Una bella cesta para echar basura

Tal vez nuestro tiempo no sea bueno para los poetas, como creyó Cicerón sobre el suyo, tan lejano en apariencia. Pero aunque no para los poetas, sí es posible que estos sean buenos tiempos para la poesía. O creo que lo son para la cubana. Y no sólo por aquello de que los mangos suelen saber más dulces en época de hambre. También porque ya iba siendo hora de que el récord que ostentamos en cuanto a número de poetas por kilómetro cuadrado se revierta en ganancia, que aún no es proporcional, pero al menos consuela.

Mis motivos para el optimismo los he hallado esta vez en la lectura de algunos libros o piezas sueltas de jóvenes poetas cubanos. Muy particularmente en sus recreaciones de eso a lo que llaman poesía social. Ni más ni menos: un rótulo bajo el que incurrimos en tanta plasta durante las últimas seis décadas, bien fuese embobecidos o asqueados por el fidelismo.

Por ello encuentro razonable, y muy pertinente, la forma en que algunos de estos jóvenes poetas están asumiendo la tendencia. Con el acento desenfadado, irreverente, desaprensivo, lúdico, burlón incluso, que exhiben sus versos de carácter social, y con la desgana que evidencian ante el compromiso ideológico de cualquier signo, tal parece como si quisieran advertirnos que son hijos de nuevas circunstancias históricas y que, como tales, defienden su derecho a escribir para dejar en claro que piensan por sí mismos y hasta para defenderse de lo que sienten. Uno podría simpatizar o no con este tipo de proyección, pero lo que no podemos (o no debemos) es negar la legitimidad del enfoque.

En el poema Tumba para héroes, la autora, Sussete Cordero, discurre, como de pasada, sobre: “El destino de la carta de un preso político…/que odia los monumentos/y las chapas de mármol,/pero aun así, ha escogido ser héroe…”. En otra de sus piezas, Spoken Word, despotrica: “Llega y pon/la maldita circunstancia de la ideología por todas/partes./ Detrás de los barrotes/la fisonomía de un cuerpo irreal./(no estamos seguros de haber nacido)/ Detrás de cada muro/existe la privanza/que nos condensa hasta convertirnos/en murallas”. Y en otro, titulado Resistencia, hace chanza: “De los muchos infiernos del universo/vivir en este es una suerte./ Una suerte de mar./Una suerte de machos encendidos./Una suerte de hambre en los balcones… Este infierno tiene un fuego ardiente/que no deja ver el futuro… Todo está inventado./La paz/es como un túnel por donde la vejez/se desmorona cuando el cañaveral bosteza… /Hemos de llegar hasta el final./¡Resistencia!/Y no rendirnos/Y no cansarnos/Y no decir jamás la verdad”.

Con estos poemas, pertenecientes al libro Arar la sombra (publicado en Miami por Neo Club Ediciones), y con otros de su corte que engrosan el volumen, Sussete parece descollar dentro de esa tendencia digamos refrescante para la poesía social cubana, la cual, además de lo ya anotado, tiende a romper las estructuras convencionales del género, toda vez que no sitúa la denuncia social (o lo que podríamos entender como tal) por encima de los valores estéticos, ni tampoco la prioriza a costa de las intimidades del poeta.

Creo que Sussette no se ha propuesto movilizar a nadie con sus versos, ni pretende ser la voz de un pueblo o de una generación, entre otras candideces de vieja usanza. Su poesía social es como una bella cesta para echar basura, una especie de reventazón del espíritu que responde, sobre todo, a detonantes morales. Aquel axioma platónico según el cual la verdadera belleza no debe limitarse a estimular el placer de los sentidos sin que al mismo tiempo conduzca al bien material de las personas, podría parecernos ajena a los presupuestos de esta poeta mientras no entendamos (leyendo detenidamente el libro Arar la sombra) que ella incluye el placer de los sentidos entre sus bienes materiales.

Porque, además, no sólo con versos de inspiración social está configurado Arar la sombra. No obstante las muchas muestras de esta tendencia que hay en el libro, y por más que sea lo mejor que contiene (incluso para mi gusto, aun cuando no soy particularmente dado al disfrute de la poesía social), el eclecticismo que tipifica el quehacer poético de Sussette, tanto temática como formalmente, es una garantía para la diversidad, a la par que un vehículo que le permite desplazarse orgánicamente entre lo íntimo y lo público, a través de un estilo dúctil (a la dúctil manera de estos tiempos), y con un lenguaje directo, sustentado con claras influencias de la literatura universal que combinan con expresiones del habla popular cubana y que parece responder como norma al uso mesurado de la metáfora. Un lenguaje, en fin, que se nutre con esencialidades.

“Soy el corno de la jauría./Simplemente la mano con la que intentan/envenenar al ciervo del presente”, más que proclamar, Sussette vomita lo que siente en torno al lugar que ocupa o cree ocupar como representatividad sociológica de su nación y su oficio. Por cierto, tanto en el poema al que pertenecen esos versos, Voces en los alambres blancos del vacío, como en otros -no pocos- del libro, he notado frecuentes alusiones al central azucarero, los campos de caña, los macheteros… Y me resulta curioso que una poeta nacida en el año 1982 recurra a estos temas entre sus más frecuentes motivos para la nostalgia.

“Como la cara de Dios, tiznado por el hollín/del central/La boca se me hincha como una pomarrosa/No hay caracol vacío/ni cama sucia/cuando nace el amor… lo mejor de aquellos años/era/la lluvia de hollín/tiznándolo todo/el suelo áspero de bagazo seco/la ropa limpia después del baño/mis manos sucias/los gritos de la abuela al descubrirme/flotando bajo la lluvia negra/que acuchillaba el día… Donde estuvo la chimenea/han puesto un lleguipón./Un machetero lava/Y canta/el calzón sucio/de otro machetero/«menuda manera infernal/de no/vivir»… Un ángel negro de Machín/glorifica el campo/aunque sabe que rezar es inútil./Dios está de vacaciones…Con la negra paciencia de los zorzales/que se posan/conformes/sobre la enredadera de hierros abandonados”. Son fragmentos de varios poemas del libro Arar la sombra, donde se aprecia esa peculiar vertiente rural en la obra de Sussette Cordero, sin duda otra sustancial porción de nitrógeno para nutrir los aires refrescadores del ambiente poético en Cuba.

Se dirá que no van a enderezar con sus versos los torcidos ejes del mundo, ni cambiarán el curso de la poesía nacional, pero me sabe bien que intenten hacer lo suyo a cuenta y riesgo.

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El escritor habanero José Hugo Fernández ha publicado una treintena de libros, entre ellos, las novelas “Los jinetes fantasmas”, “Parábola de Belén con los Pastores”, “Mujer con rosa en el pubis”, “Florángel”, “El sapo que se tragó la luna”, “La tarántula roja”, “Cacería”, “Agnes La Giganta” o “El hombre con la sombra de humo”; los libros de relatos “La isla de los mirlos negros”, “Yo que fui tranvía del deseo”, “Hombre recostado a una victrola”, “Muerto vivo en Silkeborg” o “La novia del monstruo”. Los libros de ensayos y de crónicas “Las formas del olvido”, “El huevo de Hitchcock”, “Siluetas contra el muro”, “Los timbales de Dios”, “La explosión del cometa”, “Habana Cool”, “Rizos de miedo en La Habana”, “Una brizna de polen sobre el abismo”, “La que destapa los truenos”, o “Entre Cantinflas y Buster Keaton”. Trabajó como periodista independiente en La Habana durante más de 20 años. Reside actualmente en Miami.