La falta de respeto

28 de enero 2021.

A mi represor muerto.


Hoy es 28 de enero, debe haber sido un día como hoy que hace treinta años recité con mi bata limpia una poesía de Martí en el patio sucio de mi escuela sucia. Un día como hoy se suele ensuciar el nombre del poeta con matutinos bajo el sol, con flores marchitas, con faltas de ortografía y con una gran ausencia de convicción. Hoy debería escribirle a él, pero considero un atrevimiento dirigirme a él siendo quien soy una mujer sin poesía, y que solo podría ser valiosa mi carta cuando sin que me tiemble la muñeca pueda afirmar que te hemos borrado a ti de nuestros cuerpos y vidas. Entonces, me doy cuenta que es a ti a quien quiero hablarle. A ti, Fidel, sí tú, Fidel Castro Ruz.

Ya tú habías acaparado la poesía de Martí cuando yo nací. Se cumplían 26 años de tu revolución, y ya habías cometido varios de tus peores crímenes, ya habías hecho de Martí un busto de yeso o de plástico, ya habías manoseado con tus uñas largas sus palabras, manipulado con tu pedantería sus ideas, tanto, que nos hiciste creer que tu revolución era la de él, e hiciste de él una figura ordinaria y gris, y no del gris intenso de la alegría que trae una tormenta, no, el gris del yeso olvidado en la mugre de tus doctrinas.

Fidel, no voy a pedirte permiso, menos disculpas, por tutearte, tú me quitaste la poesía y también el respeto por los grandes héroes, al mandarlos a fabricar de manera industrial y comercializar y traficar con ellos tus intereses. Y así como me anestesiaste y vacunaste contra los grandes héroes y poetas y verdaderos revolucionarios, lo hiciste con los grandes monstruos y sus villanías. Una vez, alguien me comentó cómo le sorprendía escuchar incluso entre intelectuales cubanxs, alabarte, dotándote de una inteligencia sobrenatural, alardeando de tu carisma aplastante. Esa soberbia heredada también de ti, en la que muchxs se regodean para engrandecer tu figura, a pesar de reconocer tus vilezas, algo así como que el falo opresor no puede ser uno pequeño cualquiera, tiene que ser un gran falo opresor, el mejor de todos, supongo que eso justificaría la admiración enfermiza que sienten hacia ti algunas personas. Yo no te conozco, nunca te vi personalmente, alguna vez en un teatro grande a los lejos había un muro de traje verde olivo, y algunos, nerviosos, dijeron que eras tú. Yo no soy intelectual, ni siquiera llegué a la universidad, pero yo también te creía un gran líder, especial, un gran hombre, desviado por el poder, pero una criatura de inteligencia superior, capaz de enamorar a millones.

Un día despierto y de la manera más insulsa me entero que te habías muerto. Y yo, lloré. Lloré y mientras lo hacía me preguntaba por qué las lágrimas y los mocos, si estos no fluyeron cuando se murió mi abuela. Sería el famoso síndrome de Estocolmo o sería algún padecimiento de emigrante. Después de un tiempo, entendí que cuando mi abuela murió yo estaba ahí, en la misma ciudad, con la gente que tenía que estar. Cuando tú moriste, Fidel, yo lloraba por no estar en el lugar que sentía debía y quería estar, pero sobre todo lloraba y lloro todavía porque te llegó la muerte tranquila, como le llega a las personas buenas como mi abuela. Te llegó la muerte y no te bajamos de ese pedestal en forma de podio, te llegó la muerte y no fuiste juzgado, como se juzgan a los asesinos. Y es que Fidel, tú no fuiste loco, ni grande, ni maravilloso, ni demasiado inteligente, y si lo fuiste, esta mujer sin poesía se negará a reconocerlo. Tú serás para mí, y te recordaré y haré que los míos te recuerden de manera fácil y simple, como lo que fuiste, una mala persona.

Eres y siempre fuiste no más que eso, Fidel, mijo, y quiero practicar el ejercicio de quitarte al menos desde la construcción de mi lenguaje todo aire de hombre superior toda palabra que pueda traducirse en respeto o admiración. Tú también me quitaste eso, asere, yo ese músculo lo tengo jodido, no tengo canción preferida o banda, o escritor o escritora o libro, o película o sabor, o color, mi cuerpo es incapaz de contraerse de más hacia alguna preferencia, pero es bastante transparente y firme con lo que desagrada. Y tú, asere, me caes mal, porque además tengo la sensación de que nunca tuviste otro interés que no fuera el de curar tu ego inflamadísimo. Nunca hubo otro propósito en tu accionar que no fuera soberbia machicienta y pura de una bestia rabiosa en busca de una posición de superioridad donde acomodarse y establecerse. Nunca tuviste otro plan que no fuera el de tener esclavos que repitieran tus ideas, inútiles y antojadas. Yo quisiera algún día, con la tecnología del futuro, borrar de la memoria de tu revolución a José Martí, un hombre tan inmenso como tu egoísmo, de muchas formas brillante, pero principalmente por su fragilidad y nobleza. ¿Has visto, Fidel, con el cuidado y amor que escribía este hombre para referirse incluso a sus enemigos? Cómo pudiste, Fidel, banalizar tanto amor, tanta belleza, que jamás tú entenderías.

Por eso nos empobreciste, no solo de lo material, nos cambiaste el amor por las colas, nos burlaste la nobleza y nos hiciste miserables bichos de excesos e histerias que esperan y esperan.

Pero entonces, te mueres, te mueres sin que te llegue tu hora, sin que haya llegado el día en que se te nombre por tus delitos y que se te trate como quien los comete. Fidel Castro, asesino, corrupto, juzgado y tratado como se trata a los corruptos y asesinos, según la magnitud de sus crímenes. Escenas así me imagino que ya no pasarán, porque se nos fue la vida nuestra y la tuya y no nos decidimos, no tomamos una postura firme o blanda, aunque fuera una, pero no. Y entonces somos un país que perdió la oportunidad de una real reparación, que tuvo más de 50 años para juzgar a su opresor y no lo hizo. Y por eso pasan estas imágenes fantasmagóricas, que aún después de muerto dicen por ahí que, esta calle es tuya, que este pueblo es tuyo, incluso la desproporcionada y demente frase de: ¡Viva Fidel!

Nos inoculaste la corrupción en el sistema respiratorio como un mecanismo de supervivencia. Y la burocracia en el lenguaje para impedirnos nombrarte a ti mismo como dictador. Nos colocaste en la ilegalidad y nos hiciste cómplices de una vida ilegítima, en la que se trafican los derechos y se otorgan privilegios. Nos creaste como pueblo bicéfalo, no, no es cierto, deben haber más mostritos pero yo ahora sólo quiero identificar dos, porque así soy, bajita de nivel, criada en el binario de patria o muerte, socialismo o muerte, yo solo quiero hablar de estas cabezas que dividen a la masa entre intelectuales, brillantes sí, pero con un ego castrista, melindrosos para tomar una postura que les comprometa, y los otrxs, los zombies con negocios millonarios, que ejercen el poder sobre los zombies doblemente muertos en hambre y espíritu. Lo letal y escandaloso en cualquiera de estos zombies sería la falta de convicción, estos personajillos que no creen ni en ti, Fidel. Y es ese tu mayor logro, viéndolo desde tu punto de vista usurpador y mediocre, claro, el hecho de fabricar personas bustos, personas de yeso y marmolina, que calzan perfectos en el molde de tu capricho de moda y lo que es delirio, la fábrica sigue produciendo, activa aun después de tu muerte.

Toda la culpa es tuya, Fifo, nos hiciste un pueblo que padece, y no siente, no puede sentir, la piel es ya tan delicada que la brisa la deshace y nadie se atreve siquiera a mirar cómo se les desprende de la carne, aunque anden pisando su propio rastro en el asfalto.

¿Pero sabes una cosa, Fidel, asere? Conozco cubanxs que tienen una luz hermosa en su mirar, conozco cubanxs a los que les sobra grandeza de espíritu y valor, ese que tanto codiciaste y nunca encontraste. Conozco cubanxs a lxs que no pudiste quitarles la poesía, conozco cubanxs en lxs que Martí vive orgulloso.

Y sí, yo soy vulgar y ordinaria como tú me criaste, Fifo, también soy cobarde como tú. Yo soy pionera de las escuelas que tú creaste para repetir y repetir y jamás pensar, mucho menos reflexionar. Yo soy de esos lugares y barrios donde los versos más honestos que se recitan te parten el alma en tres de un bofetón de realidad:

Ay Martí

ayer no comí

Ay Maceo

tengo un hambre que no veo.

Una falta de respeto, sí. Por eso quisiera en mi precariedad poder hacer entender algo a mi gente, así como quien riega una bola con base en la verdad: Que tú no fuiste un hombre grandioso y/o excepcional, fuiste un oportunista de mediana inteligencia, pues alguien realmente sabio hubiera podido dialogar en lugar de eliminar a quien disintiera. Tampoco fuiste un gran líder, fuiste un dictador, que es diferente, las personas no te siguieron, te obedecieron en un ambiente de terror y doctrina. Yo no veo más que los destrozos que deja un ego profundamente herido. En fin, quiero que te bajen de ese pedestal los que te quieren bien y los que nunca te quisieron, pero te respetan. Eso quiero, que te pierdan el respeto que nunca mereciste y mucho menos ganaste. Quiero que abandonen el pensamiento tuyo mal reciclado con olor a muerto… de toda la vida, no de ahora que estás bajo una piedra. Eras un tipo mala persona, es lo único que puedo reconocerte, como millones que hay en el mundo, ordinario como la mala hierba, ni más ni menos, solo eso.