Oficio de Ángeles

Verónica Vega firma ejemplares durante la presentación del libro en La Otra Esquina de las Palabras

 

Lo primero fue un prejuicio. Me dispuse a leer Aquí lo que hay es que irse (Neo Club Ediciones, 2018), de Verónica Vega, temiendo que me decepcionara. La llamada “autoficción”, que hoy nos venden como una nueva tendencia literaria (aunque es más vieja que escupir), no alinea entre mis prioridades como lector. Sin embargo, apenas comencé a leer esta novela me di cuenta de que es absolutamente secundario el género o la tendencia a los que pueda pertenecer. Como toda obra auténtica y redondamente elaborada en sus aspectos técnicos, lo que importa en ella es la eficacia con que trasluce el universo espiritual de su autora y la rotundidad con que logra absorber al lector para hacerlo partícipe de ese universo.

Mediante el recuento de sus experiencias cotidianas como una habanera del humilde barrio de Alamar, y matizando cada descripción con sus apuntes reflexivos, dudas, aprensiones, desencantos y ensueños de artista, Verónica enhebra el drama de un cierto tipo de inadaptados que abunda en Cuba, aunque se les mencione poco, una estirpe peculiar de inadaptados: los que, aun cuando no pertenezcan a ninguna organización opositora, rechazan resueltamente el sistema, sin permitir que tal rechazo les condene a vivir amargados o roñosos. Se han encerrado en su interior para mantenerse a salvo de ese cloro hirviente que desde hace varias generaciones abrasa a los cubanos y les corroe el espíritu.

“De niña decía que iba a ser ángel, y estaba segura de que era un oficio practicable”, anota Verónica en Aquí lo que hay es que irse. Y al leerlo, reparamos en que, efectivamente, puede ser un oficio practicable, el cual tal vez consista en hacer lo que ha hecho ella: recrear la realidad, aun en sus vertientes más ásperas, al amparo de imágenes poéticas que aunque no siempre emergen de los hechos, cristalizan en la manera en que ella se los apropia, apelando a un recurso verdaderamente idóneo para penetrar en la sensibilidad de los lectores con la fina contundencia de la gota de agua que taladra la roca.

En esta novela intimista, escrita en primera persona, cuya voz narrativa es la de la propia autora, quien, además, es el personaje principal, Verónica articula la imaginería con detalles que reflejan su vida privada, pero bordeándola elegantemente, como para mantener los humos a raya. Así su estilo se nutre y a la vez disiente de la autoficción al uso.

Mientras que la mayoría de los escritores de autoficción (y no pocos poetas de estos días, cubanos incluidos) se proyectan muy devotamente a partir de sus ombligos, la autora de “Aquí lo que hay es que irse” ha subordinado el ego, lo amarró cortico, evitando que ese ensimismado regodeo en las penas y glorias personales obstaculice la elevación de la obra. Debe ser por eso que leer su novela, triste, desasosegante e incisiva, no provoca tristeza ni desasosiego. Si acaso una suerte de plácida melancolía. Al contrario de lo que sucede (o a mí me sucede) con los narradores y poetas ombliguistas, que a veces nos empalagan o nos hartan con sus aburridas variaciones sobre sí mismos, el comedimiento y la inspiración altruista marcan la diferencia en este caso.

También su pericia sintáctica. “Qué puede contarse desde un cuarto sin más vista que esta perpendicular hacia otros edificios idénticos: bloques de cemento olvidados bajo un sol atroz….”. Como respuesta a esta pregunta que ella misma propone en la novela, Verónica entreteje una contundente denuncia política sin hablar de política. Devela la oscura silueta del racismo y de la marginación económica y social o del machismo, diáfanamente, sin rasgarse las vestiduras. Hace justicia a su especial preocupación por la naturaleza y por la defensa de los animales, pero sin la ortodoxia y los tremendismos habituales. 

Por otro lado, o por el mismo, aunque la suya no es literatura propiamente feminista, al menos si nos atenemos a la más reciente faceta de este movimiento, está surcada por una exquisita sensibilidad que sólo las mujeres son capaces de lograr en forma inapelable.

Una sensibilidad sin la afectada pose de aquellos que tienden a valorarse a sí mismos como seres etéreos. Por las páginas de “Aquí lo que hay es que irse” discurren todo el tiempo poetas y artistas, siempre ajenos al sectarismo y a los melindres de la vanidad, actuando dentro de un espacio opresivo donde no hay lugar para que se crean serafines caídos sino culos para recibir patadas. Esto es algo que representa otro doble acierto de la novela, en el aspecto conceptual y también en el de la eficacia como vehículo narrativo. 

A propósito, es de agradecer muy particularmente que la novelista haya reservado un papel protagónico dentro de su obra para Omni-Zona Franca, ese grupo de poetas y artistas plásticos y de otras especialidades que desde hace ya unos veinte años está haciendo historia mediante sus esfuerzos por abrir espacios al diálogo entre el arte y los barrios pobres de La Habana y por romper los rigurosos límites de la libertad de expresión, pero que por actuar al margen de las instituciones oficiales de la cultura, no cuenta aún con el reconocimiento que merece, tanto a nivel nacional como internacional.

No es que sorprenda la presencia de este grupo en Aquí lo que hay es que irse, pues la autora mantiene vínculos de carácter estético y afectivo con Omni-Zona Franca. Pero puntualizo que se trata de una comunión muy afortunada, con la que ambas partes se enriquecen.  

En fin, no creo que sea necesario añadir mucho más. Sólo me faltaría recomendar de buena gana esta novela, mediante cuya lectura es distinguible el talento de Verónica Vega como narradora, y además la agudeza con que a la hora de escribirla asumió ella lo que considera una confrontación con su conciencia, con Dios, o con la intangible realidad.

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El escritor habanero José Hugo Fernández ha publicado una treintena de libros, entre ellos, las novelas “Los jinetes fantasmas”, “Parábola de Belén con los Pastores”, “Mujer con rosa en el pubis”, “Florángel”, “El sapo que se tragó la luna”, “La tarántula roja”, “Cacería”, “Agnes La Giganta” o “El hombre con la sombra de humo”; los libros de relatos “La isla de los mirlos negros”, “Yo que fui tranvía del deseo”, “Hombre recostado a una victrola”, “Muerto vivo en Silkeborg” o “La novia del monstruo”. Los libros de ensayos y de crónicas “Las formas del olvido”, “El huevo de Hitchcock”, “Siluetas contra el muro”, “Los timbales de Dios”, “La explosión del cometa”, “Habana Cool”, “Rizos de miedo en La Habana”, “Una brizna de polen sobre el abismo”, “La que destapa los truenos”, o “Entre Cantinflas y Buster Keaton”. Trabajó como periodista independiente en La Habana durante más de 20 años. Reside actualmente en Miami.