Cuba y la Enmienda Platt

Propaganda contra la Enmienda Platt

¿Hasta qué punto es cierto que la Enmienda Platt tuvo la culpa de tantos errores y faltas como cometimos los padres, los hijos y los nietos de la República de Cuba? Me atrevo a proponer, nada más que a proponer, por puro juego mental, esta sencilla pregunta: ¿Es cierto que la República  funcionó tan mal, con tantas deficiencias, porque nos abrumaba, nos asfixiaba, la falta de libertad debido a la existencia de la Enmienda?  ¿Podemos afirmar, al margen de la demagogia y de la comodidad que implica tener a quien echar la culpa de nuestros errores, que la República  creció mal porque nació oprimida por la acción de la Enmienda?  ¿Estamos seguros de que la codicia norteamericana por «apoderarse de la Isla» era tal que no dejaba libertad de acción a sus sucesivos  gobernantes?  ¿Que realmente no éramos dueños de nuestro destino?

Sé que lo más cómodo, lo fácil, es cargar todo el peso de la culpa sobre las espaldas de «los yanquis». A estos, en realidad, les importa un bledo lo que pensemos  de ellos. Pero para nosotros es indispensable presentarlos como los autores de todos nuestros males, sean estos los fraudes electorales, el racismo, la corrupción administrativa, los privilegios de castas, las rivalidades políticas y  hasta la llegada de Fidel Castro al poder y su permanencia en el mismo.

Es inútil señalar que los hechos, los datos históricos, la verdad monda y lironda, es que la Enmienda Platt funcionó realmente una sola vez: cuando Estrada Palma, desoyendo las súplicas de Theodoro Rooselvelt, forzó la Intervención en la República, suspendiendo provisionalmente su ejercicio. Y al  igual que en la vez anterior, cuando lo del ’98, los americanos se fueron, y muy contentos de irse, en cuanto se lo permitieron las circunstancias de la vida política cubana. Quiero recordar tan solo el telegrama ominoso de Desvernine pidiéndole al presidente norteamericano que no dejara irse del puerto de La Habana al  acorazado desde el cual Crowder, llamado por los políticos cubanos,  luchaba por enderezar  el proceso electoral y poner paz entre los partidos. ¿Y qué Enmienda era aquella que no se aplicó cuando lo del Hotel Nacional, hotel de donde salió huyendo por el sótano el embajador norteamericano, aterrorizado por el avance armado del pueblo encabezado por Grau y Batista?

Los embajadores americanos intervenían sólo en aquello que los cubanos –partidos  políticos, grupos, personajes– les pedían que intervinieran.  ¿Cuántas veces visitó Washington la oposición de turno para pedir que «le quitasen de encima» al gobernante odiado?

La participación de algún bufete ligado a intereses norteamericanos en estas o en aquellas  actuaciones de la corrupción en Cuba formaba parte de la misma, pero no era el origen ni el motor de la misma. Los pecados nuestros son nuestros, y los de ellos son de ellos. Las raíces y los móviles de nuestro defectuoso manejo de la República están, a mi juicio, en otro sitio, no en la existencia teórica  o la práctica de una Enmienda que nunca fue aplicada por voluntad norteamericana.

La prepotencia económica americana quedó reconocida y aplaudida como un beneficio para Cuba desde los tiempos de Carlos IV y de Godoy, cuando el tratado Pickney o del Escorial dio a los norteamericanos en Cuba más derechos que a los ciudadanos españoles. Ya el comercio entre Estados Unidos y Cuba era 44 veces mayor que entre la Isla  y la Península.

Ahora, después de un trágico y absurdo intento de cambiar las reglas del juego geográfico-económico, la Isla está a un paso de conseguir la reanudación de los lazos comerciales con  Norteamérica, el fin del embargo. Y esos lazos los pide hoy de rodillas la familia (Castro) que culpaba a la Enmienda Platt de todos nuestros males.


Una primera versión de este artículo apareció en 1994. Cortesía El Blog de Montaner