Subdesarrollo Pérez: ¡qué envolvencia! El arte de la simulación

La simulación —real como el ocultamiento por miedo, resquemor y prejuicio— es una categoría eticoestética que, como teoría y libro, canonizara el narrador, poeta, ensayista y creador plástico cubano Severo Sarduy (Camagüey, 1937-París, 1993) en su libro homónimo, aparecido en la Francia de 1982.

   Desde su propia teoría de la simulación, afín a los textos de su amigo galo, el notable ensayista Roger Caillois, que en los ‘30s de la pasada centuria publicara su análisis surrealista del mimetismo animal, el relevante novelista cubano —Gestos (1963), De donde son los cantantes (1967), Cobra (1972, Premio Medicis), Maitreya (1978), Colibrí (1984), Cocuyo (1990) y Pájaros en la playa (póstuma, 1993), como asimismo renovador decimista en Un testigo fugaz y disfrazado (1985) y Un testigo fugaz y dilatado (1993), no menos relevante ensayista de Escrito sobre  un cuerpo (1969), La simulación (1982), El Cristo de la Rue Jacob, Nueva inestabilidad y Ensayos generales sobre el barroco (éstos tres últimos de 1987), tal dibujante— relaciona las teorías del agudo ensayista francés con el concepto budista de nirvana, momento de iluminación que culmina con la aniquilación del yo, siempre centrado en índices y rasgos culturales de su lejana pero no olvidada Cuba, desde 1960, cuando arribara a París, becado del [des]gobierno castrista para estudiar Bellas Artes y nunca regresar.

   Por tal sintonía, de alguna manera, apenas conocí la publicación del más reciente volumen del maestro caricaturista Arístides Pumariega (Aristide), con textos de su invariable Rebeca Ulloa, me vino a la memoria La simulación (Monte Ávila, Venezuela, 1982), el libro preferido por mí del relevante polígrafo cubano quien —influido por cuatro figuras de la poesía, el pensamiento y la plástica: el mexicano Octavio Paz, el ya mencionado Roland Barthes, el calígrafo chino-francés François Cheng y el pintor estadunidense Mark Rothko— lograría conectar en su obra, aupándolos, distantes/distintos fenómenos llegados de espacios heterogéneos y en apariencia inconexos: insólito haz que de lo orgánico a lo imaginario, y de lo biológico a lo barroco, combina tatuaje, travestismo sexual y humo: reflexión y homenaje a las palabras, en suma.

   Vinculado, sobre todo con Barthes y Sarduy, Aristide desbroza el laberinto borgiano y la dantesca/oscura selva de la cotidiana simulación, que impusiera «El Último Dinosaurio» a nuestra patria, consiguiendo su hecatombe moral, social y ética, acaso la mayor catástrofe causada por la maléfica deconstrucción del «Homo Diabolus», cuyo nombre mencionar no quiero.

   La tríada: disimular/ocultar/fingir del cubano de la Isla, y sus terribles resultados, no tiene parangón en el mundo de hoy, salvo en las ex repúblicas socialistas del este europeo, las que, por fortuna, dieron al traste con el infernal dueto fascista y comunista, tan similares, como prolijamente acusara la ex prisionera Margarete Buber-Neumann, en su magnífica novela-testimonio: Prisionera de Stalin y Hitler, publicada por el prestigioso sello editorial Círculo de Lectores, Galaxia Gutenberg, con prólogo del destacado novelista español Antonio Muñoz-Molina, quien, muy bien definiera a la valiente autora como «una de las voces que recordaron el horror doble de los campos sovieticos y nazis, y que ayudaron a establecer su comun naturaleza totalitaria».

El arte de la simulación

   Publicado por Eduardo René Casanova en la nueva Colección aun sin nombre de su Editorial Primigenios, apoyado con los breves/certeros textos de Rebeca, en Subdesarrollo Pérez: ¡Qué envolvencia! El arte de la simulación, el veterano dibujante evidencia en todas sus caricaturas el acierto y aserto del idóneo tándem integrado décadas atrás con su infaltable «compinche» de vida y obra, cuyos loables resultados constituyen un ejemplo de cuánto puede la conjunción de una pareja cuando la une el quehacer creativo de valía. 

   Reconocido entre los cien caricaturistas más populares del pasado siglo y con el respaldo de no pocas décadas de extensa e intensa praxis, en revistas, diarios y semanarios de Cuba, Colombia, EE. UU., entre otros países, este nuevo volumen se suma con creces a su amplio quehacer. Mas, no podia ser de otra forma: tras sus plumillas y dibujos, se asoman los rostros y los dibujos de sus colegas satíricos que le antecedieron en Cuba, desde el primer grupo de caricaturistas de la Isla, entre los que evoco, ahora y sin orden cronológico: Augusto Ferrán, Hipólito Garneray, Federico Miahle, Juan Jorge Peoli, Tejada, Nassaro, Francisco Cisneros, Francisco Camilo Cuyás, Codezo, Chaveta y Jorge Ritt, Ricardo de la Torriente y su «Liborio», Eduardo Abela y «El Bobo», los también pintores: Conrado W. Massaguer, el asimismo escenógrafo José Luis Posada, sin olvidar a Antonio Prohías, Jaime Valls, Rafael Blanco y Zumbado, como los talentosos jóvenes del siempre recordado equipo de Dedeté, entre los que figurarían: Ajubel, como mis muy cercanos Manuel y René (ya fallecido y al que recuerdo en particular por haber estudiado como este cronista en la Escuela Nacional de Arte), entre otros no menos talentosos.

   Por tanto, por todo, apunta Rebeca en el primer capitulillo,

Desde su primera aparición en Palante y Palante (1968), Subdesarrollo Perez cautivó al público. En medio de la hostilidad revolucionaria, traía de vuelta al humorismo gráfico cubano, el choteo, la burla y la risa.

   Apenas dos años más tarde, el personaje, junto a su alter ego Aristide, fue confinado al ostracismo. Los hirieron de muerte. Ambos como el Ave Fénix.

            Mas, Subdesarrollo vuelve hoy a desandar La Habana, de nuevo

           enfrenta colas, apagones […] jineteras y el castigo, recreando sus 

           travesuras desde la distancia, sin abandonar su tono crítico y
           simpático.

   Otro aspecto importante subraya Rebeca, al connotar que «la simulación y la dualidad caracterizan a la familia disfuncional de Castro», como muchas de las aberraciones y canalladas del dueto de sus tarados hijos: los hermanos asesinos, quienes, hijos del tramposo viejo español Ángel Castro (o mejor: Diablo), quien, desde sus orígenes y su non sancta existencia, marcara con el robo, el abuso y demás canalladas ocultas por los ¿colegas? de la prensa cubana, entre ellos, una ¿periodista o aduladora in extremis? publicaría poco tiempo atrás, la ¿biografía? del explotador gallego, donde se esforzara por presentarlo como lo que jamás sería: un bondadoso hombre que fue a la Isla a hacer bien…

   Falso: desde que llegara a Cuba como soldado del ejército español, los maquiavélicos afanes de trasnochado y ¿angelical? conquistador gallego le llevarían a enriquecerse tras la guerra como terrateniente y, con su fortuna, adquirir un tren, con el que recorrería sus plantaciones. Mas, leamos el breve, pero contundente capitulillo de Rebeca: «Verde como las palmas…», donde asaetea la diabólica imagen del también cornudo hispano:

Siendo ya un cuarentón, conoce a la joven de diecinueve años, hija de una sirvienta de la casa, Lina Ruz. Mantiene relaciones extramaritales con ella, y aun casado, nacen los dos primeros hijos, de los siete que tendría con Lina. Con la intención de ocultar a sus hijos ilegítimos, manda a Fidel y a Raúl [a estudiar] internos a Santiago de Cuba. La condición bastarda de Fidel, lo convirtió en víctima de burlas y humillaciones. Le apodaban «El Judío». La esposa lo abandona y se dispone a reclamar la mitad del patrimonio familiar. Ángel simula estar en bancarrota y pasa la mayor parte de su fortuna a nombre de un amigo. Como represalia, le niega el divorcio y el matrimonio […] deberá esperar mucho tiempo, tanto que hasta los diecisiete años, Fidel figura como hijo bastardo.   

   A éste, le sigue otro momento de valía: «A su imagen y semejanza», donde Rebeca perfila con acierto la trastocada personalidad del que, con el tiempo, devendría el mayor asesino que, siempre gran menteur, se impusiera en nuestra patria, ya devenido por los complejos trastornos de su desequilibrada personalidad, en maestro de la simulación, al punto de que ni el padre de la Psicología Moderna, Sigmund Freud, de haberlo  tenido como paciente, habría desentrañado su aberrada personalidad.

   Con un afán antirreligioso, superior al de los republicanos españoles, quienes quemaron Iglesias y asesinaron monjas y curas, el enajenado dictador no solo repetiría tales desmanes en Cuba, sino que prohibiría  la mayor fecha de regocijo y paz en Occidente: Las Navidades, e impondría la «fiesta nacional» el 26 de Julio, pues «se sentía dios, quería que el pueblo fuera a su imagen y semejanza […] Al querer acabar con la religión, él mismo convirtió su revolución, con tantas prohibiciones, en puro dogma».

   En «Castro tuvo ideas y todas “brillantes”», siempre con el respaldo visual de las incambiables caricaturas aristideanas, Rebeca enumera no pocas de las ideas ¿geniales?, según imponían llamarlas en los órganos de prensa, a la cabeza de los cuales figura el indigno Granma (siempre empleado como papel sanitario ejemplar, a falta del que aun escasea en Cuba).

   Entre éstas, la primera sin duda es haberse impuesto el UNO en el consejo de ministros y el partido comunista, como los cargos de jefe del consejo de estado y comandante en jefe. Mas todo comenzaría con el  canallesco slogan «No soy comunista», dicho y repetido desde el preámulo del casi inmediato Inferno de su dictadura, cuando en abril de 1959, durante su primera visita oficial a Estados  Unidos, aseverara: «Sé que están preocupados por si somos comunistas. Pero ya lo he dicho muy claramente: no somos comunistas. Que quede bien claro», como asimismo aseguraría «armas para qué».

   Sin embargo, el 22 de diciembre de 1961, declaraba exactamente lo contrario en un discurso que sería muy recordado, donde afirmara ya sin su habitual máscara fouchesca:

¡Esa capacidad de crear, ese sacrificio, esa generosidad de unos hacia otros, esa hermandad que hoy reina en nuestro pueblo, eso es socialismo! Y esa esperanza, esa gran esperanza de mañana, ¡eso es socialismo!, y por eso ¡somos socialistas!, y por eso, ¡seremos siempre socialistas!, ¡por eso somos marxista-leninistas!, ¡y por eso seremos siempre marxista-leninistas!», exclamó ante una multitud reunida en la Plaza de la Revolución, en La Habana. Cuatro años después fundó el Partido Comunista de Cuba, que se convirtió en el único aceptado en la isla. Para entonces, las libertades de expresión, de prensa y de protesta ya habían desaparecido.

   Ya había alcanzado su diabólico sueño, pues con su ya autoconfirmada vocación comunista, y con el poder absoluto de la Isla (su enorme colonia, su gran finca), llegarían algunas de las prácticas que llevaría a cabo desde su etapa de pésimo estudiante universitario, en la que, pistola en ristre, actuaría como su odiado-amado padre gallego: como un ganster, un malhechor, en fin, un canalla.

   En consonancia con ello, bajo el cariz de un nuevo «idioma» creado por el propio tirano ¿neogologista? —trastocaría el sentido de palabras y conceptos—, imponiendo algunos, tales robar, que redenominara «nacionalizar», apoyado en su cervical odio a Estados Unidos (donde desde antes, vendría a quedarse en una «casa embrujada» que, a pesar del veneno que dejara entre sus paredes, aun se conserva, tal ha comprobado el cronista, quien debe pasar a menudo frente al terrorífico inmueble).

   También denominada «Intervención», el innombrable robaría muchas empresas norteamericanas, cuyo pago aun tratan legalmente de resolver los expropiados, residentes en este país, donde hemos venido miles de cubanos, huyendo del maldito régimen que, ya muerto por fin el tirano, tratan de mantener sus seguidores, con el mediocre asesino Diaz Canel… ¿hasta cuándo? Otras «geniales» ideas de robos, serían las supuestas reforma agraria y reforma urbana, y basta, que solo recordar la mala, pésima ¿vida? sobrevivida en la Isla o Gulag tropical, erizan la piel al pinto de la paloma.

   En fin, con su más reciente volumen a dos manos, Arístide y Rebeca continúan su decisiva denuncia del castrocomunismo, que, desde el pasado domingo 11 de julio, parece anunciar su fin, tras su maldita existencia de más de seis décadas de violencia y vejación, robo y crimen: signos de las peores tiranías que en el mundo han sido; solo comparable a las teñidas de sangre por el fascismo, ya corroborado por el más vil asesino de la historia latinoamericana en su autodefensa La historia me absolverá, cuyo título tomara de su parangón: Mein Kampf (Mi lucha), de Adolf Hitler.