Gayol y un ensayo ejemplar sobre el cubano y el castrismo

Los escritores Manuel Gayol e Ismael Sambra en el Festival Vista de Miami

 El cubano es un ser diverso y de extremos, por ello se fragmenta tanto. Entre sus límites asimismo tiene sus matices, que van desde impulsos de violencia, intolerancia y oportunismo, hasta mostrar una gran inteligencia y creatividad, un gran caudal de bondad y el interés por servir a los demás. […] por naturaleza, es un ser imaginativo y paradójico y, aunque a veces acumula resentimientos, también guarda el fuego del amor, de la poesía y de la música…

Manuel Gayol Mecías

 

La cita de arriba —tomada del introito del volumen de ensayos mencionado en el título—, ya de entrada, sugiere al lector uno de los méritos del apreciable volumen que puede asustar al prejuiciado «lector-hembra» (sic. Julio Cortázar) por las trescientas noventa y una páginas de intensa (y amena) lectura; mas no al inteligente y esforzado que prefiere la difícil por estimulante (dixit Lezama Lima) y, en consecuencia, más provechosa, porque obliga al proceso de pensar y profundizar en temas que, no pocas veces, los cubanos creemos conocer o, mejor, saber, tal nos sucede en diversas ocasiones de nuestra vida por ser como somos: «cubanos que nos la sabemos todas…».

En el valioso análisis de este singular volumen —publicado en edición conjunta con su Casa Editorial Palabra Abierta y Neo Club Ediciones, a cargo del escritor Armando Añel, con acertada cubierta de Ángel Marrero—, en el que laborara una década, tal confiesa en su prólogo, Manuel Gayol Mecías evidencia su amor por esa porción de tierra denominada, por descubridores, estudiosos e historiadores, en épocas distintas y distantes, con varias connotaciones: La Siempre Fiel Isla de Cuba, La Llave del Golfo, La Perla de las Antillas…

Y ese amor a Cuba se atisba en el también narrador y poeta, al que conocemos y apreciamos, desde los ya lejanos ‘70s, mi esposa Mayra del Carmen Hernández Menéndez y yo, cuando los tres estudiamos y nos graduamos de Licenciatura en Literatura Hispanoamericana en la Universidad de La Habana con otros colegas, hoy también residentes en Miami.

Dedicado «A los cubanos de buena voluntad, para que sepan que Cuba no ha sido una Isla inventada de un cuento, sino el sueño inquietante de una ilusión», 1959. Cuba, el ser diverso y la isla imaginada es asimismo el atendible resultado de una rigurosa labor investigativa por dilucidar ‘las tentativas del hombre infinito’ que creemos ser los cubanos, quienes conforman (conformamos) pueblo y nacionalidad desde siglos atrás pero que, desde el fatídico 1959, iniciaríamos la dispersión-emigración por el «mundo, vasto mundo», por decirlo con el poeta brasileño Carlos Drummond de Andrade.

Sí, nosotros todos: cubanos, inmigrantes sin remedio que —desde entonces y no sé, ni sabe nadie, hasta cuándo, seguimos (¿y seguiremos?) dispersos por «el mundo ancho y ajeno» (dixit Ciro Alegría)— durante décadas nos hemos preguntado (y continuamos haciéndolo): ¿por qué somos así, qué nos ha unido y separado, qué buscamos en el universo?, entre otras múltiples interrogantes como las que apunta el autor en el prólogo: ¿de dónde venimos, quiénes somos y hacia dónde vamos?

Es cierto que, por nuestro autodimensionado ego, nos creemos el ombligo del orbe: por ello, me valgo de la pregunta formulada por la escritora norteamericana Diane Ackerman: «¿Dónde termina el yo y empieza el mundo?», en su infaltable libro Magia y misterio de la mente. La maravillosa alquimia del cerebro, brillante recorrido divulgativo sobre el funcionamiento del cerebro humano, escrito con sugerente prosa a ratos poética que recomiendo a todos los lectores.

Ya en su prólogo, Gayol abre el diapasón de su afán dilucidador cuando afirma sobre «nuestra indefinida cubanidad» que «es indefinida por algunas razones que a veces pasamos por alto, y ha sido así por lo inmersos que hemos estado en el asombro de esas virtudes que siempre nos identifican».

Y es aquí donde entra a indagar —con hondura no común, apoyándose en puntuales fuentes y un vasto aparato crítico de valía— en el acápite: «¿cuáles son nuestros defectos y las principales connotaciones que hacen una imagen más justa de nosotros mismos, pues […] la imagen es el significante del significado que debemos ser».

De ningún modo complaciente —como ha sido y es la grave ausencia del país y la salvaje nostalgia que entraña para la mayoría de los cubanos del exilio en Miami y en diversos países y continentes—, Gayol no evita «hablar de nuestros defectos (en esencia, de lo que más trata este libro»), lo cual es, por cierto, una de sus virtudes esenciales. Por ello, de ningún modo obvia que, hasta fines de 1958, Cuba fue, a no dudarlo, «un referente (en la buena economía, el desarrollo social y la connotación histórica) para otros países».

Mas, a partir del año siguiente, aquella breve etapa ¿irreal? se tornaría lo más opuesta, pues en el país sobrevendría «una devastadora avalancha de empobrecimiento», a pesar de que «la […] Revolución cubana siempre se ha autoproclamado, desde su inicio, como un referente de avanzada […] cuando en verdad», justo desde 1959, «la Isla ha pasado a ser un referente de pobreza en todo sentido».

De tal suerte, gracias en parte a su ubicación geográfica entre las dos Américas y a sus no pocos ¿atributos? históricos, la antes sobresaliente Cuba hoy es, contrariamente, un «modelo de aculturación» por la devastación sufrida durante seis décadas, en las que no solo fue perdiendo su rico legado artístico-literario sino que echó por la borda el notable desarrollo socioeconómico logrado hasta 1958 en diversos acápites, por el que sobresalía en una singular tríada, integrada además por Uruguay y Argentina.

Por estas y otras características, los nacidos en la Isla tienen (tenemos) el ego y el superego harto altos (y no es un juego de palabras), quizás por la fusión no solo tripartita que conforma nuestra complicada identidad, hispana, africana y china, cuya aleación no olvidamos integran otras ¿pequeñas? migraciones adyacentes que llegarían a Cuba huyendo de las guerras en sus países o buscando nuevas posibilidades de sobrevivencia en la hasta 1958 mítica Isla.

Justamente, tan complicada mezcla multirracial, generaría un atavismo que —tal subraya en su «Introducción (De la seriedad intuitiva y otras inflexiones»):

podría haber sido gestado, en sus principios, por una fusión genética no muy complementaria […] donde el acoplamiento de unos y otros genes haya creado intermitencias de rechazo y aceptación. Todo esto pudo haber conformado un ego altamente problemático en cuanto a la estabilización o no de los egos racional e irracional. Características [de] una identidad intranquila, inestable, que ha venido evolucionando y […] negativa, que ha venido involucionando en distintas etapas históricas de nuestro surgimiento como criollos; quiero decir, como lo que se ha dado en llamar «cubano».         

Para tocar fondo, Gayol se introduce en la rica y compleja idiosincrasia de los cubanos, quienes, sin duda, somos harto autosuficientes, al punto de que, en los años noventa, un teatristamigo rioplatense de visita en La Habana me dijo que nosotros somos tan parecidos a ellos que en la patria de Borges y Gardel, Cortázar y Piazzolla nos denominan «los argentinos del Caribe». Y nunca olvidaría su agudo/divertido comentario, al punto de que cuando lo repetí a colegas y coterráneos suyos, también amigos teatristas, residentes en Miami, rieron de buena gana y me preguntaron: «Che, decime, ¿quién fue ese argentino tan bárbaro? El tipo es genial».

De regreso al tema de la compleja identidad de los cubanos, coincido con Gayol, pues he pensado y pienso que esa tendencia de la que habla la podríamos desarrollar todos, y que como pueblo:

[…] pudiéramos tener la tendencia a la bipolaridad, enfermedad posiblemente endémica que se habría acentuado no solo por el […] aislamiento que acompaña a todo isleño, sino también por la filial y bélica relación tan estrecha que tuvimos con España, después con África y posteriormente […], con Estados Unidos; algo así como que […] padecemos un complejo de inferioridad que pudiera ser sustituido con frecuencia por un supuesto o artificial estado mental de superioridad.        

En fin, hay que reconocer que padecemos «esa frustración de ser isleños y [creernos] habitantes de un continente, sin contar que […] un buen número de intelectuales ha sugerido el deseo imaginado de que Cuba sea el mundo».

Mas Gayol no olvida la vivisección de la obligada [i]rrealidad impuesta por el castrismo, a lo largo de más de seis décadas de vejamen, abuso, prisión/crimen/paredón, atropello, hambre, incivilidad, pérdida de valores, mitomanía del tirano y más, a que fue y es ¡aun! sometido el cubano de la otra orilla, porque en esta, el de La Florida, específicamente en Miami, vive una existencia con derechos humanos, civiles y demás oportunidades del capitalismo que tanto odiara/envidiara el canallasesino Fidel Castro, quien —con su hermano y la cúpula de su sangrienta tiranía—, desde su arribo al poder, con engaños y traiciones, iniciaría una larga cadena de asesinatos y fusilamientos ni por pienso comparada con la que el desgobierno de la Isla acusara al régimen militar de Augusto Pinochet, por citar el ¿clásico? ejemplo, cuando, en verdad, tal demuestra la real historia de nuestro continente, el castrismo supera con miles de muertos al gobierno militar del país austral.

[Y ya que lo menciono, leamos algo de la vida del odiado oficial militar, quien —tan diferente del falsario comandante sin batallas y sangriento tirano cubano— ganaría sus méritos y descollaría como escritor con la publicación de cerca de diez libros. Augusto Pinochet (Valparaíso, 25 de noviembre de 1915-Santiago de Chile, 10 de diciembre de 2006) fue un militar que mereció el grado de Comandante en Jefe del Ejército y presidió la Junta Militar del Gobierno establecida tras el derrocamiento del gobierno comunista de Allende (aupado por la cúpula castrista). Presidente de la República (17 de diciembre de 1974-11 de marzo de 1990), y como expresidente, asumió el puesto de senador vitalicio: del 11 de marzo de 1998 al 9 de junio de 2002, cuando renunciara al cargo.]

Tan distinto y distante del criminal Castro, cuya mente demente (no es juego de palabras) supo descollar por el empleo de mitos políticos, con los que obnubiló, embelesó y estupidizó al pueblo. Para ello, y lo subraya Gayol, la mente mitomaníaca de Castro creó cinco fábulas/ficciones que impuso a los cubanos en su paupérrima cotidianidad, tales cánones del temprano lector del hitleriano Mein Kampf (Mi lucha) y gran menteur (mentiroso): su admirado Führer (jefe, líder).

Primero, los cinco mitos fundacionales: el de Robin Hood, de la Isla de la Utopía, el de David contra Goliath, el de la Isla bloqueada por el imperio y el del invencible comandante.

A ellos se sumarían otros mitos, lemas y consignas, extraídos de los discursos igualmente hitlerianos del fascistoide Castro: «El genio está en las masas», «El genio es masivo», «Patria o Muerte, Venceremos», «Al socialismo le debemos todo lo que somos hoy», «A la revolución no hay quien la detenga», «Toda nuestra acción es un grito de guerra contra el  imperialismo» y «Vamos a crear riqueza con la conciencia y no conciencia con la riqueza», entre muchos otros.

Mas otros mitos integraría el castrismo al enorme conjunto de mentiras que Gayol llama con acierto Espejismo. Y tal alucinación provocaría la utopía, por el hábil empleo de otras falsías/falacias adjudicadas a Cuba por los «creyentes» (término utilizado sotto voce por los cubanos para denominar a los que apoyan o fingen creer en el castrismo). Entre esos antiguos mitos (aun creídos por tontos extranjeros) que estimulaban aún más la engañifa, se recuerdan: «El Paraíso», «La Potencia Médica», «Faro de América Latina» y «Territorio Libre de América», sin olvidar uno que es el más descabellado: «La Isla de la Libertad», creado/estimulado por los gobiernos de la desaparecida Unión Soviética, décadas atrás y repetido ¡en La Habana de 2019! por el ex presidente y hoy primer ministro ruso Dmitri Medvédev.

Mas por ese «todo mezclado» que fluye como un río por nuestras venas, tenemos virtudes y defectos combinados, entre los que sobresalen prima facie: pasión e inteligencia, inextricablemente ¿unidos?, en un raro vis a vis: intranquilidad vs. paciencia; amor vs. odio; pereza vs. esfuerzo; ignorancia vs. sapiencia; charlatanería y respeto; burla vs. seriedad; y, por encima de todos: la voluntad de querer ser mejor, a los que yo le añado la siguiente coda: siempre que la envidia (dimensionada en la Isla por el auspicio del desgobierno) no dañe tales empeños.

Sobre el rigor y la hondura asumidos por el autor, Amir Valle, narrador y periodista cubano radicado en Alemania, bien lo expresa: «La seriedad y profundidad de Manuel Gayol Mecías lo convierte en una referencia obligada a la hora de reflexionar sobre estos temas tan vilipendiados y malinterpretados.»

En suma, para no extenderme demasiado —aunque su ensayo merece otro—, estimo que la inteligente escritura mostrada en este estudio, 1959. Cuba, el ser diverso y la Isla imaginada, se me antoja paradigma entre los escritos sobre la psicología social y la sociología del cubano dentro de la Isla (no los del exilio de Miami y otros ámbitos, donde han (hemos) cambiado de algún modo psiquis y comportamiento, por lo que es discípulo de Fernando Ortiz en algunos de sus trabajos fundacionales y otros medulares estudiosos de diversas disciplinas.

En fin, con su excelente ensayo, disponemos de un volumen de consulta que —al combinar con talento, voluntad creadora y literaria,  tiempo y energía, estudio e investigación, análisis y dedicación, seriedad y sentido del humor (sin el que carecería de un necesario complemento)— ha logrado un volumen ejemplar sobre el cubano y el castrismo hoy a mano de los lectores del exilio. Ojalá también puedan adquirirlo y estudiarlo nuestros coterráneos de la Isla, para que aprendan todo lo que les falta por conocer de nuestra patria aherrojada por una dictadura que ya se extiende por más de sesenta años. Felicito a mi estimado Manuel Gayol Mecías, colegamigo de tantas décadas.