Del brujo al científico (II)

Egocerebros (Pixabay)

En realidad, todos y cada uno de los seres humanos normales tienen dentro algo que los impele en mayor o menor proporción a creer que: ¡Yo puedo reordenar el entorno!¡Mi mente es capaz de ordenar el aquelarre social! ¡Yo soy capaz de reordenar el mundo! Si ello no es decantado o cribado con la duda sistémica o cartesiana, el pensamiento puede llegar a ser bastante turbio y hasta conducir a comportamientos que serían de pura arrogancia intelectual. Es el caso de los grandes dictadores, que no solo exponen sino también imponen sus ideas con discursos encendidos pero además con cimitarras, jenízaros, camisas pardas, comunas, SS, brigadas de respuesta rápida…

En algunos intelectos, políticos y artistas, esa cuota de arrogancia intelectual que no es escardada por el Método Científico, puede llegar a ser patológica. Las culturas que no tiene defensa para estas patologías suelen ser desmontadas desde adentro, aunque sean capaces de crear cuerpo social desde otros ángulos. El proponente puede constituirse en un verdadero biocida (a veces genocida) que, en nombre de la vida, el progreso o su sagrada verdad, dilapide, asesine o subyugue.

Este es claramente el caso de Stalin, el Hombre de Acero, que en realidad era un hombre de acción e intrigante (un hitman) que se consideró a sí mismo el brazo ejecutor de la “dictadura del proletariado”. Ello le costó más de 40 millones de vidas a los soviéticos, dentro de estos, sus mejores intelectos.

Monos evolucionados o ángeles caídos

Tanto si fuéramos monos evolucionados o ángeles caídos, algo impele a la mente, más aún a la mente poderosa, a mirar más allá de lo que ven los ojos. Ese no es un pecado intelectual sino algo propio del pleno Homo sapiens. Por algo llevamos ese apellido, sapiens.

El pecado ocurre cuando muchas evidencias señalan que antes hubo un error de apreciación, y eso se niega. Pueden ocurrir tres tipos de errores: Decir que sí, cuando es que no; decir que no, cuando es que sí; o no decir nada y dejar que el azar determine.

Ante el asombro provocado por Jrushchov, gran parte de la inteligencia rusa se sumó a la tercera posibilidad, se hizo la tontuela o aceptó muy lentamente la realidad denunciada por algunos intelectos en la URSS, que no se doblegaron, con terrible costo: Solzhenitsyn, Bulgakov, Vavilov….

Occidente traicionado

Es larga la lista de iluminados, filósofos, teólogos, monjes, sabios, intelectuales, y recientemente “científicos sociales” y “politólogos”, que se han pretendido en el deber y en el derecho de repensarnos. Malabaristas del verbo, alumbrados, pensadores, se han creído en posesión de un mandato, un legado, de “sabiduría”. La mayoría son ideólogos pagados. Algunos, actuaron de manera comedida y comunicaron su convicción respetando el espacio de otros. Algunos, por el contrario, creyeron que su iluminación los autorizaba a eliminar física o intelectualmente a todo aquel que no comulgara o dudara de su creencia o dogma.

Las culturas occidentales, desde su origen judeo-cristiano, llevan plomo en el ala. Nos fundó Moisés, guiando al pueblo judío a través del desierto hacia la tierra prometida. Pero no todos llegaron. Cuando el iluminado subió a la montaña, descendió con diez mandamientos subyugantes de todo. Aquellos en su tribu, de su sangre, que continuaron “adorando el becerro de oro”, merecieron ser pasados a cuchillo. Una tercera parte de la tribu de Moisés fue así eliminada.

Por milenios, existieron en Europa guerras y asesinatos de pretexto religioso, incluso casi todo el S-XVII y el XVIII fueron una continuidad de devastadoras guerras, a veces por nimiedades en interpretaciones religiosas de la Biblia. Cristianos y protestantes, apostólicos, hugonotes, huteritas y otomanos, encajaron espadas o cimitarras, sitiaron y arrasaron ciudades amuralladas en nombre de Dios, Ala, Jehová o las Vírgenes.

Ser inteligente es deber inclaudicable de la intelligentsia. El constructo social que no cuente con el parlamentarismo, las tertulias de café o las conferencias-válvula, va a resolver sus cuestiones con la espada y la cimitarra. Pero, ¿se le puede llamar intelligentsia a unos homo sapiens que, pretendiendo habitar la torre de marfil, en los hechos rehúyen las evidencias, se emborrachan con ideas-opioides, sucedáneos-sustantivos, libros-drogas?

Hoy, se va haciendo cada vez más evidente que la intelligentsia nació con plomo en el ala. Tal vez el plomo no nos entró desde las guerras, sino cuando los pensadores franceses del Siglo de las Luces, huyendo de las guerras y del hombre a caballo, crearon paradigmas recargados hacia el buenismo social: todos somos buenos, el ser humano originalmente era un salvaje inocente que se contaminó con la sociedad. Nos soñaron, más que nos pensaron: Rousseau, Saint Simon, Owen, etc., etc. Muchos pudieran ser señalados como los primeros que inocularon en el torrente cultural de Occidente los personajes buenos: Don Quijote, que desface entuertos, Robin Hood, que es ahora un justiciero entre rascacielos (Batman o Superman), el Zorro vengador como justiciero nocturno, Jean Valjean como bondadoso expresidiario.

Es asombroso que en otras latitudes algunos aun hoy consideran a los infieles sus enemigos mortales, pero en general se puede decir que los grupos humanos actuales se han humanizado, y rara vez una tribu pasa a cuchillo parte de otra tribu que no marcha con la manada (notable excepción los Hutus y Tutsis en África Central). Pero ahora se les obliga a abandonar el país en que nacieron, usando maneras más graduales, teatrales e hipócritas: ser declarados revisionistas, gusanos o escuálidos.

Pero esto depende de muchos imponderables. En situaciones de campamento militar, puede retornarse al modo Moisés: cuchillo a todo el que dude. Eso explica el terror en la actuación de jacobinos, bolcheviques, jemeres rojos, guardias rojos maoístas o intrigantes del Partido Socialista Popular (PSP) .

Dentro de la revolución todo, contra la revolución nada, puede implicar un pasaje de avión o unas onzas de plomo. Ello puede depender de si la limpieza ideológica se hace cerca de la Siberia o de la Florida. Los gulags pueden ser campos de horror, pero se han producido en la historia extraños casos, como el próspero gulag en Miami.

Pero la mayoritaria tradición verbalista o parlamentaria de Occidente, puede incluir subrepticias eliminaciones selectivas (Rosa Luxemburgo, Trotski, Julio A. Mella, Camilo Cienfuegos, J. F. Kennedy, Carlos Galán).

El mundo y el cosmos son tan complejos que los seres humanos los queremos comprender en pares, en pesimistas dualidades. Artificialmente ha sido definido como dualista, a veces de manera obtusamente maniquea. A causa de ello, la intelectualidad se ha debatido por siempre entre dos modelos preeminentes. Por un lado, el modelo Platón-Sócrates: iluminados que reciben la luz desde arriba y se basan en ensoñaciones y el verbo. O el modelo Aristóteles-Pitágoras (el primero alumno rebelde de Platón, el otro fundador de la geometría moderna), que intentan sistematizar el conocimiento y ordenar ideas  científicamente.

Se ha pedido que seamos gobernados por sabios. El resultado ha sido que generalmente acceden al poder sofistas que dinamitan la sociedad desde arriba, pretendiendo que la están reasentando, de manera “revolucionaria” luego del desmadre en Francia. Y algún filósofo, tal como ya habían requerido tantos pensadores, no pudo resultar más inhumano una vez en el poder. Es el caso de Lenin, que asesinó a millones en nombre de turbios conceptos, como la lucha de clases, dictadura del proletariado. Es el caso de los Castro, que asesinaron a algunos y expulsaron del país a todo pensamiento alternativo, el 20% de la población.

El brujo evolucionado

Es el empoderamiento a partir de los métodos científicos (en especial el cartesiano) el que lanza a las nubes el poderío humano, principalmente por el surgimiento de la imprenta y de internet. Especializa a una capa de la sociedad en procesar informaciones muy difusas y convertirlas en alta cultura, en capital cultural. Emerge entonces lo que hoy llamamos intelectualidad o intelligentsia. Son individuos más inteligentes y cultos que el resto, y comienzan a sistematizar el saber hasta sintetizarlo en sabiduría, pero algunos se llenan de  vanidad. En el caso de la ciencia y la tecnología, esta tendencia a la vanidad tiene un factor que no deja levantar vuelo. Pero en el caso de las humanidades, que no aplican el método científico, la tendencia a la vanidad y la lentejuela se hace vicio.

La intelligentsia desde su origen se pretendió capaz de entender, comprender y mejorar el mundo. Esta arrogancia y a la vez nobleza es una larga tradición que podemos entrever en Confucio, Lao Tse, Zaratustra, Platón, Aristóteles, Cicerón, Thomas More, Erasmo de Rotterdam, Goethe, Hermann Hesse, Víctor Hugo, etc., etc. Históricamente, mientras las condiciones culturales eran primitivas y asistémicas, el pensador era una avanzada del pensamiento. Era un soñador genial, y sus propuestas eran parte de la tendencia humana y humanizadora a crear mitos y leyendas.

Pensar es inherente al ser humano y su cultura. Debiera ser considerado un derecho humano. En sociedades larvales, el pensador se expresa de disímiles maneras: filosófica o filosofante, gnóstica o agnóstica, teísta o ateísta, política o apolítica. Pero el poderío de algunos individuos y por la suma de los individuos en ciertas sociedades (mayormente la europea) se incrementa notablemente gracias a la acción de otro tipo de pensamiento humano: el científico-tecnológico, que ya había dado nacimiento a la industrialización (mal llamada Revolución Industrial).

Hoy nos enfrentamos a una gran confrontación entre tres partes de la cultura: la masa ovejuna e inercial, la de los intelectuales “humanistas” y la de los intelectos científico-tecnológicos.  Al menos Occidente está atrapado en este laberinto. La grandeza y la miseria humana es un dilema constantemente planteado, nunca resuelto, que nos hace ser de manera compleja a la vez Quijotes y Sanchos, dioses y bestias, depredadores y productores, innovadores y conservadores, ángeles y diablos. Pero en madeja o ecosistema, no en situaciones duales.

El universo se guía por determinadas reglas dialécticas que Hegel identificó como “unidad y lucha de contrarios”, “negación de la negación” y “cambios cuantitativos determinan cambios cualitativos y viceversa”. Por ello la vida a la vez es innovadora y conservadora, crea y a la vez se opone a la creación de mutaciones y variantes “alocadas”. En otras palabras, lo vivo y la masa crean y destruyen información. Es la madre anónima contra Polifemos que devoraban su progenie. Pero si existen Polifemos y Minotauros, también afloran de vez en cuando los raros Ulises, Icaros y Prometeos. Y a veces no los devoran o los laberintos los perdonan. En mi creencia, la humanidad es fundamentalmente prometeica. Por eso la Ciencia es la que nos hace evolucionar culturalmente en la actualidad.


Del brujo al científico