Directo al actual dueño de Palacio

Jorge Enrique Rodríguez (Facebook)

El tirano es la única especie humana que teme a la poesía; y los poetas que se subordinan a su manquedad pertenecen a esa bancada que solo pueden ser nombrada de una manera: cobardes.

Miguel Díaz-Canel Bermúdez, quizá menos tirano pero más mediocre que sus antecesores [los Castro Ruz], teme, como nunca antes en la historiografía cubana, a la poesía y al arte.

El Instituto Internacional de Artivismo «Hannah Arendt» [INSTAR], el Movimiento San Isidro [MSI] y el Movimiento 27N han vivido bajo un asedio que financia el Partido Comunista y que ejecutan los diversos elementos de la Policía Política [Seguridad del Estado].

Un hostigamiento que incluye la violencia de Estado en todos sus aspectos: asesinato de reputación, privación de libertad, secuestros, restricciones de movimiento, difamación, homofobia, racismo, destierros, sicariato, amenazas de muerte, inducción al suicidio.

Esa exrevolución, actualmente bajo el mandato de Díaz-Canel, ya no es temible. Terrible quizás, porque es dueña absoluta de cada propiedad, institución y recursos del país. Pero ya no temible.

Así lo demuestran las acciones que diariamente ejecuta la Seguridad del Estado contra artistas y escritores independientes que han asumido posiciones contrarias a la política cultural [y por ende, a las políticas de Gobierno]. Así lo demuestra la posición de resistencia y perseverancia de esos mismos artistas y escritores ante la represión estructural que domina en la isla.

Es desde la cobardía y la mediocridad que Díaz-Canel ejerce su tiranía.

No existe ninguna otra manera de catalogar a una persona de pensamiento tan fronterizo que logra confundir a un poeta con un agente de la CIA, a un artista con un terrorista, y al ansia de todo un pueblo con mercenarismo.

Mediocridad y cobardía que incluso le han conllevado a amenazar las voces [diáspora/exilio] que le increpan desde lejos.

No es un primer secretario del Partido Comunista; no es un presidente; no es un diplomático. Nada de eso, en absoluto. Díaz-Canel es simplemente un tirano incapaz de percibir que criminaliza con la misma velocidad de su salto al vacío; es decir, un criminal en su caída.

Criminal, sí. Cuál otra definición merece quien, desde un poder absoluto, asesina a la verdad [y a sus portadores] y entroniza la miseria como lógica de supervivencia.

Silenciar lo que me palpita dentro no es una opción. No al menos para mí.

Pero ojo, Díaz-Canel, mi posición no va de heroísmos ni martirologios al pie de calvario alguno.

No. Solamente soy ese poeta que ya no teme. Que ya no se subordina al susto y al sobresalto. Que ya duerme con las consecuencias en ristre. Que está en pie y que a diario e incesantemente le recordará su tiranía, su cobardía, su mediocridad.

Nadie puede engañarse a sí mismo; ni siquiera usted, embestido de todos esos poderes y espejismos.

La diferencia entre usted y yo es simple [e insalvable]: a usted lo sostienen el engaño y el poder; a mí me sostienen la verdad, la libertad y el corazón como únicas posesiones.

Sé bien, señor Miguel Díaz-Canel Bermúdez, que no importa cuántos años de vida y poder a usted le queden: nunca podrá decir lo mismo de sí mismo.

Porque quien porta y se rige desde la verdad no la traiciona, no la encarcela, no la asesina.

Sírvase usted, buen provecho… y ahora, si le sirve, pulse el gatillo.


De la serie #JugadasApretadas