, surge de adentro producto de un choque entre el deseo y la realidad exterior, objetiva: “Si apareciera una salida, un pretexto útil, replegaría mi tramoya de ropa sucia al closet otra vez, a la caja, al olvido. Cerraría con fuerza la pila” (p. 59). El drama existencial de un hijo menor y la separación del padre, ya es motivo suficiente para sentirse atrapada, pero al mismo tiempo para luchar por superar esa etapa de vida. Lo que se hace un atolladero es sobrevivir en un país sin esperanzas. Su drama personal se une a la tragedia de un país desarticulado y mísero, de puro machismo y mucha incomprensión hacia los jóvenes. Tanta miseria, incluso humana, crea la abulia, el hastío y la desilusión, y solo alimenta la esperanza de irse a como dé lugar.

Abundan, repito, las ocurrentes imágenes: “colecciona síntomas como ventanas. Toda patología es una forma de escape” (p. 103). Hay mucho sentido de escritura automática, frases cortas, comas, imágenes, escenas a modo de video clip que a veces crea ámbitos de fotos, de movimientos breves. Fundamentalmente, el lenguaje va describiendo el espacio, y yo diría un dominio o escenario de afectividad familiar (madre-hijo), de amistad, de grupo, necesidad de relaciones como un recurso de existencia; o peor, de supervivencia. Por eso hay necesidad de salir, de irse de la isla, pero que sea el grupo, el hijo, los seres queridos. Lo bueno hay que compartirlo.

Irreverencia

Cuba es la isla —quizás la única en el mundo— que vive constantemente la política de su más que fallido Estado comunista desde hace 61 años. En la Isla no hay nada que hacer, nada que pensar ni nada que lograr, a no ser más represión. Todos los errores y fallos económicos, sociales y, en general, culturales, se han experimentado y solo se ha logrado la unificación de la miseria. Pero esto es historia sabida. Sin embargo, en esta novela, el clamor de una vida adolescente que, en su totalidad, está llena de frustración, de desesperación e incertidumbre, nos coloca a nosotros, los lectores cubanos y no cubanos, en cualquier país que habitemos, en la angustia de sentir la existencia miserable de los seres humanos que se saben condenados al horror de una mediocridad total sin esperanzas.

La enajenación de la protagonista va de menos a más. En otras palabras, la historia, por la tensión del lenguaje en una dimension estrictamente cerrada (no hay libertad de expresión, muchas veces no hay libertad de movimiento y la vigilancia está instaurada como una constancia de la cotidianeidad), y el pensamiento, casi omnisciente, de la protagonista, alcanzan, al medio y al final de la novela, el ritmo trepidante de la angustia y la abulia. El gran acierto de este libro es que la historia, todo el tiempo, constituye un sentimiento existencial que nos trasmite una carga de agobio veraz y nos saca de la cómoda paz de vivir la libertad en otro país, para sentirnos por momentos con el deseo de ir a sentarnos en ese ya imprescindible muro del malecón donde, al menos, se puede mirar hacia el horizonte buscando un aliciente de esperanza. Y no es que solamente sea un recuerdo masoquista, sino que fue lo que uno también vivió hace muchos años.

Así, sufrimos con esta joven madre el peso de estar atrapados y desorientados, sin tiempo que recuperar. Surge la necesidad imperiosa de encontrar una abertura, una ventana, o mejor, una puerta para respirar aire puro. Ya tan solo pensar de esa manera la hace a ella ser una irreverente, alguien que desde una forma u otra no puede concebirse dentro de ese sistema de vida. De aquí el perenne deseo de escapar de la Isla. Y es cuando el absurdo y el surrealismo se convierten en hechos habituales, algo que termina haciéndose natural. De hecho, la mayoría de los cubanos saben que la realidad en Cuba es así, y que puede superar toda ficción kafkiana (p. 53).

Hay un sentido de búsqueda en la novela; una juventud que no sabe a dónde se dirige. Realmente se vive el presente, pero a puro desandar: más que hacia adelante, hacia atrás. Más que hacia el futuro, hacia el pasado, sin la atracción de una vida en libertad. Es como la historia de una Inercia, lenta y oscura. Es una cultura cerrada. Se cita a los amigos, al grupo, a Omni-Zona Franca y ello es la tabla de salvación que se encuentra en lo imaginario, en lo fantástico, en la posibilidad de convertir la realidad concreta, devastadoramente objetiva, en una realidad de sueños, de vida más allá de la muerte… Es el recurso de la imaginación, que deviene universo y estallido de creatividad.

El mundo, para ellos no se proyecta desde lo universal, desde el extranjero, sino desde un mundo tan reducido como puede serlo un reparto llamado Alamar. La Isla aislada. Demasiado isla para hablar de otro mundo: “Entonces, alguien te dice my little bird o como aquel brasileño que hizo de mago en el Riviera, cuando el malecón es el borde de una ciudad tan hermética” p. 82).

Todo lo que se describe en la novela es Viejo, de uso, destartalado, inaguantable, sostén de lo que no tiene remedio. En verdad, el mundo de la isla no es un presente sino un pasado que te convierte en viejo, en algo anciano, casi ancestral, y te hace así desde que naces. Toda la abulia y la miseria es tan persistente como el sol. Todo hierbe en la Isla, hasta el mar que te rodea, como para que te acostumbres a vivir muriendo. Todo huele al cadáver de los seres y las cosas:

… llego a una casa antigua, paredes que transpiran humedad, y ese, este olor que se ha impregnado a la entraña de mi olfato, le digo olor a musgo, a viejo, pero es más: olor a pozo, a túnel que resuena en la lluvia. Olor a lejanía (p. 84).

La “lejanía” es como decir desilusión, desconsuelo. La foto del padre, el paisaje donde estuvo el padre, el pasaporte, el muñeco de nieve, las postales de Navidad… pero todo queda en las fotos. No hay nada que sea orgánico, o esencialmente verdadero, sino que todo fue algo que pasó y murió. Y con ello solo se arma, más que la idea, el sentimiento de la decepción.

Aquí lo que hay es que irse es una novela inteligente, conmovedora, poética, existencial. Sabe desarrollar la estrategia de una crítica aparentemente apolítica (o sea, de contenido directo y disidente), pero sí crea una crítica aplastante desde la perspectiva social y hasta filosófico-existencial. Está hecha al modo de un señalamiento invisible sobre aquellos pocos que tienen la culpa, aun cuando la Historia y la vida nos enseñan —a los que estamos dentro y fuera de la Isla—que todos podemos también tener la culpa.


1 “Grupo  autodidacta fundado por artistas plásticos y poetas. Por ello es primeramente un Grupo de creación, pero con proyección conscientemente abierta a la sociedad. Cultiva el arte total: unidad de todas las artes. Desde 1997 hasta el 2009 se asocia al centro de Arte y Literatura Fayad Jamís, de Alamar, Habana del Este, Cuba; un espacio cultural y una ciudad con antecedentes en reunir generaciones vanguardias del arte. Aquí, en la ciudad de Alamar, radica su centro, posee un espacio Galería propio y las propias casas-templos de los integrantes  se convierten en centros de actividad para la creación, la autoformación, autoorganización, la autosanación, y el crecimiento espiritual de la comunidad.  Actualmente es un grupo independiente”. Tomado de su página wet OMNI-ZONA FRANCA: http://omnizonafranca.blogspot.com/p/nosotros.html.

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Escritor, investigador literario y periodista cubano, ganó el Premio Nacional de Cuento del Concurso Luis Felipe Rodríguez de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC) en 1992, y en el año 2004 el Premio Internacional de Cuento Enrique Labrador Ruiz del Círculo de Cultura Panamericano de Nueva York. Ha publicado, entre otros libros, “Retablo de la fábula” (poesía), “Valoración múltiple sobre Andrés Bello” (investigación), “El jaguar es un sueño de ámbar” (cuentos), “Marja y el ojo del Hacedor” (novela) y “La noche del Gran Godo” (cuentos). Reside en California.