UNEAC, neocastrismo y moderación extremista

Es sorpresa para casi nadie que la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC) constituye uno de los brazos represivos más eficaces con que cuenta y ha contado la dictadura cubana. Ya en 1962, cuando se crea la institución, la esfera cultural isleña está casi en su totalidad bajo control gubernamental. Y desde entonces lo ha estado crecientemente, inmersa en un proceso de radicalización oportunista que llega hasta la actualidad y pasa incluso por respaldar sentencias de muerte contra compatriotas inocentes. De manera que el papel del oficialismo uneaco, y sus tentáculos en el exilio, ha sido de orden fundamental en el blanqueamiento y la supervivencia del castrismo, me atrevería a afirmar que ocupando un lugar entre los primeros tres índices instrumentales del poder totalitario (los otros dos serían el control militar y el socioeconómico).

Un papel que se expresa a distintos niveles y con velocidades y formas de moderación extremista que fluctúan entre el preciosismo de la manipulación argumentativa, la difamación y el chisme, la censura más burda y directamente el uso de la fuerza.

Por ejemplo, en los “días revueltos” de diciembre de 2020, como los llamara cierto poeta oficialista en Facebook, el escritor Carlos Esquivel Guerra fue amenazado con ser expulsado de la organización, al igual que la escritora, artista plástica y actriz Ana Rosa Díaz Naranjo, actualmente exiliada en Madrid, España. Esquivel, por haberse hecho una foto con el escritor independiente Rafael Vilches Proenza en el parque Antonio Maceo de Las Tunas (oriente de Cuba), en solidaridad con los artistas y escritores del Movimiento San Isidro que protestaban en La Habana para que se eliminaran las tiendas en divisas –moneda que los trabajadores no perciben en Cuba– y se liberara al rapero contestatario Denis Solís. Díaz Naranjo, por dar likes y compartir publicaciones de artistas y escritores cubanos de la vanguardia artística y literaria del país también en apoyo al Movimiento San Isidro y los jóvenes estudiantes, artistas, escritores e intelectuales que junto a varias figuras culturales se plantaron delante del Ministerio de Cultura habanero para hacer solicitudes como el cese del hostigamiento y la represión contra la creación independiente y la ya mencionada excarcelación de Solís.

“Las amenazas a Esquivel y Ana Rosa giraron alrededor de mi nombre, pero yo no les debo nada”, declaró entonces Vilches Proenza, cuyo trabajo en el ámbito independiente es conocido y de larga data. “Alguien que yo apreciaba llegó a decir que yo no era nadie, que era un mierda, que no existía en la cultura cubana y no sé cuántos improperios más”.

Cabe recordar que en agosto de ese mismo año, tras dirigir una carta abierta al gobernante Miguel Díaz-Canel, fue expulsado de la UNEAC el escritor camagüeyano Pedro A Junco, a quien el oficialismo también prohibió realizar su peña ‘Escritores al bate’.

“No hay más alternativa que abrir la talanquera a una juventud ávida de libertad y de progreso”, concluyó Junco por esos días. “Muchos aún son dóciles y temerosos, pero otros ya están valerosos y dispuestos. Cuando los valientes y dispuestos sean mayoría frente a los dóciles y temerosos, llegará el cambio en Cuba”.

Traigo a colación estas anécdotas aleatoriamente, las cuales ilustran el carácter represivo de la UNEAC, para introducir con actualización el tema de este libro. Pero lo de la prohibición, la represión y el bochorno, claro, también es historia antigua. “En sus epistolarios, alojados en la Universidad de Princeton, Virgilio Piñera, desde La Habana, y Severo Sarduy, desde París, vinculados a los grupos de Ciclón y Lunes de Revolución, comienzan a quejarse, desde 1961, del poder que se le concede a los comunistas en la esfera de la cultura y de mutilaciones o silenciamientos de textos suyos en revistas como La Gaceta de Cuba y Unión, ambas de la UNEAC y creadas en 1962”, apunta el historiador Rafael Rojas en Brevísima historia de la censura en Cuba. De cualquier manera, este carácter represivo al que aludo no se limita a ejercer de camisa de fuerza ideológica sino que pretende incluso fijar la historia de la literatura cubana a capricho. Como ha argumentado el poeta y promotor cultural Joaquín Gálvez en sus redes sociales:

“Llama la atención que todas las nombradas generaciones literarias cubanas, a partir de 1959, provienen  de la UNEAC o la cultura oficial. Con excepción del Grupo El Puente, aniquilado en los albores de la Revolución, y la Generación del Mariel, que se formó en el exilio a causa de un suceso histórico y que la conforman escritores que fueron marginados por el régimen cubano, los demás escritores que no se integraron a las filas de la UNEAC, o que no publicaron en Cuba, quedaron desclasados generacionalmente; es decir, fuera de los parámetros de estudios literarios con que se suele nombrar a los escritores dentro del ámbito oficial de la  literatura cubana, incluso desde territorio exiliar”.

Y añade:

“Llama también la atención esa tendencia viciosa de clasificar la obra de los escritores por generaciones ateniéndose al grupo y obviando al individuo y su libre albedrío creativo. ‘Si cada inglés es una isla, cada cubano es un rebaño’, diría Borges en este caso. Sin duda existen no una, sino varias generaciones de desclasados literarios cubanos acorde a las categorizaciones oficialistas y sus paladines en ambas orillas”.

“El control general que establecen las autoridades cubanas sobre el sistema editorial, los espacios promocionales, las agendas de viaje y cuanto acontece en el plano artístico-literario en Cuba, reúne a muchos escritores en una especie de mafia que algunos prefieren llamar clan, piña y otras definiciones que significan lo mismo: Grupos de interés”, redondea en Las mafias literarias cubanas el narrador y periodista independiente Victor Manuel Domínguez. “Aunados por amistad, afinidades estéticas, políticas, generacionales, raza, orientación sexual o solo por acceder con ventaja a determinada oportunidad editorial, espacio de influencia o prevalencia en el enrarecido mercado literario cubano, los implicados en esta guerra de intereses defienden a como dé lugar los grupos elegidos para su realización personal”.

El propio Gálvez ha establecido un ilustrativo decálogo para resumir el fenómeno uneaco, irónicamente titulado Diez aportes de la UNEAC a la cultura cubana:

  1. Centralización de la cultura: el Estado decide por los escritores y artistas como patrocinador cultural lo que es política y estéticamente correcto
  2. Colectivización creativa: la estética, aunque la crean los escritores y artistas, el Estado la dictamina y controla acorde a sus intereses
  3. La vigilancia de creador a creador: creación del seguroso cultural
  4. Canon literario ortodoxo y homogenizante: preponderancia de una estética de la colectividad en detrimento de la individualidad e independencia del creador
  5. Creación de una élite desde el poder: un grupo controla y decide quiénes son los elegidos como autoridad artística literaria de una institución del Estado, acorde a sus preferencias (de toda índole) e intereses. Reducción de la cultura cubana al ámbito oficialista por medio de categorizaciones (generaciones literarias, grupo o antología tal, etc.)
  6. Creación de revistas y editoriales que responden a un solo pensamiento político y estético
  7. Dependencia del artista y escritor cubano a una institución que, dados sus mecanismos de poder, consideran la máxima autoridad literaria para patentizar el valor de una obra, incluso desde el exilio o diáspora
  8. Censura permanente: “dentro de la revolución, todo; fuera de la revolución, nada”. “La UNEAC tiene que combatir a los mercenarios culturales”
  9. Exclusión del artista y escritor no oficialista y exiliado que no comulga con los códigos impuestos por la cultura oficial cubana, incluso en revistas y editoriales de la diáspora que aún se alinean a cánones provenientes de dicho oficialismo
  10. Autocensura: el miedo del intelectual cubano a decir lo que piensa en territorio libre y democrático por temor a ser aplastado por la exclusión y el olvido ante un grupo mayoritario de colegas obedientes que no quieren perder sus vínculos con el poder oficialista (o personalidades del mismo) y, por consiguiente, su estatus

A este último segmento se refiere el narrador José Abreu Felippe en el artículo Retrato del artista sumiso (Neo Club Press, 2015):

“En Cuba publicaban, los premiaban, eran jefes de redacción de tal revista, estrenaban, exponían sin mayores contratiempos. La fórmula, al parecer, era muy sencilla, practicar la autocensura con entusiasmo y tener siempre presente que se podía jugar con la cadena pero jamás con el mono. Aquí, hacen ostentación, con orgullo patrio, de sus afiliaciones (a la UNEAC, por ejemplo) y de los premios y condecoraciones otorgados por la dictadura. Allá se portaron bien, fueron niños buenos, se abstuvieron de mencionar a nadie que no se podía mencionar hasta que lo autorizaban. Llegado ese momento se daban a la tarea de rescatar el legado del autor olvidado (convenientemente fallecido), sobre todo su etapa revolucionaria, si fueron comecandelas, mejor, y resaltando lo que sufrieron lejos de su patria, lo que pasaron trabajando en supermercados donde comprar es un placer, pagando para poder publicar alguna cosilla, hasta que, finalmente, llenos de frustraciones, vegetaron hasta la muerte –o se volaron la cabeza– o, los más afortunados, regresaron, oh ventura, a la patria que los vio nacer”.

En la patria, por cierto, como medida preventiva adicional, “se promulgó recientemente el Decreto Ley 349, aprobado por la UNEAC, el cual reafirma la continuidad de la intervención y control estatal en la cultura, es decir, en contra de la libertad de expresión y de toda actividad artística o literaria que, según los parámetros oficialistas, represente una afrenta a la revolución” (Joaquín Gálvez).

Como apuntaba al principio de esta introducción, la moderación extremista que caracteriza a un amplio sector de la a menudo mezquina intelectualidad cubana, tanto de dentro como de fuera de la Isla, ha sido uno de los elementos fundamentales que explican la permanencia en el poder, durante ya 65 años, de un régimen genocida como el imperante en Cuba. Esta moderación extremista ha constituido una de las principales puntas de lanza del llamado “intercambio cultural” que pone alfombra roja al neocastrismo y cuyos agentes de opinión y división proliferan en toda clase de editoriales y reuniones literario-etílicas del exilio cubano. En marzo de este 2024, la embajada cubana en Estados Unidos y la página online del Minrex promocionaron la primera Feria del Libro en Tampa, un evento donde precisamente el neocastrismo hizo de las suyas a distintos niveles, y en el que profundizaré en el correspondiente capítulo de esta investigación.

Ojo, el hombre nuevo ya era un pirata y un prófugo de la justicia en tiempos de la colonia, recalando en Cuba, la llave del golfo. El fervor con que se aplaudió al castrismo desde el principio no salió de la nada. El propio Fidel Castro no salió de la nada. En 1959, el hombre nuevo es ya el hombre viejo de siglos atrás, quien lo mismo delataba a Narciso López que lanzaba tomates podridos a los estudiantes de medicina que serían fusilados minutos después. Quienes en 1959 aplaudían el choteo, la chusmería, el acoso y la difamación de Castro en la plaza pública, no eran marcianos. La sociocultura del canibalismo y la picaresca no constituye una invención castrista sino, en todo caso, es la madre del castrismo. De manera que instrumentar a buena parte de la intelectualidad cubana contra los cubanos libres, creando la figura del seguroso cultural, no fue demasiado difícil para el naciente régimen totalitario, sobre todo tras la creación de la UNEAC en 1962. En Cuba, el Estado ha engordado el ego de escritores y artistas a costa de disminuir la dieta del pueblo.

De la circunstancia colaboracionista en particular, pero no solo, trata este libro.


capítulo introductorio de un libro en preparación (fragmento)