Las respuestas de Rafael Alcides

 

Hace doce años, en agosto de 2006, cuando entrevisté al poeta y narrador Rafael Alcides, inadecuado como suelo ser, inicié la entrevista con una pregunta que al autor de Agradecido como un perro se le antojó siniestra: si podíamos albergar la esperanza de ver publicado en Cuba un nuevo libro suyo.

Le hice aquella pregunta, cual si diera por terminada la historia de este país y su cultura, debido al almacén doméstico de novelas y poemas inéditos que el escritor, laborioso y testarudo, guardaba en espera de momentos mejores, sintiéndose dueño absoluto del tiempo y las palabras.

Me respondió que no se sentía frustrado, que frustrado se sentiría publicando “fuera del día que se ha fijado para hacerlo”. El día cuando sus libros estarán en las librerías junto a los de tantos otros autores cubanos cuyos nombres el mundo pronuncia con respeto, y aquí, en su patria, ni mencionan.

He aquí un fragmento de aquella entrevista, que de las que he hecho es la que más me complace:

P: La Generación del 50, pese a mucha buena poesía y a su influencia en generaciones posteriores, sigue generando polémica. Usted, que es uno de sus más importantes sobrevivientes, ¿cómo la definiría?

RA: Todas las grandes generaciones han sido polémicas. En eso, si existen excepciones no las recuerdo. Y la nuestra ha hecho una poesía que por su calidad y la aventura que significó, parece estar destinada a sobrevivir. Claro, sus ideas no han sido estéticas solamente. Dado los días de su debut, no podrían haberlo sido. Tampoco podrían serlo las de sus detractores. Hoy, que el tiempo ha pasado dejándolo ver todo más claro, lo que en el fondo se sataniza en ella, aunque el interesado crítico se lo calle, es su alineación política. Dicho en otras palabras, el haber sido emblema (que lo fue) de un proyecto social hoy envejecido. Por eso, según la mano capciosa que reparta, si esta, si la otra, la verás en unos casos agarrar más honores de los que tal vez le toquen, y en otros, faltarle hasta la última migajita.

P: Usted ha dicho que no puede dejar de ser de Barrancas. ¿Qué sigue significando Barrancas para Rafael Alcides? ¿Acaso una suerte de paraíso perdido?

R: Tú lo has dicho. Barrancas es mi paraíso perdido. Todavía yo, todas las noches, sobre las ocho, al entrar los taburetes para acostarnos porque está muy oscuro para seguir en el portal y no podemos malbaratar un centavo comprando luz brillante, le digo a mi abuelo: “Écheme la bendición, papá”, y él me dice: “Santico, hijo”, y le digo a mi abuela: “Écheme la bendición, mamá”, y ella, con el olor a albahacas y a colonias puestas a serenar que le dejara el baño de las cinco de la tarde, se agacha a abrazarme y a besarme como si estuviéramos en un muelle, despidiéndonos para un viaje muy largo, como en efecto pronto sucedería, y con mucha ternura me dice al oído: “Dios te haga un santo”.

Esto es, por cierto, cuanto queda de Barrancas. Y su nombre en el mapa. Todo lo otro, el cine, la farmacia, la funeraria, no existe. Desapareció. Y lo nuevo no ha llegado. Ni siquiera tiene una videoteca, una biblioteca, un parque infantil, un círculo social. Cuando a medianoche le da a alguien un dolor de barriga o un infarto, tienen que emparrillarlo en una bicicleta para llevarlo al entronque que está a varios kilómetros. Las guaguas que viajan entre Bayamo y Manzanillo van llenas al pasar por allí, los graduados de los tecnológicos trabajan en la agricultura y, condenados como están los barranqueños a no poder seguir estudios en la universidad de Peralejo o encontrar trabajo en las fábricas de Bayamo por falta de transporte, el ocio que le dejan los avatares extras para sobrevivir lo ocupan en beber alcohol de reverbero colado con algodones, jugar dados, pelear gallos, perros, y apuntar números en la bolita, que, de hecho, allí es pública.

Y no vayas. Si pasas por allí, no llegues. Si te mandan, no vayas. Olvida un poema mentiroso que sin saber que mentía publiqué en el 84 elogiando la supuesta nueva vida que, viendo los milagros que en otras partes del país ocurrían, inclusive muy cerca de Barrancas, le atribuí a aquel espacio donde nací y he seguido viviendo con el pensamiento. Aunque te maten, no vayas…

P: ¿Qué siente cuando escribe crónicas sobre la Cuba de ahora mismo?

R: En principio, tristeza. Eso siento. ¿Por qué tener que ir tan lejos a decir lo que deberíamos haber debatido aquí en familia? Pero me sobrepongo. El deseo de ser útil te vence. Esto mismo de Barrancas de que te hablaba: denunciarlo a las autoridades provinciales de Granma no tendría sentido porque ellas lo saben. ¿Irles con el cuento a un periódico, llegar incluso con lagrimitas en los ojos al Comité Central? En esos lugares están muy ocupados, no les gusta trasladar malas noticias y no podrían asegurar que el pescado en mal estado que les estás sirviendo no sea el efecto colateral no previsto emanado de alguna orientación general bajada de allá arriba. Ah, pero tal vez cuando sepan a la gente allá afuera tapándose la nariz, entonces corran a enterrar el pescado y a lavar plato y mesa y todo lo demás con jabón y creolina. Es una esperanza que no borraría lo que empezó siendo frustración, pero alivia. Al menos durante un rato te sientes persona.

P: ¿Cómo sueña el futuro Rafael Alcides?

R: ¿“Sueña” has dicho? De la invención de la rueda a la carrera espacial que está teniendo lugar entre los actuales dueños del mundo, tal vez la humanidad no ha sido más feliz pero ha conseguido alargar su vida y hacerla más confortable y segura, excepto cuando llegan las guerras, sea la guerra de morirse enseguida o la otra guerra, la menos civilizada y por ahora empantanada: la de la pobreza. En todo caso, si existen respuestas, están en el futuro. En cuanto al inmediato, al futuro cubano, que por conocérmelo de memoria no necesito soñarlo, puedo resumírtelo diciendo que aquí en Cuba se publicarán mis libros, poesías y novelas bajo las condiciones de que te hablaba al comienzo de esta charla.