Bienvenidos al país más culto

Raperos cubanos (foto cortesía de Cubanet)

 

Por estos días observaba una de las directas en redes sociales del guionista Eduardo del Llano donde exigía el derecho de los artistas simpatizantes del sistema cubano a ofrecer conciertos en Miami y que se rompieran las barreras políticas; de paso, catalogaba a una parte del exilio de extremista.

Es verdad que deberían romperse ciertas barreras y acabar con rencores políticos que afectan al arte y nos dividen; también voy a respetarle a Del Llano su opinión de «una parte del exilio» aunque acotando que estos “extremistas” tuvieron que marcharse unos prácticamente expulsados y otros en busca de posibilidades o avances que Cuba no les proporcionaba, pero, ¿quién ha sido más extremista, intolerante y represivo con los artistas, y el arte, que el propio gobierno cubano?

La represión y la censura en Cuba constituyen hechos dolorosos en la vida de muchos que a lo largo de estos 60 años han pagado el precio de no someterse, aunque les costara la vida o el entierro en vida. Es extensa la lista de personas y proyectos que fueron o son llevados a la inquisición por no ajustarse a los cánones éticos, políticos y morales del régimen.

Asombra escuchar hablar hoy de Lezama como si con él y el grupo Orígenes nunca hubiese pasado nada. Sabemos que los miembros de este grupo literario fueron perseguidos y divididos, obligados a exiliarse gran parte de ellos considerándoseles “artistas burgueses”. Contaba la hermana de Lezama en cierta entrevista que la novela Paradiso llegó a ser sacada de las librerías.

Escritores como Cabrera Infante, Severo Sarduy, Reinaldo Arenas y muchos más tampoco se mencionan hoy en las escuelas cubanas. Habana Babilonia, de Amir Valle —escritor exiliado—, no se ha publicado en tierras cubanas. En este caso, ¿cuál ha sido el pecado? Desnudar la triste realidad de los años noventa y documentar el fenómeno de la prostitución. A este ejemplo se suma el del escritor Pedro Juan Gutiérrez con su Trilogía sucia de La Habana —otro desnudo de la decadencia económica, social y humana de aquel mal llamado Periodo Especial que tanto marcó al cubano—, la cual vino a ser publicada en Cuba veinte años después, con disímiles polémicas y trabas.  

Vigilancia, extorsión, intimidación y privación de libertad, en algunos casos bajo causas comunes, forman parte de las técnicas utilizadas por el gobierno para deshacerse de todo el que no entre en su proyecto de nación. La política con los artistas e intelectuales que no encajan pasa por excluirlos u obligarlos a marcharse del país.   

La centralización de las instituciones culturales y la burocracia son de las armas más desgastantes del sistema, que juega con el tiempo y las esperanzas de los creadores. En Cuba, quien no está avalado por una institución gubernamental no es considerado artista y por ende se le hace más difícil generar ingresos y trabajar en espacios públicos. Incluso quienes pertenecen a las instituciones se quejan del mal trabajo que estas realizan a la hora de gestionarles empleo o transacciones de cobros, por mencionar algunos ejemplos. Y claro está, los pertenecientes a instituciones saben que tienen límites que no deberán cruzar. Tal es el caso del humorista Andy Vázquez, recientemente sacado del programa televisivo donde trabajaba por realizar una crítica con su personaje, Facundo Correcto. También pasaron por experiencias similares los raperos Soandry del Río y Eskuadrón Patriota, expulsados de la Agencia Cubana De Rap supuestamente por no generar ingresos cuando ambos artistas estaban activos y representando al rap cubano en distintos escenarios. La verdadera causa fue la presencia de ambos raperos en la Cumbre de las Américas realizada en Panamá, a donde fueron invitados de manera independiente.     

Hace un tiempo bromeaba con Soandry del Río diciéndole que no bajara sus perros de la azotea y, si podía, los metiera bajo la cama, después que David de Omni —otro artista censurado— denunciara en redes sociales que la Seguridad del Estado había envenenado a su mascota. El episodio me recordó una escena de la película El Padrino, donde a un director de cine le matan a uno de sus caballos más caros y le ponen la cabeza del animal en la cama para que accediera a darle un papel protagónico al ahijado del protagonista.

La presión psicológica a la cual son sometidos muchos activistas y creadores independientes es instrumentada por la Seguridad del Estado de manera formidable. Muchos de los catalogados como disidentes viven constantemente paranoias de persecución con demostradas razones pues, además de la vigilancia a su persona, sufren también quienes se encuentran a su alrededor, familiares, hijos, amigos, etc.

La usurpación y sabotaje de eventos o movimientos socioculturales es también común en Cuba. El robo por parte de las instituciones —con figuras protagónicas como el actual ministro de cultura Alpidio Alonso— del Festival de Rap en Alamar a Grupo1, es la fehaciente demostración de la guerra que ha sostenido la oficialidad contra este género de las clases marginadas y olvidadas por el poder. Este movimiento traía denuncias sociales y hablaba quizás por primera vez en la época revolucionaria de los verdaderos derechos de la población negra, demostrando que existía racismo  —el cual los discursos oficiales negaban y niegan— además de atraer a grandes figuras del activismo afrodescendiente y a  artistas del rap norteamericano como Mos Deff y Talib Kwelli.

Lo que sucedió con Grupo1 también lo vivió en 2009 el grupo Omni Zona Franca, expulsado de la Casa de Cultura de Alamar, sede de su proyecto de arte comunitario. Las autoridades no escatimaron fuerzas para echarlos como si fuesen delincuentes del espacio donde hacían el festival Poesía Sin Fin, que también acogía al rap y a la cultura alternativa.

En 2011 sufre la misma suerte el proyecto Matraka, organizador del Festival Rotilla de música electrónica, otra casa para la alternatividad y los desamparados institucionalmente. Casa tomada por el Ministerio de Cultura, que por supuesto destruyó el concepto y la idea original del evento, aunque ya desde el año 2004 había tenido experiencias de censura la organización de dicho festival, que logró atraer a una gran cantidad de jóvenes que encontraban alguna libertad durante los cuatro días de música y arte ininterrumpidos en la playa.

Un sabotaje del cual no se ha hablado mucho fue la introducción de reguetoneros en la Agencia Cubana de Rap, supuestamente desde el discurso de la inclusividad. Ello provocó gran descontento y división entre la comunidad rapera, que maneja textos más críticos y elaborados que los de los reguetoneros. Una estrategia abocada a debilitar aún más a este gremio contestatario.

Si los raperos no generan grandes ingresos es porque al género no se le da cabida en los medios de comunicación cubanos ni espacios nocturnos para que los artistas trabajen. Hace unos días pasaba por la Agencia y uno de los trabajadores comentaba que El Chacal –exponente del reggaetón– no era un simple artista de la Agencia, sino el padrino de la Agencia.

Todo esto no es cosa del pasado: se sigue poniendo en práctica en el presente. A lo que hay que sumar las campañas de desmoralización de los artistas vetados, intentando mostrarlos ante el pueblo como delincuentes o mercenarios. Incluso se les niega el derecho a salir del país en ocasiones, invalidándolos solo por el hecho de pensar diferente.

Se dice que somos un pueblo culto, pero en verdad gran parte de la población, pese a que sabe leer y escribir, sobrevive en la mediocridad cultural. El precio lo están pagando las generaciones más jóvenes, cada vez más desconectadas de nuestra historia y valores nacionales para absorber lo más kitsch y superficial de expresiones como el reggaetón o el reality show, entretenimiento barato para enajenar a las masas.