Martí, Maceo y el racismo

El 10 de octubre de 1868 lo que ocurrió en realidad -¡y muchos no  lo comprenden todavía!- fue que la conciencia de lo cubano quiso romper el viejo molde, que ya lo asfixiaba, y construir otro, propio e independiente, para vaciar en él las energías físicas y espirituales del pueblo gestado en las entrañas de la tierra conculcada por la corona española desde 1942.

En los siglos transcurridos entre las postrimerías del XV y la segunda mitad del XIX, la Historia creó insensiblemente un tipo humano peculiar, criollo, o sea: creado, cocinado en el horno de la tierra, configurado con el barro de las razas yuxtapuestas por los colonizadores sobre la raza autóctona. El papel de la Metrópoli fue idéntico al de la mujer grávida, quien por fuerza tiene que parir un día y dar a luz el hijo que inexorablemente trae con él un destino personal, propio, distinto al de la madre.

En los países nacidos tras la larga gestación por la Historia iniciada en el Nuevo Mundo a la llegada de los europeos, se produjo la creación de un nuevo tipo humano: el mestizo, el hombre mestizado no sólo por los cruces de sangre, sino principalmente por el cruce de ideas, de creencias, de concepciones de la sociedad y de la vida. Ni España ni ninguna otra nación podía conseguir allí el mantenimiento perpetuo de una raza «pura», la blanca, porque hubiera necesitado un apartheid mil veces más grotesco que el de Surafrica, y porque el español es, culturalmente, el más mestizado de los europeos.

El mestizaje racial o/y espiritual producido en el horno y caldero de la Isla, mestizaje reflejado no únicamente en el pigmento, es el cubano. Un cubano blanco no es igual a un español o a un norteamericano blanco. Un negro cubano no es igual a un senegalés o a un sudanés negro. Un mulato o un mestizo cubano no es igual a un mulato o a un mestizo (hijo de indio con otra raza) de Perú o de México. El cubano, sea por su color externo blanco, negro, achocolatado o betúnico es, ante todo, cubano. Porque la naturaleza, lo animal, es siempre vencido por la Historia, que es la humanizadora por excelencia. Ni el color ni la cuna determinan un alma.

Explicó Ortega y Gasset que el hombre, a diferencia del animal, no es naturaleza, sino historia. Es algo creado a partir de la condición primitiva o prehumana por el perfeccionamiento (la doma de los instintos) que en esa materia prima efectúa la cultura vivida como sociedad, región, por el hecho social. Nuestra historia muestra dos grandes modelos de hombres eminentemente cultos, desprovistos de lo zoológico hasta en el fondo de sí mismos: José Martí y Antonio Maceo. Ni el uno ni el otro se pensó nunca como blanco o como mulato: ambos eran felices en su conciencia de ser mucho más que una concentración más o menos intensa de melanina. Los dos eran, primero, cubanos. Y luego todo lo demás, lo accesorio. Los dos formularon explícitamente su creencia: Maceo en su fundamental carta al marqués de Santa Lucía, y Martí cuando dijo: «Cubano es más que blanco y más que negro: dígase cubano y se ha dicho todo».

Razón tenía el catalán padre de don Fernando Ortiz cuando decía, según su eminente hijo, que Martí tenía alma de mulato. De mulato cubano, digamos, y de blanco cubano, y de negro cubano, tenían mestizada el alma tanto Martí como Maceo.

Por no entenderlos y vivirlos a ellos como especímenes de ese producto específico de suprarraza y de supracasta, la República fue, y lo sigue siendo dentro y fuera de la Isla, una casa dividida (como la habría calificado Lincoln), o una nación invertebrada, a la manera dolorosa y perpetua de España. El regionalismo, que es una variante del racismo, desvertebra y balcaniza la nación mientras que el racismo, en el caso concreto de Cuba, quiebra y secuestra la supremacía de lo cubano, entendido como lo entendieron los Arquetipos.

El racismo es un capítulo de la zoología, una supervivencia de la infrahumanización del hombre primitivo. Inmensa fortuna para los hijos de la Isla fue el nacimiento en ella de estos dos Hombres Simbólicos, dos seres liberados, limpios de las huellas de la animalidad. Pero quedan todavía demasiados cubanos que ignoran que Maceo no peleó por los negros, ni Martí murió por los blancos. Maceo era, por lo exterior y por lo interior, portador de la cubanía integral. Por lo interior y por lo exterior, Martí era su gemelo. Los dos, repito, eran, primero, cubanos. Y todo lo demás era accesorio. ¿Tendría que ser accesorio también para todos nosotros?


Una primera versión de este artículo apareció en 1990. Cortesía El Blog de Montaner