Nicolás Guillén, cuatro leyendas

El poeta cubano Nicolás Guillén era de apellido Batista por parte de madre. Doy mi palabra que es así y que yo no tengo la culpa. Se llamaba Nicolás Guillén Batista. Hago la aclaración para que no se le confunda con el cineasta cubano, preso en el Castillo del Morro en una época, llamado Nicolás Guillén Landrián.

Nicolás Guillén Landrián no era un impostor sino un sobrino. A Guillén le molestaba que el muchacho, que estaba preso por sus ideas liberales, le usurpara el nombre y su apellido, pero todavía no ha habido una revolución tan radical como para quitarles los nombres a las gentes. Las fábricas sí, y la casa, y hasta las camisas. Pero el nombre es demasiado. Acabaría armándose una confusión tremenda.

Así que Don Nicolás tuvo que conformarse con la idea de que su sobrino también llevara a cuestas las catorce letras famosas. Las catorce letras y los dos acentos en las últimas sílabas (algo había que tener agudo, ¿no?)

-¿Nicolás Guillén?

-El mismo.

-¿Pero no estaba preso?

-(Con gesto hosco.) Es mi sobrino.

-¿Y por qué está en la cárcel?

-Es que ahora la cárcel es para todos, como las playas.

Aclarada esta confusión, pasemos a la otra. A Nicolás a veces se le confundía con Jorge, el fino poeta español de la generación del 27. De acuerdo con todos los síntomas el equívoco surgió no porque fuera español, ni poeta fino ni de la generación del 27.

-Debió ser que los dos se llamaban Guillén.

-Exacto.

Nicolás era cubano por dos costados y africano por los otros dos. Nada de español. Tampoco era un poeta fino, sino facilón y jacarandoso. Es muy bonito eso de «Sensemayá que le doy con un palo», pero no es fino. Guillén –Nicolás– más que un poeta era un guarachero que no sabía música. Era como Machín, o como Rolando Laserie, pero sin corcheas.

-Efectivamente, no se parecía a Jorge Guillén.

Ni tampoco a la generación del 27. En 1927 Guillén no pertenecía a ninguna generación, sino al cuerpo de censores del dictador Gerardo Machado. Cuando cayó la dictadura, tuvo que salir escondido del periódico El Heraldo. Las turbas le buscaban para arrastrarle.

-A lo mejor allí se inspiró para aquello de «Sensemayá que se arrastra».

-A lo mejor. Lo cierto es que si no se esconde le dan con un palo.

Bien: dejo en claro que Guillén no era su sobrino ni él era poeta español. Ahora la confusión que pudiera presentarse es por lo de Nicolás. Hay gente tan despistada que pueden llegar a creer que quien fuera una vez candidato al Nobel era en realidad Papá Nicolás.

-Claro, como Guillén escribió aquello de Papá Montero…

-Es usted listísimo. Según el materialismo dialéctico Papá Nicolás era un canalla rumbero, pero de la burguesía.

No debe equivocarse el lector. Guillén no era Papá Nicolás, el personaje que regala juguetes en Navidades. Bien es verdad que el Nicolás cubano era gordo y andaba en una limousine que parecía un trineo, pero hay una diferencia esencial. Nicolás nunca regaló nada. A nadie. Jamás. Pedir, sí. Siempre y a todo el mundo, incluyendo al Partido Comunista, al que tenía seco con sus viajes a París y sus comilonas.

Después de su experiencia de censor no volvió a trabajar. Blas Roca solía decir que Guillén era el único comunista que había mantenido toda su vida la consigna de huelga general. Un caso monstruoso de disciplina. No rompió la huelga nunca. Ni una hora. Ni un minuto. Ni siquiera hacía sonetos voluntarios.

Desbaratada la tercera confusión queda una cuarta leyenda, más o menos malévola, que afirma que Guillén era un buen poeta, pero una mala persona. Ese es un infundio de la CIA. Es al revés. Como poeta era malo, pero como persona excelente.

Una primera versión de este artículo apareció en el libro De la literatura considerada como una forma de urticaria (1980).