Leer aguantando la respiración: Exclusivo modelo cubano

La costumbre de leer en el baño podría estar más arraigada en Cuba que la de leer propiamente. Son muy pocos los retretes de casas habaneras en los que no encontraremos algún libro dispuesto para la lectura, e incluso abierto o con la página marcada, a la espera de la próxima deposición. Sus lectores (en proporción tal vez mayoritaria) parecen preferir el lugar y las circunstancias aun por encima del libro escogido.

Claro que leer en el baño no es un hábito privativo de los cubanos. Resulta tan antiguo y extendido como el de leer. La exclusividad en nuestro caso parece radicar en dos detalles:

1- Según recientes estimados de las propias instituciones del régimen, el 66,34 por ciento de los universitarios de la Isla sólo lee muy de vez en vez, y por lo general textos relacionados con la especialidad de sus estudios. En cuanto al resto de la población, apenas lee, nada, nunca. Los datos podrían ser benignos, pero aún así son alarmantes. Ahora falta por aclarar cuántos de esos pocos que todavía leen, lo hacen en el baño. Presumo que casi la totalidad, con lo cual podría quedar establecido un récord muy difícil de igualar en el mundo, no en materia de lectura exactamente sino en lo referido a capacidad de resistencia para leer y respirar al mismo tiempo en medio de una atmósfera asfixiante.

2- A la inexistencia casi total de servicios sanitarios para el uso público en Cuba, así como a la pavorosa falta de higiene y el deterioro de hecatombe que presentan los baños de los establecimientos comerciales, las áreas de recreo, las escuelas o los centros hospitalarios, habría que añadir la escasez de agua o de ventilación en los retretes de las casas particulares, así como la falta de complementos higiénicos de elemental necesidad. Y es justo el escenario escogido por nuestros paisanos para convertirse en lectores de competencia. La cuenta fue sacada ya. Si alguien consume veinte minutos cada día leyendo mientras excreta, habrá dedicado, en un año, cinco días íntegros a la lectura.

No es demasiado si se compara con las muy largas horas de audiencia que el rey Luis XIV concedía a diario sentado en su taza de evacuar el vientre, pero sí constituye un tiempo récord, que permite comprender por qué el régimen castrista se llena la boca a la hora de mencionar la invicta vocación de sacrificio y el singular heroísmo de nuestro pueblo.

Lo extraño es que no se le haya ocurrido exportar hacia Latinoamérica esto de leer aguantando la espiración como otro de los exclusivos modelos cubanos creados por el fidelismo.

A propósito, un amigo de La Habana, que viajó por vez primera a Miami hace pocos años, me confesó que su más grata impresión al llegar se la proporcionaron los baños de todos los sitios destinados al servicio público. Ninguna de las muchas atracciones de esta ciudad le gustó tanto como el tan común pormenor de que lo dejaran pasar gratuitamente a los baños de cualquier establecimiento y que éstos siempre estuviesen limpios y olorosos, con agua corriente en abundancia y con todo lo demás como Dios manda.

Supongo que nadie se haya tomado el trabajo de llevar a cabo una encuesta en Miami para establecer cuántos, entre los muchos lectores de inodoro que seguramente se mudaron de Cuba para acá, persisten en la costumbre, favorecidos ahora por el nuevo hábitat.

Si han dejado de leer en el baño al instalarse en Miami, estarán dando prueba de nuestro indomable espíritu de contradicción. Pero si mantienen el hábito, entonces no hay dudas de que son dignos representantes de su pueblo, fieles a su cultura en las malas y en las buenas.


 

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El escritor habanero José Hugo Fernández ha publicado una treintena de libros, entre ellos, las novelas “Los jinetes fantasmas”, “Parábola de Belén con los Pastores”, “Mujer con rosa en el pubis”, “Florángel”, “El sapo que se tragó la luna”, “La tarántula roja”, “Cacería”, “Agnes La Giganta” o “El hombre con la sombra de humo”; los libros de relatos “La isla de los mirlos negros”, “Yo que fui tranvía del deseo”, “Hombre recostado a una victrola”, “Muerto vivo en Silkeborg” o “La novia del monstruo”. Los libros de ensayos y de crónicas “Las formas del olvido”, “El huevo de Hitchcock”, “Siluetas contra el muro”, “Los timbales de Dios”, “La explosión del cometa”, “Habana Cool”, “Rizos de miedo en La Habana”, “Una brizna de polen sobre el abismo”, “La que destapa los truenos”, o “Entre Cantinflas y Buster Keaton”. Trabajó como periodista independiente en La Habana durante más de 20 años. Reside actualmente en Miami.