La realidad como celebración sonámbula

Artefacto que sirve para medir con precisión milimétrica el orden del mundo. Así es calificada la verdad por el protagonista de una muy conocida novela latinoamericana*. No creo que tal definición fuese de gran provecho para el poeta y narrador cubano Luis Felipe Rojas a la hora de estructurar su libro Artefactos, ninguna de cuyas piezas parece tener como fin la medición del orden mundial, mucho menos con exactitud milimétrica. La verdad, en su caso, no actúa como regla inflexible, sino como vehículo de igual o aún mayor capacidad ficcional que la ficción, toda vez que los hechos, personajes y circunstancias que el libro recrea no pueden ser comprimidos entre las chatas orillas de lo corriente.

Si el entorno de este creador estuvo siempre contaminado por el mito y por la perenne distorsión de la historia, no es raro que la única verdad a la que ahora da cabida entre sus artefactos narrativos sea aquella que le permite diluir lo visible en lo invisible y lo real entre sus múltiples bifurcaciones. Y es fácil entender por qué con tales artefactos ha conseguido estructurar relatos tan redondos, demostrativos del pleno dominio en el arte de narrar.

La lectura de Artefactos, recién publicado por la Editorial Casa Vacía, de Richmond, Virginia, me ha proporcionado la satisfacción de corroborar el empuje (tardío pero a tiempo) con que la actual narrativa del exilio cubano demuestra estar lista para la recuperación del terreno perdido por la Isla dentro del panorama de la literatura hispanoamericana, luego de varias décadas de abúlico desconcierto y obnubilación aldeana.

Cuando Luis Felipe aborda motivos cubanos en este libro (y lo hace recurrentemente en la decena de relatos que contiene), suele encauzarlos desde la plena experiencia artística. Su materia prima, que son los asuntos de eso que llamamos la vida real, no discurren del suceso a la página por efecto de mímesis: ni crónica reporteril, ni esperpénticos realismos sucios -siempre más sucios que realistas-, ni interposiciones condicionadas por el forced foot de la denuncia social o del brochazo folclórico. Pareciera que los personajes de Artefactos perciben la realidad como una suerte de celebración sonámbula, porque han sido moldeados para que las tristes paradojas de su universo queden expuestas como fruto de la imaginación.  

En Artefactos, magnífico relato que da título al conjunto, es la zozobra de la mujer vigilada que comparte obsesiones con el ojo mágico que la vigila. En Domingo, Diez pe eme, es el rejuego, ingenioso, certero, con los flujos narrativos y la disposición espacial, difuminando límites entre realidad y fantasía, en un contexto de amores extraños, lujuria, peligro, miedo, entremezclados a través de un radio-teatro que recubre la lobreguez del drama con la doble capa de ficción dentro de la ficción. En Píntate los labios, María, los mediadores entre el protagonista y la mujer deseada son el cine, la fotografía, los sueños, las revistas ligeras. Persuadido de que “…el tiempo es un ruidoso tren al infinito, es un bicho que se lo come todo”, este personaje intenta atenuar sus impactos sumergido en el espejismo y la entelequia.

En Jazzmanecer o devuélveme la perla, más que ser atenuado, hay momentos en que el tiempo se entumece, mientras el narrador desvaría enhebrando los encantos de una misteriosa secta (la de los hombres perlados) y los recuerdos de su experiencia amorosa con una mujer de progenie especialmente sugestiva. Aquí Luis Felipe lleva hasta el clímax lo que a todas luces alinea entre las finalidades básicas del libro, que es revelar las ricas implicaciones del contenido ocultando sus detalles elementales. Narración de primera fila donde las haya, esta pieza es un delicioso ajiaco en que convergen personas, obras, pasajes históricos ajenos entre sí, aunque sólo en la medida en que pueden ser ajenos por la gravitación de los años, más otras eventualidades menores. John Coltrane, Rulfo y Martí desandan juntos y revueltos una atmósfera posmodernista sugerida quizá por Thomas Pynchon, que es como decir por el legado clásico, de estirpe cervantina. Ciertamente no resulta sencillo escoger lo mejor de un libro en que todos sus componentes exhiben virtudes afines, pero puesto a optar por un solo relato, me costaría evitar que este fuera mi elección.

En cualquier caso, celebro no verme ante tan incómoda disyuntiva. Pues lamentaría postergar otras joyas como Cuestión de perros, impoluta, concisa, de envidiable graduación descriptiva, que roza la excelencia para remedar (paródicamente, creo) la técnica del iceberg sostenida por Hemingway, ya que en vez de dejar oculto bajo el agua nueve décimos del bloque de hielo, Luis Felipe sumerge todo el iceberg, no permite ver nada, o sólo deja ver lo que no importa, en una historia donde el presumible visor es el apareamiento de una pareja de perros, pero la trama real va por otra dirección, la de sus dueñas.

Sustentando esa relativización de la racionalidad lógico-causal, combinando detalles y rasgos comunes con las más fantasiosas ensoñaciones, viabilizando extraordinarias o hasta absurdas incongruencias mediante canales que parecen mágicos debido a su eficaz elaboración, el autor ha logrado una obra de notable excepción, con estilo brillante, alta tensión dramática y un sistema de signos lingüísticos tan afilado que le permite abrir brecha entre una amplia multiplicidad de perspectivas. Luego, para el remate, todas las piezas aparecen engarzadas por un texto narrativo sin título estable, que adopta forma fragmentaria para prodigarse desde la primera hasta la última página. Es como un eje en torno al cual se articulan los presupuestos esenciales del conjunto, otorgándole organicidad. También es, por sí misma, otra pieza modélica entre los artefactos narrativos de Luis Felipe.


*Novela La ciudad ausente, de Ricardo Piglia.

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El escritor habanero José Hugo Fernández ha publicado una treintena de libros, entre ellos, las novelas “Los jinetes fantasmas”, “Parábola de Belén con los Pastores”, “Mujer con rosa en el pubis”, “Florángel”, “El sapo que se tragó la luna”, “La tarántula roja”, “Cacería”, “Agnes La Giganta” o “El hombre con la sombra de humo”; los libros de relatos “La isla de los mirlos negros”, “Yo que fui tranvía del deseo”, “Hombre recostado a una victrola”, “Muerto vivo en Silkeborg” o “La novia del monstruo”. Los libros de ensayos y de crónicas “Las formas del olvido”, “El huevo de Hitchcock”, “Siluetas contra el muro”, “Los timbales de Dios”, “La explosión del cometa”, “Habana Cool”, “Rizos de miedo en La Habana”, “Una brizna de polen sobre el abismo”, “La que destapa los truenos”, o “Entre Cantinflas y Buster Keaton”. Trabajó como periodista independiente en La Habana durante más de 20 años. Reside actualmente en Miami.