¿Sangra nuestro Martí? Carta en franco alegato de nuestra culpa (II)

Carta anónima de un escritor residente en el oriente de Cuba, quien ha preferido ocultar su firma por razones de seguridad.


Para rememorar: Panter Rodríguez, quince años de privación de libertad. Yoel Prieto, nueve años. Un año para Jorge Ernesto; según el departamento de redacción del Granma, correspondiente a este jueves 28 de enero. Condenados quienes ultrajaron los bustos de José Martí, fue el titular. El Tribunal Provincial Popular lo dio a conocer el 26 de enero. El Tribunal Municipal Popular de Plaza de la Revolución celebró el juicio oral y público el 21 de diciembre de 2020 (Causa 61 de 2020). ¿Los delitos imputados? Difamación de las instituciones y organizaciones y de los héroes y mártires de carácter continuado; y daños a bienes del patrimonio cultural.

“Este 28 de enero, en celebración de su natalicio, el semidios sudamericano José Julián Martí recibe con agrado una ofrenda de venganza por el sacrílego ataque a las imágenes erigidas en su honor”: sería un titular más acorde. Y si le resulta ofensiva esta idea, me atrevo, en nombre del mismo Martí que ambos defendemos, a preguntarle si no le parece más vejatorio que estos hombres sean sentenciados más allá de lo que cometieron, y que dos de ellos lo paguen con más años de cárcel que los policías que violaron en el pasado año a dos niñas en Marianao, La Habana.

¡Claro que es coherente comparar estos hechos! Martí dedicó palabras llenas de ternura y pureza a los niños; y tiempo a influir en su educación. A pesar de ello, estas niñas fueron violadas en el país al que entregó su vida. En donde luego le hicieron Héroe Nacional y le levantaron monumentos, tarjas y bustos en cada centro de trabajo y escuela.

Sumamos esto a que las violaciones son un acto de violencia detestable, incompatible también con el pensamiento martiano. Un abuso de ese poder personal que la circunstancia o la superioridad conceden y que, en vez de ser empleado en beneficio de la otra persona, es usado de una forma egoísta y perversa. Es el robo de una intimidad que no ha sido otorgada, jamás justificado con la condición moral de la víctima ni el tipo de relación que se ha mantenido con ella. ¡Y esta vez las agredidas fueron niñas! Si usted tuvo acceso a la información de estos tristes y condenables sucesos, y no pudo notar de cuántas maneras la afrenta es superior, le ofrezco ahora imaginar que Martí pudo haberle dedicado algunos de sus escritos de la Edad de Oro a estas niñas si les hubiese conocido.

La mayoría de nuestros conocidos (¡gracias a Dios!) concordarían en que los niños no deben ser víctimas de agresiones sexuales, ¡mucho menos por parte de adultos! Más si estos adultos son, nada más y nada menos, ¡agentes del orden público! ¿Qué decir si estos mencionados oficiales de la policía están en el ejercicio de sus funciones? A estas niñas se las llevaron en la patrulla sin importar incluso que los adultos responsables de ellas se encontraban cerca (lo que muestra la impunidad que acostumbraban a gozar por causa de sus uniformes y cómo sus conciencias no se encontraban siquiera inquietas). ¡También lo hicieron estando en medio de una pandemia! Una emergencia nacional en la que, si no lo ha notado a causa de las arbitrariedades absurdas y la continuada escalada de agresión de los agentes policiales y militares contra la población civil en esta etapa por la que atraviesa Cuba, el estado, la policía, el ejército y demás cuerpos, instituciones y extensiones de poder, deberían estar amparando a los ciudadanos y no haciendo uso de un desmedido autoritarismo. Sin embargo, ellos, a los que Martí hubiese llamado hombres viles y perversos, a pesar de sus uniformes, recibieron sólo …8… y …9… años de cárcel.

¿Lo nota ya? Si después de esto aún no entiende la necesaria comparación de estos hechos judiciales y la indignación que pueden causar, ni se moleste en seguir leyendo. Primero trabaje en su dignidad personal y luego discuta sobre justicia.

No estuve en el juicio del 21 de diciembre. Ni siquiera tuve la noticia de cuándo se realizaría. Tampoco habría podido cruzar las fronteras necesarias como para participar; y, en realidad, siempre creí que este ya había acontecido. Los conocedores de la realidad cubana estamos acostumbrados a la velocidad que acompaña a tantos procesos y acontecimientos, y al misterioso velo que les cubre de la vista pública (como la reciente investigación de la caída del avión que acababa de levantar vuelo en el aeropuerto de La Habana). Es usual ver desplazadas la opinión y la participación ciudadana a un segundo plano, hasta que salen a la luz los irremediables veredictos finales. Pero, desde la lejanía de la capital de la patria que me vio nacer, y por la posibilidad legal de apelación que ahora les asiste, es que intento aportar algunos cortos argumentos que al menos sean útiles a la posible apelación.

Quisiera volver a ese fragmento que considero tan representativo, sobre el que hice mis análisis personales en la primera parte de este artículo. Ahora quiero llamar la atención sobre: aprovechándose de la oscuridad de la noche y de la escasez de personas en las calles a esas horas, en la madrugada…

Un fondo oscuro al cuadro no tiene por qué añadir algún oscuro motivo. ¿Sería la nocturnidad un agravante serio que pueda provocar vulnerabilidad al mármol o haga caer al bronce en un estado de letargo y desamparo? ¿La noche debilita la defensa de los bustos ofendidos? ¿Sugiere alevosía en percance de un monumento inanimado el escoger una hora en la que no se encontrara nadie alrededor que pudiese brindar auxilio? ¿O es que Panter, Yoel y Jorge son culpables, además, por no ejecutar lo planificado de una manera que les facilitase el trabajo represivo a las autoridades?

Hacerlo a la luz pública, ¿les beneficiaría con menos años por las costillas? Es que ese planteamiento me hace suponer que se espera que una obra así debería hacerse a media mañana, como si fuera un performance artístico. Pero pasaríamos por alto que todos los pintores de grafitis -como arte de protesta-, o autores de cualquier letrero o gráfico como llana y simple protesta ciudadana (incluidos los realizados por el Movimiento 26 de Julio en contra de la dictadura de Machado), asumieron el mismo horario en toda la historia de Cuba. Nadie quiere ser detenido antes de culminar su objetivo. Mucho menos ser golpeado públicamente; ¡y ya hasta en los confines del universo ya se conoce que en Cuba se han detenido personas por leer poesía públicamente!

Hablemos de otro caso contradictorio con el mismo tema del que nos ocupa: Muy recientemente la prensa independiente dio a conocer el caso sobre el ciudadano camagüeyano conocido como “el patriota”, que fue multado por divulgar ¡a pleno día! impresos que fueron considerados clandestinos mientras recitaba las estrofas del Himno Nacional. ¡Y sólo eran pequeñas tarjetas de papel que precisamente contenían frases martianas! Resulta bastante incómodo y enigmático, para la jurisprudencia, tratar de colegiar cómo el echar sangre sobre el busto de Martí puede ser catalogado como delito, y, a la vez, regalar las frases de quien representa tal busto también lo sea.

No perdamos objetividad y miremos el contexto histórico, incluso ese desventajoso que el simple y cotidiano discurso hace ver a la isla como una completa e indefensa víctima atacada desde un Miami feroz. Aún situados en centro mismo de la batalla ideológica, no cabe que los emigrados y supuestos financiadores del sacrílego hecho se dediquen a blasfemar del Apóstol. ¡Cómo es posible si los cubanoamericanos opuestos al gobierno de la isla llevan años tratando de demostrar la incompatibilidad de los ideales del Apóstol con la cúpula del poder cubano! Sino, ¿cuál es entonces el sentido que se haya escogido el nombre de Martí para el más conocido medio de comunicación antagonista del estado cubano y su sistema de poder asentado en la Florida? Es por eso que, a pesar del marco de las pruebas presentadas y las declaraciones obtenidas, vuelvo a aducir como duda razonable el que estos tres ciudadanos hubiesen tenido como intención desacreditar la imagen de José Martí.

Hablemos ahora del patrimonio. Luego de la caída del campo socialista, el derribo de las estatuas de Lenin y otros símbolos del comunismo, ejecutado por masas ciudadanas que se encontraban dentro de la llamada Cortina de Hierro, fue tal vez el ataque al patrimonio histórico más comentado dentro de la isla en estos 61 años. Fuera de eso, sólo recuerdo que los medios brindaran atención al saqueo de obras de arte en el curso de alguna que otra guerra en el medio oriente, o que en algún documental se mencionara a los ladrones de las tumbas egipcias o el ávido saqueo producto de la ocupación nazi.

Estoy seguro que pocos, dentro de las fronteras cubanas, conocen que en los últimos meses han acontecido, en varias partes del mundo, cientos de ataques vandálicos en perjuicio de estatuas, esculturas, monumentos e iglesias. La mayoría de estos actos son expresión del odio cimentado en la ignorancia y la falta cultura; pero todos están directamente relacionados, tanto en los símbolos y textos utilizados, o la forma del ataque, con una animadversión hacia la persona o los valores representados por estos monumentos. Sin embargo, ni en unos ni otros, encuentro una similitud con los ataques de Panter y Co. al patrimonio cubano.

En los eventos acontecidos luego de la caída del campo socialista, se derribaban los símbolos de un pasado al que no querían volver; en las obras de arte robadas en el medio oriente, los ladrones de tumbas y la Alemania nazi, prima el enriquecimiento y el desmedido interés por la posesión del arte desde diferentes puntos de vista, y en la ola de acontecimientos más cercanos a nosotros, se vislumbra la inconformidad con los valores del pasado que habían sido exaltados o reconocidos social y culturalmente. Nada similar al acto ejecutado por estos tres hombres -o por medio de ellos, si prefiere. En él veo una inconformidad acerca de realidad cubana en relación al prestigioso ideal que nuestros mártires representan. Una denuncia. El modo de despertarnos al sacrilegio que estamos cometiendo y no un sacrilegio en sí mismo. Que nos sintamos ofendidos por el estado en que hayan quedado la representación de nuestros próceres no significa necesariamente que su memoria haya sido ultrajada con este acto.

No se honra a Martí, a nuestro Martí, con actos de puro escarmiento; ni se puede vengar en uno, o en un puñado de hombres, los males que detestamos o tememos. Las palmas son novias y esperan, dijo el Apóstol; y seguidamente nos exhortó desafiante: Hay que poner la justicia tan alto como las palmas. Quisiera, a pesar de creer en la utilidad que reportan los bustos y las tarjas a la memoria histórica de una nación, despedirme deseando a Panter, Yoel y Jorge que tengan suerte si optan por la apelación a que tienen derecho. ¡Que su próximo juicio no sea animado por la indignación, sino por esa buena fe que mira desde todos los ángulos para no ser gravosa, sino educativa además de justa! ¡Buena suerte compatriotas! Lo hago sin miedo a ser juzgado con críticas despiadadas, sentencias oportunistas y el abundante desprecio de los fanáticos ideológicos que no recuerdan que la historia nos lega, incluso, patriotas de pasados turbios.

Me despediré también de tal modo que resulte para el bien de todos: ¡Buena suerte, Patria mía! ¡Que ningún enfoque ideológico pueda pervertir el sagrado ejercicio de la justicia! ¡Que ninguna burda campaña mediática pueda oscurecer el entendimiento de ningún sector de tu pueblo! ¡Que ninguna creencia o partido pueda hacernos menos humanos en valorar lo correcto!


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