El ánima que escapa del café

Sorprende -y hasta desconcierta por momentos- el lenguaje de tacto suave con que Ana Ivis Cáceres enhebra versos como si derribara obstáculos que le impiden mostrar las esencias de su yo íntimo. Se trata de un proceso recreativo que parece ser fruto de la espontaneidad más que de un diseño preestablecido. Tal vez por ello me recuerda esa evolución natural que impone a las nécoras desprenderse periódicamente del exoesqueleto como requerimiento indispensable para seguir creciendo.

Los años del insomnio, nuevo poemario de Ana Ivis, es un cumplido muestrario de esa manera de poetizar sacando a flote las sombras interiores, pero como quien no quiere la cosa, a través de visiones, pensamientos, rumias o simples rememoraciones de aspecto engañosamente efímero, ya que discurren a contracorriente, quedándose al pasar, en tanto llevan el fondo en la superficie: No soy normal ni lo deseo,/excavo donde la paz no es un holograma,/con las uñas desnudo la cueva y sus heridas,/el charco refleja los secretos,/un apellido gobierna la fe,/poeta de provincia con la patria al norte de la mesa… Son filtraciones del gas de la conciencia, o del inconsciente, vertidas en poemas de llana exactitud, a veces breves y macizos como perdigones, y otras veces tiernos igual que lirios del valle, muguet cuya delicadeza no es sino escudo vegetal a prueba de remolinos y aguaceros: Como muguet a la primavera/persigo un tren en marcha/para evitar se escape lo vivido

La más notable distinción de este libro (al menos para mí) es su capacidad para atrapar el interés del lector sin valerse de artificios idiomáticos ni alardes en el procedimiento. Es construcción con que la poeta no parece responder a otro trazado que no sea el de largar los bofes mediante un discurso asimétrico, ditirámbico en ocasiones, dispuesto para aprovechar al máximo la fuerza unitaria de cada pieza, encadenándolas todas en vaivén como la marea. En otoño/Puedo ser/los pies descalzos de la madrugada,/humo de hoguera,/consomé bajo en rencor,/palabra a fuego medio,/insomnio,/gota de espasmo en la cubierta,/un camino al no retorno,/una pizca de sal en la fortuna./Puedo ser el golpe/que devuelve la inocencia… La organicidad de los versos radica en el estilo (transparente y fino) con que fueron delineados. Y su coherencia depende del tono intimista, de su mera diafanidad. Un pergamino me declara en soledad/como sonajero que hace mute contra la brisa

En Los años del insomnio nos cautiva la dicotomía de una voz poética que no aspira sino a presentarse amablemente ante el mundo exterior, pero acaba replegada en sí misma, con lo cual potencia sus altos decibelios. Es sobriedad expresiva que no busca electrizar a nadie con ganchos de la prosopopeya u otros rebuscamientos al uso, sino que destila desde las honduras con una cierta inocencia: No es Fiodor Dostoyevski,/es el ánima que escapa del café…  Y es, en fin, poesía de inspiración clásica, aun cuando la poeta no se haya inspirado necesariamente en los clásicos para escribirla.


 

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El escritor habanero José Hugo Fernández ha publicado una treintena de libros, entre ellos, las novelas “Los jinetes fantasmas”, “Parábola de Belén con los Pastores”, “Mujer con rosa en el pubis”, “Florángel”, “El sapo que se tragó la luna”, “La tarántula roja”, “Cacería”, “Agnes La Giganta” o “El hombre con la sombra de humo”; los libros de relatos “La isla de los mirlos negros”, “Yo que fui tranvía del deseo”, “Hombre recostado a una victrola”, “Muerto vivo en Silkeborg” o “La novia del monstruo”. Los libros de ensayos y de crónicas “Las formas del olvido”, “El huevo de Hitchcock”, “Siluetas contra el muro”, “Los timbales de Dios”, “La explosión del cometa”, “Habana Cool”, “Rizos de miedo en La Habana”, “Una brizna de polen sobre el abismo”, “La que destapa los truenos”, o “Entre Cantinflas y Buster Keaton”. Trabajó como periodista independiente en La Habana durante más de 20 años. Reside actualmente en Miami.